domingo, 30 de noviembre de 2014










   Compré el libro en las navidades de 1.972. Al poco de aparecer. En cuanto lo vi expuesto en la ya desaparecida  librería Viridana, ubicada entonces en un semisótano en el pasaje ruzafa, en el centro de Valencia.
    Aún recuerdo que, en el interior de la librería, mientras observaba las estanterías repletas de otras recientes publicaciones, en una sección llamada de "posteres", con imágenes impresas de la figura del Che y representaciones de Picasso y Alberti, apareció un grabado de la Maja, pintada por Goya, desnuda.
    Dos o tres años después comenzaron a explotar los petardos en los escaparates de aquella librería Viridiana, todo por culpa de aquel nombre galdosiano y buñuelesco y aquella Maja tan goyesca. El final de la dictadura y los inicios del posfranquismo no fueron fáciles para quienes creíamos, y seguimos creyendo, en los valores de la Cultura.
      Leí el libro de inmediato, liberado un tanto de las labores docentes de unos días, atrapado también en la correción de escritos de los alumnos. Habíamos estudiado en clase "La busca". Y habíamos hablado de Pío Baroja y también de su sobrino Julio Caro Baroja. 
        Con la lectura de "Los Baroja" quedaban de manifiesto muchos aspectos de la obra del novelista. Julio Caro Baroja era barojiano en ideas y en manera de manifestarlas. Un par de años antes los manuales de literatura (con qué razón Julio Caro hablaba de "pedales" más que de "manuales") aún hablaban de aquel escritor como mal español y ateo. ¡Échale guindas al pavo!
        Me dejé llevar por Julio Caro Baroja. Me adentré en sus primeros años madrileños, en sus estudios en el Instituto-Escuela, en su leer, ver y oir, como aprendizaje continuado, en la llegada de la primera república, en la venida de la guerra civil y sus invilizadas huestes al caserón Itzea, la estancia familiar barojiana en Vera de Bidasoa, y luego, en la mediocridad de la España franquista que tartamudea cuando habla de Pío Baroja y se queda muda con Julio Caro, que, en silencio estudia, escribe, sobrevive entre los restos de la editorial Caro Raggio, mientras investiga y escribe sin parar a contracorriente, con su estilo personal que refleja su característica fonética cuando habla, al margen de modas e intereses, llegándose hasta América donde en ocasiones se siente más libre y refugiándose en la Churriana de Gerald Brenan
        ¡Qué ignorante y qué bestia la Universidad española que marginó y rechazó a Don Julio!
          Me he quedado siempre esperando la continuación de estas memorias tan barojianas de Don Julio Caro porque aunque finalizadas en 1971 tan sólo alcanzan hasta 1956. 
      Estos días en que Don Julio hubiera cumplido cien años si siguiera entre nosotros, he vuelto a leer aquel libro tan rico y tan poco publicitado en aquellos años de su aparición. Cuando apareció yo no conocía aquella ribera del Bidasoa desde Donamaría hasta Irún. Luego, siempre presidido y perseguido por el recuerdeo barojiano, he vuelto una y otra vez subiento el puerto de Velate y más tarde a través de su túnel hasta Elizondo y Zugarramurdi para alcanzar la muga con Francia y luego, por Elgorriaga y Lesaca hasta Irún y San Sebastián, con parada y recuerdo una y otra vez en Vera, junto a la casa, a esa Iztea, llena de recuerdos vivos de los Baroja, observando sus hechuras pétreas, sus silencios a través de sus ventanales, su tupida huerta junto al riachuelo y el camino que lleva a Francia, el mismo que tomó Baroja cuando los sucesos se pusieron feos por la carlistada, la falanjada y la faijada. 
   Por el mismo camino por donde le acompañó su sobrino, el joven Julio, el mismo Don Julio que hoy me enseña una vez más, por el que me siento acompañado en sus profundos saberes, tan vastos.
    Gracias Don Julio.

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