martes, 15 de marzo de 2011

Miguel Delibes. Viejos oficios, palabras olvidadas



                        Ahora que se cumple un año de la muerte de Miguel Delibes se me aparecen de cuando en cuando recuerdos  de muchas de las palabras que nos dejó escritas. Durante muchos años, curso escolar tras curso escolar, traté de que mis alumnos se sintieran atraídos por el mundo literario de Miguel Delibes. Iba y venía según el momento el curso y las particularidades de los alumnos “El Camino”, “Cinco horas con Mario”, “Las ratas”, “Parábola del naufrago” o las “Viejas historias de Castilla la Vieja”, además de sus crónicas de viajes.
Orrios. Molino del Barrio Alto. @cac.
            Siempre mantuve una identificación personal con el narrador y con la persona que nos contaba aquellas historias vivenciales de gentes plantadas en la tierra, ancladas en los secanos o en llamazares, trabajando en lo cotidiano día a día, aceptando lo que viene y bregando siempre por salir adelante con la decencia o la golfería de cada cual.
            De cuando en cuando, años después, he recibido alguna carta en la que alumnos de entonces, ahora ya padres de hijos, me señalan algunos aconteceres de aquellas lejanas clases que les resultaron aleccionadoras y en las que yo tan sólo trataba de enseñarles a leer y a escribir. Creo que no hice nada más que eso toda mi vida docente. No sé si lo conseguí, pero siempre lo intenté. Leer y escribir no es tan simple, es algo muy complicado. Exige un esfuerzo diario y un conocimiento de la obra y de la vida del autor, de las circunstancias particulares de los alumnos, de los acontecimientos diarios de la sociedad y muchas horas de corrección de textos y de anotaciones particulares exigidas por los escritos elaborados por los alumnos.
            No siempre le fueron reconocidos los méritos literarios a Miguel Delibes. Incluso autores consagrados de hoy han tardado mucho tiempo en poner de manifiesto los valores que transmitían sus obras e incluso el respeto hacia su obra, e incluso lo tacharon de reaccionario porque eso del campo y del aire puro y de los hombres simples estaba pasado de moda.
            Hoy se me juntan los recuerdos en el momento en que el Nini hace creer que hay petróleo en el pozo de agua. Ahí, en “Las ratas”, entre otras cosas, aparece la rasmia de un Delibes que denunciaba la algarabía de la prensa en los años sesenta del pasado siglo, cuando los mandamases franquistas aireaban el fiasco millonario del gas y el petróleo en la comarca burgalesa de la Lora que tan bien conocía nuestro autor.
            Junto a ese recuerdo de el Nini me angustia el espanto del terremoto en Japón y la gravedad de la expansión radiactiva. ¿Qué escribiría hoy Miguel Delibes?
            Quiero homenajear hoy al maestro de la escritura y de la vida que nos hablaba de la salida y de la puesta de sol, de la sabiduría natural de las aves que van y vienen, del `pastor de dale y venga todos los días, del ciclo de la añada y del peligro de forzar la naturaleza porque ella es quien tiene las fuerzas incontrolables que de vez en cuando, como ahora en Japón, nos avisan con su presencia.
Alfambra. Brocal de entrada del agua para mover el ruejo.






            Como homenaje queden aquí estas palabras que a muchos les harán consultar el diccionario: muela, ruejo, prepalo, biga, dado, garzón, argollas, árbol, manzana, cerquillo, rodezno, rasera, palo, garrofones, clavos, caminales, cordón, encajado, tolva, botana, canal, cercillo, aliviador, adormidor, entabocado.
             Son los nombres de los objetos, ahora varados en el tiempo, usados en los molinos harineros. Corresponden a uno de los tres molinos que existieron en Alfambra, hoy desaparecidos. En Orrios, en el molino de la Maquila y en el del Barrio Alto, esos objetos aún se pueden contemplar y conocer. Más difícil es que las gentes de hoy los identifiquen por su nombre.

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   Los nombres aparecen en los documentos que adjunto en copia del original conservado en el Archivo histórico de Teruel y en la transcripción literal del mismo.

Alfambra

1738, nov. 14

Archivo histórico de Teruel. (A.H.T.)
Protocolos Notario Francisco DeOria
Transcripción de Clemente Alonso Crespo.-



                           Valoración de los objetos existentes en el molino harinero, año 1738



            Die Decimo cuarto mensis Nobembris ano a Nabitate Domini MDCCXXXVIII in vile de Alfambra



            Eodem die et loco que ante la presencia de mí Francisco DeOria Escribano Real por todas las tierras Reinos y señoríos de su Majestad y Domiciliado en la villa de Alfambra de la Religión del Señor San Juan de Jerusalén del partido de Teruel Reino de Aragón y de los testigos abajo nombrados comparecieron y fueron personalmente constituidos, de una parte Juan López, Molinero, vecino y residente en dicha villa, y de otra Apolinario Abril, labrador y vecino de la misma; como administrador o recaudador que dijo ser de los molinos arineros y demás cossas tocantes y pertenecientes a ellos de la expresada villa, por aberse obligado el ya difunto Gregorio Abril, padre del expresado Apolinario, en un instrumento público de arrendación siquiera arrendamiento por el mencionado Juan López; la qual dicha escritura fue echa y testificada por Martín Fuertes Nabarro, Escribano Real por todas las tierras Reinos y señoríos de su Majestad y domiciliado en el lugar de Celadas del partido de Teruel el que quisieron aber aquí por mencionado y calendado debidamente y según fuero del presente Reino; y como más fuere conveniente; y con fuerza de aber muerto dicho su padre aber quedado aquel heredero universal de todos sus bienes y acienda; y ser preciso dar quenta de los expresados molinos en la misma forma y manera que los arrendatarios de la Dominicatura y encomienda y demás lugares anexos a ella le entregaron al ya difunto Gregorio Abril su padre, como también todo lo demás existente en dichos molinos abente y dar todo ello buena y berdadera quenta a los que respectibamente se le pidieren; Por tanto por bía de amistad y amigable composición las otras dos partes juntas y cada una de por sí en aquellas mejores bía forma modo o manera que mejor podían y debían pasaban a nombrar y nombraron en Peritos Justipreciadores para que tasasran baluaren y justipreciaren todo el edificio y fábrica echa y distraida por el mencionado Juan López y demás mejoras hechas por aquel en los expresados molinos; a Diego Gascón? maestro molinero y Bartolomé Galera, maestro carpintero, ambos domiciliados en la ciudad de Teruel y allados de presente en esta villa,  y assí mismo a Joseph Esteban, molinero y vecino de la misma, peritos nombrados por las partes, y de orden y consentimiento de aquellas; y en virtud del citado nombramiento que por los dichos Juan López y Apolinario Abril se les tiene dado y concedido; dichos tasadores todos juntos y cada uno de ellos de por sí an aceptado y de nuevo aceptan dicho cargo y empleo y prometen y se obligan y juran por Dios Nuestro Señor y a una señal de cruz en poder y manos de el Alcalde Thomas Escusa, alcalde y juez ordinario de ello? y de usar bien y fielmente a su leal saber y entender y obrar conforme a derecho sin perjudicar a ninguna de las partes; y abiéndoles sido mostrados los expresados bienes por aquellos y bistos y reconocidos por los mencionados peritos tanteado su coste citado presente que tienen y el balor de estos tiempos hicieron tasación y justiprecio de todos ellos en la forma y manera siguiente,
            Primeramente accedieron dichos tasadores a el molino bajo de dicha villa en compañía y con asistencia de mí el Escribano y testigos abajo nombrados y estando en él bieron y reconocieron

 la muela y ruejo del expresado molino, y allose estar el ruejo del coto lo tasaron y justipreciaron en veinte y cinco libras                                                                                                                                                                           25 Libras la muela por allarse un dedo menos del coto se tasó en veinte y tres libras                                                            23 Libras

se tassó por los dichos el prepalo y la bija en cuatro libras diez sueldos                              4 L. 10 S.

se tasó por los dichos el dado y gorzón en cinco libras                                                        5 L.

se tasaron las dichas quatro argollas de ferro que tiene el árbol o manzana en una libra y quatro sueldos, digo            1 L.  4 S.

se tasó por los dichos el cerquillo del rodezno en tres libras                                               3 L.

se tasó por aquellos la rasera y palo para dar el agua todo de yerro en tres libras                3 L.

se tasaron los dichos dos gafarrones y sus clabos de yerro catorce sueldos                        14 S.

se tasaron los dichos dos caminales y cordón de la arina en una libra                                  1 L.

se tasó por aquellos el Encajado de la muela en dos libras                                                  2 L.

se tasó por los dichos la tolba y palos para sostenerla en una libra y doze sueldos              1 L.  12 S.

se tasó por los dichos el rodezno con su manzana en cinco libras                                        5 L.

se tasó por aquellos la botana en una libra ocho sueldos                                                     1 L. 8 S.

se tasó por aquellos la canal en ocho libras                                                                        8 L.

se tasó por los dichos tres cercillos de yesso para abrazar dicha canal en tres libras          3 L.

del banco alibiador y adormidor se tasó por aquellos en una libra                                        1 L.



     Y en virtud de aber concluido de tasar y baluar todo el edificio que de presente se alla en dicho molino bajo por dichos peritos arriba nombrados mediante el consentimiento dado y atribuido por las partes a aquellos y no abieren encontrado otros ni más bienes ni mejoras hechas y distraidas por el mencionado Juan López y en consideración de todo lo qual y de orden y mandamiento de las partes, accedimos yo El Escribano en compañía de dichos tasadores y testigos abajo nombrados a

 el molino alto de la mencionada villa y estando en él se tasaron baluaron y apreciaron por dichos peritos los bienes y mejoras infrascriptos y siguientes;

              Primeramente

la muela primera de dicho molino que por aber allado aquellos le faltaba quatro dedos y medio del coto (codo?) la tasaron en quinze libras, Digo                                                                                                                        15 L.

se tasó por los dichos el ruejo que por reconocer se allaba al coto? y no le faltaba cossa alguna a la marca la baluaron en veinte y cinco libras      25 L.

se tasó por aquellos el prepalo y la bija en cinco libras                                                       5 L.

se tasó por aquellos el gorzón y dao que por aberle allado le faltaba una cara y andante en otra y por combenio de las partes la baluaron en cinco libras                                                                                                                   5 L.         

se tasó por los dichos la rasera y palo de yerro para dar el agua en dos libras y diez sueldos  
                                                                                                                                         2 L. 10 S.

se tasó por aquellos el alibiador banco y adormedor en una libra                                         1 L.

se tasó por aquellos quatro loritas o argollas de la manzana en una libra y seis sueldos       1 L. 6 S.

se tasó por aquellos los caminales y caedor de la arina doze sueldos                                  12 S.

se tasó por los dichos el entabocado en una libra y seis sueldos                                         1 L. 6 S.

se tasó por los dichos la tolba y palos para sostenerla en una libra                                     1 L.

se tasó por los dichos el rodezno y su cercillo en diez libras                                               10 L.

se tasó por los dichos la canal en ocho libras                                                                     8 L.

se tasó por los dichos dos cercillos para abrazar dicha canal en dos libras y diez sueldos    2 L. 10 S.

se tasó por los dichos la botana gafarrones y clabos en una libra y doze sueldos                  1 L. 12 S.




              Y prosiguiendo dichos tasadores con el orden y consentimiento que por dichas partes se les tiene dado y atribuido pasaron a baluar y justipreciar las mejoras y fábrica echa y distraida por dicho López en el molar del rincón del citado molino y allóse aber en él lo siguiente

              Primeramente

una muela que por ser nueba y allarse al coto la tasaron y baluaron en veinte y cinco libras   25 L

por quanto el ruejo de dicho molar se alla de toba? y dize el mencionado Apolinario no es aparente para moler los vecinos de esta villa y demas desagregados de los lugares al contorno que concurren a moler a los mencionados molinos no la quiere admitir ni tomarle por mejora dicho ruejo; e instándoles dicho Juan López a dichos tasadores a que lo baluen y aprecien para los fines que le convengan y ará lugar a su derecho lo pasaron a tasar y baluar dichos peritos tasadores por las razones arriba dichas en veinte libras
                                                                                                                                             20 L.

se tasó y apreció por los dichos el prepalo y la bija en cinco libras                                          5 L.

se tasó y apreció por los dichos el gorrón y dao en cinco libras                                               5 L.

se tasó por aquellos seis argollas de yerro dos grandes y quatro pequeñas en una libra y diez sueldos
                                                                                                                                         1 L. 10 S.

se tasó por los dichos el alibiador banco y adormidor en una libra y diez y seis suel.           1 L. 16 S.

se tasó por aquellos la rasera en dos libras                                                                        2 L.

se tasó por aquellos la manzana del rodezno por allarse nueba en dos libras                        2 L.

se tasó por los dichos el cercillo de dicho moderno en tres libras                                        3 L.

se tasó por aquellos los caminales y caedor de la arina en diez y seis sueldos                     16 S.

se tasó por los dichos el entabocado de la muela en una libra diez sueldos                          1 L. 10 S.

se tasó por aquellos la tolba y palos para sostenerla en una libra ocho sueldos                    1 L. 8 S.

se tasó por aquellos la canal del molar del rincón que por allarse nueba la baluaron y apreciaron con dos cercillos que se abrazan de yerro en veinte y cinco libras                                                                                             25 L.



              Y en la forma que dicha es finalizaron la dicha tasación de los bienes y mejoras hechas y distraidas por el dicho Juan López en los mencionados molinos la que dijeron aber echo dichos tasadores bien y fielmente en todo su balor y estimación sin fraude ni engaño a ninguna de ambas partes por el juramento que dicho lleban según su modo de saber y entenderse y ciencia salbando error de pluma y suma, y no firmaron dichos tasadores y justipreciadores por que dijeron no saber de que yo el Escribano doi fee; todos los quales otros bienes en dicha preinserta escritura de tasación los entregó dicho Juan Lopez al mencionado Apolinario, como administrador que dicho ser de dichos molinos farineros los que en su poder otorgó aber recibido y de ellos otorgó ápoca en forma en la misma manera que dichos tasadores los an baluado tasado y justipreciado esceptando el ruejo de tolba del molar del rincón que por no ser al casso para moler los vecinos de dicha villa no quiso acerse cargo de él a lo qual tener y cumplir obliga y obligó el dicho Apolinario Abril su persona y todos sus bienes assí muebles como sitios donde quiere abidos y por aberse echo cargo de ellos a los que respectibamente se los pidieren y el dicho Juan López así mismo obligaba y obligó su persona y todos sus bienes assí muebles como sitios y a no contrabenir a todo quanto en dicha preinserta escritura de tasación amigablemente entre ambos tienen otorgado, y ambos quisieron que dicha escritura fuese arreglada con cláusulas de ejecución Precario constituto aprensión inbentario y emparamiento renunciaron y se jusmetieron a la jurisdicción de los señores Regente y oidores de la Real Audiencia de este reino y demás juezes y ministros de su Majestad renunciando large fiat ex quibus



              Testes   Blas Izquierdo, pelaire y vecino del lugar de Alcalá y Antonio Bela, albardero y vecino de el lugar de Villalba la Vaja y ambos allados de presente en dicha villa




              Yo Apolinario Abril otorgo lo dicho


              Yo Guan López otorgo lo sobredicho

              Yo Blas Izquierdo soi testigo de lo sobredicho y firmo por Diego Garzón, Joseph Esteban, maestro molinero y por Bartolomé Galera, maestro carpintero, tasadores y por Antonio Bela mi contestigo que dijeron no sabían escribir



              Notario.-   Francisco DeOria


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jueves, 3 de marzo de 2011

No oyes ladrar a los perros, ¿verdad Rulfo?

   ¿No oyes ladrar a los perros, ¿verdad Rulfo? La Mostaza no ladraba. Aquella mañana lloraba. Febrerico el loco, un día peor que otro, así decía mi madre. Esta hilera de aquí encima, la que se abría en los domingos después de misa para que se regaran los huertos, tenía unos chupones de hielo de a metro. No vimos en todo el día el sol. Se había agarrado bien la niebla y las rosadas de los días anteriores habían quemado hasta las hierbas de los ribazos. Unos hielos que ni te cuento. Las escorrentías de la hilera se habían quedado en unos chupones como garrotes. Cuando respirabas parecía que entraba un helor hasta el fondo de los pulmones. Los barros del badén debajo de la era Baguena, encima del cerrado de Casimiro, junto a la casa del señor Maestro, llevaban más de un mes sin deshacerse. Había que tener cuidado cuando pasabas por allí. Hasta las ruedas de los carros cargados con el estiércol de las femeras rebotaban sobre los barros helados. Ya podías pisar bien fuerte cuando íbamos a la escuela que no se deshacían.
            Sé que era una mañana de domingo porque ya habían dado el primer toque para la misa. Desde la era de Terrer ya ves Rulfo que se domina toda la vega hasta Larroya. Pero las mañanas de febrero hacen que se agarre la niebla por todos los campos y que ni siquiera se vean los chopos deeshojados del río. Quedan como fantasmas blanqucinos de abundosas ramas retorcidas. Los algodones enhebrados de la niebla se agarran a las pellizas y la moquita se hiela cuando desliza por la nariz. A la Mosdtaza se le había quedado helada la sangre agarrada a su hocico. ¿Por qué tuviste que matarla, Mariano? Tantas veces había subido contigo al monte, tantos días apretando el rabo, metido entre las patas, había achuchado a las ovejas para que salieran de la paridera, entumecidas por los hielos que las hacían resbalarse cuando enfilaban por la cuesta del cementerio. Tantas veces nos había sacado de los apuros cuando el hatajo se metía en los sembrados de los linderos. Tantas veces te había hecho compañía en un día y otro, en las chicharrinas de los veranos y en las heladas de los inviernos.
@cac.
            La mañana en que arrinconada en una esquina  del corral, justo al lado de las varas del carro, lloraba acurrucada cuando empezaste a chillarle y a jurar trayendo a cuento a todo el santoral. Estaba asustada, con la sangre helada, ennegrecida ya, pegada al hocico. Media docena de gallinas despanzurradas, con los cuellos rotos y las cabezas separadas, tendidas aquí y allá en lo alto de la femera. Lloraba la perra y se escondía cuando tú Mariano agarrabas un palo y le sacudías bien fuerte. La abuela que “déjala y que ya no hay remedio”. Y tú Mariano, que si dios y que si el copón bendito. Me fui de allí, asustado por tus gritos y los alaridos de la Mostaza. Ya cuando crucé el Regajo no oía más que los gritos, y al poco nada.
            Cuando volví, después de la misa, aún llevaba la abuela el mimbre en la mano. Te había sacudido un par de mimbrazos. Saliste por la puerta del carro porque por la falsa, la que estaba junto a las cortes de los puercos, se había atascado con los barros helados, arrastrados por las patas de las ovejas, cuando se metían con prisas en el cubierto en busca de la paja mezclada con centeno que les poníamos en las comederas. Llevabas en la mano el cuchillo de los perniles, aquel que tantos miedos me daba cuando lo veía junto a la capoladera de las morcillas. “Descuélgala” te dijo tu madre. Yo subí hasta la sala que daba al cementerio y al cerrado del panizar. En aquella misma habitación, una mañana heladora, justo el mismo día en que los Reyes Magos repartían los juguetes a los zagales del pueblo te fuiste tú al otro barrio y te quedaste ahí debajo  para siempre. Mirabas hasta este mismo lugar en que ibas a entrar muy pronto para ya no salir jamás de él, y veías también el mismo peral de Molinero.
            Allí la vi yo igual. La Mostaza se movía de un lado a otro, como un péndulo lento que buscaba el centro de gravedad del campo yerto. Me asusté, pero no pude dejar de mirar. Me quedé con las manos agarrotadas, enrojecidas por los sabañones, agarrado a los hierros de la ventana que tú pediste te abrieran aquella madrugada del día de los Reyes Magos. En tu última mañana te ahogabas en tus propios vómitos, te asfixiabas en el calor de tu propia sangre, la poca que te quedaba. Mientras tú te abrasbas la vida se te iba por momentos. Mirabas y mirabas las tapias del cementerio, con los ojos desorbitados. Te querías agarrar a la vida mientras deseabas dar el último paso para meterte tú mismo cubierto por la tierra para siempre.
            Pero te vi cuando llegabas con el cuchillo en la mano, justo debajo del peral de Molinero. Entonces lo entendí todo y durante mucho tiempo me diste miedo. Apareciste en mis sueños con el cuchillo en la mano y me despertaba asustado, metido en la misma cama de la abuela, allí donde dormía cuando el abuelo ya no estaba, porque me protegiera del frío y de mis miedos. Nunca le dije de mis sueños, pero quien pendía de la soga no era la Mostaza, era yo el que estaba a punto de ser colgado o quien pendía del colgajo, a punto de morir asfixiado. Luego me despertaba, con los ojos abiertos como platos, me cobijaba entre las enaguas de la abuela y volvía al sueño mientras pensaba que no era yo, sino la perra Mostaza quien caía al suelo patitiesa, entumecida, helada, aquella mañana de domingo, matadora de frío, cuando tú cortaste la soga con el cuchillos de los perniles. La misma que había atado sobre una rama justo en el rato que duró la misa, cuando yo me fui, cruzando el Regajo, y dejé de oir los lloros de la Mostaza
@cac.
            Te había dado un barrunto y decidiste que la perra era la culpable de todo aquel rastro de sangre y plumas en que se había convertido el corral y la femera. Y después de sacudirle tus buenos palos te la llevaste a rastras hasta el cerrado de Molinero mientras ella seguía llorando en sus gemidos. Echaste la soga encima de una rama de la noguera, ataste el lazo por encima del cuello y tiraste hacia arriba. La Mostaza ya ni ladró ni gimió ni lloró. Allí la dejaste hasta que, a la vuelta de misa, la abuela dijo que no la viera el zagal. Y el zagal se subió hasta la alcoba en que tú mismo te ahogaste en tu vómito una mañana heladora de enero. Y te vi cómo cortaste la soga y cómo la Mostaza cayó de golpe sobre el suelo, duras sus carnes ya, helada ya toda ella. Por eso vinieron luego mis miedos y mis sueños enloquecidos cuando no era la perra sino yo quien colgaba de la soga. De nada valieron las noches cuando me despertaba, una y otra vez, asustado porque disparabas con la escopeta para cazar a la zorra que había entrado en el corral, ayudada por la luna llena y espantaba en un guirigay a todo el gallinero. Volvía como siempre, como había llegado la noche en que quedaron despanzurradas las gallinas sobre la femera y hasta las paredes junto a la cuadra llenas de rastros y manchas de sangre.
            La zorra siempre fue la que atizó a los animales, la que vino a devorar los cuellos y las crestas, azuzada por el hambre con los fríos de los inviernos, cuando no tenía nada que comer entre las carrascas del monte. Entonces se llegaba hasta los corrales y se alimentaba con la sangre que luego lamía la Mostaza. Fuiste aquel día el más cruel de todos y me costó mi tiempo acercarme a ti. Tuvieron que pasar muchos inviernos y muchos veranos, cuando de nuevo me tirabas sobre el pazujero, cuando me enseñabas a encontrar los nidos de las perdices, cuando bajabas al río por pescar los cangrejos a mano, cuando preparabas las cañas para las truchas. Pero entonces ya la vida te había tronzado, ya habías hecho el camino de ida y vuelta, ya al poco no viste ni la ventana, ni el peral de Molinero, ni esta piedra barbacana de la era de Terrer, donde he puesto mi casa, donde platico con Rulfo, desde donde en las noches heladoras de luna llena, cuando llega la zorra, oigo ladrar a los perros.
@cac.


martes, 22 de febrero de 2011

Brabazones y Vascones, réprobos pobladores del Alfambra.

       

Cruz de Calvario. Orrios. @cac.
           Hace tiempo hablé aquí mismo de los minguijones, tolosas, villalbas, gonzalbos y otras gentes que llegaron a estas tierras que vierten sus aguas al río Alfambra.
            Fueron los pobladores de aquellos lugares sometidos por los guerreros del rey Alfonso II después de sobrepasar la Sierra de Palomera que vierte por el Oeste al Jiloca. Eran, y son, las tierras que miran al Este cuyas aguas van a parar al Alfambra que, al mismo tiempo, recoge las fuentes emanadas desde la Sierra de El Pobo y los altos de Castelfrío. Este río también recoge, en su parte alta, las aguas que afluyen desde la Sierra de Gúdar pero estos lugares ya no fueron sometidos a la normativa marcada por el Padrón o Fuero llamado de Alfambra.
            Son tierras que se abancalan desde Camañas, en la falda de Palomera, hasta el cauce del río. Son arcillas rojas salpicadas de yesos poco permeables dedicadas en aquellos finales del siglo XII, y aún ahora, al cereal. Son tierras fuertes, costosas de laborar, como lo son también las más abruptas, yesíferas y más pobres de la margen izquierda, las que hoy pertenecen a Escorihuela y Orrios. Es en Villalba, la hoy llamada Alta, donde se estrecha el valle y se recogen las aguas en el angosto de los Alcamines, donde en tiempos de la Segunda República se proyectó un pantano que aún sigue con la mofa de la canta: El pantano los Alcamines, larán, larán.
            Tierra dura esta, necesitada de esfuerzo, poblada, según restos arqueológicos, desde tiempos iberos y habitada antes de la llegada de quienes dieron los apellidos que aún perduran por gentes que la nombraron Alfambra, por ser tierra roja.
            Traigo hoy la anotación manuscrita conservada en el Archivo Histórico Nacional, en la que el Papa Alejandro III levanta la excomunión a los réprobos del norte de la actual provincia de Burgos y también de tierras de la llanada alavesa y guipuzcoanas para que puedan llegar aquí a poblar. Convertidos en frailes soldados levantarán la cruz y someterán con la espada y serán dueños de la tierra y recibirán los diezmos de cosechas y ganados y se reservarán el coto junto al río donde pacerán sus bueyes y podrán disponer de la pesca en el mismo río y hasta el derecho a la leña que produzcan los montes y las riberas.
            Dueños y señores que utilizarán el sistema de riegos que aún hoy perdura con aguas derivadas por los azudes sobre el río Alfambra, y,  por medio de los wad árabes, hoy vadillos, que distribuyen con sabiduría en hijuelas y ojos de riego el agua que brota en los lugares de fuentes y manantiales que aún alimentan el riego y se llaman El Ocino, El Sauco, El Peñiscoso, El Ortigoso, Val de Peral, La Cordillera, El Tormagal o El Toscar.
            La vertiente Este de Palomera más arcillosa y más productiva pero menos sumidora de aguas las almacena en pozos que sacia aún hoy a las ovejas y la sed del caminante en los lugares llamados de Pelusón y Altabás y los barrancos que descienden por la Grajea y el Rebollar.
            Cruz, espada, manos rudas y fuertes, algún buey, el arado brabán y nada que perder en la vida difícil de la Edad Media que trajo, a estos brabazones y vascones,  hasta esta extremadura aragonesa para mestizarse con aquellos descendientes de origen maula o moro,  sabios en el uso del agua, creadores de las almunias o huertas donde las verduras servían de alivio a una dieta de somarro de oveja y, quien podía,  de puerco.
            Más adelante, ya con Jaime I, las gentes de creencias no cristianas serán toleradas y aún evangelizadas con mimo, porque había que primar la laboriosidad que demostraban. De ahí que aún se oiga hoy que era un trabajo de moros el que realizaban aquellas gentes que, por la Pascua de Resurrección, recibían el bautismo cristiano y pasaban a apellidarse Abril, porque ese era el tiempo.
            Qué curioso que este año el Sábado Santo, de importancia señalada en el Fuero de Alfambra, coincida el 23 de abril con San Jorge, patrón de Aragón.
Copia de un fragmento de la recopilación en el siglo XIX de los documentos sobre la Orden de San Juan de Jerusalén en la Castellanía de Amposta. Original en A.H.N. Códices, L. 679. @cac.

lunes, 14 de febrero de 2011

Seguir de pobres, Juan Rulfo.

              
@cac.
                                  Seguir de pobres, Juan Rulfo


       Ven Rulfo. Salgamos. Lleguemos hasta esa corraliza. La puerta está astillada. Entremos. Verás. Hace ya tiempo que creció un saúco. Empieza a echar la flor. Te gustará su olor. ¿Florecen los saúcos en Comala? Los muertos, orientados al sol, en este lugar maldito por quienes acabaron con su vida, florecen en saúcos con los inicios de la primavera. Luego serán pócimas milagreras en el recoger de las rosacruces y ensambladoras. Como en Comala, Rulfo, así El Alcamín.

      La calle arrendada. Pagar por recoger los boñigos. La única del lugar. No hay otra. Tú sabes, Rulfo. Los mulos cuando salen de la cuadra. Las ovejas después de dejar el corral. Todos los ganados pasaban por aquí. Al ir y al venir. Todos dejaban su marca. Y qué buenos boñigos. Y qué buena sierle. Y la calle limpia. Y pagar por ello. Al mejor postor. Cada año, después de la misa de la sanjuanada. Primero plantar el árbol, luego, a su vera, la subasta. Siempre ganada por los sin tierra. O por quienes tenían un huerto en Las Calzadas. Un par de palmos de tierra. Todos los días, después de salir los ganados, cuando los pares de mulos ya andaban en la labranza, no faltaban los tres cestos mimbreros repletos de boñigos. Y con ellos a la femera, en la esquina del brazal por donde comienza el camino de Las Suertes. Buen montón al cabo del año. Y buen fiemo. Nunca saldrían de pobres, pero tendrían sus calabazas por alimentar a la cabra y algunas judías para después escaldar y enhebrar en rosarios guardados en los solanares, luego asaeteados por los cierzos. Frescas y sazonadas en los pucheros de los inviernos. Pagar por recoger la mierda. Hecho el trato junto al chopo recién plantado, debajo de la acacia con las hojas a punto de romper, frente a la puerta de la iglesia.
            Alguna mala cara en la mañana. Que le habían jodido el mejor chopo a fulano. Todos los años la misma historia. El derecho de los quintos. La noche de san Juan. Ya le tenían echado el ojo de tiempo atrás, que da mucho de sí el dale y venga de todos los días arriba y abajo. Que si en los Sotos hay uno bien majo, que en los Cuadrones está el mejor templao, que si en el Prao hay uno que ni se puede abrazar. Al final caía el del Molino o el del Zaicacho. Por joder al más rico o al más presumido de aquel año. Pa que aprenda. Tontolaba.
            Había que sacarlo a braza. Aquella noche no valían los mulos. Y tenía que ser de noche. En la raya del alba. Al hacer de día había que estar ya comiendo las gachas, festejando el sol. Cortar con la segur y sin hacer ruidos. Sin que nadie se entere de dónde era la tala, para evitar la denuncia, que nadie viera nada. Y a segur. Nada de tronzador, como en los tiempos de siempre, que así lo hicieron sus padres y los abuelos. Sabiendolo tirar, sin que se rompa la capota. Que si se rompe está capao, y el hombre, hombre. Y luego podarlo. Dejar sólo las últimas hojas. Y, hala, a cargarlo al hombro. Güevos, eso es lo que hay que tener, que somos la mejor quinta que ha salido de El Alcamín. Y arriba, y venga, y cuidao que se nos va. Y al hombro. Y ya está sacado del Soto, o del Molino, o de los Praos. Y siempre por la calle mayor, la del arriendo, hasta la puerta de la iglesia. Y entonces, al suelo. Despacio, no se nos vaya a joder ahora que ya está aquí. T hacer el pozo, para hincarlo. Y la gracia para alzarlo, poco a poco, con las tijeras en cruz de otros chopos más pequeños. Poco a poco. Y tira despacio de las sogas. Ayudados ya entonces por los más veteranos. Y que no les llamaran esqüevaos cuando ya las primeras mujeres bajaran con los cántaros a la fuente. Que ya entonces tenía que estar bien firme, para empezar a comer las gachas del día de san Juan.
            Ya llegó la sanjuanada. Ojalá que no llegara pensaban algunas mozas. Se iban los amores a segar a tierra extraña. Y ya a esperar la vuelta de los agosteros. Había que celebrar el día. Aún quedaban por restaurar los últimos surcos labrados en la calle sembrada de boñigos. Los últimos restos de la locura del carnaval de los quintos de hogaño.
            Y a subastar el arriendo. A ver quién puja. Y los más pudientes a callar, que ellos tenían fiemo de sobra, que para eso disponían de buenos ganados. Era la fiesta de los pobres. Subastar la miseria. Boñigos recogidos día a día. Después de pasar las caballerías camino de los bancales, antes de que se deshicieran pisados por otros mulos o por algún hatajo rezagado. A mano. A tiro hecho. Boñigo y puñao. Y al cesto mimbrero. Aún calientes. Y qué bien huelen, recién cagaos. Y un día y otro que por algo habían ganado la subasta o el arriendo. Y bien contentos. Luego buenas judías y las berzas de los otoños y los girasoles rastreros de sabor amargo antes de que espigasen.
@cac.
            En los veranos el polvo del camino, la sierle de las ovejas, los boñigos deshechos, todo mezclado barrido con las escobas de sargas, directos a los jubones de los serones, con la mula o el burro esperando con las samugas puestas. Y sin parar hasta el bancal, a la espera de que las lluvias fermentaran los fiemos, que si no el estiércol es baldío. Como el pan sin levadura. Que daba gusto ver salir los panes del horno. Paleados por Guzmán, quien más ganaba la vez del arriendo de las calles y los fiemos. Que así vivía. Sin sueldo. Por el pan o los bollos que le daban las mujeres por la masada. De cada treinta panes uno para el hornero, el ofrecido por poya. Y por las fiestas, las tortas con cañamones y los chichorros de la papada frita de los puercos, o los sobaos hechos con grasa. Todo alimentaba. Y media docena de zagales pasando hambre.
            Ahí arriba están los dos, Juan Rulfo. El Guzmán y la Guzmana. Media docena de hijos. Cada uno dio por un sitio. Los hombres no volvieron del servicio militar, Cada uno quedó por un lado. Sólo uno tornó y de pastor toda la vida. Aún zanquilea por ahí. Es un sin ley. Un barrastras. No respeta ni a Dios ni a su amo. Una hija de putón dicen que va. O que fue, que vieja ya debe ser. En la miseria murieron el Guzmán y la Guzmana. Les tuvimos que llevar la poca comida que conseguían tragar. De hambre murieron. Entre otro y yo les cavamos el hoyo. Costó que el Concejo pagase los cajones. Los hijos ni se sabe. Les dimos tierra aquí mismo. La que no tuvieron cuando todos fueron a los Pelarchos. Guzmán no tenía ningún mulo. Entonces hacía esteras de esparto y serones y capazos. Luego hasta el esparto se hernió y todo se lo llevó por delante la tierra cuarteada por la falta de agua. Ya al final ni arriendo de la calle. Un día cubrieron la acequia que bajaba por ella, la que recogía el agua del Cubo, después de mover el molino. Ya los mulos se acabaron. El año pasado el viejo, cojitranco y lleno de mataduras que tiraba del carretón de Máximo lo llevaron al matadero. No fue a parar al barranco Carnuzo. Esos que dicen que saben se lo debieron comer. Carne picada de los niñacos tontos.

            Huela el saúco, Juan Rulfo. La abuela curaba con sus pócimas. 

@cac.
           

lunes, 7 de febrero de 2011

Pilones. En el camino no escrito de la vida.

La burra hatera. @cac.
            Cuando los veía sabía que ya estaba en casa. Casi medio año sin volver con la familia. 
            Había subido por la feria de San Miguel para comprar una burra hatera que ahora volvía con él. Luego estuvo casi un mes aún en casa. Recogieron las patatas y las dejó tapadas en la bodega porque barruntaba un invierno de hielos. Troceó las carrascas y dejó un buen montón de leña para que aguantara hasta su vuelta, recosió con la aguja esparteñera la albarda y las cinchas, remachó la cabezada vieja y le puso un ramo de soga nuevo trenzado con cáñamo, preparó las mantas, repasó el zurrón recortado con la piel del mardano viejo, colocó los esquilos a las ovejas mansas y, para el Pilar, reunieron los hatajos y echaron otra vez barrancos arriba hasta llegar al collado en el Alto de la Sierra y Castelfrío.
              Ahora, de nuevo, estaba allí, junto a los otros tres pastores. Volvían del viejo Reino. Y por allá, en las tierras secanas donde terminaba la llanada valenciana, por Náquera y Bétera, los almendros habían echado ya la flor y los frutos comenzaban a marcar en sazón. Era el tiempo de la vuelta.
               Quince días les había costado llegar desde que levantaron el hato hasta la última parada antes de la despedida. Era aquí, todos los años, cuando procedían a destajar. Cada uno de los cuatro se llevaría su hatajo. Luego, en el pueblo, volverían a separar las ovejas de los demás propietarios. Sería entonces cuando contaran a unos y otros las desventuras de siempre y las bajas habidas en los animales. Que si tantas malparidas, que algunas patirrotas, que media docena de andoscas se volvieron modorras, que unas cuantas se quedaron para los buitres. Lo de siempre. De ellos ni palabra, que estaban bien y que estaban bien. 
              Pero ahora era el momento de compartir la última caldera de migas y de echar la mano al hombro del paisano con quien había recorrido los mismos caminos, los mismos días claros o nublos, las noches de vigilias silenciosas por sujetar el ganado.
La vuelta a casa.@cac.
                Siempre se despedían allí, al lado del primer pilón que marcaba la hilera en línea recta que llegaba hasta El Pobo y seguía luego hasta Aguilar, desde donde miraban, recortado, el castillo de Cedrillas y, más lejos, el paso del otro cerro, ya por Sollavientos. Arreglaban algo las piedras dispuestas en círculo del trojo que les servía de protección de los vientos, encendían el fuego, cortaban el pan mientras lo deshacían en migas e iban recordando, en ratos de silencios, aquellos días y aquellas noches tormentosas o estrelladas, cobijados en chozas levantadas con sus propias manos, mientras, sin decirlo, les sacudían las ganas de volver con sus hijos.
              Habían llegado al paso de las ovejas por los puertos de Ragudo y las veredas de las antiguas posesiones que fueron de la Baronía de Escriche, sujetando el hatajo para que no se metiera entre los trigos que ya lucían un palmo su verdor en la espera de las lluvias, haciando trabajar a los perros que marcaban los linderos. 
                 Es aquí, en este mismo pilón, protegido por el mismo cerco de piedras de los vientos que un día y otro vuelven, cuando hago un alto en mi camino y recuerdo y reconozco la historia no escrita en ningún lugar, la de la gente con nombre y sin embargo anónima, la que me ha marcado toda la vida, la que me ha enseñado a vivir, a querer a esta tierra torturada  que arroja a otros lugares a gentes silenciosas en busca de otros panes menos duros.
El pilón marca el camino. Por Castelfrío.@cac.
               Como ahora mi pan agradecido cuando recorro el camino, perdido, guiado por estos mismos erguidos pilones que marcaron, un día y otro, la senda borrada por las nieves de mis gentes de años antes, a quienes debo el recuerdo y el silencio del libro no escrito de la vida. Pilones: soledad y solaz del caminate.
   

             




           

martes, 1 de febrero de 2011

Orrios, iglesia vieja. Soguegación de 1754

La iglesia vieja de Orrios según la soguegación de 1754.

            Diez varas de elevación.
         Veinticinco varas y media de larga.
         Paredes gruesas de diez varas de ancha.
         Sesenta y nueve varas de circunferencia.
         Planta de torre de seis varas de grueso de las paredes.
         Cementerio: cuatro varas de ancho por dos varas y un palmo de         elevación, de largo treinta y una varas y media, de ancho veinticuatro varas, de circunferencia ciento once varas.

(Una vara tenía 33 pulgadas. La pulgada no era de  la misma longitud en todos los territorios, venía a medir entre 75 y 92 centímetros)




  
Silla de piedra en el barrio alto de Orrios. @cac.
              Sentado en este sillón de piedra rescatado de la que fue casa de los Castelló, antes Castellot y todos ellos originarios de quienes repoblaron este lugar llegados desde Castellote, miro, en las mañanas soleadas y frías de Orrios, la reliquia presente de la torre de la antigua iglesia. La nueva fue levantada, según marca la primera piedra, en 1709. Ha quedado ahí en el limbo de las propiedades eclesiales objeto de las desamortizaciones. Aquellos limbos y los de ahora, que ni siquiera Benedicto XVI nos confirma bajo dogma, siguen un día y otro con su lento deterioro.
            Este último verano el propietario de una de las casas construidas adosadas a la torre en fechas más recientes cubrió la techumbre de lo que queda de la torre con unas placas de aluminio. Las antiguas tejas, castigadas por el viento y los hielos ya no eran capaces de proteger de las lluvias y las nieves,  y desaguaban en los bajos convertidos en bodegas cobijadoras de patatas y, en tiempos, de remolachas y, hasta hace poco, eran corte donde se engordaban los cerdos y hasta un par de corderos que esperaban el degüello. El antiguo cementerio utilizado luego como huerto desde el último año se ha quedado0 en barbecho.
            Según documentos firmados entre los representantes eclesiásticos y los civiles en los años desamortizadores del primer tercio del siglo XIX seguirían en propiedad del curato las iglesias y ermitas en las que se mantuviera culto. Es por por tanto este resto de la vieja iglesia y aledaños propiedad civil, puesto que el culto se trasladó, y aún se mantiene, a la actual terminada en 1712.
            Pero este lugar de Orrios, como muchos de Aragón, es rico en monumentos históricos que constituyen un rico patrimonio devenido en ruinas. Es cierto que desde hace unos veinte años nos estamos preocupando bastante más de todo aquello que formó y forma parte de nuestra manera de ser. Porque las calles en donde jugamos de niños, las acequias en las que nos caímos, la vieja escuela donde aprendimos a leer y a escribir, las parvas castigadas por el sol en los días de la trilla, los amigos de la infancia, el ir y venir de la casa a los campos, los saciadores riegos de la vega y los huertos y el aprendizaje de los labriegos trabajos pegados a la tierra, transmitidos por los padres y los abuelos, son arrumbos que nos han llevado y traído en los días de nuestra vida.
            Por eso a veces me quedo en esta piedra convertida en silla que sus propietarios abandonaron junto al arco también pétreo de entrada a la casa, cuando el ladrillo sustituyó al tapial. Fue entonces cuando el mozo hoy setentón de pelo cano que atiende Florián la rescató e instaló en esta esquina de la plaza del barrio alto, en donde se volcaba la vida de los lugareños desde la herrería, el molino y el horno.
            La iglesia quedó marcada y medida a la manera de entonces, con una soga anudada donde se marcaban las varas. El sistema métrico decimal aún no había llegado. Queden aquí las medidas y la visión del sólido tapial que aún podemos contemplar en las mañanas frías de los inviernos de Orrios desde el solanar pétreo del barrio alto.

Orrios, torre de la vieja iglesia. @cac.

Fragmento del original de la soguegación de los bienes de la Encomienda de Orrios en 1754. El original en el Archivo histórico nacional, legajo 8294.1








Orrios
1754
A.H.N.
Legajo 8294.1
Transcripción de Clemente Alonso Crespo.-
... ... ... 

Y aviendo medido la Yglesia vieja, torre vieja, y cimenterio todo contiguo situado en dicho Barrio Alto confrontante lo uno con lo otro y todo junto con casa de Bicente Boira y vía pública hallaron que dicha Yglesia vieja consta de Diez varas de elevación de veinte y quatro varas y media de larga con gruesas paredes de Diez varas de ancha; y de sesenta y nuebe de Circunferencia. Que dicha planta de torre consta de seis varas con grueso de paredes estando conexa con la dicha Yglesia. Y que el Cimenterio consta por lo que mira hacia casa de Vicente Boira de quatro varas de elevación, y por lo que mira a las vías públicas de dos varas y un palmo el qual tiene de largo treinta y una varas y un palmo el qual tiene de largo treinta y una varas y media, de ancho veinte y quatro varas; y de Circunferencia Ciento y once varas. Y aviendo sogueado la Cañada de Fuentes situada en los términos de dicha villa confrentante con la Partida llamada el Campillo, con el Abrebador del Badillo, con la Dessa de la Villa llamada los Barrancos todas las Aguas vertientes, avían hallado que constaba de Ciento y cuarenta y una juntas o jubadas de tierra culta; y de tierra inculta de treinta y quatro juntas, todo lo qual declararon vajo el juramento que tienen prestado en lo que se ratificaron y afirmaron y dixeron ser de edad el dicho Gregorio Colás de sesenta y dos años poco más o menos, el dicho Joaquín Colás de cuarenta, el dicho Antonio Gil de sesenta y seis poco más o menos y el mencionado Joseph Asensio de sesenta y dos y firmó el que supo, y no su merced dicho Señor Alcalde de que doi fee=

                                               Antonio Gil, Agrimensor
                                               Joaquín Colás, alarife


                        Ante mí
                                               Lorenzo de Oria, Escribano




jueves, 27 de enero de 2011

27 de enero. Holocausto.Nauthausen. Nunca jamás



       Hace años estuve en Mauthausen. Sentí un dolor intenso. Fui allí desde Linz en un tren que cruzó el Danubio cuando ya se divisa la mole sobre la que se alza el campo de exterminio abandonado. 
       Llegué desde el pequeño pueblo que rodea el peñasco hasta la fortaleza que fue prisión y lugar de muerte donde perecieron más de ciento diez mil personas. Caminé casi seis kilómetros entre campos feraces de trigo verde que entonces se estaba encañando con potente espiga. Me econtré con la puerta antaño presidida por las águilas de la muerte, las mismas que cubrieron los condenados españoles con una sábana en donde escribieron la bienvenida a las fuerzas liberadoras. Entré en la explanada de recpeción de los prisioneros, en la que morían por el disparo caprichoso del jefe del campo mientras apoyaba su fusil de mira telescópica en el alfeizar de la propia ventana de su comedor. Desde allí, sentado a la mesa presidida por frutos llenos de gula, practicaba el tiro al blanco humano. 
     Descendí hasta los límites profundos de la escondida escalera de ciento ochenta y seis peldaños, la que los prisioneros llamaban de la muerte, picada y moldeada con las propias manos de los condenados, caídos, reventados por el esfuerzo de arrancar, de subir las piedras irregulares, cortantes de sus propias carnes. Los que no caían descalabrados eran empujados por las botas altivas de los guardianes y si aún les quedaban fuerzas a los escuálidos esqueletos en que habían devenido sus vidas los llevaban hasta las duchas de gas, en los edificios que bordean la terrorífica explanada limitada por los barracones abarrotados por los condenados. Luego, el olor a carne humana de los crematorios, después del asesinato por el gas de las duchas, hacia el resto. 
     Aún queda allí el museo de los horrores, con fotografías y utensilios, jeringuillas de exterminio, montones de zapatos arrumbados y botas de suelas retorcidas,  junto a las placas grabadas mucho más tarde con nombres de prisioneros de todas las nacionalidades, de seres humanos de todas las latitudes.
    Aún me duele el silencio del horror. Nunca jamás.

domingo, 23 de enero de 2011

Eran siete, Juan Rulfo, eran siete.

@cac.



   Diles que no me maten. Rulfo, tú y tus cuentos. Tú y tus muertos. Tú y tus vivos muertos. Por tus llanos ásperos, en llamas, en los planos altos de El Alcamín, te he encontrado una y otra vez.
   ¿Y quién mató a estos muertos que encontré aquí mismo, a mi lado, bajo ese escarpe de tierra? Fue cuando la sepultura del tio Rufo. Era una mañana que había salido fea. De esas de mala raza que atraviesen la tierra baldía algunos días de febrero. Amaneció oscura y se añilando. Por eso nos dimos prisa en cavar la fosa. Con José el Novato, que era el yerno, me vine hasta este lugar. Nos dimos una buena soba, porque sabíamos que se nos podía echar encima la ventisca. Y no nos pudimos salvar de ella. Pero había que cavar la sepultura y nos dimos fuerte con el pico y con la pala. Y bien mal que entraba el pico, que la tierra de primeras estaba helada y no se hundía ni a la de tres. Luego, después de las primeras tongadas, aquello ya se empezó a poner patas arriba. José era quien le daba al pico y yo el que paleaba. Y fueron saliendo los restos de las primeras botas y luego un montón de huesos y a la que nos dimos cuenta ya llevábamos siete calaveras.
    Chico, qué cosa tan rara, decía de cuando en cuando José, a quien llaman el Novato. Y a mí me dio por amontonarlas en la barda, junto al camino. Primero pensé si tirarlas derecho a la gusanera, donde van a parar todos los huesos que han ido saliendo cuando se cavan unas y otras fosas. Allí, al pudridero. Los huesos, sí. Que las costillas partidas que fueron apareciendo los tiré derecho a la gusanera. Pero las calaveras, no. Qué cosa más rara, volvió a decir de nuevo el Novato. Siete hemos sacado, ¿verdá tú?. Y eran siete, claro que eran siete, que bien que las venía contando. Y todas tenían un agujero. En la parte de abajo, la que se juntaba con el espinazo.    
    Al final nos agarró la ventisca. Con las prisas se nos vino abajo un morrón de la fosa. A José se le quedaron enganchados los pies embarrados por la tierra que cayó. Entonces le di la pala y acabó sudando la gota gorda mientras tiraba la tierra hacia arriba. Mojados. Más él que yo. Así acabamos. Porque la nieve nos había calado y porque, aun con el frío, nos había entrado la sudadera de tanto darle y darle con las prisas por acabar pronto.     
    Ya por la tarde, después del entierro, hablé con Forestal y me dio razón de los agujeros junto al espinazo. Fue después dejar en la tierra, con un palmo de nieve, el cuerpo del tio Rufo que ya hacía años se había ido de este mundo, desde el día en se enteró que el alcalde había vendido el pueblo por hacerlo barrio de Larroya. Locura senil le llamaban los médicos. Y preguntaba de vez en cuando que dónde estaba su casa y que por qué no lo llevaban a su pueblo. Cuando subíamos con el cajón y su cuerpo dentro por esa cuesta que llega hasta la cancela de entrada casi nos vamos los cuatro que lo llevábamos hasta el cerrado de Molinero. La nieve se había helado sobre el ralo verdín que siempre se agarra en los hoyos aljezares. Resbalones de unos y otros y para, que me caigo. Pero acabó en el agujero, como todos.    
     Fue cuando volvíamos, a la altura de los pedruscos de las Calzadas cuando le pregunté a Forestal. Entonces me enteré de los maquis y de las últimas matanzas. Él estuvo en el asunto. Por eso sabía del entierro. A estos también les dieron la tierra, a paladas. Y aun gracias, me dijo Forestal. Que bien malos que eran, añadió. Y así le saqué lo de los tiros de gracia, por lo de los agujeros en la nuca, casi en el espinazo.     Eran siete. Justo eran siete. Cayó toda la partida. Los venían siguiendo desde la raya de Aguilar. Eran la última partida. Fueron los últimos en caer. Forestal bien lo sabía. Le habían hablado de que unos meses antes los guardias civiles habían hecho la última batida. Ya estaban deshechos y vencidos. Luego me dijo que si se habían retirado hacia Francia y que los rojos, bueno, él precisó que comunistas, habían dado la partida por vencida. Pero él sabía de un grupo rezagado y aislado que no consiguió pasar cuando buscaban el mar al otro lado de los cinglos de Villarluengo, por donde la masada en que dejaron al dueño con la aguja de hacer media atravesada de oreja a oreja.    Aquello fue lo que más encorajinó a Forestal. Y por eso fue a por ellos.
    El masovero ya se había hartado de tantos corderos entregados a la gente del maquis. Ya no quería seguir haciendo el mondongo para entregar su parte a la partida de Sardinero. Y un día se puso farruco. Por eso no le valió. Ya no tenían ni un cartucho. Balas hacía tiempo que se les acabaron. Las escopetas sólo las llevaban por eso de presumir, porque ya digo que ni un cartucho. Y Pozolero lo sabía de tiempo. Por eso les hizo frente. Pero no le valió, ya te digo. Y entonces se lo llevaron por delante a lo salvaje. La misma aguja con que su mujer tejía los piales de algodón les sirvió para dejarlo tieso. Me supo mal. Y con Cayetano y el Hostias los rodeamos una noche, cuando dormían en el granero de la masada del Pozuelo. No tuvieron tiempo ni de decir mu. Ya no ponían centinelas ni nada. Yo creo que se sentían vencidos. Los hubiéramos agarrado de todas maneras. Ni se lo dijimos a la cuardia civil. Pa qué. 
     El Hostias dijo de pegarles un tiro allí mismo. Pero la noche estaba muy oscura. Así es que decidimos echar hacia abajo, hacia el pueblo. Los atamos uno detrás del otro, como una reata de mulos, con las sogas de acarrear que había en la misma masada. Y a trompazos los trajimos bajando por los linderos del Plano y la cuesta aguda de Val de Peral. Cayetano se fue a su casa a buscar la pistola. Allí mismo, donde tú dices que te fueron apareciendo las calaveras, el Hostias les sacudía el escopetazo, luego Cayetano les ponía el cañón de la pistola en el pestorejo y ya ni garreaban.
     No te creas que has sido tú el primero que ha encontrado los huesos. Por allí, por el medio del cementerio, en la parte que mira hacia el Regajo, siempre han aparecido algunos huesos. De verdad que tú has sido el último. La gente los iba tirando a la gusanera. Por eso no te cuadran las cuentas de los huesos y las calaveras. Es que las calaveras a todos nos daban no sé qué. Y las fueron echando medio juntas. Cuando se cavaba una fosa las iban tirando hacia la parte de arriba. Pero acuérdate que la del tio Rufo fue la última junto a la pared y ahí quedaron todas juntas. Los huesos salían enseguida con las primeras picadas. No los íbamos a dejar sin darles tierra. Pero eran siete y siete agujeros no íbamos a cavar, que además ya se había hecho de día. Así es que cuatro paladas. Ni siquiera medio metro picamos. Y allí se quedaron. Con el tiempo… pues ya ves. Han ido apareciendo. No hablamos nada a nadie. Pa qué. Se acabó el maquis y se acabó. Muerto el perro se acabó la rabia.
      Ya sé, Rulfo. No vas a decir nada. Nunca hablas. Sólo tu silencio. Arden los ribazos.
@cac.
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