Lo decía no sé quién, uno que ocupa un
cargo de no sé qué, que para eso se ha sabido mover en el partido que ocupa el
gobierno: “Cuatro cafés. Uno a la semana”. Total eso era lo que cada pagano
medicamentoso iba a aportar a las arcas tesoreriles vacías de la hacienda
pública.
Lo escuché mientras iba recorriendo los
caminos tan queridos como sufridos que acercan o alejan las tierras de Aragón y
Valencia.
Ya uno, en estos momentos, no sabe si
deja unos crápulas para sufrir unos fulleros. Todos barriendo para su barriga.
Camino, o mejor, me dejo llevar, sobre
las vías del ferrocarril, mientras miro, pienso y siento los baldíos desiertos
junto a Zaragoza con sus esmirriados y raquíticos trigos sin agua, los
incipientes sarmientos de las viñas de Cariñena, los altos de Paniza que
comienzan a verdear, las tierras llanas del Jiloca sedientas este invierno
porque los límites de la Ibérica no tuvieron nieve, los duros altiplanos cuando
superas Teruel salpicados de carrascas y sabinas entre Javalambre y Peñagolosa,
hasta que desciendo Ragudo y, al poco, los frutales de otoño de Segorbe dan
paso a los naranjos flanqueados por el monasterio de El Puig y la playa, y me
sumerjo en las huertas de Alboraya nombrada “la millor terra del mon”.
He ido pensando en muchas cosas en este
y en otros viajes, pero siempre aparecen en mis soliloquios las escuelas de
estos lugares, la presencia de los niños y los maestros. En estos lugares
limitados de norte a sur por Zaragoza y Valencia, de oeste a este por Molina de
Aragón y Cantavieja no vamos a encontrar más que escuelas públicas atendidas
por hombres y mujeres que sienten a orgullo nombrarse maestros y ejercer de
tales. La escuela privada o incluso la concertada no la vamos a encontrar. Sólo
alguna en Teruel ciudad. Nada más.
Pero llego a Valencia, parangón
crapuloso y fullero donde los haya, y me encuentro con la noticia escrita en la
prensa que reproduzco al principio. Lo diré bien claro: quien haya propuesto la
prueba es más tonto que Pichote, o más tonta, que de todo hay en la vida de las
diferencias o diferencios de género o génera y en las mentes o mentas
diarréicos o diarréicas.
Si lo que se trata es de desprestigiar
al noble oficio de enseñar a que los jóvenes aprendan ahí tienen una prueba. La
maestra entra en clase “con más cara de enfado que de costumbre”. Así pues se
supone que la maestra todos y cada uno de los días asiste a clase enfadada.
¿Dónde queda el afecto que siente por el alumno? Ordena y manda. ¿Desde cuándo
ordenar y mandar son sinónimos de enseñar. “Chilló la profesora”. Chillan las
gentes en esa gran fiesta nacional cruenta que doña Esperancita, ganadera y
torera madrileña, quiere llevar, mientras se fuma un puro, a la categoría de
patrimonio español.
Las maestras y los maestros españoles
mantienen el orden y el decoro de otra manera. Los niños, en el texto propuesto
berrean bieeeen y noooooooo. ¿Qué querrán medir estos evaluadores en los
alumnos de estos primeros cursos, la intensidad fonética de la vocal anterior
media berreada por los alumnos, la fuerza expresiva de los imperativos verbales
manifestados con ese “sacad las ceras” o la razón de la sinrazón del gusto por
el “requesón de cabra ruso”?
Qué fácil y qué gratificante caminar
con los niños, observar la naturaleza, pensar sobre ella, disfrutar y enseñar a
amarla, dar nombre a las cosas, leer y escribir sobre ellas. Leer y escribir,
leer y escribir, así de simple, así de complejo y así de formativo.
Alguno de estos alumnos después de conocer el texto propuesto por la mente
diarreica puede que nos diga: “donde no hay mata no hay patata” y “más tontos
que la Pichote”.
Me quito el cráneo a la manera
valleinclanesca ante el autor o autora de este texto producto de su secreción
mental propuesto para evaluar no sé qué. Me quito el cráneo en mi rendevú
aunque el sombrero me lo quito para hacer una larga cambiada a la par que una
peineta butifarrera a estas mentes prEvilegiadas que nos quieren llevar otra
vez a lo que se vivía en las aulas hace sesenta años, cuando los chicos con los
chicos y las chicas con las chicas marcaban el ritmo francocatólico que tanto
ansían algunos ganaderos y ganaderas de toros que se metieron en el ruedo
político como empresarios taurinos bien pertrechados desde la barrera.
Como el toro vencido, como el toro,
según decía Miguel Hernández. Así nos quieren tener. Cuidado porque nos podemos
apretar los cinturones y hasta perder unos cuantos quilos, pero el toro
humillado lanza derrotes peligrosos y el hombre humillado es capaz de romper
todas las barreras del ruedo ibérico.
Al cabo de la partida todos
analfabetos, pero seguirán metiendo el cazo en la olla pringosa de la política
por ver qué es lo que sacan y el que venga detrás que arree.
Los crápulas la piensan, los fulleros
la hacen y ambos juntos nos la meten.