lunes, 26 de octubre de 2015

Desde Londres, con amor. Teruel. 1.966. Tal como éramos.


    El 26 de octubre de 1915 publiqué la entrada que reproduzco hoy.
Así éramos entonces por este Teruel donde asomaban las flechas falangistas.
Así somos hoy, en enero de 2017, por mucha Embajada que nos decore.
La casta bucefálica les viene marcada a algunos en sus gónadas cerebrales.
Dimiten porque les da la gana "y qué más da".

     Aquí tienen a la pareja que se rio de los familiares muertos en el accidente del Yack-42 y que mandó a algunos a que consultasen al psiquiatra.
    No se preocupen ustedes que la misnistra manchega, "de Cospedal", oiga, echará tierra al asunto.
    Y a mandar, que paeso estamos, coño.
Trágala, perro.

Yo mandé: " a callar". Intelectual que es uno.






                         Mírenlo bien.

Federico Trillo-Figueroa y Vázquez. Gobernador Civil de Teruel. 1966. A.H.T.


Foto 1.-
La cara tumefacta, la papada abundante, la barbilla afilada, los labios finos, la nariz prominente, el ceño fruncido, la frente altanera, el pelo abundante aplastado, todo él lleno de empaque en su traje negro, las manos a punto ¿de condecorar? ¿de apretar las prominencias de la ternura juvenil? ¿de abroncar a la moza recatada? ¿de negarle a la recogida joven la comunión falangista asomada sobre el virgen paño blanco del fondo?
A su derecha la fémina con camisa azul descolorida de Falange, su chaqueta abotonada, sus gafas franciscanas, el pelo a lo muchacho y la mirada de impasible el ademán, el sibilino secretario de ojos altivos y manos enlazadas, el funcionario de baba caracolera, gafas ahumadas y el bigotito fascista de hormigas en hilera. Y más allá el cura de turno comprendiéndolo todo.
A.H.T.


Foto 2.-
         La jefa de la Sección femenina de Falange dice amén y entorna los ojos. Los demás prietas las filas y aquí no se mueve nadie. El señor del territorio, además de Gobernador Jefe provincial del Inmovilismo, toma de la solapa a la moza turolense y vete tú a saber qué le dice.
A.H.T.

Foto 3.-
    En el mismo Teruel anterior de 1966 el Obispo fray León Villuendas Polo bendice y pronuncia las palabras de rigor en la inauguración de equipos de radio para seguir con la propaganda de lo de siempre. El señor territorial aprieta sus labios finos y arruga el entrecejo. “Mire usted bien lo que dice y no me ponga la zancadilla que  este es mi primer peldaño en mi ascensión política”. Entre los dos el báculo dorado y frío del pastoreo que les une y les separa.
Foto 4.-
         Muy cerca de ellos en la distancia física y tan lejos en la vida el pastor, con su bastón rugoso de una rama de brezo, va a lo suyo: el tiempo y las ovejas.

Foto 5.-
         Otra inauguración al año siguiente. Los mismos protagonistas, la presencia militar de alta alcurnia, el uniforme de gala, camisa azul teñida, corbata negra, chaqueta blanca, prendidas condecoraciones de vete tú a saber qué y bastón de mando entre las manos, como Procurador en Cortes, como palmero de la leyes franquistas.
         Ya está a punto de salir hacia el gobierno civil de Cáceres, junto al palacio de los Golfines de Arriba (que así se llama), donde el propio Franco tomó el mando hacia la jefatura de Burgos, siguiente parada de nuestro gallego de nacimiento y cartagenero alcalde antes de dar la zancada definitiva. Cuando en 1970 se inauguró la central nuclear de Garoña, de triste recuerdo, allí estaba él.
Foto 6.-
         El empaque sigue firme, los brazos entrecruzados del aquí estoy yo, el traje se ha aclarado para combatir el calor, la cara de búfalo se mantiene y el pelo leonado sigue aplastado. Detrás una boina escondida de quien quiere y no puede, al de las gafas ahumadas el bigotillo se le ha puesto cano, el tricornio siempre vigilante por si acaso, el cura con el hisopo semiescondido para bendecir y el salivilla del secretario humillado con su papelín en la mano.
Foto 7.-
         Han pasado los años. España es un claroscuro del negro anterior. El hijo de su mamá y de su papá Federico Trillo-Figueroa junior es Ministro de Defensa. Un avión lleno de militares se estrella a su regreso de Ucrania. En tres días todos son identificados entre la niebla. Funerales a todo correr. Mentiras y más mentiras. Altanería del siniestro Aznar siempre al mando. También fue ministro de Justicia y Presidente del Congreso. Atrás quedaba el aprendizaje de la ambición política sirviendo a caballo ganador. Había empezando mamando en la alcaldía de Cartagena, siguió en Teruel como niño protegido en la sede de la plaza de San Juan, se bachillereó en Cáceres y Burgos y empezó a volar en las aulas de la Universidad de Salamanca. De allí al cuerpo jurídico de la Armada y todo lo que vino por añadidura.
Federico Trillo-Figueroa y Martínez-Conde, embajador en Londres.
Foto 8.-
         La foto en color le vino entre la neblina de Londres. Ya embajador. Tiene empaque pero no alcanza al de su padre. Entre los salones de tan alto pedigrí la reina más reina de todas las reinas le ofrece la última falange de sus dedos, con eso tiene bastante.  Por España, siempre por España, majestad.

Las fotots 1, 2, 3, 5 y 6 pertenecen al Archivo histórico de Teruel (A.H.T.)
        

martes, 20 de octubre de 2015

Valencia. La riada de 1957.


El agua alcanzó casi dos metros. Patio interior. Calle Milagrosa 22. Alboraya.@cac.





    En ocasiones aparecen momentos que son instantáneas retratadas de tiempos recordados por la memoria selectiva.
Así me ocurrió hace unos días ante una señal encontrada en un patio interior de una vivienda situada en el centro de Alaboraya, al lado del Ayuntamiento, en la calle de la Milagrosa.
La madrugada de aquel 14 de octubre de 1957 sorprendió a las gentes de este pueblo de la huerta valenciana, como de la misma forma atrapó a la ciudad entera de Valencia, anegada, embarrada y hasta sepultada por las aguas desbordadas del Turia.
Una nube plomiza, negra como la misma noche que la envolvía, descargó con su furia huracanada sobre la sierra Calderona. Los barrancos arramblados en las poblaciones de Liria, Bétera, Náquera y Serra se juntaron revueltos, descontrolados, donde el Turia se encauza en Ribarroja y ya, desde allí, enloquecidas las aguas arrastraron todo lo que encontraban a su paso. El lecho encauzado por barbacanas pétreas protectoras fue desbordado cuando aún no había llegado la amanecida. Los barrios de Mislata, del Carmen, de la barriada de Sagunto, de la Alameda, quedaron anegados por las aguas y los lodos asfixiantes. La gente no tuvo tiempo ni para salir de sus casas, quedó muerta entre las paredes humildes de sus viviendas o fue llevada pareja con los muebles a la deriva hacia la desembocadura del río sobre el puerto, en un naufragio de objetos y animales depositados desde la Malvarrosa y los poblados marítimos hasta el Saler y la Albufera.
El barranco que no desagua sobre el Turia, el Carraixet, inundó Almácera, Meliana, Tabernes Blanques y Alboraya, así como toda su feraz huerta situada como mano abierta extendida a la misma altura que el mar.
Es aquí, en este patio interior de esta casa que aún mantiene la antigua disposición con espacio para los carros y aperos de labranza, donde he encontrado la inscripción sobre un mosaico vidriado.
Han pasado cincuenta y ocho años, que son muchos, pero la memoria selectiva me ha llevado hasta aquellos once años que yo tenía cuando la viví.
No acudimos a la escuela aquella mañana del 14 de octubre de 1957. En nuestra calle del barrio Torrefiel, aún no asfaltada, estábamos acostumbrados a los charcos y a los barros en cuanto caían cuatro gotas, y las estrechas y maltrechas aceras no nos libraban de la mojadina.
Corrían de amanecida las voces, los lamentos y los llantos. Teníamos el agua a trescientos metros, la calle de Sagunto estaba inundada, el agua se había llevado por delante puertas, mesas y sillas y había dejado hasta en sus camas a gentes dormidas para siempre ahogadas por el barro. Justo al final de la calle de Sagunto, en la confluencia con el camino de Tránsitos limitado por los carriles de hierro por donde volteaban las ruedas de los carros, donde comenzaba la salida de la ciudad, junto al fielato de los pagos impuestos a los productos que los labradores llevaban a diario hasta el mercado, se encontraba el colegio de los Salesianos, donde yo había comenzado hacía un mes los estudios de segundo de bachillerato.
Estuvimos un mes sin clases y mientras tanto, entre lamentos y respiros porque en nuestro barrio, en nuestra casa, no habíamos tenido ninguna desgracia personal, hicimos colas para cargar el agua con olor a gasolina que nos habían traído en cubas del ejército, o para recoger el pan que también nos suministraban, y veíamos pasar de un lado a otro los helicópteros del ejército americano que no acertábamos a saber de dónde habían salido, y caminábamos hasta las torres de los Serrano entre los lodos acumulados por donde se había abierto un camino por el que tan sólo circulaban los tranvías 6 y 16, encajonados entre el barro, y nos llegábamos hasta la calle de las Barcas con el teatro Principal inundado y los bajos del Banco de España entre el olor de los documentos de papel fermentado que duró unos cuantos años.
Así estuvimos un mes hasta que pusieron en funcionamiento un viejo pozo perforado en un rincón del patio de recreo y, allí, aunque nos decían que tuviéramos cuidado con el agua y que no gastásemos mucha, nos saciábamos con los juegos como niños indefensos e ignorantes ante las desgracias familiares de la ciudad.
Luego supimos del plan Sur, de los 25 céntimos supletorios en el franqueo de la correspondencia postal, del aprovechamiento de los espabilados de siempre en la construcción ladrillera, de los archivos perdidos, de la gente que se quedó escombrada para siempre.
      Con el tiempo el río fue desviado, el cauce se convirtió en largo paseo arbolado y zonas deportivas y hasta surgió una ciudad nueva de arquitectura e ingeniería calatrava en el estallido de los últimos años de un franquismo que dio paso a la llegada democrática.
Aquellos años se llevaron consigo edificios y archivos vivos en la arramblada del dinero fácil del corta y pega , y hasta se quiso llevar el cauce con el barro, ahora cocido, del ladrillo acumulado en la avaricia lujuriosa del tira palante que aquí todos roban.
Menos mal que en algunos lugares retornaron las buganvillas y los jazmines de sabrosos olores junto a la señal de más de dos metros de alta donde se lee “hasta aquí llegó la riada”.
La buganvilla y el jazmín en el patio inundado en 1957. @cac.



El teatro Principal y el Banco de Valencia inundados. Calle de las Barcas. 1957



El Banco de Valencia, 58 años después. 2015. @cac.

Sellos emitidos con motivo de la riada de 1957. Uso obligatorio en la correspondencia postal.

Calle de Sagunto. 14 octubre 1957.

Calle de Sagundo. ¡A ver si salvamos algo! Octubre 1957


lunes, 12 de octubre de 2015

Orrios. Flechas y pelayos. Tiempos pasados.







                             Flechas y pelayos.-

Niños de Orrios. De gala al poco de la guerra. Fotógrafo anónimo.



     Ahí están. En la puerta de su casa. Vestidos de gala. De gala, sí. Con el pelo rapado. Por lo de los piojos. Preparados para asistir a la misa del domingo. Con la camisa blanca. Con el pantalón corto. Con alpargatas recién estrenadas. El otro más pincho que un ocho. Con camisa azul falange. Toda bolsillos. Con pantalón tobillero. Los dos cingulados. Terciados por el correaje. Prietas las filas. Quietos. Firmes las piernas. Entre asustados y resignados.
     Pocos días antes se corrió la voz de que la guerra había terminado. No oyó nadie en el pueblo el parte de guerra. Ninguno tenía entonces una radio. El maestro había leído un papel en alto, delante de la puerta de la iglesia. Había dicho: “Cautivo y desarmado el ejército rojo, las tropas nacionales han alcanzado los últimos objetivos. Españoles, la guerra ha terminado”.
    Estos dos zagalejos eran los hijos de quien pusieron de Alcalde aquellos días. Su casa era rica: un par de mulas y un macho cansino que andaba de puntero. Por eso, aunque con piojos, tienen la cara redondeada. No les había faltado de unos meses aquí la comida. Ya saben, un perol de sopas de ajo para el desayuno, patatas cocidas revueltas con grasa del cerdo del último matapuerco o alubias pedorreras alguna vez para mediodía y, de cuando en cuando, una tajada de tocino frita de la conserva en las tinajas. Berzas, girasoles rastreros, camarrojas recogidas entre los cardos por la noche antes de irse a la cama.
    Eran los pudientes. Los demás coles, nabos, alguna remolacha, una liebre cazada al lazo, algún topo atrapado entre los caños de agua que daban al río. Y piojos, ladillas, como todos.  Y juntos cantando, antes y después de salir de la escuela aquel “Cara al sol” aunque hubiera niebla. Y qué era aquello de impasible y el ademán aquel que debía ser ruso cuando en España empezaba a amanecer. Todos éramos flechas y todos éramos pelayos en Orrios, y todos sabíamos de Viriato, de Don Pelayo, de el Cid Campeador, y de Franco. Ay madre si sabíamos de Franco. Más que Dios.
A la puerta de la escuela. Deara, hago o haga sol. Fotógrafo anónimo.-


        Al poco, en la entrada del pueblo, pasado el puente del río, a la derecha, clavaron unas flechas y un yugo que las amarraba, rojas como la sangre coagulada cuando mataban a los puercos. Y allí nos hacían ir también de cuando en cuando. Y nos decían que no tocáramos aquellos maderos recios, altos, bien plantados, que se nos antojaban gigantes. Fuimos sabiendo que estaban a la entrada de todos los pueblos.
      Pasaron los años y aquellos leños, como una araña gigantesca, me los encontré en Madrid, en plena calle de Alcalá, cuando teníamos que ir a aquel lugar, sede del Ministerio de Educación Nacional, a llorar para poder mamar un poco y conseguir algún pupitre, alguna mesa, alguna pizarra que no nos llegaba hasta entonces porque había que tener “enchufe” con el secretario del secretario de turno a la hora de distribuir la miseria escolar. Había reinado allí el gran gerifalte ministro a quien habían nacido en el pueblo de Valbona, aquel José Ibáñez Martín de infausta memoria, quien arrambló con todos los docentes en una depuración obscena, lujuriosa y malvada, quien mantuvo hasta hace cuatro días el nombre del Instituto turolense ahora llamado “Vega del Turia”.

La gran araña del Ministerio de Educación.

     Vuelvo a Madrid muchos años después. La Gran Vía aún está sucia. Los últimos años no han sido muy limpios que digamos. Aún queda gente malhumorada. Las babas invaden las aceras. Como chicles pegagosos. Por el seco Manzanares baja un submarino cargado de borrachos, todos aguirreanos, envueltos en un capote grana. Embisten a toro pasado.
     “Ay Carmena, ay Carmena”



domingo, 4 de octubre de 2015

Teruel. Torre de San Martín.









    Abandoné la sala de lectura, descendí las escaleras iluminadas con vidrieras, llegué al pórtico de columnas y, entre ellas, la ví otra vez. Tenía a mano la cámara y le hice esta foto.


Foto de Clemente Alonso Crespo.


Aquí estaba, en su lugar de siempre, airosa, esbelta, templada en su talle como buena moza mudéjar. Como reina en el damero del ajedrez de calles del recinto antiguo de Teruel. Aquí está hoy, en este mediodía de sol, como señora resplandeciente, dejando atrás los tiempos en que fue dañada, tiroteada, bombardeada.

La levantaron humildes alarifes con adobes horneados y mosaicos verdiazules reflectantes de los soles por sus cuatro costados.

Híbrida, mestiza de gentes y culturas, puerta de entrada entrañada siguiendo la cuesta con aquel gentil “anda jaquilla” convertido en portal Andaquilla para siempre.

Solitaria y altiva en la mañana de estudio en la Biblioteca en la plaza del Seminario, junto al Instituto de estudios turolenses, observando a un Teruel antiguo turbetano en su altozano, luego volcado, abocado desde la Escalinata en cascada hacia un Turia síntesis del wad del río espejeado y limpio, de ahí Guadalaviar, en su confluencia con el Alfambra, árabe sangrado con sus aguas revueltas en arcilla, y otra vez los dos hermanados nombrados Turia, como homenaje a la Toureolu donde se esparcían los toros entre mojones térreos erguidos y heridos por los vientos y horadados por las manos sarmentosas de unos ceramistas también humildes.

La tragedia de la guerra.

Ha sufrido en su sangre y en sus entrañas de terracota los odios guerreros y los amores apasionados. 
Muwasajas, zéjeles, romances, jotas, canciones de mestizajes igualitarios entre las gentes la han cantado, con sentimientos prohibidos convertidos en amores más queridos entre Muñoces y Marcillas, Amantes de todos los tiempos.

      Hermana de la torre de El Salvador y de San Pedro, torres que han sido puertas de la ciudad medieval en torno a la mezquita que luego fue catedral de Santa María, por donde las gentes entraban hasta la triangulada plaza mayor porticada que vino en llamarse del Torico, el pequeño e inquieto toro encumbrado sobre su columna pétrea desde la que ha visto pasar toda la vida de paisanos y foranos.

Tiene la torre más aire…

Hoy, en esta mañana plácida de lectura y estudio sereno, desde el porticado de la biblioteca pública te contemplo, te admiro, te acaricio con el sol de mediodía del íntimo Teruel, hermosa y mestiza doncella.