martes, 29 de mayo de 2018

Alfambra-Larroya. El tió Cleto.





foto archivo.





    El tió Cleto tenía la era justo debajo de Las Chozas, las cuevas donde jugábamos, excavadas en los escarpes de las laderas de arcilla, por donde caminábamos a cuatro patas entre resbalones y sangrado de rodillas, por lo de las piedras y los afilados cuarzos enterrados en ellas.
         El tió Cleto con su dale y venga de todos los días había conseguido abancalar primero y aplanar poco a poco aquella ladera y allí, arrastrando piedras traídas desde El Rebollar, sujetar una barbacana en donde levantó las paredes de un pajar que aún no había conseguido tejear cuando se lo llevaron a la cárcel.
     Ni siquiera abandonó el pueblo cuando los bombardeos de enero y de febrero del treintaiocho. Se metía con mulos y todo en estas mismas cuevas donde nosotros jugábamos en nuestra niñez de aprendices. Cuando las pavas alemanas se perdían con sus bombas por la masada Blanca y más allá, seguía dándole al pico y a la pala por aplanar aquellas arcillas. Y guardaba sus lágrimas secas llenas de rabia cuando los corrales y las casas abandonadas por sus dueños en la evacuación saltaban hechas pedazos, desventradas por los obuses lanzados desde las panzas de aquellas pavas anunciadas con el toque de campanas desde la iglesia.
  Al tió Cleto lo metieron en la cárcel en la Pascua de aquel abril del treintainueve como metieron a unos cuantos más. En el otoño de un par de años antes, cuando llegaron los de la FAI aquí a Larroya y se llevaron por delante a una docena entre hombres y mujeres, el tió Cleto, quieras que no, entró en la Colectividad. Qué más le daba a él trabajar de sol a sol, o de luna a luna, y entregar el centeno o las remolachas a la Colectividad si luego lo repartían y hasta le tocaba algo en el escaseo de todos los días.
      La media docena de las gentes que más tenían, que más tierra podían labrar, se habían ido con sus mulos y con sus ovejas hasta el otro río, detrás de Palomera, por los donde los alzados contra el gobierno se habían hecho fuertes. Aquí en Larroya se quedaron quienes no tenían más que sus manos, a lo sumo un par de machos, que ya era tener, y algún pegujal lejano roturado en el monte. Daba igual trabajar para unos que para otros y hasta compartir del reparto amortiguaba el dolor de los desastres diarios de aquella guerra llena de destrucción y muerte.
         Al tió Cleto no le gustó nada lo que ocurrió aquel otoño del treinta y seis cuando entraron a las bravas los milicianos de la FAI. Ya los pudientes habían cruzado por Santa Eulalia y Aguatón al otro lado, ya aquí no quedaban más que las familias que andaban esperando algún jornal como pastores o como agosteros en el verano, o como criados sin sueldo en las casas de los terratenientes. No le gustó nada que aquel Juan el loco, enseñase el pistolón colgado en su cinto y amenazase a quienes remilgaban con lo de la Colectividad.
No le gustó nada que humillasen a sus conocidos de siempre con cinco o seis hijos aún mocosos porque no llegaban a las puertas de la casa ocupada de Don Marcial, por la mañana temprano, para recibir las órdenes de un Juan el loco, que había salido de una imprenta valenciana y no sabía ni de rosadas mañaneras, ni de sembrados, ni de labranza ni de riegos a sus horas.
         No le gustó nada cuando se enteró que Juan el loco, el jefe de aquella columna de milicianos decidiera quién iba a morir y quién se quedaba vivo. Habían escrito una lista de un par de docenas de gentes. Que si no habían colaborado en la quema de los santos de la iglesia, que si trabajaban para los ricos por cuatro sacos de trigo,  que si no acudían prestos cuando les requería la Comunidad, que si ampararon al Cura tralará.
         Una lista de dos docenas, que corría de boca en boca que conocía el tió Cleto y que dejaba llegar hasta los interesados. Para que se escaparan con sus familias, para que no fueran por aquí o por allá,  para que salvaran su vida sin más.
    Y cayeron doce, entre hombres y mujeres, y los dejaron abandonados en los barrancos de la Serna, en el Rubial y en la Vuelta de los Olmos. Y él mismo tuvo que recoger el cuerpo de algún pariente y compartir después el trabajo, las patatas, el trigo y las remolachas con los hijos, aún mocosos, de quienes sin tener dónde caerse muertos caían bien muertos y fusilados para siempre.
         Luego, después de aquel otoño de tanto dolor y tanta muerte se sometieron a la Colectividad y casi al pronto comenzaron los conflictos, con el reparto de tierras nunca propias para el trabajo y los trigos depositados en la fábrica de harinas, o los sacos almacenados en los comercios o los ganados de ovejas y corderos del Sindicato de la carne.
       Y el tió Cleto y muchos más se sumieron en un silencio turbio en el que nadie tenía casi nada y todos cargaban con la mezquindad de una guerra.
Y entraron unos y otros en Larroya, y bombardearon los de un lado y los de otro, y los evacuaron de aquí para allá en una desbandada sin sentido llena de llantos y de miserias por los caminos helados, y el hambre, y la muerte, y la muerte. Y ya en febrero del treintaiocho, cuando los soldados que aún quedaban de aquellas divisiones mixtas, emprendieron la desbandada y dejaron a las gentes asustadas y a su abandono apareció entre la niebla la anunciada caballería y los moros de Yagüe, con su derecho al saqueo de lo poco que quedaba en las casas abandonadas y el perseguido derecho de pernada sobre las mozas codiciadas.
Y el tió Cleto, y otros como él, con su boina agujereada, su camisa rayada, su faja, sus pantalones remendados y sus albarcas arrastradas volvieron a lo de siempre, esperando lo que vendría sin saber cómo viniera.
Y llegó, claro que llegó, el día en que se lo llevaron a la cárcel. A otros de su misma quinta se  los habían llevado unos meses antes a la de san Miguel, allá en Valencia, y a él a la de aquí cerca, a la de Teruel. Sin más ni más. Medio año entre las paredes enrejadas, junto a la iglesia de los franciscanos.
Cada quince días una visita de lejos y entre voces de su mujer. Un pedazo de pan y una miaja de tortilla. Y sin saber de qué le acusan a uno. Y las ropas más deshechas, y trabajar haciendo cestos de mimbre sin saber para quién ni por un céntimo, y el hambre de todos los días, y más gente y más gente en la cárcel. Y un día traslado al campo de concentración de san Juan de Mozarrifar, y un juicio con otros cincuenta y tres en el mismo saco, y acusaciones de pertenecer a no sé qué sindicato, y apoyo al Comité revolucionario de Larroya, y montar guardias los primeros días de la guerra, y denuncia del cura que luego se encargó de desaparecer para siempre al alcalde republicano, y tener la lista de los doce que se llevaron por delante aquellos desatados de la Fai. Y treinta años por adhesión a la rebelión. Justo la justicia al revés.
Y el tió Cleto sabía que nada de aquello era verdad. Y se tragó sus años en Torrero, allá en Zaragoza, apretujado con tanto preso y tanto preso que entraba y salía, muchos para no volver. Y se acogió a aquella trampa de la redención de penas. Y por cada dos días de picapedrero en Belchite y luego en El Dueso consiguió dormir en su casa controlado por la Junta de vigilancia local, que vaya si le vigilaba.
Él volvió hasta Larroya. Y se encontró con que su mujer, la Campanera y su hijo, nacido justo el 15 de abril del treintaiuno, cuando proclamaron la República en Larroya, habían echado ya el tejado y habían cultivado los pegujales del secano y, a carga en los mulos  con samugas, llevado el centeno hasta la era. Y se dio cuenta de que su mujer y su hijo, a quien había puesto por nombre Humanitario aquellos días de la República, eran tan caínes como él en el trabajo.
“Es un Caín trabajando” decía su vecino Nicolás  cuando pasaba delante de su casa. Y se lo decía a los nietos que le hacían rabiar quitándole el garrote que mantenía en sus manos, protegido por la sombra del porche del corral.
Claro que era un Caín trabajando. Lo sabíamos muy bien quienes le mirábamos desde la boca de las Chozas, encima de su era, cuando daba vueltas y vueltas a la parva, cuando supimos que desde que volvió de la cárcel no hizo más que trabajar y trabajar. De sol a sol y de luna a luna. Ya no habló más que con su familia y poco. Sólo un “alante” con quien se cruzaba cuando por la calle, de madrugada, se iba al tajo. Ya no hubo ni un día de fiesta ni para él ni para Humanitario. Labraban uno y otro roturando el monte hasta que reventaban a los mulos y hasta se vio alguna vez a Humanitario tirar delante del aladro. Y fue trayendo los mejores trigos rubiones. Y entrecavó las mejores remolachas de la vega. Y se encerró en el trabajo y en el trabajo. Y en los veranos lo reclamaban para que fuera el puntero de los peones segadores después de que él ya había hecho su campaña con la hoz en la mano por tierras de Murcia y Albacete, hasta que por la serranía de Cuenca llegaba hasta Molina y cruzaba luego el Jiloca para llegar de nuevo a Larroya. Allí le esperaban quienes habían vuelto de nuevo, quienes evacuaron su casa cuando la guerra. Y se dejaba los riñones de tanto doblarse amorrao entre los trigos. Y luego siega tus salobrales y lleva el trigo a la era y trilla y aventa, y como eres un Caín trabajando échame una mano en el aventeo.
Y por allí pasaba, por delante de la casa del tió Cachaza, su vecino Nicolás, el que fue a San Miguel de los Reyes y volvió luego como él. Y era entonces cuando nos enterábamos de las mentiras y más mentiras, de las denuncias de los Guillomos, de los correveidiles de siempre quienes, también sin tener donde caerse muertos, firmaban lo que les decían que tenían que firmar.
El tio Cleto se inundó de silencio para siempre y ni siquiera le contestaba al cura presumido requeté que llegó por aquellos años, el mismo que soflamaba en la iglesia y contaba cuántos iban a misa los domingos y quiénes pecaban porque labraban y labraban y dedicaban sus días al diablo. El cura requeté recogía casa por casa la primicia que decía que le correspondía a la iglesia y arrastraba a las gentes a comulgar por Pascua florida como decía y predicaba.
Y fue el tio Cleto quien a las rasas le dijo, cuando le echó en cara tantas veces que no cumplía con la Iglesia,  que hasta aquí, que su misa y su olla para él, que el pan lo compartía con sus gentes y su trabajo, que las hostias a su tiempo, que las procesiones por las sendas de las ovejas, que los lujos en las albarcas, que los requetés ya le habían dado suficientes cristazos, que no denunció a nadie, que salvó a más de uno, que el infierno ya lo había pasado, que se dejara de terrores y castigos divinos, y de guerras de romanos y cartagineses,  de rosarios y de vísperas, que se fuera con él al tajo todos los días, que compartiera sus alforjas, que luego hablara y que en su hambre mandaba él.
 Que no condujo a nadie al paredón y usté sí. 
El único de Larroya que se las tuvo bien tiesas. Y el requeté se la envainó.

Lo fuimos sabiendo poco a poco años después cuando el tió Nicolás, el Cachaza, ya sordo, nos decía algunas palabras después de que pasara el tió Cleto con su carro cargado con el mejor trigo rubión traído de las roturas del monte.
          Cuando nos hablaba de quien era el más trabajador del mundo, quien le salvó del tiro cuando aquella madrugada del terror de la FAI lo condujo escondido en un serón tapado con fiemo hasta la masada Baja, al otro lado de Palomera.
“Tió Cleto” le gritábamos desde la boca de las Chozas. Y él se quitaba el sombrero y lo levantaba como saludo y seguía y seguía dando vueltas a la parva sentado sobre el trillo.
(Recreación literaria de Clemente Alonso Crespo).
foto archivo.
   
Expediente procesal. AHPZ.

Expediente procesal. AHPZ.

Expediente procesal. AHPZ.

Expediente procesal. AHPZ.

Expediente procesal. AHPZ.



miércoles, 23 de mayo de 2018

Alfambra. Guerra civil. Carlos Llorens: Memorias.




  

Alfambra en los años de la guerra civil. Foto. I.E.T.


 Carlos Llorens acababa de terminar sus estudios de Arquitectura cuando los militares africanistas se erigieron en protagonistas de la sublevación contra la República apoyados, eso sí, por una sociedad reaccionaria, adinerada y caciquil.
            Era, ya saben, en aquel mediado julio de 1936.
            Vivió los primeros días entre la alarma ciudadana y los desmanes de incontrolados pirómanos a quienes les dio por quemar algunas iglesias a la manera de las hogueras falleras.
            Era en Valencia. Su familia, de clase media ilustrada, apoyaba la aún débil República española.
            La desorganización y falta de apoyo internacional a las tropas republicanas hizo que se comenzaran a formar brigadas de voluntarios civiles de distinta procedencia, ideología y formación, tanto escolar como humana.
            Carlos Llorens se inscribió en la brigada que estaba formando Francisco Galán en Gandía, reclamado por la necesidad de alguien con conocimientos de Topografía, que tan útiles podían ser para el trazado de mapas y planos del terreno en donde se desarrollaban las acciones bélicas.
            Con aquella ya llamada 22 Brigada mixta estuvo por las tierras cercanas a Teruel. En sus memorias nos habla de Valdecebro, Corbalán, El Pobo, Camarillas, Pancrudo, Rillo, Camañas. Orrios, Escorihuela, Celadas, Villalba baja, Peralejos, Alfambra.
            Se movía de un lugar a otro conociendo sobre el terreno la orografía tan áspera de estas tierras y tomaba notas que luego trazaba y dibujaba sobre el papel, en improvisados estudios topográficos instalados en habitaciones desvencijadas de las casas ocupadas, pajares y aun parideras en los pueblos donde se asentaban las tropas y planas mayores de aquel ejército más voluntarioso que profesional.
            Los últimos días de aquella guerra sufrió en sus carnes la derrota y la huida desde tierras de Javalambre hasta Valencia, en una desbandada colectiva que lo llevó más tarde a ser apresado, condenado y encarcelado. Redimió penas por adhesión a la rebelión, ya saben “la justicia al revés”, y pagó sus deudas de culpa en el campo de trabajo que construyó el pantano de Benagéber. Hasta 1948 no salió de la cárcel.
            Después, con mucho esfuerzo y con una familia dispersa y exiliada, con hermanos por Europa y América, vivió y sufrió aquella larga posguerra en la que los vencidos tuvieron que pagar las culpas que les atribuyeron los vencederos.
            En 1978 publicó unas memorias recogidas en “La guerra en Valencia y en el frente de Teruel. Recuerdos y comentarios”. Edit. Fernando Torres. Valencia.
      Dejo aquí una selección textual referida al pueblo de Alfambra en donde estuvo casi todo el año 1937.


El lavadero del que habla Carlos Llorens se utilizó hasta que llegó el agua corriente a las casas delpueblo, en los años setenta del siglo pasado. Hoy se ha convertido en "museo de la remolacha". Aún se conservan las amplias pilas de lavado. El agua provenía de la acequia mayor, en uso hoy, que viene derivada del azud en el término municipal de Orrios. @ cac.

Esta casa solariega, con escudo herálfico conservado sobre la puerta de entrada correspondiente a sus primeros propietarios, los Vicente, hoy convertida en residencia de mayores, albergó a soldados republicanos. @ cac.

Hoy, mayo de 2018, esta casa se conserva sin modificación respecto a los tiempos de que habla Llorens. Está en la plaza de la fuente, frente a los antiguos corros de agua que surtía a la población y a los propios soldados. @ cac

La fuente modernista inaugurada en 1926. Cuántos cántaros, cuántos botijos llenaron las mozas en ella mientras los mozos se acercaban al abrevadero con sus mulos. Muchos noviazgos surgieron junto a esos chorros de agua. @ cac.




En la torre de la iglesia, hoy desmochada, se instalaron unos altavoces por los que se escuchaba la propia voz de Llorens informando a la población en 1937. Por las calles, ninguna asfaltada,  se arrastraban los barros de una arcilla pegajosa que siempre fue la identificación de Alfambra. ¡Vaya si se pegaban a las albarcas!



Estos soldados fueron fotografiados, posando, delante de lo que fue hospital de primeros auxilios. La reja de la izquierza, hoy desaparecida, se ha convertido en puerta de entrada de la actual farmacia. La puerta de la derecha, conservada, sigue utilizándose como de entrada que fue de la casa solariega de la famlia Sánchez Muñoz, cuyo escudo de armas aún se mantiene.

Algunos soldados de la 22, 81 y 82 brigadas mixtas que combatieron por el valle del Alfambra murieron cuando los bombardeos y ametrallamientos de 1938. Un monolito en el cementerio los recuerda. @ cac.

jueves, 17 de mayo de 2018

Teruel. Guerra civil. Mentiras. Miedo.Gila. 3




Teruel, hoy, desde el claustro elevado del Museo de la ciudad. foto @ cac.


       Estoy apoyado sobre el pretil solano del claustro renacentista donde se ubica el actual Museo de Teruel.
       Esta casona pétrea que albergó la Comunidad de aldeas de Teruel, construída en la seguda mitad del siglo XVI, ofrece una muestra fotográfica y otros materiales bélicos que ha venido  en nombrar como "Teruel, ciudad devastada".
    Sí, fue una cidad devastada hace ahora ochenta años, vaya si lo fue. Y no me deja de producir dolor cuando contemplo tanto derrumbe y rememoro tanto sufrimiento de aquellas gentes a quienes les tocó vivir, sufrir y morir aquellos días y los años y años que siguieron.
    He venido otra vez aquí por sumergirme en el Archivo histórico, diseñado el edificio por la mano del arquitecto Monguió y su sello modernista.
     Contemplar hoy Teruel desde esta atalaya me hace olvidar por un rato las barbaridades que encuentro escritas en los documentos archivados.
 ¡Cuánto dolor causó aquella guerra civil que destruyó tantos enseres y tantas vidas!
    Quiero olvidar por un momento y contemplar estos cielos de Teruel a lo lejos, mientras rememoro con una sonrisa no exenta de humor negro un documento recién encontrado y firmado en este edificio que tengo aquí al lado por quien se convirtió en alcalde, un tetiveleta político llamado José Maícas Lorente,  al día siguiente de entrar las tropas sublevadas, en aquel febrero de 1938.
   Me surge la vena irónicolingüistica entre párrafo y párrafo y lo gloso a mi manera.


Documento original en Archivo histórico de Teruel (AHPTE)



      Julio Catalán Mondragón era oficial del Ayuntamiento de Teruel el 18 de julio de 1936, cuando aquello de la sublevación del militar Virgilio Aguado y los otros, ya saben. Al hacerse cargo de la Alcaldía del citado Ayuntamiento José Maícas Lorente, en febrero de 1938,  se presentó en su puesto de trabajo. Y Maícas le dijo que se dirigiese ante la Policía instalada en la entrada del edificio. De allí directo fue a parar a la cárcel. Y se le abrió proceso de Depuración. Le siguió otro jucicio sumarísimo instado por las Jefatura de la Quinta región militar. Su titular era el general, antes coronel Monasterio, aquel de la última carga de la caballería. En realidad no fue carga sino paseo a caballo desde Rubielos de la Cérida hasta Alfambra en un par de días. Para eso los junker, aquellas pavas alemanas, habían bombardeado y ametrallado todo el territorio. 
   En definitiva, al funcionario Catalán Mondragón se le privó de su trabajo aunque fue absuelto de cualquier delito en 1943. Recurrió en 1948  y le dijeron que tururú que te vio.

    Pero miren ustedes el escrito del Alcalde. ¡Vaya caligrafía! ¿De quién? ¿De algún funcionario bien adicto a la causa franquista ya instalado en la ciudad devastada?
 ¡¡Arriba España!! Sí señor. Bien alto y a la derecha. Presidiendo el escudo de la "siempre heroica, abnegada y mártir" ciudad de El Torico.
   El escrito está lleno de mentiras según el posterior proceso, que no juicio,  sumarísimo, pero ¡vaya selección lingüística! la del redactor de turno: "defendía a los capitostes rojos enalteciendo al Gobiero Azaña al que titulaba 'potente gobierno'.
 De manera que funcionarios del Ayuntamiento estuvieron de tertulia los días 20, 21 y 22 de julio de 19366. Y mientras, al día siguiente 23 "cuando llegó a Teruel el primer avión marxista, exteriorizó su alegría en la Plaza de la Catedral y dijo: ahorá tirará prensa y propaganda".
   Pues eso, ojalá todos los bombarderos de uno y otro bando habieran tirado prensa y propaganda.
 Lean, lean y vean: "Cuando los rojos atacaron a Teruel, por Corbalán, no asistió a la oficina por unos cuantos días ni se dio a ver. Fue suspendido de empleo y sueldo temporalmente y en cuanto que la Ciudad era cañoneada o la aviación roja bombardeaba no se le veía por la oficina"
   "El día del primer aniversario del bárbaro asesinato del Excmo. Sr. Don José Calvo Sotelo, no concurrió a los funerales máxime que vio como el Ayuntamiento y funcionarios asistían en pleno". (Pues eso, máxime léxicosintáctica y toma ya
  "Durante los días del asedio de Teruel no se presentó ni al Ayuntamiento ni  a esta Alcaldía ni asistió a la oficina como asistieron los demás" (Se olvida el amanuense de decir que los demás se metieron a cobijo en el cercano Seminario o en la Comandancia como hizo el propio Maícas).


"En cuanto los rojos invadieron los primeros barrios de la Ciudad, pasó a Mora de Rubielos donde gozaba de completa libertad, frecuentaba el Castillo donde sufrían prisión los detenidos y allí denunciaba a las personas de derechas, alternaba con todo desahogo y altanería con los dirigentes marxistas y servía de asesor e informador de los jueces fiscales y acusadores" (Pues nada de esto aparece en el sumarísimo que se le formó. Lo cierto es que como otros muchos fue evacuado a Valencia y mientras duró la guerra ocupó una plaza de Maestro en Teresa de Cofrentes. Es cuestión de conocer la sentencia absolutoria)


"Es elemento de todo cuidado, peligroso, desafectísimo del Glorioso Movimiento y perjudicial para la Causa Nacional".
"Se ha distinguido como de ideas avanzadas de izquierdas, laico y contrario a la España Nacional" (Pues por eso, por ser de ideas avanzadas de izquierdas y laico se tuvo que marchar al pueblo de Muniesa y sobrevivir como su laicismo avanzado le pudo permitir después de ser depurado).
  

Como era de rigor en aquel entonces 20 de mayo de 1939, Año de la Victoria, y muchos años después "Dios que ha salvado a España guarde al Caudillo y a V. E. muchos años Excmo Sr. Gorbernador Civil de esta provincia."

      Y así seguimos, con Su Excelencia bien guardado bajo la piedra granítica del Valle que él mismo iglesió en Cuelgamuros. Los demás amontonados y deshechos por la humedad filtrada bajo bajo la descomunal cruz.

    Como decía Gila, con boina pueblerina y reluciente camisa roja, "es que los fusilaron mal".
 
¿Aquí hacían tertulia durante los bombardeos?