Son
tierras para gente asceta. Aliagas y erizos pinchosos. Peñascos rotos por la
fuerza quebradora de los hielos. Carrascas añejas cobijadoras de vientos con
ventiscas. Espinos con agujas agresivas que se clavan como puñales. Guillomos
de hojas tentadoras para las cabras. Sabinas rastreras sacudidas por los
vientos.
Aún
así, y quizás por ello, me pierdo por aquí de vez en cuando. Ahora con mis
nietos. Acabado su curso escolar nos echamos la mochila al hombro. Caminamos y
caminamos. Por los regatos y barrancas tomamos el camino del monte salpicado de
piedras, cobijados entre las matas carrasqueras.
Llegamos
hasta la partida que llaman La Carrasquilla. Ya por aquí andan sofocados y
hemos tenido que utilizar el agua con cuidado. Las bocas de los pozos que hace
años calmaban la sed de los pastores están cubiertas con ramas secas de
rebollos. Protegen a alguna oveja despistada de una caída sin salida. Ni
siquiera el pozo del Peñiscoso tiene agua recogida directa del barranco de su
nombre. Las charcas para abrevar en los estíos secos quedan cuarteadas con un
barro agresivo.
foto @cac. |
Hemos ido recogiendo por el camino restos
petrificados de ammonites y bivalvos, restos de aquel lejano mar de Thetis.
Brillan por el sol las irregulares ferruginosas piritas que aquí llamamos
galindas. Mis nietos las recogen mientras dicen que han llegado hasta los
rincones de una mina secreta que tan sólo ellos conocen.
Y
han ido preguntando y preguntando. ¿Y qué es eso y aquello y lo demás allá,
abuelo? ¿Y por qué no se cultivan estas o aquellas cosas? ¿Y en invierno hace
mucho frío? ¿Y por qué no se ve a nadie por aquí? ¿Y qué? ¿Y cómo? ¿Y por qué?
Y
hablan del Norte y del Este y me señalan el Sur y el río con su verdor de
chopos que hemos dejado hace rato allá abajo. Y sin saber cómo, son aún tan
niños, sitúan los lugares que se acercan con los prismáticos y entonces me
hacen hablarles de estos mismos lugares que se convirtieron en cotas a
conquistar de una guerra pasada y ya lejana, y se guardan una chapa oxidada de
un cinturón soldadesco y recorren los restos de una trinchera y hasta
encuentran una bala en cuya culata picada se lee 1937. Y preguntan y preguntan.
Y
quieren saber, cuando llegamos a la paridera que levantó mi abuelo, para qué
sirve ahora este desvencijado refugio.
En
esta paridera pasó algunos inviernos mi abuelo y mi padre. Con las ovejas
vacías, aquellas que no se habían quedado preñadas. Cada quince días le subían
algunos huevos, un par de longanizas de la última matanza, algo de harina para
las gachas, una pierna de somarro cecino de alguna oveja vieja que murió de
bazo y un par de cántaros con agua.
foto @cac |
Y
en estos restos que aquí veis encendía el fuego con las ramas de las carrascas
cercanas. Y ahí, a la izquierda, ponía el cántaro con el agua para que se mantuviera
sin helar a la vera del fuego. Y al lado, en una pajera que ya no está,
arrebujado en su manta, pasaba las largas noches en el silencio oscuro.
Pero
los tiempos hoy son otros. Y los niños son niños. Y aprenden jugando.
Descubriendo y descubriéndose a sí mismos. Y dicen que quieren ser excavadores
y estudiar los materiales que van encontrando en el corral de paredes
desmoronadas. Y preguntan sin son piedras sin más o minerales tales o cuales… y
a veces no encuentran más que restos de alguna teja cuarteada por los vientos.
Y,
casi a bote pronto, te hablan de otras tierras más allá de los Pirineos donde
viven su curso escolar, y te cuentan de Airbus y refugio de exiliados hace
tiempo, y lo mezclan con el teléfono móvil que manejaba el pastor que hemos encontrado
en la cuesta de Val de Peral, y de los incendios que vimos hace unos años, y
entonces ellos deducen que las ovejas podrían limpiar los cortafuegos y que por
qué no hay más ganados ahora, y que si tuvieran a mano un gepeese sabrían con
exactitud las coordenadas del lugar en que nos encontramos, y que cómo vivirían
los soldados que aquí tuvieron que estar en estas cotas vigilantes de los
barrancos por donde llegaban otros soldados, y que ahora los pastores suben
hasta aquí con un todo terreno, y que tienen hambre, y cuéntanos más cosas de
tu padre, de tu abuelo que ya es su tatarabuelo y dame agua que ya no tengo en
mi cantimplora, y que cuando sea mayor voy a ser esto y lo otro y lo otro, y
por qué te fuiste de aquí, y que me gusta más la montaña que el mar, y por qué
con tanta gente como hay sin trabajo no viene aquí y con unas ovejas y cabras
limpien las orillas los ríos, y en este de allá abajo hay truchas, y que otro
día nos traeremos la tienda de campaña y haremos supervivencia, y cuándo
volvemos que estamos cansados…
foto @cac |
Sí, en este mismo caseto pasaba las noches
vuestro bisabuelo y aquí se cocía las sopas y freía el tocino y comía la carne
sazonada de la oveja convertida en somarro.
foto @cac |
Y esta es la puerta de la corraliza donde
guardaba las ovejas ya sin fuerza frente al tiempo.
Y ahí está, desafiando al tiempo y a los
tiempos el corral, la paridera y el caseto.
Son
tiempos difíciles. Tendremos que volver a reencontrarnos. La abundancia sin
sentido se torna en hambruna destructora, la ascética aprendida nos puede
servir de ejemplo.
foto @cac |
¡Qué bien escribes puñetero! ¡Qué suerte tienes!
ResponderEliminarAgustín.
Saludos desde el Molino de Damaniu (http://cierzo-vientosdeleste.blogspot.com.es/)
Gracias. Ahí estamos frente al cierzo y en la molienda.
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