martes, 15 de mayo de 2012

La humildad de una rambla



  
El humilde té, en las grietas de la piedras.
 La llaman de la Hoz,  de Las Canales, del Cobacho. Es una rambla y es humilde. Recoge las aguas cuando vienen las tronadas en los finales del verano y, de cuando en cuando, algún año que otro, mediado octubre, si se le revuelven las tripas a San Pedro y le da por deporrear, arrambla con lo que puede, que no son más que piedras y las lleva arrastradas por un cauce que ha ido, como una hoz, horadando, lamiendo, esmerilando sus límites peñascosos y formando pozas, cuevas y agujeros que serán cobijo de zorras, torcaces, buitres, grajas, milanos y perdices.
       Viene desde la vaguada de las tierras de Cañada Vellida limitadas por el alto del Esquinazo. Sigue buscando los regatos secos de Fuentes Calientes, hasta que ya en el término de Perales comienza la hoz formada por años y años de aguas torrentosas para atravesar los secanos de Orrios por el Covacho y luego, ya en Alfambra, depositar sus aguas alfambras, rojas de arcillas, en el río de su nombre.
      Como todas las ramblas es solitaria. Caminar por su cauce dificultoso es escuchar el silencio de sus paredes pétreas o el eco de los propios pasos del caminante. Tienes que ir sorteando los cantos romos que han ido rodando con el tiempo en los momentos de avenidas. En ocasiones tienes que agarrarte a los salientes y escalar las paredes para luego volver al cauce. En las grietas de estas paredes recoges algunas matas de un té mieloso al tacto y amargo al paladar.
        En las primaveras, en ocasiones, alguna punta de ovejas ramonea los primeros brotes de hierbas. En los veranos, si ha habido suerte con la lluvia, queda alguna poza con agua en algún recodo y allí el ganado se amorrará para abrevar, allí por donde antaño, de niño, me llegaba por mojar los vencejos para atar los fajos del centeno segado en la partida de los Pelarchos.
            Caminando hacia el encuentro por el cauce del río voy mirando en los días de estío el vuelo majestuoso de los buitres, el vigilante del aguilucho que se precipita sobre la perdigana retrasada de la bandada que su madre, la perdiz, vigilante y altiva, no pudo salvar de las garras y, cuando llego al pozo de La Lamia, diminuta laguna machadiana insondable, me sobresalto con el aleteo impetuoso de las torcaces cobijadas en los agujeros de las piedras. Se abre entonces la rambla y te encuentras con el puente del ferrocarril nonato que nunca alcanzó ni Teruel ni Alcañiz. Andando por debajo de sus arcos sobrepaso el sifón medieval cubierto con las piedras talladas por manos de canteros expertos marcadas por el paso de los tiempos para dar,  entre los regadíos, en la partida de La Rinconada, ya en el agua, escasa, del Alfambra.

Caminando por la rambla. @cac.

Cuevas en la rambla. @cac.

La perdigana rezagada víctima del aguilucho. @cac.

Oían cantar a las ranas. @cac

La Lamia. Laguna machadiana insondable. @cac.

Salida de la rambla de La Hoz. @cac.

El puente del rerrocarril nonato. @cac.

La desembocadura en invierno. @cac.

La desembocadura en primavera. @cac.


 
 

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