jueves, 29 de noviembre de 2012

Aljezares y aljeceros.



Alezar. Villaba Alta. @cac.


      Ya avanzado noviembre los días se acortan. Por fortuna ha sido un mes bastante húmedo. El largo y seco estío sacudido por vientos que maltrataron los cultivos dio paso a un suave y lluvioso inicio otoñal.
       Aprovecho las mañanas de sol y nubes y sigo el cauce del Alfambra desde este lugar de Orrios. Por su margen izquierda desciendo y llego, por las Calzadas y después por el prado San Miguel, hasta las Cañadas, el lugar donde se sumergen las aguas que llegan desde el barranco del Hocino, ya en el término de Escorihuela, en su divisoria con Orrios.
        Camino hoy con el recuerdo de un oficio ya desaparecido, el de los mineros aljeceros. Hasta pasados los años cincuenta del siglo último estuvieron activos. A golpe de pico se abría una boca en una ladera de tierra hasta encontrar la roca. Se iban extrayendo las piedras yeseras y cargadas en los serones sobre las albardas de los burros eran llevadas hasta el horno cercano, donde, a fuego lento, quedaban deshidratadas, para después, a golpe de mazas de madera, a prueba de brazos sustitutorios de batanes, quedaban convertidas en polvo de yeso, de aljez dicen aquí. Luego porgado con criberos pasaba a los sacos para llegar fraguado el aljez con agua para juntar los ladrillos, rebocar las paredes y enlucir el suelo.
         Entre Orrios y Escorihuela aún hoy se pueden visitar tres de estas minas y los restos de lo que fue el horno donde cocían las piedras.
         En otras ocasiones dirijo mis pasos siguiendo el cauce hacia su nacimiento y camino hacia Villalba Alta, entre la cordillera por donde fluyen los manatiales y el regadío sembrazo de panizo aún sin recoger. Pasado el manantial de El Tormagal, la fuente de la ermita del Águila y antes de llegar a las aguas que bortan de El Toscar, desciende un camino hasta el río. Lo cruzo sobre un tronco atravesado de una a otra orilla, ayudado por una débil cuerda de las que atan las alpacas de paja, anudada a los chopos de la orilla. Ya en la otra ladera caen las barrancas de erosionadas arcillas y allí disimuladas se abren cuatro bocaminas de aljezares. 
        Estas cuevas fueron horadadas por manos expertas a golpe de pico. Debe andar con cuidado el caminante que aquí se llegue, porque el paso del tiempo y el abandono han ocasionado algunos desprendimientos y pudiera la casualidad vestirse de tragedia si cayera alguna piedra sobre el visitante.
       Mientras tanto quien aquí se llegara podrá conocer el trabajo de las gentes que ganaron su escuálido jornal en este duro tajo aljecero, los hornos aún conservados en las mismas minas y aún la disposición de las piedras dispuestas en el horno a la espera del fuego.
      También estas cuevas fueron refugio de gentes cuando por estos lugares volaban los aviones que llamaban pavas cargadas de bombas durante la última guerra civil.
       Entre boca y boca de una y otra mina contemplo los colores que van formando los árboles de la ribera del Alfambra, tan hermosos en este época.
        Y en mi pensamiento quedan las gentes trabajadoras de esta tierra, labradores que van y vienen con sus tractores volteando la tierra y sembrando el cereal, y los sufridos pastores que tornan apurando el día buscando los pastos del otoño.
Álamos rojos en El Tormagal. @cac.





Cruzando el río.@cac




Aljezar. Villalba Alta. @cac


Horno en el aljezar. @cac.

lunes, 19 de noviembre de 2012

El Tormagal




"El Tormagal" en otoño. @cac.


      El Tormagal es el manantial que marca la divisoria de tierras entre los municipios de Orrios y Villalba alta.
         Por allí descienden las aguas recogidas más arriba, alumbradas por los caños que que surgen de las laderas que marcan el barranco de Cabanillas, que entra y sale entre las tierras de Orrios y Villalba hasta llegar llegar a la hondonada de la masada de El Pozuelo y aún más allá los altos de la Batiosa, en los límites con Aguilar, Galve y Ababuj. Allí ya estamos en el punto llamado Alto de la Sierra, la que dicen de El Pobo.
         El Tormagal es un lugar húmedo y en las laderas de este barranco los chopos, álamos, nogueras, cerezos, zarzas moreras y manzanos silvestres alimentados por sus aguas cobijan a las gentes en las chicharrinas de los veranos. 
           En ocasiones el barranco se pone bravo cuando llegan las tronadas y las aguas se abalanzan llevándose consigo piedras y troncos, más aún si los dueños de esta antigua propiedad privada que en tiempos perteneció a los Marqueses de la Cañada, los del linaje Ibáñez-Cuevas, destrozan senderos y sepultan el cauce que llega hasta el cercano Alfambra.

             


Lo que queda del molino bajo. "El Tormagal" @cac.
       Estos son los sillares que quedan hoy de lo que fue el molino bajo. Las pìedras de las paredes derruidas han sido tiradas al curso natural del cauce. Cuando llegue la barrancada no valdrán lamentos.

Molino alto. "El Tormagal" @cac


        Aquí, en lo que fue molino alto, se recogían las aguas que ponían en movimientos las piedras por medio del rodezno. Las mismas aguas movían el de más abajo. ¿Con qué fin levantarían hace unos años esos pilares sin sentido?

"El Tormagal". @cac.


"El Tormagal" @cac.


   A mi madre le gustaba traernos a este lugar cuando ya el tajo de la siega se había terminado y teníamos trilladas las pimeras parvas. Quizá sea por eso por lo que vuelvo una y otra vez. La última con ella, aún la tengo muy viva. Después de comer se oscureció el lugar y al levantar el hato oímos los gritos de los masoveros desde la era en el alto diciendo que su hacina estaba abierta y que se iban a calar todos los fajos de trigo. En un periquete hombres, mujeres y zagales rematados la hacina y el agua resbaló sin que el trigo se grillara.

                 Ahora, muchos años después,  vuelvo con mis nietos a estos mismos lugares con la esperanza de que aprendan.

"El Tormagal" @cac.



miércoles, 14 de noviembre de 2012

Cerrado por huelga general



     

           El escritor Antonio Muñoz Molina ha publicado en su blog de hoy las palabras que reproduzco a continuación.

Escrito en un instante

Cartel pegado en la puerta

Cerrado por huelga general.

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jueves, 8 de noviembre de 2012

Miércoles y Cortázar.





Julio Cortázar.-
      Entra el sol por la ventana. El agua cae desde la ducha. Recorre el cuerpo. Me froto la cara. Me visto. Un café. Un par de tostadas. Otro café. Intento recordar los sueños desdibujados en la somnolencia de la noche. Quedan de ellos hilachos aislados. Miedos a asignaturas pendientes no aprobadas. Han sido sólo eso, sueños en las interferencias de un dormir entrecortado cuando llega el día. Un par de horas de clase a las mujeres que quieren aprender español. Todas con su cabeza cubierta por el hiyab musulmán. Llegan empujando el carro donde dormita el bebé nacido hace unos meses. Se esfuerzan con las palabras, con la escritura. Quieren aprender. Sus hijos mayores están escolarizados en los colegios públicos. Acaban de celebrar la fiesta del cordero, de tanta trascendencia para ellas como musulmanas practicantes. A las doce terminaremos la clase. Camino hasta el quiosco para comprar los periódicos del día. Paseo por el parque acariciado por el sol de hoy, con el suelo mojado por la lluvia de ayer y el ambiente húmedo junto al río en estos primeros días del otoño. Regreso a casa y leo a Cortázar. Tres tomos que agrupan las abundantes cartas que escribió. Un don de este gran cronopio para la amistad. Dos mil páginas donde está el mejor Cortázar. Un gozo estas cartas remitidas desde Europa, desde París, Viena, Roma o su refugio de Seignon, o los lugares donde le enviaba la Unesco. Qué gran cronopio este Cortázar. Julio sabio, amigo tierno plagado de humor lleno de afecto, culto, apasionado por la música, por el cine, por la pintura, por la escultura, por la arquitectura. Distante y cercano con su Argentina. Solidario hijo y fraterno con amigos y familiares. Desprendido en lo económico consigo mismo y con los más cercanos en la solidaridad dineraria. Hay que leer a Cortázar. Preparar las patatas y las espinacas, la col y las alubias con su aderezo para cocer en la olla. Tener la comida dispuesta en la mesa cuando lleguen los demás. Comer en familia. Dormitar recostado en el sofá en un sueño breve pero plácido. Fregar los cacharros y luego de nuevo leer a Cortázar. Acercarse hasta el huerto por ver si ya apuntan las espinacas esparcidas hace unos días o si ya surgen las habas o los bisaltos. Recoger los utensilios carpinteros, los papeles dispersos, las manzanas podridas o las patatas protegidas en la bodega, los tornillos de los últimos arreglos. Volver a los documentos de los archivos. Conocer la pequeña historia local y vivenciarla en los recorridos por lugares campesinos y piedras asentadas que hablan en los rincones queridos de la infancia que marcó para siempre vida. Apuntar algunas palabras manuscritas en el cuaderno. Recorrer las páginas de los periódicos buscando la nota humana, olvidando las declaraciones políticas de los políticos que viven de la política y se metieron en ella con la banca especuladora criminal y desahuciadora. Volver a leer a Cortazar. Dar un abrazo protector al recién nacido nieto y esperar que el somnífero de todos los días calme las angustias temerosas de la noche. Y dejarse llevar por la lectura de las cartas de ese gigante cronopio. Leer a Cortazar. Sus cartas.