miércoles, 27 de mayo de 2020

"España es una deformación grotesca de la civilización europea"


         Después de escuchar cómo se mancilla el Congreso de los diputados español me vuelvo a quitar el craneo refugiándome de nuevo en Valle Inclán.

      Mejor no escribo ningún comentario. Me trago mi rabia y me contengo ante tanto bochorno. 

       Les dejo unas palabras de las escenas tercera y duodécima del gran dramaturgo. Después piensen lo que quieran.



Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos, marquesa de Casa Fuerte



Don Ramón María del Valle Inclán.




Principio del formulario

 Luces de bohemia.- Escena Tercera



La Taberna de PICA LAGARTOS: Luz de acetileno: Mostrador de cinc: Zaguán oscuro con mesas y banquillos: Jugadores de mus: Borrosos diálogos. - MÁXIMO ESTRELLA y DON LATINO DE HISPALIS, sombras en las sombras de un rincon, se regalan con sendos quinces de morapio.

El CHICO DE LA TABERNA: Don Max, ha venido buscándole la Marquesa del Tango.

UN BORRACHO: ¡Miau!

MAX: No conozco a esa dama.

EL CHICO DE LA TABERNA: Enriqueta la Pisa Bien.

DON LATINO: ¿Y desde cuándo titula esa golfa?

EL CHICO DE LA TABERNA: Desde que heredó del finado difunto de su papá, que entodavía vive.

DON LATINO: ¡Mala sombra!

MAX: ¿Ha dicho si volvería?

EL CHICO DE LA TABERNA: Entró, miró, preguntó y se fue rebotada, torciendo la gaita. ¡Ya la tiene usted en la puerta!
ENRIQUETA LA PISA BIEN, una mozuela golfa, revenida de un ojo, periodista y florista, levantaba el cortinillo de verde sarga, sobre su endrina cabeza, adornada de peines gitanos.


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     Luces de bohemia. Escena duodécima.-


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MAX: Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.

DON LATINO: ¡Miau! ¡Te estás contagiando!

MAX: España es una deformación grotesca de la civilización europea.

DON LATINO: ¡Pudiera! Yo me inhibo.

MAX: Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.



lunes, 25 de mayo de 2020

El virus, las personas, la banderitas y la peste




Teruel. 1938.Alcalde Maicas agitando la bandera. BNE.


         Ahí los tienen.  Con su banderita, al pie de la columna maltrecha sobre la que se erguía "El Torico". 
         Era febrero de 1938. De nuevo los franquistas habían vuelto a Teruel.
           En la fotografía el recién nombrado alcalde José Maicas Lorente junto a dos concejales, según dice en el reverso de la misma el autor de la fotografía Marqués de Santa María del Villar.
           José Maicas Lorente se había escapado del cerco de Teruel junto a unos doscientas personas más en la noche del siete al ocho de febrero de 1938.
          A pesar de las dudas y sospechas que infundieron estos huidos al general Aranda cuando los evadidos llegaron a Santa Eulalia, el alcalde y los demás, acabarían siendo condecorados con la medalla al mérito militar el nueve de febrero de 1939 a propuesta del general Varela ya entonces ministro del ejército.
          La medalla y los encumbramientos posteriores formaron parte de la humillación puesta en marcha contra el coronel Rey D´Harcourt, acusado de cobarde y traidor en una operación orquestada por Varela, ad mairon gloriam de sí mismo.
         Mientras tanto miren cómo estaba la ciudad de Teruel en aquellos días de febrero de 1938.


     
Teruel, 1938. BNE.

Teruel saqueada. 1938. BNE

Teruel, 1938. BNE



Madrid, España, mayo 2020. ¿Qué se celebra? ¿Quién celebra?

      Y ahora miren cómo andaba, en coche descubierto, el nombre de España desplegado por una jovenzana rodeada de banderas, en una celebración de ayer mismo, en Madrid, ochenta y dos años después, manifestando, con gritos de alegría, algo así como la celebración de haber ganado, según sus voxeros, el campeonato de fútbol esa España con que se llenan las manos y la boca quienes no tienen ningún respeto para los veintiseis mil ochocientos treinta y cuatro muertos a día de hoy, a causa de este Virus que sigue ahí, aunque se quiera tapar con la peste infectuosa de las banderitas, como si ellas nos curaran de tanto y tanto sufrimiento, de tanta mortandad, de tanto dolor.

    

jueves, 7 de mayo de 2020

Cartas a mis hijos desde la cárcel. Ángel Sánchez Batea




Carta de Ángel Sánchez Batea a sus hijos. Archivo Jaurés Sánchez Pérez



    
     Jaurés Sánchez Pérez vive en Teruel. Tiene noventa y un años y una memoria prodigiosa. En los primeros días de la sublevación franquista de 1936 su madre, María, y su hermana Pilar de diecisiete años fueron fusiladas y sus cuerpos arrojados al lugar donde hoy se conoce como Pozos de Caudé.
       Su padre, Ángel Sánchez Batea, destacado socialista y fundador de la casa del pueblo de Teruel tuvo que refugiarse en los campos cercanos al luga en aquel julio de 1936  donde se encontraba segando centeno.
           En marzo de 1939 fue hecho prisionero y llevado al campo de concentración de Albatera. Ya no volvería a ver a sus hijos Volney, de trece años y Jaurés de nueve en aquel entonces.
         Sufrió torturas múltiples que lo llevaron al límite de la vida y pasó por las cárceles de Valencia, Teruel y Zaragoza donde, con las consecuenias de los tormentos y privaciones fue fusilado en Zaragoza la madrugada del 29 de mayo de 1943.
         Quedaron huérfanos Volney, con dieciete años y Jaurés con trece. Salieron adelante como pudieron.
        Hoy sólo queda Jaurés. Conserva como un tesoro ochenta y una cartas que escribió su padre desde las cárceles en donde le tocó sufrir prisión y penurias. Sin duda son un tesoro y una viva memoria.
        Reproduzco aquí una de aquellas tarjetas que le dejaban escribir cada cierto tiempo, en el mejor de los casos cada semana y únicamente dirigidas a su hijo Volney porque no estaba autorizado a escribir a nadie más.
        Transcribo la que escribió el día veinticuatro de octubre de mil noveciento cuarenta y tres. El día anterior se hacía celebrado  el juicio Sumarísimo ante el Consejo de guerra en que fue condenado a muerte.
       Un documento que nos hace reflexionar.

 
 
Para conocer algunos datos de Ángel Batea remito a los enlaces que siguen

Clemente Alonso Crespo: Teruel. Ochenta años después ...

https://clementealonsocrespo.blogspot.com/2017/12/teruel-ochenta-anos...



Clemente Alonso Crespo: Ángel Sánchez Batea. Socialista de ...

https://clementealonsocrespo.blogspot.com/2018/07/angel-sanchez-batea





Transcripción textual. Se respeta la sintaxis y la ortografía de la carta original.



Zaragoza 24. 10. 42
            Queridos hijos y demas familia. He recibido lo tuyo del 21 y me encuentro casi la sorpresa de que la tia esta enferma. Lamento que pueda tener algún desenlace desagradable. Ayer día 23 fue mi consejo[1] pues parece que se presenta de bastante gravedad pero por la presente no puedo deciros cual sera mi condena, aunque presumo de que sea excesivamente grave pues todos los buenos amigos[2] que por hay por eso y también amigos se han conducido como yo esperaba asi que no me ha cogido de sorpresa pues como en todas os digo a cumplir como buenos y la verdad algún dia se habrira pasado a la otra ya os dire lo que haya con la seguridad completa a la tia que se anime y haber si a la otra me constastais mas favorablemente de todas formas podeis ir preparándoos para malos vientos. He sentido de que no hayais podido venir porque de esa forma os hubiera podido abrazar y daros unos besos no os estrañe mi forma de escribir lo ago con mucha presión y sin mas por hoy muchos recuerdos para todos recivi las 10 pesetas.
   buestro padre

[1] 23 de octubre 1942. Fue condenado a muerte. El Consejo de guerra, la redacción del acta y la sentencia llevan la misma fecha, 23 de octubre. La sentencia recoge íntegro el informe del fiscal Félix Solano Costa. Se le asignó un abogado defensor de oficio por el propio tribunal, que era un teniente del ejército. Fue asignado veinticuatro horas antes de la celebración del Consejo Sumarísimo, sin ni siquiera tiempo para conocer el expediente. No hubo ningún tipo de defensa por parte del mismo ante el tribunal compuesto por jefes y oficiales del mismo ejército.
    Ángel Sánchez Batea conoció en el mismo juicio su condena a muerte, así como las condenas de los demás encausados. Lo ocultó a sus hijos en ese momento.

[2) A.S.B. ironiza con “sus amigos”. Hace referencia, para evitar la censura, a tantos y tantos como lo han culpabilizado y habían declarado en su contra durante la instrucción del Sumario por el juez Antono Rodríguez Pineda. Muchas de las declaraciones fueron obtenidas con torturas. Para conocer esta circunstancia no hay más remedio que acceder  al Sumarísimo 2982-40.
  A pesar de todo anima a sus hijos a “cumplir como buenos” y afirma que la verdad se abrirá paso. Aún así intuye los malos tiempos que vendrán después. No tiene más remedio que admitir su estado de ánimo, diciendo a sus hijos que les está escribiendo con mucha presión. Quizás si hubiera puesto otra palabra en vez de “presión” la censura se lo hubiera tachado.
Lamenta no haber podido dar un abrazo a sus hijos al no haber podido acudir al acto de la celebración del juicio Sumarísimo.
Fue fusilado en la madrugada del 29 de mayo de 1943 en las tapias del cementerio de Torrero, mirando al monumento a Joaquín Costa. Sus restos fueron tirados en una fosa común.

Carta de Ángel Sánchez Batea a sus hijos. Con abundante tinta por acción de la censura. Archivo  Jaurés Sánchez Pérez.




viernes, 1 de mayo de 2020

Las personas. El Virus. 7.





Cuando éramos nadie … … … antes del virus.




Retomo un texto. Veo que lleva fecha de haber sido escrito en 2003. 


Me aparece entre papeles que yo mismo había confinado. 


Resulta que los recogedores de la basura ahora son imprescindibles.


Lo fueron siempre. 


Ahí lo dejo.


Quien venga detrás que arree.
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                         Soliloquio del basurero.

         Aún me quedan más de tres horas de seguir colgado sobre el balancín del camión. Me empiezan a pesar las noches, una detrás de otra, agarrado a esta manopla, con paradas aquí y allá por recoger la basura de todas las gentes.

            No tengo más remedio que seguir aquí, dejando mi casa y mi familia, por enganchar en el tajo a las doce en punto. No hay más remedio porque no tengo otro trabajo y necesitamos este sueldo y el que trae mi mujer.

Esto es duro. Sólo nosotros lo sabemos, los que andamos agarrados aquí detrás sufriendo los tufos de todas las basuras que las gentes han dejado a las puertas de su casa.

Todas las noches somos los mismos tres, el chofer y nosotros dos detrás. Parar, cargar y arrancar. Así siempre, así toda la noche. Esta se está haciendo más larga. Llevamos tres o cuatro noches con niebla cerrada y estos días finales de enero han descendido las temperaturas. A medida que avanza la noche se nota más el frío. Claro que te calientas arrastrando los cubos repletos de bolsas de basura, pero la moquita siempre parece destilar helada.

Llevamos unas manoplas en las manos y no te paras para darte un zarpazo en la nariz pensando en el mal olor acumulado. Los guantes de fieltro raspan, así es que es mejor dejarla gotear o escupirla como puedas.

Vamos siempre embalados. Comenzamos al principio de una calle, nos lanzamos sobre los cubos, a veces los hacemos resbalar por las aceras, los volcamos sobre la bocana del camión, palmeamos en el costado para que el chófer mueva y siga hacia adelante y nosotros seguimos recogiendo la basura de todas las gentes.

De todos los que he tenido este el mejor trabajo que he encontrado. La cosa se ha puesto jodida. Aquí al menos tengo un trabajo estable. Además la basura es algo que va a más. En otros lugares se acaba la producción y empiezan a tirar gente a la calle. Claro que he tenido otros empleos en que podía volver a casa por las noches, pero duraban tan sólo dos o tres meses. Y entonces a la calle.

Yo creía que me iba a quedar fijo en la fábrica de coches pero vio el tio Ford con la rebaja y dijo que había que producir treinta mil vehículos menos aquel año, así es que a la calle. Comenzaron por los que menos tiempo llevábamos. Yo solo tenía un contrato de seis meses. Lo peor es que me quedé sin ningún subsidio por aquello de las nuevas leyes o no sé qué.

En la calle. Sin nada. Con una mano delante y la otra atrás. Y otra vez vuelta a empezar, a acudir  todos los lugares, a todas las colas, buscando en las papeleras de los periódicos para leer en ellos las ofertas de empleo, recibiendo rechazos en todos los lugares, maldiciendo a las  gentes que te reciben en los empleos temporales donde te sajan las entrañas cuando se quedan la mitad de la soldada.

No sé en cuántos sitios he estado. Trabajos de dos o tres días. En lugares a los que tenías que llegar pagándote tú el transporte que se consumía el sueldo. Durmiendo en ocasiones debajo de un puente o refugiado junto a unas encinas, entre matojos de gentes que hace poco cruzaron el estrecho y se enganchan a trabajar en cualquier cosa que encuentren. A mí me explotan igual que a ellos.

Ha visto también cómo esas gentes sufren el desgarro del desprecio entre nosotros. Todos queremos trabajar, todos queremos vivir un poco. Tan solo un poco. Nos conformamos con casi nada. Un sueldo con que poder comer. Ya es bien triste esto para los tiempos que corren. No aspiramos a nada más. Por eso a veces nos hemos peleado entre los barracones, o en los pobres cobertizos en los que nos ha tocado vivir.

No tengo ganas esta noche de acordarme de los tiempos pasados. Junto a mí tengo al biafreño que se agarra a la anilla central de este camión basurero. Hemos llenado por completo la panza del camión con todas las bolsas que hemos ido cargando y ahora iremos a descargar. Luego volveremos otra vez. El chófer ha apretado el acelerador. De nada vale que una noche u otra haya más o menos basura. Si vamos más deprisa podremos retirarnos algo antes, si no nos tocará seguir más allá de las seis de madrugada, cuando dicen que termina nuestra jornada.


Me agarra la niebla helada mientras seguimos aquí colgados. Nos estamos calando y nos vamos a quedar helados. El biafreño tiene la cara amarga. Casi no hablamos en toda la noche. Cuando lleguemos al basurero echaremos algunas palabras. Beberemos un café que guardo en el termo. Algo frío ya. Cada uno con  sus silencios.

Con el tiempo que llevo aquí comienzo a tener problemas con el sueño. Al principio cuando llegaba a casa caía redondo como un saco de patatas. Ahora ya me cuesta encontrar la postura. Me despierto helado al mediodía con mal genio.

Mi mujer está embarazada. Ya va para cuatro meses. Hemos tenido un par de abortos anteriores. Quizás debidos a este desbarajuste que hemos llevado, siempre de aquí para allá, de un lado a otro. Muchas veces cada uno en un lugar. Ella se quedaba en el viejo piso arrendado con mi suegra. Ella ha pasao mucho miedo. Yo volvía cuando podía. Ni teníamos un lugar fijo en donde vivir. Tuvimos que ocupar un cuartucho oscuro y sin ventilación cuando nos casamos.

Mi suegra es una buena mujer marcada por la viudez desde casi siempre, desde cuando la mía era una cría de doce años. Mi pobre suegra se quedó sin pensión y sin trabajo. Comenzó a recoser los balones que le traían desde Mequinenza. Seguía con las puntadas igual que mi suegro hacía sin yo conocerlo cuando regresaba del trabajo de la calderería.

            El pobre hombre se sintió un día de pronto mal.  Empezó a vomitar lo poco que iba comiendo. Lo ingresaron en el hospital. Siguió vomitando. Parece que la poca carne de su cuerpo se la arrebataban a dentelladas. Se le ahondaron sus mejillas. Quedaron los ojos hundidos. Fue marcando su esqueleto en los brazos y en las costillas. Un vómito bilioso constante. Un día terminó por echar el hígado por la boca. Tal cual. Ae murió rabiando. Ahogado en su propio vómito.

El hermano de Mari, mi mujer, nunca supo, o no se creyó o decidió no decirlo a nadie que aquel cáncer hepático fue lo que lo mató. Y allí se juntaron los tres. Mari, su hermano y la madre. Mi mujer con doce años. Su hermano con ocho. Mi mujer entonces empezó a sacar malas calificaciones en la escuela. Pasó un par de años con la cabeza acorchada. Sin enterarse muy de lo que hacía. Ya no le interesaban los juegos de sus amigas, ni los libros en los que hasta entonces estudiaba las lecciones que le marcaba la maestra, ni las recomendaciones o broncas que le caían. Tampoco lo que pudiera decirle su madre. Como desmadejada consiguió terminar la primaria. Ni siquiera tenía ningún interés por conseguir un trabajo. Un abandono sin más.

Luego trabajó por horas fregando las perolas de la cocina en un restaurante de carretera. Se dejaba la piel de sus manos, devorada por los productos químicos en el dale y venga de la fregada. Sirvió también cafés y copas detrás del mostrador mientras aguantaba las tarascadas de los camioneros en su alto de la ruta conductora. Limpió los pasillos y habitaciones del hostal y se quedó una y otra vez sin trabajo.

Fue allí donde yo la conocí. En los meses en que estuve echando asfalto cuando aquel tramo de la autopista. Mis compañeros y yo nos alojábamos en aquel hostal de mala muerte. Echábamos nuestras partidas guiñoteras cuando llegaba la noche. Me llamó la atención la blancura casi enfermiza de su cara y la tristeza de sus ojos rasgados. Me dio por dejar la baraja y por acercarme a la barra donde ella reposaba su cansancio junto a la máquina cafetera. Al principio me trataba con desdén, atravesada por la indiferencia con que se defendía del asalto camionero en la demanda del coñá peleón. Fue así como yo la fui queriendo. Comenzamos a entendernos con miradas y silencios. Yo también senté la cabeza y comencé a guardar algo de dinero del que me pagaban los de la carretera.

Decidimos casarnos con el final de la contrata. Y fuimos de un lado a otro en el peregrinar de las máquinas con el sofoco del alquitrán. Me abrasaba en ocasiones las manos salpicadas. Por eso nos alegramos cuando llegaron aquí los de la Opel. Pero aquello sólo duró seis meses. Es lo malo de quienes somos especialistas en nada. Menos mal que entre nosotros las cosas siempre han ido bien. Nunca hemos discutido.

 En los momentos más duros ella busca mi protección. Como si se cobijara bajo el padre que tan pronto la dejó. Dos abortos hemos tenido. Los hemos llevado como hemos podido. Este no lo vamos perder.

Cada vez la niebla es más espesa. Hace un frío que pela. La moquita no para de gotear. El biafreño está temblando. A ver si acabamos de una vez y me meto en la cama. Espero que Mari aún no se haya levantado. Me acurrucaré junto a ella y conseguiré entrar en calor. A ver si consigo dormir. Mañana será otro día.