Ahí están, en la biblioteca de Orrios, colocando sobre el papel unas fotografías de sus antepasados. Quedarán ya para siempre en las paredes que albergan los libros de esta biblioteca.
No sé si este lugar será tan sólo eso, un sitio que albergue los libros, fotografías, documentos que ya son historia. No sé si alguno de estos chavales, voluntariosos y movidos como su misma fotografía, leerán algún libro de vez en cuando. Pero sí estoy seguro que, de cuando en cuando, vienen por aquí y hojean y ojean algunos papeeles y se preguntan quién fue aquel de la boina calada, aquella familia agrupada en la fotografía, la mujer con la cara marcada de surcos que viste sayas hasta el suelo o el zagal que sube por las piedras que conducían hasta la escuela mientras enseña la gatera de sus pantalones.