Inmigrantes (de hace diez años).
Decía el hombre, cincuentón él, que ya sólo faltaba que se tuviera que dar clase de religión islámica en las escuelas, que por qué tenían que ir las mujeres a clase con el pañuelo sobre la cabeza, que encima les tendríamos que pagar entre todos a esos profesores, que además la muchacha no sabía lo que se hacía, que eran sus padres quienes le habían obligado a lo del pañuelo.
No me pude callar. Se lo dije a botepronto. ¿Y a ti, cuándo te bautizaron? ¿A los ocho días de nacer? Porque sabías lo que hacías, claro.
Reculó en seguida. Que si España era un país laico, que caminamos hacia una sociedad laica, que venga con lo laico por aquí y por allá. Y yo, que la Constitución no es laica, que se dice aconfesional, que la cosa es bien distinta. Que cuando se habló de laicismo fue en los tiempos de Azaña, que su gobierno sí que legisló en esa línea y que se las tuvo bien tiesas en el Parlamento de entonces.
Y aún dije más, que es legal que la iglesia católica mantenga la enseñanza de sus dogmas en las escuelas, que así fue firmado por el gobierno de Suárez, que existen acuerdos de Estado con el Vaticano que, aunque no me gusten, los tengo que respetar porque son legales. Que han sido muy hábiles los miembros de la Conferencia Episcopal y los Nuncios Apostólicos que por España han caído, que bien han amarrado para que sean ellos quienes nombren a los profesores de Religión, para que los pague el Estado español con el dinero de todos los contribuyentes.
El Judaísmo y el Islamismo podrían explicar sus doctrinas también en las escuelas. Al menos así se lo permite la ley. Pero no tienen conciertos económicos con el Estado, y deberían pagarse ellos los profesores.
Pero claro, al cincuentón ya no le interesaba seguir por ahí. Luego desvió en que están llegando muchos emigrantes, que si el paro aumenta, que mira tú lo de El Ejido de hace un par de años, que ahora con lo de la fresa en Huelva, que siguen llegando las pateras, que además tendremos que hacer una nueva terminal en el aeropuerto de Fuerteventura. Se iba de un lado para otro.
El cincuentón era pariente de un ochentón que dirigió los fusilamientos en Huesca, familia también de otras gentes menos afortunadas que tuvieron que pasar al otro lado del Pirineo, por aquello de Bielsa y su bolsa. Conocía de la misma manera a gentes que, cuando él tenía quince años y le llevaban de vacaciones a Cambrils, tenían que coger su maleta de cartón o de madera, atada con sogueta esparteñera, y se marchaban a las campañas de la vendimia en Francia o, cuando llegaban los otoños, aguantaban los gritos de los patrones franceses sobre los campos embarrados del cultivo de la remolacha. Sabía también de gentes que sufrieron los fríos de Zürich, de Insbruch, de las soledades de Ginebra o Munich, del peligro en el trazado de los trenes de cremallera en las nuevas estaciones invernales del Tirol.
Eran ya los tiempos en que él moceaba con las jóvenes que acudían a las pistas de esquí de Candanchú. No le interesaba saber nada de los senegaleses que trabajan ahora en la vendimia de Cariñena, de los portugueses que hacen las campañas de la cereza en el Jalón, de los magrebíes que recogen las manzanas en Fraga, de los pakistaníes que bajaron a las minas de Escucha, de las ecuatorianas que él mismo ha empleado para atender a sus padres y suegros, hoy ya ochentones.
Tampoco quiso saber nada del Parlamento aragonés que reside en la Aljafería, sede antigua de los reyes moros donde el propio Cid rindió pleitesía, ni de los alarifes que levantaron esa hermosa síntesis que se llama mudéjar, hoy patrimonio de la Humanidad.
Quien quiera entender nuestra historia, la de España, la de Aragón, la de Teruel, que se asome sobre el solanar del museo turolense y observe la Catedral, El Salvador o San Martín. Después, por lo menos, que guarde silencio.
Diez años después me lo encuentro en un entierro. Ha venido al pueblo que le vio nacer por eso de cumplir con la familia. Se acaba de jubilar haciéndole una trampa a Hacienda. Me vuelve a repetir las palabras que yo tenía guardadas entre revueltos papeles. Por eso las traigo ahora. Despotrica contra los de su pueblo que no fueron capaces de emigrar como él y siguen sembrando esta primavera el panizo de la esperanza. Despotrica pero luego se lleva las patatas y los huevos que le dan y hasta la longaniza y el lomo de la conserva. Eso sí, me vuelve a decir que los de aquí son tan tontos que pasan el mismo frío de siempre y criando sabañones. Dice que cada día van a pior. Sí, sigue diciendo a pior. Pero protesta de la baja pensión que le ha quedado cinco años antes de los sesenta y cinco. De la escuela cerrada no dice nada.
Buscando la esperanza. @cac. |
Parece mentira que en el mismo siglo algunos vivan con un pensamiento del neolitico, otros medieval, algunos en la ilustracion y muy pocos de esos en Aragon y los de siempre cierran España primero al siglo XX y ahora al 21
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