lunes, 21 de diciembre de 2015

Cuando entonces...



                                      





Cuando entonces el niño tenía siete años. Debía haber llegado ya la primavera. El fotógrafo ambulante cargado con su armatoste y su caja negra había llegado andando por los terreros entre un lugar y otro. Cada día en un sitio. De una escuela a otra. Retrataba con su foto fija a todos y cada uno de los zagales de la escuela. Las aulas de aquella escuela única y unitaria siempre estaban llenas a rebosar, cuando entonces.

    Pupitres de a dos, pizarras de yeso pintadas de negro sobre las paredes, el ábaco en un rincón, el cristo y las imágenes de los dioses guerreros a su lado presidiendo la mesa del maestro donde nos acercábamos a juntar las letras y luego a leer en el Catón.

Sobre esa mesa, en el mismo sillón que ocupaba el señor maestro se iban sentando uno a uno los alumnos. Foto fija y caras diferentes.

El niño que aparece en esta tiene siete años. Le han dicho que tome con sus dedos una hoja del libro que allí tiene, que mire hacia la cámara, que se esté quieto hasta que el fotógrafo ambulante saque su cabeza del lienzo que cubre aquella caja negra.

El niño viste un jersey tejido por su madre, tiene los ojos abiertos hacia la vida y la señal marcada de algún golpe recibido a causa de los juegos escolares.

El niño tiene una expresión feliz en su cara. Su vida se limita a acudir a la escuela, a llevar el cepurro de leña todos los días para poder calentarse en la estufa, a leer junto al maestro, a hacer las cuentas sobre la pizarra ayudado por los compañeros más mayores, a jugar en la lonja que está debajo del aula con una pelota que le ha hecho su padre con la lana hilvanada por su abuela en la vieja rueca, a construir carros con una vieja lata de sardinas tirados con una cuerda, a asomarse por el camino junto al río por ver cómo se esconden los cangrejos, a malear la arcilla que extrae entre las vetas de las piedras húmedas, a caminar por aquí y por allá, a aprender la vida mientras sus mayores van y vienen con los mulos, con los arados, con las azadas dándole a lo que surge todos los días en jornadas que nunca se acaban.

El niño de cuando entonces es ya hoy un setentón. Le ha dado la vuelta a la fotografía y ha encontrado al dorso una indicación que dice “10 pesetas”. Es el precio que debió pagar su familia por ella. Ignora quién lo hizo. Quizás su madre o su abuela vendieron alguna gallina o alguna docena de huevos y la pudieron comprar.

El niño de cuando entonces ha regresado al lugar de su infancia en la escuela, lleva consigo los costurones con que le sacudió la vida.

El niño de cuando entonces camina hoy por la ribera del mismo río, recorre sus caminos de origen de nuevo con aquellos juegos, entre los colores de los árboles en otoño reflejados en las aguas remansadas sobre el azud de siempre. Contempla la caliza piedra que preside el mismo lugar de antaño donde se ha posado una paloma como un símbolo, con los mismos ojos de siempre abiertos hacia la vida, cuando entonces.

El precio: diez pesetas. De cuando entonces. @cac.


El azud. @cac.


La piedra llamada de Rodrigo. @cac


Hoy, otro niño, el mismo chopo de cuando entonces. @cac.
Los mismos caminos que cuando entonces. @cac.
   
La paloma, blanca, diminuta, sobre la gran piedra. @cac.



lunes, 14 de diciembre de 2015

Mariano, Mariano, el del pensil en la mano.


Mariano, Mariano, el del pensil en la mano.





Don Tan Credo, Tan Callao, Tan Plasmao que casi ni se le ve.
Neblinoso entre la niebla zaragozana, justo en el cruce de Gran Vía con Avenida de Goya.
Ahí lo tienen. Todo un espécimen. En mangas de camisa, cara desdibujada, ojos ocultos mirando entre la niebla.
La leyenda “Bajaremos los impuestos a todos”. ¡Toma castaña! ¡Ahí queda eso!  Ja, Ja y Ja.
Y otra castaña, también escrita, “España en serio”. ¡Vaya cachondeo! ¿Se le acabó el repertorio de la broma? Otra vez Ja, Ja y Ja.
Ahora, por si acaso, ajuntado con el PAR. Juntos son tres. El par de dos del Partido Aragonés Regionalista, siempre en medio, a ver lo que cae y el PePé. Eso, por si acaso.
El pobrecico no tiene tiempo para acudir a debatir con otros. Envía a SORA … y … YA. Él con el Bertín, dándole al Osborne o al Albariño, él a la radio, dándole una y otra colleja a su hijo, por bocazas, él con la Teresa Campos, dándole a su tiempo, tan feliz.
La asencia de no decir nada, tralabatraba con su palabra, un hilillo de chapapote y el barco a cascala, mi primo el del tiempo todolosabe y París dice que de eso nada.
Toma castaña.
Mariano, Mariano, qué tienes en la mano.
Debe de ser “el florido pensil”.
Así te podremos entender cuando nos cuentes ese chiste en serio.
¿Cómo se come esto Don Tan Credo, Tan Callao, Tan Plasmao?

Mariano el Plasmao, entre la niebla zaragozana.

martes, 8 de diciembre de 2015

Fotografías para asumir nuestra vida.


La trilla. Hacia 1960. De la serie Calendario 2000 de "La hoz de la vieja".


     Hace unos días Lorién Lahoz en  https://www.facebook.com/lorien.lahoz?fref=ts publicaba unas fotografías incluídas en el calendario de "La hoz de la vieja" correspondiente al año 2000.
  Como otras muchas que se aparecen en "Fotos antiguas de Aragón" https://www.facebook.com/groups/1495037447402331/?fref=ts  sirven para ser utilizadas en las escuelas y mostrarles a los alumnos por medio de las mismas cómo vivían sus antepasados, ofeciéndoles una lección de Historia vívida.
  En ocasiones esas fotografías son comentadas por los lectores de las mismas. Me llama la atención la nostalgia que muestran algunas personas en sus comentarios. Algo así como qué bien nos lo pasábamos, cuánto echo de menos aquellos veranos, aquéllos tiempos de la vida en los pueblos, qué nostalgia siento... ... ... 
   
    Al ver esta fotografía, y las que siguen en ese calendario, a mí no me producen nostalgia alguna. No pienso que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pienso en esa fotografía y veo lo que en ella aparece: la parva casi a tiempo de ser molida, los burros cansados de tanto dale y venga vueltas y vueltas, el nieto agarrado a la silla donde está el abuelo sentado ya cansino con su sombrero calado, su espalda curvada, sus albarcas de toda la vida, sujetando el ramal a su par de burros que ya esperan de un momento a otro que los suelten para poder revolcarse sobre esa parva molida.
   Casi nunca era una fiesta en estos lugares de la geografía aragonesa, eran, en cualquier caso, las vacaciones de aquellos llamados veraneantes que no eran más que hijos y nietos de los emigrados a la ciudad, de aquella salida que los echó a la ciudad en busca de una vida mejor, menos esforzada, mientras a sus parientes menos jóvenes los dejaba con los arados, los mulos, los carros, los aperos de siempre en el trabajo por sobrevivir de todos los días. 
   En la foto, en la era, con el trillo sobre la parva extendida ya molida es el final de la tarde, de un día de calor fiero que le viene bien a la trilla. 
 Aún queda un rato de trabajo: soltar el par de burros, barrastrar la paja y el trigo, amontonar la parva, barrer la era con las escobas construídas con sarmientos de carrascas o guillomos, aventar, porgar los granos, guardar la paja en el pajar, llevar el par de escasas talegas con el trigo recogido hasta el granero y ya, con la noche cerrada, echar el último pienso al par de burros en los pesebres de la cuadra. Luego machacar las patatas cocidas salpicadas con algún tocino frito y dejarse caer sobre el jergón de paja o el colchón lleno de grumos nudosos de lana o borra.
    El día siguiente comenzará como el de hoy. Con la salida del sol un pienso a los burros o a los mulos si se era más pudiente, perol de sopas para los hombres en la cocina. Con el sol ya en alto, limpiada la aguareda, tender los fajos de trigo o de avena o de centeno, iniciar las vueltas y más vueltas con el trillo de pedernales, dándole a los altos y a los bajos, a las orillas y al medio, tornear, aprovechar el fuerte sol de los medios días sin bajar del trillo, con vueltas y más vueltas a paso cansino de los burros y, ya en la tarde, subir al nieto o a esa nieta que aún no sabe nada de la cara arrugada, quemada por el sol de todos los días, de esas albarcas gastadas en todos los tiempos que calza su abuelo.
   Quizás esa niña o ese niño hoy ya adultos, casi viejos, sean o hayan sido enfermeras, ingenieros, médicos, empleados de cualquier ministerio a punto de jubilarse, dependientes de un comercio con horarios extensivos, madres de familia que atienden ya como abuelas ágiles o dificultadas por los remos de la vida, serenos o altivos con los demás o consigo mismos, vete tú a saber qué y por dónde les llevó la vida cuando dejaron su lugar de origen y al que regresan, es posible hoy, para pasar unos días en verano en la casa que heredaron de aquellos que calzaron las albarcas y que adecentaron y adornaron con los trillos, los arados, las horcas de aventar, los collerones de labranza y aún las cabezadas de los mulos.
   Aquella niña, aquel niño de entonces, no sabe nada y este adulto de hoy que tiene la fortuna de pasar unas vacaciones escasas en la montaña o hacer turismo en el Caribe, o en un apartamento de la playa que quisiera vender y no puede, con sus hijos en el paro, no conoce aún la lección de Historia en esta fotografía reflejada en los trabajos y los días. 
   En esta fotografía, y las que añado después, queda reflejada toda la emigración rural española hacia la urbe hoy difícil. 
   ¿Qué pensará esa niña, ese niño, ahora adultos y hasta aún viejos, agarrados a un su abuelo lleno de silencios y de afectos ante los emigrantes y refugiados de hoy? ¿Qué pensará? ¿Aún se atreverá alguno de ellos a llamarles negros, indios, moros que nos quitais el trabajo? ¿O serán solidarios como lo fueron con ellos quienes les recibieron en la ciudad? ¿O los rechazarán como también algún pijaito los rechazó a ellos? ¿Pensarán que los refugiados no existen o se comprometerán en su acogida? ¿Que el paro laboral no existe o que los tiene bien agarrados por sus gónadas?
   La fotografía, sin nostalgia, una lección de Historia, una lección de vida.
El matapuerco. Quien tenía dos era afortunado. Aegurando el rancho de cada día

Esbrinando. El azafrán: un oro medido por onzas.



La fotografía tiene una pose premeditada. La madre lavando la ropa en el arroyo con la cara levantada, los hijos rubios y bien vestidos con un libro en las manos, el padre cura joven y ensotanado como protector. Como fondo el pueblo en un  verano en blanco y negro con las calles de tierra y guijarros. Lascivia soterrada.

Tres días hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Cristi y el día de la Ascensióm. Cruzando el puente sobre el barranco el día de Corpus Cristi, camino de la iglesia para recibir la primera comunión. Cuatro curas, nada menos, con sombrero de ala teja. Los abuelos, como siempre, sostén de la casa.

El descanso merecido. El arado varado en los porches. Las albarcas, la boina en la cabeza y la faja del más viejo. Hoy, a su edad, al cuidado de los hijos, o de mujeres venidas desde los Balcanes, de África o de América latina. Otros en residencias.

Hoy tiene en su vivienda agua a todas horas y ya no se les llenan sus manos de sabañones.
     Tan real como la propia vida, como la tuya, como la mía. 

       Para comprender de dónde venimos. ¿A dónde vamos?


Todas las fotografías pertenecen al Calendario 2000 de "La hoz de la vieja". Gracias.-

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Alfambra. Las palabras hacen la Historia.




          En ocasiones la mejor palabra es la que queda por decir.
       La Literatura convierte la palabra escrita en arte.
 En la vida diaria manejamos las palabras con mejor o peor fortuna, con prudencia o con imprudencia, con esmero o desmesura.
    Cuando quedan escritas en un periódico o en cualquier medio de comunicación son proclives a que la Historia se haga cargo de ellas y que, pasado el tiempo, sirvan como estudio donde quede reflejado y retratado su tono, su expresividad, su sutiliza, su agresividad, su realidad, su momento.

    Si uno se acerca a los archivos actuales y estudia los documentos en ellos depositados con la serenidad, la distancia y el conocimiento que se merecen, puede encontrar piezas lingüísticas como las que traigo impresos en los fotogramas que acompaño.

       Alfambra, ese pueblo de arcillas rojas, asentado en la baja ladera del cerro testigo de su antiguo castillo arruinado, a una treintena de kilómetros de Teruel, junto al río de su nombre, fue lugar entre septiembre de 1936 y febrero de 1938,  de sufrimientos brutales como consecuencia de aquella desgraciada y trágica guerra civil. "Entraban unos y salían otros, entraban unos y salían otros". Así me dijeron muchas gentes que padecieron tragedias irreparables hace ya años. Todos dejaron su huella trágica.
   Tres ejemplos: 

1.- El 18 de julio de 1936 era sábado. El 20, lunes, dos concejales elegidos democráticamente se acercaron hasta Teruel para recabar información en el Gobierno Civil. Nadie conoció la información recibida. Fueron fusilados por los sublevados contra la República. No pudieron hablar.
2.- Entre septiembre y octubre de 1936 los milicianos de la columna Torres Benedicto, llegados a estas tierras desde Valencia, fusilaron a catorce civiles, hombres y mujeres, alfambrinos.
3.- Durante la larga posguerra en este pueblo de nombre árabe los lugareños aguantaron sermones agresivos de voces incendiarias.

    En el Archivo histórico nacional pueden encontrar, quienes lo deseen, estos y muchos más documentos.
   Bajo el epígrafe de "Prensa roja" les traigo aquí tres documentos.
    Observen, conozcan, estudien la forma y la sustancia de las palabras en ellos impresa y la agresividad que transmiten, y quizás se sorprendan al saber que el número 1 del periódico VICTORIA, órgano de la C.N.T.-A.I.T se imprimió en Alfambra, en los talleres improvisados donde establecieron su cuartel general, en el caserón que fue en tiempos del siglo XVI de la familia heráldica de los Vicente, donde más adelante se convirtió en colegio para "niñas pobres" según testamento de Doña Ricarda Gonzalo de Liria y Blesa, donde hoy están albergados los pensionistas una vez remozado y adaptado el caserón de estilo renacentista aragonés.

    Las palabras no son inocuas y somos esclavos de ellas.

En otra ocasión traeré otras, de otras gentes, con otros tonos, de ideologías diferentes.

El original en A.H.N.

El original en A.H.N.

Reproducción del ejemplar del A.H.N.

     
Estúdiese como un ejemplo más de modelo lingüístico. Los hay de enésimos carices.