viernes, 15 de febrero de 2019

La llamaban "la Pernila"







       



Carta remitida al juez especial de Teruel de Rosa Martín y Carmen Ríos, las llamadas "las pernilas" solicitando una nueva declaración, libre de las presiones que sufrieron de la que firmó Rosa el 12 de noviembre de 1939.  No les fue admitida.    Original en AJTMZ.


            A Rosa la llamaban “la Pernila” y su hija Carmen heredó el mismo nombre, aunque le añadieron también el mote de “la esquiladora”, por aquello de que el padre rapaba la lana de las ovejas de algunos ganaderos, y hasta también le apodaban “la algecera” porque el padre y marido de las dos pernilas picaba las piedras y las metía en el horno encendido con aliagas y carrascas para convertirlas en yeso o algez, según el habla de estas tierras.

            El caso es que las resistencias de las tropas sublevadas se vieron obligadas a capitular porque el acoso de las brigadas republicanas los llevaron al límite de su resistencia.

            Eran los días en que el hambre, la sed, el frío y las bombas causaban heridos y muertos en los restos que quedaban de la Comandancia, del hospital de la Asunción y del Seminario. Y era entonces cuando se producían desbandadas, huidas, evasiones y traiciones.

            La dignidad militar del coronel Rey D´Harcourt le hizo firmar la rendición de la plaza que defendía y, en su documento manuscrito ante los representantes de Cruz roja y de su propio relator jurídico, quedaba el manifiesto al respeto de la vida de todos los civiles allí refugiados y el honor de los militares, quienes ya no tenían armas con que defenderse.

            Y aquella noche del siete al ocho de enero de 1938  fue la huida desesperada de algunos civiles muy comprometidos con las actuaciones y responsabilidades represivas y asesinas del verano de 1936 y de todo 1937 en la ciudad de Teruel  y en algún pueblo cercano.

            Quienes consiguieron vadear el Turia a la altura de la estación de tren aquella noche y llegaron hasta Santa Eulalia, acogidos en Alhama y ensalzados en el Pilar de Zaragoza, fueron considerados héroes y bien recompensados en la posguerra.

Un grupo de aquellos evadidos, tan comprometido como los nuevos héroes, quedó en desbandada por las cercanías de la escalinata, por los refugios junto a la estación, por debajo del viaducto y hasta incluso refugiados junto a otros en el asilo de San Julián.

Pero en aquel Teruel de alrededor de diez mil habitantes se conocían todos y más aún las acciones que “los otros y los nuestros” cometieron durante aquel tiempo. Por eso se produjeron delaciones, venganzas de “los nuestros y los otros” en aquella misma noche y en los días que siguieron.

            Las “pernilas” compartieron los primeros alimentos que les llegaron después que las fuerzas republicanas comenzaran a abastecer a Teruel y fueron requeridas, ellas y otras mujeres, para cocinar y hasta repartir las escasez de café, pan o alguna lata de sardinas entre los refugiados.

            Allí habían buscado cobijo algunos de los que no consiguieron vadear el río y allí fueron algunos señalados, vete tú a saber por quién, los Asensio, Perruca, el de la hospedería, Herrero, Epifanio y otros que fueron abatidos de inmediato por las balas vengadoras de quienes habían sufrido antes las mismas ajustadas injusticias.

Y al poco, cuando la tortilla se espanzurró de nuevo y Franco proclamó aquello de “españoles, la guerra ha terminado” fue cuando comenzó la gran persecución, la gran venganza y el gran exterminio.

            Y fue entonces cuando apareció el tal alférez-juez instructor Antonio Rodríguez Pineda con sus polainas bien afiladas y encontró la mina del exterminio en la redacción fabulosa de la fabulación de los procesos de sus sumarísimos de urgencia.

Se enteró de que las “pernilas”, quizás fueran llamadas así porque tanto madre como hija marcaban ancas jamonas y que Carmen, la hija de tan sólo dieciocho años en aquellas noches invernales, había encandilado a Miguel Simarro Quílez, comisario político de la 40 división y, enamorado, se había casado con ella cuando al gobierno republicano y a sus tropas no les quedaba más que Valencia.

El tal Antonio Rodríguez Pineda consiguió que “convenientemente interrogada” la “pernila” Rosa Martín Punter llevase a la detención de Miguel Simarro Quílez en una casa de la barriada del Grao de Valencia. Y se le acusó de todos los desmanes, robos, saqueos, destrucciones y fusilamientos habidos en Teruel, decididos, según declaraciones de los "convenientemente interrogados" en orgía alcohólica con otros civiles turolenses después de una comilona en el café comercial. (Así aparece las palabras en los sumarísimos de urgencia).

Miguel Simarro había depositado, según documentos que constan en la “causa general”, los bienes guardados en la caja fuerte de la sucursal del Banco de España en Teruel en la agencia bancaria de Valencia.

Y comenzó entonces la invención de hechos, denuncias de unos contra otros, todos “convenientemente interrogados” que llevaron a un par de docenas de civiles turolenses al paredón de Torrero en mayo de 1943, aunque algunos no llegaron hasta allí porque las torturas les causaron la locura y la muerte en los propios calabozos, donde los Gestapo a las órdenes del requerimiento de aquel atildado juez instructor los dejaron para siempre.

Las “pernilas” y treinta y siete personas más quedaron encausadas en el Sumarísimo T-2982. 40, y, como aún había gente que dio la cara por ellas y declaró que no era cierto que les dio un café, o un trozo de pan o una lata de sardinas con el fin de ser señaladas para ser fusiladas, quedaron sin condena después de pasar varios meses en la cárcel.

En su intento de humillada defensa llegaron a escribir una carta manuscrita al tribunal militar al que fueron sometidas. 

Su redacción caligráfica es un documento digno de estudio. Ml comienzo y alfinal tienen la carta.





Declaración firmada por Rosa Martín el 12 de noviembre de 1939, ante el juez Antonio Rodríguez Pineda, muy pincho siempre él en las numerosas firmas que estampó en las abundantes declaraciones. Con esta declaración comenzó una serie de acusaciones de consecuencias trágicas. En las obras dramáticas de Lope de Vega abundaba aquello de "aprieta perro". Pues eso. Lean y extraigan consecuencias. Original en AJTMA.

El Alcalde de Teruel José Maicas firmó numerosos informes a requerimiento del juez Rodríguez Pineda. Fue uno de los que consiguió escapar de la Comandancia y luego condecorado. Este informe corresponde al 9 de septiembre de 1939 y en ella invoca a "Dios que ha salvado a España guarde al Caudillo y a V.S. muchos años". AJTMZ.


Otro informe del alcalde Maicas. 27 mayo 1940. AJTMZ


El Comisario jefe de investigación y vigilancia emite su informe no exento de curiosos atranques lingüísticos. AJTMZ.

Otro informe de la comisaría de investigación y vigilancia. AJTMZ.

La solicitud de declaración de "las pernilas" dirigida al Juez especial de Teruel. AJTMZ









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