jueves, 17 de noviembre de 2011

La casa en otoño.

@cac.
   Las últimas rosas, los membrillos recogidos en el capazo, la pitacantra con sus ramos de frutos rojos y sus uñas afiladas, las cortina rasgada por los vientos novembrinos, las sillas cobijadas, los manzanos ya mostrando su esqueleto en ramas y la puerta.
            La casa está en silencio. Los juegos, idas y venidas de los nietos han quedado atrás. En el trastero aguardan las bicicletas arrumbadas otros momentos por caminos y veredas, los balones han perdido fuelle y ocupan los rincones, las marionetas duermen desmadejadas el sueño de una nueva vida en veladas invernales.
            Los caminos junto al río son una parva de hojas que se irán moliendo con las aguas y los fríos que vendrán. Arriba, en el monte, las encinas parecen más recogidas en sí mismas y los rebollos ya se han quedado desnudos en su ocre hacia la nada.
            Recorro estos caminos en las breves tardes silenciosas, acunadas por el rumor que ofrecen las aguas de las acequias ya sin riego en su arrastre suave de las hojas de los chopos hasta alcanzar el río ahora en un sonoro silencio.
            A los panizos aún les queda casi un par de meses para ser recogidos bien granados. Los voraces tejones, aquí tajubos, han abierto sus caños entre caminos y ribazos. El jabalí no se queda atrás y arrambla con lo que puede. Le gustan las panizas, las bellotas del monte y sabe cómo restregarse contra las nogueras para que caigan sus frutos que devora a cada rato.
            Las aves se han agazapado. Ya no cantan las codornices del verano, la perdiz huye del cazador, el abejaruco no vuela veloz desde su nido terrero hasta el río, algún cuervo queda rezagado, las grajas ya no vuelan en manada buscando el sueño entre las ramas de los chopos. Sólo algún cernícalo revolotea mientras los buitres inician su aleteo en manada para, bien parados y orgullosos, engullir los bocados picotados de algún animal muerto.
            Las ovejas rebañan los últimos alfaces de la vega mientras los secanos reciben los granos de la siembra en estos días sazonados por las lluvias.
            El trabajo va creciendo más pausado y los labradores manejan el tractor mientras observan cómo los aladros voltean la tierra y rastrean la semilla con la esperanza de una nueva cosecha.
            El otoño se ha teñido de esperanza.
            Llegan con su seguro paso de siempre los andares de Benedicto y de José cuando vuelven con sus ovejas al corral, conocedores de todos los caminos en tantos días de dale y venga. Los esquilos suenan suaves, como si la humedad de la niebla hubiera adormecido sus badajos.
            Me refugio con la anochecida en los libros. Me hablan en su soledad silenciosa cuando regreso a la casa en la espera de otros días venideros.
@cac.

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