miércoles, 9 de marzo de 2016

Regreso desde Toulouse





           
El Capitolium de Toulouse. @cac.
… y me encuentro con lo mismo de hace diez días.
Hartazgo de la maloliente femera política española llena de corruptos e incapaces a la espera de lo que caiga de la oligarquía de siempre. Y la intoxicación asfixiante que nos espera por medio de los periódicos, radios y televisiones.
         Toulouse. La ciudad rosada, acogedora de gentes españolas cuando tuvieron que salir a la desesperada en el inicio de su exilio tras la última guerra civil. Hoy los descendientes de aquellos españoles ya en su tercera o cuarta generación, conviven con los antiguos occitanos francés y con los no menos franceses hijos y nietos de norteafricanos del Magreb, caribeños de las Antillas, gentes cuyos antepasados fueron esclavos en los enclaves de Gabón, de Benin o de Senegal y hasta africanos de la otra costa llegados de la isla de la Reunión. Todos ya franceses de hecho y de derecho. Y junto a ellos los más recientes venidos cuando han desaparecido las aduanas europeas y atraídos por la internacionalización del Airbus se mezclan de manera híbrida en las escuelas, en los comercios, en el trabajo, en la calle. El color rosado de los edificios de Toulouse ve pasar por sus bulevares a todas esas gentes que van a su trabajo diario con su negritud, con sus rasgos orientales, con sus pelos rasteados, con su hiyab en la cabeza, con su palidez blanca en el rostro.
         He estado allí diez días, con mis nietos nacidos en Francia, escolarizados con los hijos de todas esas gentes en una escuela pública y laica, caminando con ellos en sus vacaciones racionales escolares por las calles y aceras de Toulouse, en ocasiones descuidadas, sin contenedores apropiados y algo sucias, salpicadas de las firmas de los perros porque sus dueños no recogen jamás las mierdas que dejan.
         He estado allí diez días, por la place Capitol, por las orillas del canal del Midi, por los Jacobinos, por el bulevar Alsacia-Lorena, por las abundantes librerías bien surtidas y agradables, por Saint Serenin, por las calles centrales de Taur y Esquirol, por barrios más lejanos tras la Barrière de Paris, por la zona universitaria y hospitalaria, por Blagnac y las instalaciones aeroportuarias, por bloques de viviendas obreras cercanas a barrios tradicionales de casas respetadas por la especulación que tantos años nos invadió en España, por la ribera del majestuoso Garona que viene desde Arán, por las calles rotuladas en francés y en occitano.
         He dejado a mis nietos cuando ha comenzado de nuevo la escuela, he regresado después de los días de lluvia y nieve por el siempre hermoso valle de Aspe, con toda la cadena de los Pirineos blanca en este invierno sin frío, he recordado en la estación de Oloron a esos miles de refugiados españoles salvados y también llevados a campos de exterminio, he seguido el curso del tren que unió Aragón con Aquitania hasta mediados los años sesenta pasados, he visto cómo los raíles ya han llegado hasta Bedou y el próximo año el tren llegará hasta allí.
         Cuando salgo del túnel de Canfranc el sol español me da de lleno. Ayer nevó y queda nieve en las cunetas y laderas. Oroel me marca el camino como un gigantesco león en reposo. Asciendo las curvas de Mont Repós y en el zigzag veo de nuevo los Pirineos, con nieve, blancos.
         Y me doy de nuevo y otra vez, al poco, con la negrura de esta maloliente femera política. ¿Es que nunca tendremos remedio?  
Mis nietos, León y Max, en un rincón de la librería Ombres Blanches. @cac.

El río Garona a su paso por Toulouse. @cac.

Columna y techumbre de los Jacobinos. @cac.

Cancha de baloncesto y barriada obrera. Toulouse. @cac.

        

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