Al fondo el campo de batalla de la batalla de Alfambra. foto cac. |
Me lo contaba mi madre cuando yo era adolescente y como tal no sabía muy bien por dónde habían venido y vendrían los tiros en mi vida.
El miedo se apoderó de la población que a trompicones llegaba o se iba en evacuaciones, en cobijos arropados por cuevas y barrancas, en amaneceres de hielo en los mismos corrales que ocupaban las ovejas ahuyentadas. La realidad fue que la caballería llegó como un paseo desde su abrigo en los hondes protegidos por la elevación de la Serratilla y avanzó, tan ólo en tres días, desde el mismo lugar de Rubielos de la Cérida, por Lidón y Visiedo, hasta Perales y Alfambra.
Quienes sí sembraron el pánico fueron los legionarios y los mercenarios que todos conocían con el nombre de moros bajo las órdenes sin escrúpulos del coronel Yagüe.
Las adolescentes de aquel febrero de 1938, entre ellas mi madre, tuvieron que escapar saltando la tapia del corral por la femera de la casa y cobijadas por la acequia mayor huir de una posible violación.
Luego la propaganda de fuera y la historia que narró el franquismo dijo aquello de "la última carga de la caballería", la del general Monasterio Ituarte.
Y no fue así.
Jorge, uno de los exploradores sortea los parapetos en las trincheras de El Portechado. foto cac. |
Por eso hoy con los exploradores hemos decidido llegarnos hasta la posición de "El Portechado" en Escorihuela, la penúltima posición del ejército republicano antes de llegar a la última, la situada en lo más alto del puerto de Castelfrío.
Desde aquí se abarca con la mirada la extención del campo de batalla en aquellos días de comienzos del helador febrero de 1938.
Aquí la tienen ustedes. Mirando la fotografía a la derecha tienen los límites de la Serratilla, al frente, lejana, Palomera, a la izquierza el comienzo de los altos de Celadas, aquí abajo el río Alfambra.
La verdad de lo currido fue que el ejército republicano estaba ya muy mermado por los combates de todos los meses anetriores, que las tropas mandadas por Líster habían tenido muchas bajas, que las congelaciones de los soldados impedían movimientos, que la moral la tenían por los suelos, que sufrían un día y otro los bombardeos de los aviones nazis, italianos y españoles.
Esa fue la clave. Comenzaron los vuelos en cadena. Ametrallaban con un avión detrás de otro y al final caían las bombas. Una y otra vez. Tanto que en ocasiones las explosiones llegaban hasta sus propios ejércitos, como ocurrió en Argente y Visiedo. Tanto que los carros de combate de origen ruso, desplegados en esta llanada del Campo Visiedo, quedaron destruidos y así se facilitó el avannce de Yagüe y de Aranda hacia el cauce del Alfambra que marcaba la línea entre los dos ejércitos.
¿Qué carga de la caballería hubo? Ninguna. El propio Monasterio había escrito ya en 1931 que aquellos soldados subidos encima de caballos y mulos, con un fusil terciado y un sable en la mano había servido para la ambición escalafonaria de todos los militares africanistas. Pero nada más.
Aquí y ahora los soldados montados sólo hubieran sido carne de cañón en su ataque contra los tanques y las baterías de morteros o contra los nidos de ametralladoras. Desde las posiciones que iban ocupando estos soldados de caballería marcaban con señales primarias de banderas desplegadas las líneas de ametrallamiento que debían seguir los pilotos. Así lo citan en sus testimonios los propios alemanes, italianos y españoles segúnse recogen en la publicacion reciente de Blas Vicente y Carlos Gallach "La batalla de Teruel desde el aire" (Muñoz Moya editores).
Se limitaron a hacer alrededor de mil seiscientos prisioneros, a dejar abandonados tantos muertos como encontraron, a avanzar sin oposición, a recorrer esos cuarenta kilómetros en no más de tres días al paso de las acémilas y sus cuidados y a ocupar un territorio desolado. Mientras los soldados republicanos se entregaban, corrían en su repliegue, retrocedían a marchas forzadas y, sin orden ni concierto, cruzaban el río Alfambra y, por Orrios y Escorihuela, alcanzaban Cedrillas, parapetándose en las estas defensas que hoy recorren los exploradores.
No hubo tal carga de la caballería les digo a los exploradores. Monasterio sabía que si hubiera avanzado sin más ni más, sin protección de la aviación, hubiera sido destruido. Manejó bien la propaganda en el momento oportuno de la guerra y la manipulación franquista posterior y, con mano de hierro, pertrechado junto a su caballo en el retrato del fotógrafo Jalón, se convirtió en Capitán general de la 5ª región militar con base en Zaragoza, donde firmaría abundosas penas de muerte ejecutadas en las tapias de Torrero, junto al monumento a Joaquín Costa.
Aquí les dejo el video, en un giro de trescientos sesenta grados, donde el explorador mayot, desmelenado, contempla todo el frente de batalla y los lugares de la sierra de El Pobo y Castelfrío en la huida del maltrecho ejército republicano.