lunes, 1 de junio de 2015

Tierras de asceta







Son tierras para gente asceta. Aliagas y erizos pinchosos. Peñascos rotos por la fuerza quebradora de los hielos. Carrascas añejas cobijadoras de vientos con ventiscas. Espinos con agujas agresivas que se clavan como puñales. Guillomos de hojas tentadoras para las cabras. Sabinas rastreras sacudidas por los vientos.
Aún así, y quizás por ello, me pierdo por aquí de vez en cuando. Ahora con mis nietos. Acabado su curso escolar nos echamos la mochila al hombro. Caminamos y caminamos. Por los regatos y barrancas tomamos el camino del monte salpicado de piedras, cobijados entre las matas carrasqueras.
Llegamos hasta la partida que llaman La Carrasquilla. Ya por aquí andan sofocados y hemos tenido que utilizar el agua con cuidado. Las bocas de los pozos que hace años calmaban la sed de los pastores están cubiertas con ramas secas de rebollos. Protegen a alguna oveja despistada de una caída sin salida. Ni siquiera el pozo del Peñiscoso tiene agua recogida directa del barranco de su nombre. Las charcas para abrevar en los estíos secos quedan cuarteadas con un barro agresivo.
foto @cac.

 Hemos ido recogiendo por el camino restos petrificados de ammonites y bivalvos, restos de aquel lejano mar de Thetis. Brillan por el sol las irregulares ferruginosas piritas que aquí llamamos galindas. Mis nietos las recogen mientras dicen que han llegado hasta los rincones de una mina secreta que tan sólo ellos conocen.
Y han ido preguntando y preguntando. ¿Y qué es eso y aquello y lo demás allá, abuelo? ¿Y por qué no se cultivan estas o aquellas cosas? ¿Y en invierno hace mucho frío? ¿Y por qué no se ve a nadie por aquí? ¿Y qué? ¿Y cómo? ¿Y por qué?
Y hablan del Norte y del Este y me señalan el Sur y el río con su verdor de chopos que hemos dejado hace rato allá abajo. Y sin saber cómo, son aún tan niños, sitúan los lugares que se acercan con los prismáticos y entonces me hacen hablarles de estos mismos lugares que se convirtieron en cotas a conquistar de una guerra pasada y ya lejana, y se guardan una chapa oxidada de un cinturón soldadesco y recorren los restos de una trinchera y hasta encuentran una bala en cuya culata picada se lee 1937. Y preguntan y preguntan.
Y quieren saber, cuando llegamos a la paridera que levantó mi abuelo, para qué sirve ahora este desvencijado refugio.
    En esta paridera pasó algunos inviernos mi abuelo y mi padre. Con las ovejas vacías, aquellas que no se habían quedado preñadas. Cada quince días le subían algunos huevos, un par de longanizas de la última matanza, algo de harina para las gachas, una pierna de somarro cecino de alguna oveja vieja que murió de bazo y un par de cántaros con agua.
foto @cac

 

Y en estos restos que aquí veis encendía el fuego con las ramas de las carrascas cercanas. Y ahí, a la izquierda, ponía el cántaro con el agua para que se mantuviera sin helar a la vera del fuego. Y al lado, en una pajera que ya no está, arrebujado en su manta, pasaba las largas noches en el silencio oscuro.
Pero los tiempos hoy son otros. Y los niños son niños. Y aprenden jugando. Descubriendo y descubriéndose a sí mismos. Y dicen que quieren ser excavadores y estudiar los materiales que van encontrando en el corral de paredes desmoronadas. Y preguntan sin son piedras sin más o minerales tales o cuales… y a veces no encuentran más que restos de alguna teja cuarteada por los vientos.
Y, casi a bote pronto, te hablan de otras tierras más allá de los Pirineos donde viven su curso escolar, y te cuentan de Airbus y refugio de exiliados hace tiempo, y lo mezclan con el teléfono móvil que manejaba el pastor que hemos encontrado en la cuesta de Val de Peral, y de los incendios que vimos hace unos años, y entonces ellos deducen que las ovejas podrían limpiar los cortafuegos y que por qué no hay más ganados ahora, y que si tuvieran a mano un gepeese sabrían con exactitud las coordenadas del lugar en que nos encontramos, y que cómo vivirían los soldados que aquí tuvieron que estar en estas cotas vigilantes de los barrancos por donde llegaban otros soldados, y que ahora los pastores suben hasta aquí con un todo terreno, y que tienen hambre, y cuéntanos más cosas de tu padre, de tu abuelo que ya es su tatarabuelo y dame agua que ya no tengo en mi cantimplora, y que cuando sea mayor voy a ser esto y lo otro y lo otro, y por qué te fuiste de aquí, y que me gusta más la montaña que el mar, y por qué con tanta gente como hay sin trabajo no viene aquí y con unas ovejas y cabras limpien las orillas los ríos, y en este de allá abajo hay truchas, y que otro día nos traeremos la tienda de campaña y haremos supervivencia, y cuándo volvemos que estamos cansados…

foto @cac

    Sí, en este mismo caseto pasaba las noches vuestro bisabuelo y aquí se cocía las sopas y freía el tocino y comía la carne sazonada de la oveja convertida en somarro.
foto @cac


      Y esta es la puerta de la corraliza donde guardaba las ovejas ya sin fuerza frente al tiempo.
  Y ahí está, desafiando al tiempo y a los tiempos el corral, la paridera y el caseto.
Son tiempos difíciles. Tendremos que volver a reencontrarnos. La abundancia sin sentido se torna en hambruna destructora, la ascética aprendida nos puede servir de ejemplo.
foto @cac



                        Estos, Fabio, que aquí veis, campos de soledad ...


2 comentarios:

  1. ¡Qué bien escribes puñetero! ¡Qué suerte tienes!
    Agustín.
    Saludos desde el Molino de Damaniu (http://cierzo-vientosdeleste.blogspot.com.es/)

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  2. Gracias. Ahí estamos frente al cierzo y en la molienda.

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