lunes, 29 de diciembre de 2014

Me va a atrapar la noche.




                                                   




   
Me va a atrapar la noche y no podré llegar al pueblo. Cada vez se pierde más el camino y la nieve se hace más espesa. Tenía que haberla dejado en el barranco Alcalá y que hubiá sido pa los buitres, haberle cortado la oreja, llevarle la señal al amo y santas pascuas. Pero el amo no se fía de ninguno y siempre quiere ver a la vieja que se muere atascada de años o de hambre o al cordero que palma por un hartazón de piensos, ansioso por el agua que no llega. Por eso me la he tenido que cargar sobre los hombros y echar hacia el pueblo después de encerrar al ganao en la paridera del Matojo cuando ya la tarde se ha ennegrecido por las borrascan que llegan.
  Esta primala se ha quedado rezagada cuando hemos salido del barranco hacia la paridera, entre las piedras rodenas del barranco Galindo. Ha apoyado las patas sobre los hielos incrustados en las grietas que limitan el cinglo y ha resbalado. Entonces se ha ido al vacío y cuando ha llegado hasta el regato de los guillomos estaba reventada. Me he asomado y aún garreaba. He apurado el paso llamando al hatajo achuchado por la perra Mora, en la hora en que las ovejas  aprietan el rabo curto contra el culo, azuzadas por el frío de la tarde, mientras me envolvía en la manta y estiraba la zancada.
    Después de cruzar el pestillo de la corraliza me he tirado por el atajo del barranco y he sacado a la primala enzarzada con la lana entre los pinchos de los guillomos donde había parado. La Mora se ha puesto a ladrar y a morderle los ancones, azuzada por el hambre y el olor de la muerte. Aún ha dado un par de garreadas en los últimos espasmos que le quedaban de vida, con el cuello ya marchito por el tronzamiento del espinazo en los golpes de las piedras afiladas del rodeno.
   Ha sido entonces cuando le he metido la hoja entera del cuchillo en el garganchón y he barrenado para que tirara la sangre apretándole la ijada con mi rodilla, por acabar pronto. Me la he cargado sobre los hombros y he comenzado a andar buscando la senda que me lleve al camino de Las Calzadas por el reguero del barranco, dando tumbos cuando la lana de la primala se enganchaba en los zarzales de los espinillos, llamando a la Mora, engolfada en los lametones de la sangre aún caliente derramada sobre el hielo de las ralas aguas del barranco.
   
@cac.
Pero no sé si voy a poder llegar al pueblo. Cada vez pesa más esta primala que hubiera sido buena oveja, la ventisca se hace más espesa, se arremolinan los copos con el viento y el camino se me va perdiendo atrapado por la noche y la nevada.
   Pesa mucho esta jodida aun sin ser siquiera añoja. El amo decidió echarla al vacío para que pariera el año que viene. Dijo: "no hubiá hecho buen cordero preñándola deseguida". Ahora ni preñez, ni primala, ni cordero. Que se joda. Tanta avaricia y tanta avaricia. Mientras tanto el que se jode soy yo, con la oveja sobre los hombros y la Mora enroscada entre las piernas. Algún landamiazo le voy a sacudir porque ya llevo un par de veces dando traspiés. De cuando en cuando aún gotea algo de sangre por el agujero que le he hecho en el cuello y la Mora salta y salta por lamer. Tiene hambre la jodida. Me he tenido que quitar la manta y sujetarla sobre el zurrón que llevo terciado. Encima de los hombros cargo el peso muerto de la oveja y colgado del brazo derecho sujeto el garrote que no me sirve para apoyarme pues con mis manos agarro las patas de la borrega. Frío no tengo. He entrado en calor al momento, aunque he bajado las orejeras del pasamontes. Así me protejo también el pestorejo del contacto con los sebos de la tripa de esta primala. Voy dando tumbos de un lado a otro hasta que encuentre la senda que me lleve al camino de los Planos. He subido por la cuesta Ragudo para buscar los Pelarchos y luego hasta la masada del Pozuelo por ver si aún seguía allí el tractor que esta tarde andaba removiendo las tierras. Si todavía está echaré la oveja en el remolque y me meteré con Florián en la cabina y así llegaremos al pueblo.
    Estoy arriba, en la masada del Matojo con el vacío. Subí el mismo día del Pilar. El amo me dijo que barruntaba lluvias este otoño y que había que ahorrar piensos, así que con las doscientas del vacío, las que este año no parirán, por viejas o porque ya andan cojitrancas o porque aún no han alcanzado la añada me eché el zurrón al hombro y alcancé el monte Chaparral y la paridera del Matojo en una jornada. Mi padre también pasaba los otoños y los inviernos en la misma paridera, ya no se llegaba hasta el viejo Reino de Valencia como hacía mi abuelo cuando arrendaban los pastos junto a los naranjales de Náquera o Bétera. Las nieves de ahora no son las de antes y aunque llevamos varios años en que las ovejas se joden de hambre por culpa de la falta de pastos nos arreglamos como podemos con los piensos compuestos y con el hambre. Bajan de allá arriba con el esqueleto puesto y arrastarndo la piel. Luego, con la primavera, se apañan algo. El amo les echa en las comederas pienso y las prepara para la preñez. Entonces compra alfalfes y moliendas y las deja estabuladas a los pocos días para que el mardano las cubre. Este año predijo antes del Pilar que el otoño iba a ser bueno. No se equivocó que tonto no es el hombre, y los primeros días de noviembre no paró de llover. Además hicieron calores por el verano de San Martín y brotaron las hierbas como si estuviéramos en junio. Comieron las ovejas en los límites de los chaparrales y daba gozo verlas cómo se tendían por las lomas y los cerros. Este año han comido más que nunca.
   Pero hoy es el día de san Silvestre. Esta noche es Nochevieja y tenía que barruntare la tormenta. Los dos últimos días he pasado más frío que un tonto. Las rosadas de las mañanas se han quedado escarchadas durante todo el día y el bosque de los rebollos que linda con Ababuj se ha puesto blanco, como si hubiera nevado toda la noche. Todo helado durante todo el día. Hoy no han podido comer las ovejas. No hemos hecho más que andar y andar de un lado para otro, encogidos, jodidos de frío todos, las ovejas, la perra y yo. Las hierbas que hace una semana aún estaban floridas se han quedado tiesas. Sólo las cabras se han subido por los troncos de los espinos buscando las ramas más tiernas para mordisquear lo que podían.
  
Luego, hacia el medio día, ha comenzado a cambiar el tiempo. Primero ha soplado un cierzo helador y a las dos horas se ha parado y, sin saber cómo, los chaparrales han ido soltando la escarcha helada que tenían en sus ramas. No podía pasar por debajo de las carrascas porque me quedaba chopado. Se agarró bien la niebla helada de la noche y se cuajó en hielo. Así es que entre la amanecida, los cierzos del mediodía y la mojadina de la tarde sólo me faltaba el arrastre de la oveja y el negror de las nubes que se han echado encima cuando ya venía la anochecida. Ahora han comenzado a cuajar los copos, casi no veo la senda, tengo que alcanzar el camino de la masada del Pozuelo, la oveja cada vez me pesa más por la nieve que se va agarrando a su lana y yo sigo dando trompicones, esbarizando aquí y allá.
   La Mora ha dejado de saltar buscando la sangre ya helada. Olisquea de un lado hacia otro y me parece que anda desorientada. Ha perdido el camino. Es casi ya de noche y no hay luna. Ahí arriba, al otro lado de la loma, está ya la masada del Pozuelo. Un esfuerzo más y a ver si Florián se ha entretenido con su ganado después de mover las piedras de los ribazos destripados como ha estado haciendo todo el día.
  
@cac.
Ya estoy arriba. Pero aquí no hay nadie. Ni Florián, ni perrico que nos ladre. Allá abajo, en la llanada de los Planos se ve una luz que se mueve. Seguro que es el tractor de Florián. No se ha querido entretener. También él quiere estar pronto esta noche en casa. No me queda más remedio que seguir andando, cargado con esta paticorta hasta el pueblo. No me puedo detener. Si paro no me levanto. Ganas me dan de dejarla estar aquí y que de den pol saco al amo. Le corto la oreja y le llevo la señal, para que vea que no se la he vendido a ninguno de los de Ababuj que vienen de cuando en cuando preguntando si tenemos algún  chotico joven para los caprichosos de la capital. Pero nunca he hecho eso ni lo voy a hacer. Además la primala se ha desgraciao y habiendo dejado correr la sangre la carne se puede comer. Eso sí, lo que no voy a hacer es despellejarla cuando llegue, que le quite la piel el amo si le da la gana y si no que le den. Cuando llegue me voy a mi casa que ya me estarán esperando mi mujer y mi hijo, ese zagal tan majo de tres años que es un gozo mirarlo y tenerlo entre las piernas junto al fuego de la chimenea.
    Me está agarrando la noche. Ya casi no se ve y el camino se va cubriendo de nieve. Dentro de poco, cuando llegue a la altura de los Planos, por donde baja ahora el tractor de Florían El Alcamín queda abajo, en la hoya del Larroya, pero aún no lo veo. Sólo me podrán servir de hita las luces de algún coche que descienda por el otro lado hasta el lugar. Si viene alguno tendré que seguir buscando la línea recta hacia él. Por allí no hay problemas, ahora todo son bancales yermos o sembrados de trigo aún no nacido, pero las tierras son llanas. No iré pues por el camino sino a través de los ribazos siguiendo las luces de los coches que me marcan la bajada por el otro lado del río. Tendré que dar así con el pajar de Monja, aislado en el límite del Plano y la acequia del Cubo. Desde allí ya estará El Alcamín a mis pies y veré las luces de las calles. Tendré que echar hacia abajo con cuidado hasta alcanzar la cueva de Constantina. Una vez en ella ya no hay peligro.
   Pero esta nieve llega a remolinos. Se me agarra en las cejas y de cuando en cuando tengo que dar un manotazo para poder ver. La borrega primala cada vez pesa más. La sacudo de cuando en cuando para que caiga la nieve que viene agarrando. Hace frío pero yo voy sudando. Por aquí deben de estar los mojones de los frailes, así es que si giro un poco hacia la derecha tengo que salirme del camino y llegaré hasta el pajar de Monja. Ya estoy pisando terreno más blando, he dejado el camino. Se me clavan las botas entre la nieve y los labrados, el esfuerzo es más hondo, pero no tengo más remedio que seguir y seguir. Voy bien, por allá llega un coche. No sé quién será.  Estos días vienen gentes forasteras, hijos y nietos de los que se fueron, y el pueblo aún se anima un poco aunque yo bien poco veo a la gente, ni ganas que tengo, todo el día perdido por esos cerros, dándole al paso con el zurrón al hombro, la manta y el garrote, aguantando el frío.
   Me escuecen los hombros, despellejados por la misma piel de la borrega, pero tengo que seguir sin parar, si me detengo dejo la oveja y que le den morcilla a todo. Ganas me dan de cortarle la oreja con la muesca que yo mismo le hice cuando recién ancida. El doble corte a un lado y otro y la hendidura en medio. No tiene pérdida alguna. Todo el mundo conoce la señal de mi amo y todos saben con la rapidez con que yo las marco. Algunas veces a falta de cuchillo a mano la he hecho con los dientes y no se ha notado la diferencia. Si me sabe mal dejarla abandonada aquí para que los perros y los buitres se la coman no es por mi amo, porque aunque me chille luego se le pasa, pero me duele desperdiciar la carne de esta primala casi aún lechal. No se ha puesto mala ni se ha reventado de algún tumor. Cuando llegué al barranco de los guillomos aún garreaba. Se ha muerto de los talegazos que se ha pegado mientras descendía de los peñascos rodenos. Yo mismo le le clavado el cuchillo, rebanándole el garganchón. Es buena su carne. Así es que me duele que no se aproveche.
  
Se ha puesto a nevar con ganas. Ya era hora de que cayera una nevada como Dios manda. Falta hacía. Cruje la nieve bajo mis pies cuando piso las calles de El Alcamín.
   "Aquí la tienes Tomás, se cayó desde la piedra del Rodeno hasta el barranco Guillomo".
   "¿Y vienes desde allí con ella a cuestas?"

   "¿Pues qué tenía que hacer? La carne es buena. Vamos a despellejarla en un santiamén y que se oree bien. Esta noche es San Silvestre y todos queremos cenar en casa. Échame una mano y en un periquete acabamos."






 

jueves, 18 de diciembre de 2014

Por la Peña de Francia



Casa en Miranda del Castañar. @cac.






Desciendo desde el Puerto de Béjar, entre dehesas de encinas y alcornoques por donde los terneros se alimentan, limitados por cercas que son piedras irregulares de granito.
 Es un día soleado en estos primeros de diciembre y, aunque en las zonas de sombra, en estas primeras horas de la mañana, la rosada helada se mantiene en los solanos ya brilla la hierba alegre.
   Quiere recorrer hoy, siempre con prisa, estos pueblos del Castañar que rodean la Peña de Francia. Es buen momento para caminar por ellos. Ha pasado el puente de la Constitución y no ha llegado aún la Navidad. Son unos días de silencio, de soledad por estos lugares. En Miranda es día de mercado. Los ocho o diez puestos que han instalado los ambulantes no tienen más que un par de mujeres mirando unas zapatillas caseras para el invierno. En invierno por estas zonas reside poca gente. La economía se ha reducido, o mantenido quizá, en torno al turismo y a la chacinería. Por eso las casas, casi todas, están cerradas, esperando residentes de otros lugares que pasan aquí sus vacaciones estivales. Hacía muchos años que no volvía por estas tierras. Hoy tengo estas calles estrechas, desiertas, todas para mí. Treinta años atrás encontré calles terreras con piedras sueltas sobre ellas y regatos que recogían aún aguas fecales por entre las mismas tratadas con zotal.  Hoy todas están empedradas, todas las casas han sido remozadas, los balcones lucen esbeltos, la argamasa de piedras y maderas sostiene las fachadas y las ventanas y puertas trabajadas y repujadas protegen el silencio. Respiro este silencio soliloquiando por las calles que camino, con recuerdos literarios de Unamuno, con los restaurantes cerrados escritos con sus nombres a la espera del turista, con una casa de antigüedades que ofrece sus enseres hoy a nadie, con sus gentes entradas en años apoyados en sus bastones recibiendo el sol, con estas calles estrechas entre pasadizos protegidos por pilares de troncos de los castaños que dan lugar a su nombre, con su silencio y mi silencio.
    
Plaza e iglesia de San Martín del Castañar. @cac.
Sigo mi viaje, ojalá fuera caminante, entre carretera estrecha para disfrutarla andando con mochila al hombro, y me llego hasta San Martín. La misma sensación que en Miranda. Aquí no es día de mercado. Son tiempos para aprovechar haciendo arreglos para adaptar estancias, para remozar nuevas casas, para cepillar vigas, por eso encuentro media docena de gentes trabajando por sus calles, y una mujer que mantiene su taller de artesanía entre el zaguán de una casona en su plaza mayor, por las casas junto a la plaza de toros singular, con sus asientos numerados en las piedras y su tendido al sol de maderas que fueron traviesas viarias. Allí mismo la iglesia se levanta y detrás su cementerio protegido entre la antigua muralla. Y allí también, en un lugar que es mirador de toda esta comarca del Castañar, encuentro un nueva obra convertida en un refugiado museo de nueva traza que hoy encuentro cerrado, sumergido entre las piedras de la muralla y las cruces del cementerio. Y todo es un conjunto armónico, y las maderas y las piedras y los versos grabados de poetas hacen referencia al encuentro con la naturaleza y al respeto hacia la misma que no es más que sabiduría sempiterna.
  Esta zona del sur de Salamanca es para caminarla con calma, para pensarla y sentirla y gozarla. No la siento, ni la pienso ni la gozo como un turista sin más. La pienso y la siento y la gozo como un viajero con prisa que quisiera ser caminante y dialogar con las gentes que supieron mantener estos lugares, sufriendo en su economía diaria ante el abandono y la emigración de muchos, hasta que llegaron mejores tiempos y volvieron, de fuera y de adentro, gentes más pudientes que remozaron sus casas, y otros que instalaron sus comercios hacia los visitantes, y algunos, con bríos y aun riesgos, instalaron sus pequeñas industrias chacineras que son las que en estos días tienen más actividad, empaquetando sus embutidos y jamones que llegarán a lugares muy distintos y distantes, todos con el marchamo de sus calidades ibéricas criadas en las dehesas del sur de Castilla.
  
Casa en Mogarraz. @cac.
Es así como doy en Mogarraz. El emplazamiento de este pueblo, el trazado de sus calles, la arquitectura de sus casas es la misma de todos los que rodean la Peña de Francia. Se adaptan calles y plazas a la orografía del terreno. Pero aquí llama la atención la singularidad de sus fachadas. Un pintor hijo del pueblo hace algunos años trazó con sus pinceles los retratos de más de trescientos habitantes y en una ocurrencia, que raya en un surrealista kisch, las colocó sobre sus fachadas. Así las gentes pueden conocer a sus propietarios antiguos y también actuales, con sólo mirar su fachada. Incluso en la iglesia, en un rincón que fue pudridero de muertos y osario terminal, sus piedras mantienen clavados los retratos de aquellos que en su momento vivieron y se fueron para siempre. No acierto a comprender la singularidad de este retrato colectivo que se lleva mi mirada y deja con relevancia a medias las casas de argamasa de cantos rodados, adobe y troncos de castaño y de encina.
Vivirá plácida hasta San Antón. @cac.



Aún así el pueblo es hermoso y desde un ventanal abierto al este en un hostal taurino toda la sierra de Béjar, ya nevada, se ve a lo lejos reluciente mientras recibe el sol de mediodía. Al salir, justo en medio de la plaza mayor, delante de puerta de la iglesia, una puerca ibérica, sí una puerca ibérica, yace tendida, despatarrada, dormida recibiendo los rayos del sol. Ni se inmuta con nuestra presencia. Es la reina del lugar durante toda su vida. Irá engordando, libre por todo el pueblo, hasta que por San Antón, a mediados de enero, le llegue su San Martín. En este hostal taurino nos ofrecen números para la rifa de ese día.
Vivirá plácida hasta San Antón. @cac.
El premiado se llevará la cerda, pura ibérica, en ese día y la podrá sacrificar y convertirla en perniles sazonados y sabrosos embutidos, o quizás la pueda vender para que sean los industriales que en la parte más alta del pueblo ofrecen sus quesos de pura leche de oveja y cabra y los jamones bien curados.

    De cualquier forma el pueblo más conocido de la zona sigue siendo La Alberca, con su plaza mayor porticada, con su templete de columnas en el centro, con sus calles estrechas que se llegan  hasta ella o de ella surgen, con su ayuntamiento que aún conserva fuertes rejas en donde se  lee en una que allí fue “cárcel pública”. Es sin lugar a dudas pueblo hermoso, pero no puede ser aislado de todos los de esta zona del Castañar, tan hermosos. La fortuna para ser visitado hoy radica en que no hay turistas y, aunque se mantienen más comercios abiertos que en otros lugares, puedo pasear entre sus calles y hasta observar el encofrado de una casa cortada en sus paredes donde los desvanes viejos aún mantienen ruecas de antaño, y a una niña que hace sus deberes sobre una mesa camilla mientras su padre atiende la venta de alguna quesada y, a la entrada del lugar, o a la salida hacia la Peña de Francia, según se mire, una mujer ataviada con sayas, mantilla y pañuelo de antaño, toma el autobús hacia Salamanca portando un capazo hecho con tiras finas de castaño. Lástima no haber podido pedirle permiso para fotografiarla.
  Un treintañero aguanta en una esquina de la plaza ofreciendo sus turrones artesanos hechos por su madre. Hoy la venta está floja y le compro una tableta para tomar luego el camino hacia la Peña de Francia. La tarde es espléndida, el cielo está claro y el sol reluce ya hacia poniente, no sopla el viento ni siquiera cuando estoy arriba. Me hubiera gustado tener tiempo y a lo largo del día ascender por los senderos marcados hasta el santuario. Llego a través de las curvas de la carretera que se enroscan en torno a la peña. Un par de moteros portugueses con sus melenas y bigotazos ponen en marcha sus máquinas y ya nos quedamos solos Encarna y yo. Todo el santuario es nuestro en este día hermoso. Sólo tenemos la compañía de varios grupos de cabras montesas que ramonean en torno a la iglesia y a la hospedería que regentan los dominicos. Ni una gota de nieve, todos los pastos para estos abultados rebaños dominados por las hembras. Los machos, con sus astas fuertes y retorcidas, levantan sus hocicos por ver de cubrir a la manada. Estamos en los momentos del apareamiento.

Machos de capra hispánica en la Peña de Francia. @cac.
Manada de cabras hispánicas la Peña de Francia.@cac.

Cuando llegue la primavera, ya por mayo vencido, nuevos retoños seguirán por estos montes, teniendo el privilegio sin saberlo de contemplar todos los pueblos allá abajo rodeando esta Peña que llaman de Francia, los pueblos y las gentes que han sabido guardar sus esencias, protegiendo la naturaleza que les ha dado la vida y el trabajo en forma de oficios que son carpinteros, albañiles, comerciantes de tiendas ofrecidas al viajero, caminante o turista, o guardadores del bosque en donde se nutren animales que sustentan a las personas, por entre los ríos y regatos que van a buscar sus remansos. Es la naturaleza respetada y protegida la que puede salvar a las gentes una y otra vez. Como siempre.
            Desde las almenas que rodean la plaza que da entrada a la iglesia del monasterio tengo al Este la Sierra de Béjar con sus cumbres nevadas, al Sur Las Batuecas en el límite con Las Hurdes, al Oeste la Sierra de la Estrela ya en Portugal y hacia el Norte el campo que me lleva hasta Salamanca, la ciudad de los saberes a donde siempre vuelvo por acariciar sus piedras, por recorrer sus calles, por escuchar la lenguas habladas en su plaza mayor, por escrutar en sus archivos, por subir a sus altas torres, por entrar en Anaya y hablar en silencio con Don Miguel luego, bajando por la Clerecía, hasta el convento de las Claras, donde el rostro afilado de Unamuno esculpido por Pablo Serrano, mira la propia casa que habitó y en que murió aquel último día de 1.936. “Venceréis pero no convenceréis” había dicho.
Atardecer sobre la Sierra de Béjar desde la Peña de Francia.@cac
           

jueves, 11 de diciembre de 2014

De nuevo en Las Hurdes









Todos de gala. Alfonso XIII, los guardias civiles y los jurdanos. A unos les costó más que a otros

Ahí está. Con su sombrero campero, su bigote astifino, su corbata, su pitillo entre los dedos, su bastón y sus botas equinas. Es Alfonso XIII.
Como chasqueando los dedos, pidiendo a sus ayudas de campo alguna moneda con su efigie impresa para entregar como limosna a esas gentes hurdanas que pasaron días y días esperando el momento, lavando y remendando sus escasas ropas para recibir al monarca en su viaje anunciado y fotografiado para que figurase en los periódicos. Era en 1922. ¿A qué fue allí?
He recorrido otra vez estas tierras hurdanas. Hacía treinta años que no estaba aquí. Me interesé por primera vez por estos lugares y por las gentes que en ellos habitan cuando estudiaba el manual de “Dialectología española” de Alonso Zamora Vicente. Tuve que aprender casi de memoria aquel libro escrito por el docto estudioso. El profesor que nos tocó en suerte consiguió que lo odiáramos porque nunca entendió que los fenómenos lingüísticos tan ricos en variantes fonéticas, léxicas y sintácticas pudieran ser vivenciados llegándose a los lugares donde se producían. Por eso luego me acerqué por tierras leonesas, extremeñas, andaluzas o aragonesas. Por eso vine hace treinta años antes por estar tierras hurdanas o mejor jurdanas.
No me trajo nunca el documental de Buñuel financiado en 1933 por el profesor de Dibujo de Huesca Ramón Acín,  quien al comienzo de la guerra civil sería asesinado junto a su mujer.  Siempre me pareció que aquella película resultaba expresionista, buscaba los encuadres, filmando gentes y gestos aislados, sin diálogo con el medio que determinaba su existencia. De alguna manera eran las mismas poses que las de la visita de Alfonso XIII. Las de Buñuel con las necesidad cotidiana de los hombres y mujeres, las de Alfonso XIII con la pose mentirosa de los días de fiesta para agasajar al dueño y señor.
He vuelto hoy a estos lugares por recorrer los caminos que ahora son excelentes carreteras, por caminar los senderos que van y vienen siguiendo los cursos de los ríos que hoy están trazados y marcados con señales de pintura blanca y roja indicando el Gran Recorrido (GR) al que también han nominado Ruta de Alfonso XIII.
Las Hurdes desde Casares. @cac.
Hace treinta años comencé el camino por Las Mestas y hoy lo inicio por el sur. Los nombres me suenan llenos y por Pinofranqueado, Caminomorisco, Nuñomoral doy en Casares de las Hurdes. Es un día reluciente de sol. Todos los enclaves de estos lugares donde han desaparecido las antiguas construcciones de piedra negra sin argamasa miran al mediodía. Buscan su lugar al sol en las sinuosidades de sus terrazas. Desde la plaza porticada de Casares miro el valle, hondo, sinuoso, esbelto, lleno de pinos, con los robledales y los castaños sin hojas que dan otro tono. A mis pies los pequeños huertos abancalados ya están labrados y en algunos las habas emergen crecidas, en algún recodo los caquis relucen en los árboles sin hojas, compitiendo en color con algún naranjo lleno de frutos y algún limonero. Estamos a primeros de diciembre y los microclimas aquí se suceden. Ya ha sido vareada la oliva que ofrece, junto a la miel, una de las riquezas de esta comarca donde la naturaleza ha mejorado con el paso de los años, donde los cortafuegos aparecen como líneas que quieren apagar los incendios que nunca deben producirse, donde el sol juega con el arbolado. En la fachada de las casas al borde de la carretera se apilan las colmenas dispuestas para, a su tiempo, ser colocadas en los mejores lugares con que liben las abejas cuando lleguen las flores en la primavera.
En Caminomorisco se recuerda a Unamuno.@cac.
Hay que venir con más tiempo por estos lugares, como lo hicieron antes gentes como Unamuno y más tarde Lopez Salinay escribir con más calma. Unamuno redactó aquel su “Por tierras de Portugal y de España” que siempre he tenido a mano. Ese texto y el de López Salinas los estudié con mis alumnos en clase, ayudado por mapas y recomendándoles  que, cuando pudieran, se acercaran por estos lugares. No sé si alguno lo habrá hecho, porque costaba hacerles ver, a orillas del Mediterráneo, que existían otros lugares, otra forma de ganarse la vida y otra naturaleza.
Hay que venir con más tiempo y observar que de aquella visión furtiva, esquiva y despectiva que algunos quisieron imprimir no queda nada. Las comunicaciones, los servicios comerciales, sanitarios y educativos, a pesar de las distancias entre los núcleos vecinales, funcionan. Un Instituto de Enseñanza Secundaria recibe a los alumnos hurdanos en Caminomorisco y los acoge de lunes a viernes en su residencia de estudiantes. En otros lugares la asistencia sanitaria y las residencias de mayores cumplen su misión, aunque siempre quisiéramos que estuvieran mejor.
Inicio el retorno cuando llego hasta Las Mestas, por donde entré hace treinta años llegándome desde la Peña de Francia. Una hospedería enclavada en lo alto domina la visión de un valle y otro y otro, por donde los ríos se buscan hasta dar en el Hurdano. Junto al puente que une y separa las Batuecas de las Hurdes han desaparecido las construcciones que recordaba de antaño, con piedras y lajas sin argamasa. Allí mismo han remozado la iglesia de airosas espadañas que alojan un par de campanas. En la entrada, junto a una cruz de piedra, se lee firme con letras llamativas negras: “Caídos por Dios y por España”.
Sigo por los recodos de estos caminos y me lleno con sus nombres: Arrolobos, Cambrón, Carabusino, Riomalo de arriba, Cabezo, Asegur, Rubiaco, La Horcajada, Mesegal, Robledo.  Los lugares que un día hubiera querido recorrer y grabar  el habla de sus gentes, ahora ya imposible.
Alfonso XIII reparte limosna. ¿Un alfonsito?

Las Mestas. "Caídos por Dios y por España ¡Presentes!



jueves, 4 de diciembre de 2014

Espécimen en Plasencia.



             


Catdral de Plasencia. @cac
  Tomé el camino camino de la plata desde las estrechas callejas de la judería de Hervás, en el límite entra Castilla y Extremadura. El camino hace muchos años que lo había descubierto gracias a las enseñanzas del maestro de medievalistas Don Antonio Ubieto.
    La ruta hacia el sur es un continuado y suave descenso hasta Plasencia. Las lluvias de este otoño han dejado las dehesas del norte de Cáceres llenas de abundoso pasto verde por donde se alimentan las ovejas, los toros y los cerdos de pata negra. Las oscuras encinas y alcornocales protegen y esconden las ganaderías, cercadas las extensiones en donde, en los cerros, se levantan las cortijadas en construcciones de un par de pisos, refugio, en las noches, de aquellos sometidos al patrón dueño de estas inmensas extensiones.
Rumio siempre la historia de las gentes que habitan por estos lares, pero hoy me gana la alegría del paisaje con las albercas llenas de agua y los regatos aún manando, las encinas, los animales ramoneando en silencio la hierba de un verde intenso. Es una alegría contemplar estas dehesas descendiendo poco a poco hacia Plasencia.
     Entro en el recinto histórico amurallado en el día internacional de los discapacitados. Un grupo entra en la hermosa sala de reuniones del Ayuntamiento, en la plaza mayor, auxiliados por voluntarios generosos. Luego camino de un sitio a otro por las calles empedradas, sobre las que se levantan conventos, iglesias, palacios y casas solariegas. Es visita obligada el conjunto monumental de su catedral, que es una y dos. Un empleado de la misma te entrega un auricular, previo pago de cuatro euros, y entonces recorres la nave de la vieja catedral, y luego el claustro para llegar a la nueva, truncada la enorme nave junto a los muros de la vieja cuando ya se dejó de construir. Truncada, pero hermosa. Recorro la nave desde el coro hasta el altar mayor, desde el truncamiento con la vieja hasta la gloria de la Asunción.
El coro, esculpido en madera de nogal, protegido por la reja que sólo permiten traspasar a los canónigos en sus rezos cantorales, tiene el interés de tantos y tantos situados en los mismos lugares de catedrales e iglesias españolas. Todos los coros son de una riqueza tallada en sus asientos y reposabrazos  que siempre me abruma. Siempre he pensado que no les hemos sabido dar el valor que tienen, quizás por estar  tan escondidos y protegidos detrás de esas rejas. Cuando uno consigue a veces traspasar esos barrotes reconoce con la vista y con el tacto el valor de los escultores de esas figuras que aparecen como en su retorcimiento de gnomos, diablos, brujas y escatologías varias, talladas con la suavidad de manos expertas.   Son figuras que parecen esconderse, encorvadas, de las voces que han tronado desde los viejos púlpitos junto al altar mayor, también, en ocasiones, repujados y tallados por las mismas manos artesanas de los asientos de estos coros.
Entiendo, es un decir, que se retuerzan estas figuras cuando me encuentro a mis pies, justo delante del altar mayo, la sepultura de un obispo que fue durante treinta años y nueve meses de estas diócesis y no puedo sino sonreir, algo diablescamente, cuando descubro que fue “temido de los que andan en las tinieblas y en la sombra de la muerte se sientan”.
            Ahora entiendo, quizás, que estas retorcidas figuras se escondan en los reposabrazos de los canónigos mientras  picotean con sus picos aguilados sus dedos, o muerdan sus manos con sus afilados dientes simios, o reciban sus desechos escatológicos.
              Si no es así, díganme ustedes cómo se entiende la inscripción funeraria en la tumba pétrea del obispo.
              La transcribo por si acaso. Díganme



Lápida funeraria. Altar mayor. Catedral Plasencia. @cac.
Don Pedro Casas y Souto natural de Sobrado del Obispo (Orense) obispo de esta diócesis falleció santamente en su casa palacio a las 8 y 10 minutos de la noche del 25 de julio de 1906. Contando 79 años, 9 meses y 11 días de edad y después de 30 años y 5 meses de un pontificado en que con el ejemplo y con la palabra fue modelo de pastores, padre de los pobres y martillo del liberalismo, siendo por ello admirado de propios y extraños y temido de los que andan en las tinieblas y en la sombra de la muerte se sientan. Desde el cielo vela por su amada grey placentina y por el triunfo de la fe católica. R.I.P.

   Cuando salgo de la catedral y camino luego junto al palacio arzobispal me impresiona una vez más esta mole pétrea.
De vuelta a la plaza mayor miro  cómo abandonan el Ayuntamiento las gentes que hoy celebran su día.
   
   
                                Los diablos de la sillería del coro. Catedral de Plasencia. @cac.