159.- Orrios se llama esta villa/ en extremo pintoresca/ por sus ríos y cañadas/ por su caza y por su pesca. 160.- Tu nombre tuvo origen/ en tu tierra y vialidades/ O. quiere decir nacimiento/ y ríos tú ya lo sabes. 162.- Tienes casas y palacios/con escudos y blasones/ fuiste cuna y residencia/ de marqueses y varones. 163.- Tus cañadas con arroyos/ tus valles con sus rincones/ en la antigüedad tuvieron/ castillos y poblaciones.
Seamos sinceros.
En este lugar siempre hemos sido desapegados y desagradecidos.
Ya sé que no somos una excepción por todos estos andurriales turolenses.
Es cierto que no nos falta generosidad con quien llega aquí y que en el ámbito personal y familiar se acoge con agrado y respeto a la gente que viene. Pero ahí se acaba el asunto.
Hemos sido lugar de emigrantes cuando allá por los años sesenta del siglo pasado no quedaba otra más que agarrarse a las pateras que podían alcanzar desde estos lugares espartanos en forma de carros, autobuses renqueantes y trenes borregueros camino al sur, norte o este. Allí, a Valencia, Zaragoza o Barcelona arribaron nuestras pateras de secano con un macuto o una maleta de cartón atada con cuerdas de esparto.
Nuestros abuelos y padres encontraron un trabajo, se empeñaron por años en la compra de un piso en el suburbio ciudadano, criaron a sus hijos y hallaron un bienestar que ya quisieran para sí los africanos y latinos que se estremecen ahora zambullidos por las olas sin clemencia, el desdén de muchos y el odio infectado de nazismo actual que nos invade hoy.
Aquellos abuelos ya muertos en las ciudades a donde emigraron nuestros antepasados orrianos fueron traídos hechos cenizas y fueron enterrados aquí, cuando no se quedaron por siempre allí, por sus hijos ya hoy también abuelos y por sus nietos hoy también padres. Y aún de vez en cuando llegan o nos llegamos por aquí y hasta adecentamos la casa familiar o la parte de la misma que nos correspondió entre la descendencia.
En los veranos nos juntamos, nos saludamos, tomamos nuestro vermú y echamos unas partidas de guiñote. Todo durante los tres o cuatro días de las fiestas sacudidas por el bebercio sin control y la orquesta de música estridente por ver qué comisión de fiestas las consigue más abundosas y por ver quién la lía más gorda.
Y bien están las fiestas y la alegría y el reencuentro de la gente.
Y hasta el año que bien sanseacabó para que el siguiente tengamos más de lo mismo.
Y uno se pregunta si no será ahora el momento de arrimar el hombro todos, los hijos y los nietos, y los nietos y los hijos descendientes de aquellos abuelos primeros que fueron héroes en su trabajo migratorio y las pasaron bien canutas para que otros hoy tengamos mejor vida aunque no nos falten dificultades.
Démosle una vuelta al zurrón de nuestros ancestros aunque no conozcamos ni siquiera la palabra en donde metemos nuestra vida diaria.
Miremos la tierra que aún nos queda, sus pegujales arañados para la siembra, sus eriales labrados para recibir los granos de trigo, centeno o cebada, sus regadíos satisfechos cuando grana el panizo, los aperos del trabajo diario con sus arados y tractores conseguidos con tanto esfuerzo de quienes aquí resisten, sus choperas, barrancos, fuentes, manantiales, casas pétreas de quienes fueron procuradores de los dueños marqueses o hijosdalgo, pajares construidos con tapiales, parideras abandonadas, molinos harineros, peirones delimitadores del camino, lonja renacentista en la que jugábamos a pelota y en donde aprendimos a leer, iglesia vieja de torre agrietada, ermitas aún con restos reconocibles, indicadores reconocidos de asentamientos musulmanes, templos barrocos que hablan de tiempos sanjuanistas, trincheras y restos de armas que nos hablan de una guerra que fue cainita y marcó nuestras vidas actuales y gentes, reconocibles gentes, que nos abandonaron hace poco y aún podemos ver en fotografías junto a otras que hace tiempo que se fueron y nos dejaron una obra vital que casi nadie conoce, como esta del Maestro aquí nacido y recordado por muy poca gente que se llamó Marcial Gil Vicente y cuyos rasgos esenciales acompaño más adelante.
Sé que hay más personas, tengo sus nombres, orrianos ellos y ellas, que merecen nuestro reconocimiento y el mismo reclamo.
Alzo mi voz por medio de estas palabras y una propuesta para este verano, aunque sea con la mascarilla atada, para el reconocimiento humilde, merecido, necesario de aquellas gentes sin las cuales ni estaríamos aquí ni seríamos como somos, ni viviríamos como vivimos.
A ver si aprendemos algo de esta pandemia, con tanto desastre económico y vital, tantos sufrimientos, tantos muertos y tanto dolor.
Ya es hora de arrimar todos el hombro. Que esta tierra sin industrias tan necesarias entre todos hay que levantar, hay que levantar.