martes, 14 de mayo de 2019

Xenofobia. MENAS (Menores No Acompañados)




Consiguieron llegar.
Nacieron, abrieron los ojos y les deslumbró un sol de fuego, mamaron hasta dejar en puro pellejo dolorido y quebrado de arrugas las tetas de sus madres. Algunos atraparon los pezones estirados de unas cabras tan famélicas como ellos.
En el trance de aquella niñez se quedaron huérfanos de hermanos, de padres, de abuelos, arrastrados en los clanes protectores de familias sin tierra, sin animales nutricios, sin agua.
 Tan sólo hambre y muerte, hambre y muerte. 
Sol a dentelladas y, en otros lugares selva y aguaceros y fusiles y delirios de alcohol y alucinógenos para escapar de la miseria en las explotaciones mineras, donde ya de niños eran sumergidos como libres en sus caños de asfixia y de muerte –siempre la muerte- para obtener unos gramos de oro, o unos diamantes asesinos, o sulfatos o petróleos o volframios o plomos venenosos o coltán vitriólico, siempre entre barro y muerte y muerte, con hambre y hambre, y miseria y miseria cansada en las explotaciones negreras de blancos, y ellos negros negros y moros moros sin esperanza. 
Y dispuestos a morir, a intentar vivir muriendo.
Mujeres y hombres, siempre jóvenes y niños. Y humillaciones violentas en las violaciones de las hembras un día y otro, y otro y otro, castigadas y siempre llenas de vida, llegando hacia el camino, un camino sin rumbo donde los vientres parieron sin remedio.
Sed, hambre y muerte. Desde el primer día, a pie, a rastras, en camiones abarrotados previo pago en especie de braceros extenuados, en dineros obtenidos ni se sabe, en chantajes y muertes mientras el sol del Sahel causa estragos y alimenta las negras arrugas del desierto, las alimañas de hienas humanas agazapadas a la espera después de meses y meses, y más meses, y un año y otro y otro.
Y, por fin, el Norte. Y más negreros en el control y venta de viajes en cayucos condenados al fracaso. Y más muertes aún, y el embarque desesperado y los vientres que se hinchan en la misma barcaza antes del naufragio y el arribo a costas que dicen son la Europa española, a las arenas que semejan colchones que amortiguan las heridas infectadas de las afiladas cuchillas ceutís o melillenses, en el desesperado intento roto una y otra vez, porque qué más da si entre la  muerte y la vida no queda más una desesperación en estos niños que no saben qué edad tienen, ni quiénes son, ni conocen las fronteras que hace años trazaron los antecesores, blancos blancos, de estos que hoy mismo les han escrito en la puerta de la que pudo haber sido su casa de acogida MENAS, NO
Allí mismo donde hubieran podido estar protegidos de aquellos mismos centros convertidos, aun sin querer, en muros carcelarios separadores de las mujeres y hombres, adultos y jóvenes, con los que quisieran integrarse, acudir a la escuela y aprender a leer en una lengua que hubiera acabado siendo la suya. Y vivir, convivir con los demás blancos, rubios, negros, mestizos de todas las historias desconocidas de todos estos patrioteros de banderitas que saben grabar con colores de fuego en este lugar que pudo ser su casa y que les dice bien fuerte MENAS, FUERA.
  



Lanzo mi grito de dolor y de rabia a cien metros de mi casa donde están grabadas estas palabras por manos ejecutoras de cabezas descerebradas, pertrechadas para apalear a quienes quieren ser como otros cualesquiera. 

Estos españolitos o españolitas que blanden banderas de bandos dicen que no puede ser, se queden en su tierra, que les den por el culo, que se jodan, coño, que  a ver si se enteran de una puta vez, estos putos negros y moros de mierda, que esto  España y España es de los españoles.

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