domingo, 21 de febrero de 2021

Orrios. 2021. Ya es hora de arrimar el hombro. Conocer nuestra Historia.


Coplillas escritas por Marcial Vicente dedicadas a Orrios en 1946 mientras estuvo dos años escondido en un granero de Torre las Arcas (Teruel). Las escribió a lápiz y en pequeño cuaderno. Las conservó su familia.      

 

159.- Orrios se llama esta villa/ en extremo pintoresca/ por sus ríos y cañadas/ por su caza y por su pesca.    160.- Tu nombre tuvo origen/ en tu tierra y vialidades/ O. quiere decir nacimiento/ y ríos tú ya lo sabes. 162.- Tienes casas y palacios/con escudos y blasones/ fuiste cuna y residencia/ de marqueses y varones. 163.- Tus cañadas con arroyos/ tus valles con sus rincones/ en la antigüedad tuvieron/ castillos y poblaciones.



     Seamos sinceros.

En este lugar siempre hemos sido desapegados y desagradecidos.

Ya sé que no somos una excepción por todos estos andurriales turolenses.

Es cierto que no nos falta generosidad con quien llega aquí y que en el ámbito personal y familiar se acoge con agrado y respeto a la gente que viene. Pero ahí se acaba el asunto.

Hemos sido lugar de emigrantes cuando allá por los años sesenta del siglo pasado no quedaba otra más que agarrarse a las pateras que podían alcanzar desde estos lugares espartanos en forma de carros, autobuses renqueantes y trenes borregueros camino al sur, norte o este. Allí, a Valencia, Zaragoza o Barcelona arribaron nuestras pateras de secano con un macuto o una maleta de cartón atada con cuerdas de esparto.

Nuestros abuelos y padres encontraron un trabajo, se empeñaron por años en la compra de un piso en el suburbio ciudadano, criaron a sus hijos y hallaron un bienestar que ya quisieran para sí los africanos y latinos que se estremecen ahora zambullidos por las olas sin clemencia, el desdén de muchos y el odio infectado de nazismo actual que nos invade hoy.

Aquellos abuelos ya muertos en las ciudades a donde emigraron nuestros antepasados orrianos fueron traídos hechos cenizas y fueron enterrados aquí, cuando no se quedaron por siempre allí, por sus hijos ya hoy también abuelos y por sus nietos hoy también padres. Y aún de vez en cuando llegan o nos llegamos por aquí y hasta adecentamos la casa familiar o la parte de la misma que nos correspondió entre la descendencia.

En los veranos nos juntamos, nos saludamos, tomamos nuestro vermú y echamos unas partidas de guiñote. Todo durante los tres o cuatro días de las fiestas sacudidas por el  bebercio sin control y la orquesta de música estridente por ver qué comisión de fiestas las consigue más abundosas y por ver quién la lía más gorda.

Y bien están las fiestas y la alegría y el reencuentro de la gente.

Y hasta el año que bien sanseacabó para que el siguiente tengamos más de lo mismo.

Y uno se pregunta si no será ahora el momento de arrimar el hombro todos, los hijos y los nietos, y los nietos y los hijos descendientes de aquellos abuelos primeros que fueron héroes en su trabajo migratorio y las pasaron bien canutas para que otros hoy tengamos mejor vida aunque no nos falten dificultades.

 

Démosle una vuelta al zurrón de nuestros ancestros aunque no conozcamos ni siquiera la palabra en donde metemos nuestra vida diaria.

Miremos la tierra que aún nos queda, sus pegujales arañados para la siembra, sus eriales labrados para recibir los granos de trigo, centeno o cebada, sus regadíos satisfechos cuando grana el panizo, los aperos del trabajo diario con sus arados y tractores conseguidos con tanto esfuerzo de quienes aquí resisten, sus choperas, barrancos, fuentes, manantiales, casas pétreas de quienes fueron procuradores de los dueños marqueses o hijosdalgo, pajares construidos con tapiales, parideras abandonadas, molinos harineros, peirones delimitadores del camino, lonja renacentista en la que jugábamos a pelota y en donde aprendimos a leer, iglesia vieja de torre agrietada, ermitas aún con restos reconocibles, indicadores reconocidos de asentamientos musulmanes, templos barrocos que hablan de tiempos sanjuanistas, trincheras y restos de armas que nos hablan de una guerra que fue cainita y marcó nuestras vidas actuales y gentes, reconocibles gentes, que nos abandonaron hace poco y aún podemos ver en fotografías junto a otras que hace tiempo que se fueron  y nos dejaron una obra vital que casi nadie conoce, como esta del Maestro aquí nacido y recordado por muy poca gente que se llamó Marcial Gil Vicente y cuyos rasgos esenciales acompaño más adelante.

Sé que hay más personas, tengo sus nombres, orrianos ellos y ellas, que merecen nuestro reconocimiento y el mismo reclamo.

 

Alzo mi voz por medio de estas palabras y una propuesta para este verano, aunque sea con la mascarilla atada, para el reconocimiento humilde, merecido, necesario de aquellas gentes sin las cuales ni estaríamos aquí ni seríamos como somos, ni viviríamos como vivimos.

 

A ver si aprendemos algo de esta pandemia, con tanto desastre económico y vital, tantos sufrimientos, tantos muertos y tanto dolor.

 

Ya es hora de arrimar todos el hombro. Que esta tierra sin industrias tan necesarias entre todos hay que levantar, hay que levantar.


                    
     Marcial Gil Vicente.-

Don Marcial Gil Vicente con algunos de sus alumnos. Hacia 1923.


Nace en Orrios el 19 de junio de 1889.

Estudios primarios en su pueblo natal.

Bachillerato en el Instituto de Teruel como alumno libre.

En 1907 termina sus estudios, como alumno libre, de Magisterio Elemental, en el Instituto general y técnico de Teruel.

En 1910 se incorpora como soldado en el ejército. Destinado a Jaca y luego a Zaragoza.  Solicita, previa autorización del coronel de su regimiento, matricularse como alumno libre para cursar los estudios de Magisterio Superior.

En noviembre de 1912 es licenciado del ejército.

Termina sus estudios de Magisterio y realiza los exámenes de reválida en septiembre de 1913 en la Universidad de Zaragoza.

El 1 de marzo de 1913 se había hecho cargo como Maestro interino de la escuela de Mediona (Barcelona).

El 1 de junio de 1915 se incorpora a la Escuela de Utrillas (Teruel) después de haber aprobado la Oposición correspondiente.

En abril de 1916 se incorpora a la Escuela Graduada de Mora de Rubielos (Teruel)

El 1 de septiembre de 1923 toma posesión de la Escuela Unitaria de Jalance (Valencia)

El 1 de noviembre de 1931 se incorpora como Maestro de la Graduada “Cervantes” en Sueca (Valencia)

El 25 de septiembre de 1933 redacta su Memoria para acceder a la Oposición convocada de Inspectores de Primera Enseñanza.

En 1936, como consecuencia de las elecciones municipales celebradas el 16 de febrero es nombrado Concejal, cuarto teniente de Alcalde, de la Comisión gestora del Ayuntamiento de Sueca. Se encargará del Área de Cultura.

El 18 de julio de 1936 se encontraba en Orrios con su esposa e hijas en sus vacaciones estivales. Se incorpora a Valencia a través de la zona del Maestrazgo.

El 23 de septiembre de 1936 es nombrado Director de la escuela situada en la calle Joaquín Aguirre, en Valencia.

El 14 de Agosto de 1937 es nombrado Director de la Escuela de Asistencia social “Hogar de la infancia”, en Valencia.

El 29 de marzo de 1939 es hecho prisionero en el puerto de Alicante junto a miles de republicanos que esperan los barcos que nunca llegaron. Es encarcelado en la plaza de toros y en el campo de concentración de Albatera. Su familia se instala en Orrios donde sorbreviven cultivando unas tierras y con los animales de corral.

El 16 de noviembre de 1942 es condenado en Juicio Sumarísimo a 30 años y un día de prisión. Causa: Adhesión a la rebelión. En la cárcel de Valencia organiza cursos como Maestro entre los presos.

El 14 de diciembre de 1942 se le conmuta la condena a 20 años y un día de prisión.

El 28 de abril de 1942, ochenta y dos vecinos de Orrios solicitan su libertad atenuada para que deje la cárcel de Valencia donde se encuentra y fije su residencia en Orrios.

El 20 de junio de 1944 se le concede la libertad vigilada. Se instala en Orrios donde permanece su familia.

   El 5 de abril de 1947, de noche, la Guardia Civil se presenta en su casa para detenerle de nuevo. Huye y, a campo a través, llega hasta Torre las Arcas. Permanece dos años en un granero de un familiar.

 En 1947, ya en Barcelona, ejerce como Maestro en una academia privada bajo el nombre de Víctor Buj. Su familia sigue en Orrios.

El 1 de mayo de 1952 muere en Barcelona atropellado por un tranvía.




 

miércoles, 17 de febrero de 2021

Cuando el miedo aprieta todos somos cobardes.

 

 

Juan, a la izquierda, y José pastores en el tajo. foto cac.

 

 Por Val de Peral y La Loma llegamos hasta las primeras carrascas del monte.

            Descendimos luego hasta el pozo del barranco Ortigoso. Allí donde los calderos rotos aún marcan el viejo trabajo de extracción de agua, junto a la piedra horadada para servir de abrevadero para las ovejas.

Sacandoagua con el viejo caldero. foto cac.

 

            Íbamos ya otra vez cuesta arriba engolfados en la búsqueda de las caracolas fósiles y las piritas que aquí dicen galindas que nos hanbían puesto en camino un par de horas antes.

             Max y León llenaban la mochila de piedras que eran fósiles de cuando estos lugares quedaron sumergidos en un inmenso mar de los tiempos que ni se sabe.

            Ya arriba decidimos recostarnos sobre la pared de piedra seca que limitaba el raso de la corraliza en la paridera que construyó quien fue nuestro abuelo, en el puntal que limitaba otra arranquera y el ascenso por el tortuoso camino pedrero hasta las trincheras de la cota llamada de La Carrasquilla.

            Quisieron saber de aquel lugar. De cuando su más que abuelo pasaba allí los inviernos con el hatajo de ovejas vacías, aquellas que no se habían preñado y subían al monte en la otoñada y el invierno para comer lo más ralo éntre los ribazos llenos de aliagas y las pobres bellotas derramadas de las carrascas.

            Allí, en una esquina de la corraliza estaba el cobertizo con sus restos del fuego de antaño en una esquina, el pesebre que hacía de pajera para dormir, una estaca incrustada para colgar el zurrón y la manta y un agujero donde sujetar el cántaro en el que se conservaba el agua subida desde el pozo Ortigoso.

 

El hogar del pasror. foto cac.

            Aquí fue donde su antepasado más que abuelo conoció la noticia hace setenta y cinco años de que había tenido su primer hijo en aquel día de ventisca. Llegó su hermano José hasta este mismo lugar a lomos del macho Noble con un serón lleno de pan para una temporada, un espaldar de tocino y una pierna de somarro de la vieja oveja muerta del bazo.

            Estábamos recostados sobre la pared que daba al norte, hacia las trincheras de La Carrasquilla. Me dijeron que qué era aquello que habían oído de un soldado muerto y enterrado allí mismo, en el corral ya lleno con las costra de la sierle de las ovejas. Y les dije de aquellos lugares, de la guerra que vino en llamarse de las cotas, por tomar las posiciones más elevadas en la retirada paulatina y en ocasiones espantada de los soldados republicanos asentados en estos lugares cuando los franquistas y mercenarios de los tercios regulares, arengados por sus jefes, apretaron allá por marzo de 1938 con sus bombardeos alemanes y sus ametrallamientos en picado. Por eso escontrábamos aquí y allá restos de los obuses, balas perdidas en la huida, hebillas de cinturones y botes vacíos de las judías y las conservas consumidas por estos soldados sin saber de estos lugares que, como en el caso del enterrado en el corral, aquí dejaron su vida.

La paridera de La Carrasquilla. foto cac.

 

            Y entre una pregunta y otra llegamos hasta arriba, allí donde las piedras fueron removidas para que sirvieran protectoras de quienes vigilaban el avance de aquellos sus hermanos soldados a quienes les había tocado estar en el otro lado de la guerra.

            Estábamos en lo alto, justo en el lugar en que los términos municipales de Orrios, Galve, Aguilar y Ababuj se juntan y separan sus tierras. Galve no lo veíamos y el lugar de Orrios tampoco, incrustados los dos pueblos en las tierras limitadas por sus pétreas barrancas por donde discurre el río Alfambra. Divisábamos allá lejos las torres mochas de Ababuj y la ermita alzada sobre el lugar de Aguilar.

En las trincheras de la cota más alta. foto cac.

            Fue entonces cuando Max y León quisieron saber sobre un papel escrito que habían visto encima de la mesa de trabajo en nuestra biblioteca de Orrios. Y entonces no tuve más remedio y les hablé del miedo, del pánico que cualquier persona puede sufrir cuando tiene que hacer frente a una situación angustiosa y teme por su vida y las de sus hijos. El miedo que nos paraliza y nos hace actuar de manera incontrolada. Y les hablé del documento que pongo aquí mismo.


Original en A.H.P. Teruel.

 
Aguilar del Alfambra, desde el alto de La Carrasquilla.foto cac.

 

lunes, 1 de febrero de 2021

Orrios. 1941. El cura Basilio, Marcelino el alcalde, el guardiacivil y Chirchala que pagó la multa.

 

Restos de la antigua iglesia de Orrios. foto cac.

 

Original en A.H.T.

Original en A.H.T.

 

            Cuando encontré el documento se me apareció Chirchala.

Doscientas cincuenta pesetas le sacudieron. Por bocón. Por rojo. Entonces entendí las llamas del fuego en el yugo y las flechas.

            Fue al poco de que nos hicieran subir bien de mañana hasta el alto de la carretera. Habíamos estado quince días antes dale que te pego con los papeles de los colores de la bandera. Y que si amarillo y que si gualda, igual da o no sé qué. Buscando mimbres para que hiciera de palo, asta le decían. Los hombres y los mozos cortaron ramas jóvenes de los chopos, las trenzaron y cubrieron con los sarmientos y flores del saúco. Cruzaron un arco de un lado al otro de la carretera allá arriba, por donde iba a pasar. Y le leyenda con letras grandes y negras FRANO, FRANCO, FRANCO.

            Casi un par de horas andando para allá arriba. Ya cansados de esperar, hacia el mediodía, cuatro motoristas pasaron tan veloces como permitían los baches salpicados de la zahorra que había puesto el tio caminero. Detrás un coche negro achaparrado y dos motoristas más. Nos dijeron de pronto que ya había pasado cuando bajamos los zagalotes corriendo por el sembrado. Y hala, enseguida hacia abajo y si te he visto no me acuerdo.

Cuando ya llegamos a la revuelta aguda del camino y ya se veía el pueblo fue Lorenzo quien dijo del fuego y de las llamas.

Lorenzo había ayudado a Marcelino a clavar el tronco con el yugo y las flechas bien pintadas de rojo sangrado. Marcelino era el alcalde recién nombrado y Lorenzo el destripaterrones sin tierra y con tanta hambre en su cuerpo como el que más. Los dos bajaban la camina azul aquel día planchada para festejar el paso de Su Excelencia el Generalísimo. Arrearon a correr y ya pasado el puente sobre el río vieron cómo ardía la madera en el ribazo de las tierras del marqués.

Lo recordé cuando encontré el documento. En el archivo de hechuras modernistas de la ciudad turbetana de los mansuetos.

Chirchala era el hermano pequeño de Marcelino. Le llamábamos Chirchala porque siempre, cuando comenzaba a hablar, soltaba un chischido gutural que se enredaba en su garganta, Tenía una voz cascada y aún más rota cuando cruzaba los charcos helados del camino junto al río y soltaba su hilera de copones, vírgenes santísimas y hostias como trallazos.

            Le gustaba el morapio y andaba siempre medio enfadado con su hermano, el alcalde Marcelino. Era el único hermano soltero de la familia Liasdau y estaba algo harto de trabajar sin jornal. Dos de sus hermanos ya se habían ido ni se sabe dónde. Uno hasta vendió los esquilos con su badajo de espinillo de los que presumía con su veintena de ovejas. El otro desapareció un día sin dejar rastro. Quedaron en el lugar Marcelino y Chirchala.

            El nombrado alcalde se había casado con una moza de Larroya alta y seca como una tabla que resultó ser machorra. Con ese mote se quedó para siempre. Marcelino y su Machorra esperaban que el Gobernador de turno les concediara una portería en una casa en Valencia donde ya se habían largado algunos. Clavó con la ayuda de Lorenzo el yugo y las flechas como le habían mandado y esperó con ese mérito el regalo de la portería.

            Todo se fue a cascala cuando los maderos ardieron como una enorme yesca encendida.

            Fue entonces cuando entendí la multa que avinagró a Chirchala. Allí tenía el documento. Doscientas cincuenta pesetas eran muchas pesetas de cuando entonces. Por lo que fuera soltó un par de hostias por su boca con el trago del morapio y el cante de las cuarenta en el guiñote. Y el gurdiacivil y el cura que estaba prohibido blasfemar y que si rojo y medio tartaja. Y denuncia al canto. Y al poco a su hermano, por falangista y soldado en el lado que tocaba, lo nombraron alcalde. Y el arco de triunfo victorioso con ramas de chopo y saúco y a la espera de la portería que con el tiempo nunca llegó.

            Así que Chirchala dijo que a cascala a Luco que dan reales y un currusclo, que aquello tenía que arder. Y ardió, ardió. Nadie dijo nunca quién encendió la pira. Chirchala bajaba con todos los hombres después de los vivas y arribas cuando ya el coche negro achaparrado de Franco había desaparecido.

Siguió hablando con sus chischidos cada vez más atorados. Desde aquel día Marcelino y Chirchala, cada día más tartaja y escocido con los cincuenta duros,  no se hablaron. Cuando la Machorra espichó Chirchala no fue al entierro.