martes, 9 de febrero de 2016

Lunes y "Martes de carnaval"

Ay, ay, ay...    guarda para cuando no hay.

Valeriano Bécquer. "Los Borbones en pelota". El furor uterino de la abuela Borbón.



 Lunes                         de Carnaval.
Martes                        de Carnaval.
Miércoles                    de Carnaval.
Jueves                         de Carnaval.
Viernes                        de Carnaval.
Sábado                        de Carnaval
 
Cuando lleguen a la Octava vuelvan y cásquenle otra vez al Carnaval.
 
    Aquí no se puede dejar TÍTERE con cabeza. 
 
    ¡Que esto es una FEMERA! 
 
¡A la cárcel, coño! Que para eso están aquí los de la caverna mediática.
 
 Federiquín de todos los Santos con la escopeta cargada a desmano, Carlos Herrera y sus muchachos COPEando. En el A.B.C. se enseña el alfabeto, a ver si os enteráis. El Mundo da vueltas,  ¿o no lo ves?  La Razón de la sinrazón produce monstruos. El País va como el país, sin rumbo. Las vanguardias periodísticas escritas, radiadas y visuales de todos los infectos sótanos son amamantadas por el fondo de reptiles y las gallinas cobardicas plasmáticas cacarean como pollitas piando entre sus tirabuzones remilgados repiqueteando que no le cierren su madrileñito mierdoño junto al oso que se tapa las narices. El pimpollo fra.Casado ni fu ni fa remolonea en torno al monótono baile de la Macarena. Dale a tu cuerpo una tuerca revolera. ¡Ay picotera!

     ¿Qué no harían ahora con Don Ramón María del Valle Inclán? 
 
En 1922 veía la luz –es un decir- “El esperpento de la hija del capitán”, una de las tres obras bautizadas con agua sin bendecir con el nombre de “MARTES DE CARNAVAL”. 
 
    Como sabe quien haya leído la trilogía, los MARTES ocurrían todos los días de la semana, porque MARTE es el dios de la guerra y MARTES DE CARNAVAL eran los militarotes trapisondistas de “La Corte de los milagros” de la reina Isabel II, la Chata, un putón verbenero.  ¡Ay, qué realeza es la realeza! ¡Ahora y siempre! ¡Ay mi.Corinna, ponme la Corona y me voy a la arabesca!

    Una gozada leer a Valle Inclán en estos momentos en que la femera boñiguera hispana deja su empanada diaria para alimento del personal. Aquel extravagante ciudadano, como lo calificó Miguel Primo de Ribera, aquel otro “martes” de la Dictablanda, seguro que acabaría enchironado porque, como él decía de un secretario pijaito chupatintas al servicio del ministrín de turno “Dieguito, usted desconoce la historia de España”.
    Estos botarates de hoy que husmean los meos de la carnavalada no conocen las palabras que dice el personaje de “El  General” en la escena sexta de “La hija del capitán”.
 
   Dice así: ¡Sinibaldo, saldremos al paso de esta acción deletérea. Las Cámaras y la Prensa son los dos focos de donde parte toda la insubordinación que aqueja, engañándole, al pueblo español”.
  Y más adelante: “ Redactaré un manifiesto al país. ¡Me sacrificaré una vez más por la Patria, por la Religión y por la Monarquía!”. 
 Y cómo “El Capitán” le contesta “el golpe sólo puede darlo usted”, “El General”, con toda su pompa le responde: “Naturalmente, yo soy el único que inspira confianza en las altas esferas. Allí saben que puedo ser un viva la virgen, pero que soy un patriota y que sólo me mueve el amor a las Instituciones. Eso mismo de que soy un viva la virgen prueba que no me guía la ambición, sino el amor a España. Yo sé que esa frase ha sido pronunciada por una Augusta Persona. ¡Un viva la virgen, señora, va a salvar el trono de San Fernando”.
 
    Lean, lean a Valle Inclán, disfrútenlo, y al acabar, como él mismo se permitía, alcen la garra, échense una meada y tírense una pedorreta no sin antes gozar con calma las DRAMATIS PERSONAE que él mismo puso al frente de “La hija del capitán”. Les propongo que pongan nombres actuales a los que puso Valle. Si luego huele a femera es cosa suya (de ellos y de usted).
  Y no se olviden de berrear bien fuerte con la copa de morapio alzada  "Ehpaña, Ehpaña, siempre Ehpaña."

          DRAMATIS PERSONAE de “La hija del capitán”.

El Golfante del organillo y una mucama negra mandinga.
 
La Poco Gusto, el Cosmético y el Tapa Rocas, pícaros de las afueras.
 
Un horchatero.
 
La Sinibalda, que atiende por la Sini y su Padre el Capitán Chuletas de Sargento.
 
Un General Glorioso y los Cuatro Compadres: El Pollo de Cartagena, el Banquero Trapisondas, el Ex Ministro Marchoso y el Tonguista Donostiarra.
 
El Asistente del Capitán.
Un Camarero de café.
 
El Sastre Penela y el Batuco, acróbatas del Código.
 
Un Camastrón, un Quitolis, un Chulapo acreditado en el tapete verde, un Pollo babieba y un Repórter, socios de Bellas Artes.
 
Totó, Oficial de Húsares, ayudante del General y el coronel Camarasa.
 
Doña Simplicia, dama intelectual.
 
Su Ilustrísima, obispo in partibus.
 
Una Beata, un Patriota, un Profesor de Historia.
 
El Monarca.
 
Un Lorito de Ultramar.
 
Organillos y Charangas.
                                                                          
                                                         Valle Inclán, Magister, dixit.
Valeriano Bécquer. Los Borbones en pelota.


Valeriano Bécquer. Los Borbones en pelota.    

La Corinna y el Borbón encorinnado.

domingo, 7 de febrero de 2016

Teruel. Año 1954. Tal como éramos.









     Teruel. Año 1954. Tal como éramos. Así nos fue.
 
El General Pizarro sale del Casino de Teruel acompañado del Obispo León Villuendas Polo. Foto: Archivo DARA.
 
El General Pizarro, en Alcañiz, viste y saluda como falangista. 1954. Foto Archivo DARA.



   El general Manuel Pizarro Cenjor fue nombrado Gobernador civil de Teruel en 1947. Lo fue hasta su muerte en 1954. Fue al mismo tiempo Jefe de la Quinta región de la Guardia civil. Declaró, al poco de llegar desde Granada, “zonas de guerra” a las áreas rurales donde se refugiaba la guerrilla del maquis.

    Traigo hoy aquí una de las publicaciones que hacía llegar a los Ayuntamientos y escuelas de toda la provincia: “Norma y Consigna”.  Aún recuerdo cuando el Maestro en la escuela de Orrios escribía con tiza sobre la pizarra la “Consigna” del día… y nosotros la copiábamos en nuestra rayadas libretas. Quien tenía “pintes” la coloreaba. Esa era nuestra primera labor todos los días en la escuela. Recuerdo una de estas consignas: “Por el Imperio hacia Dios”. Otra: “A los pueblos y por los pueblos”

      Lean con calma, como el General dice, esta “circular sobre proselitismo que encarezco mucho su lectura detenida y su cumplimiento … ¡Camaradas: por Teruel y su Falange, ARRIBA ESPAÑA!







    
A Dios rogando y con la Consigna dando. Así fue nuestra infancia. Foto  Archivo DARA.
 Su hijo, también Manolo, Pizarro Indart, ejerció de farmacéutico en Teruel además de haber estado en la División azul, ser Concejal del Ayuntamiento de Teruel, Vicepresidente de la Diputación y Procurador familiar en las Cortes franquistas.

   Su nieto, otro Manolo de la saga, Pizarro Moreno, además de abogado de Estado, Presidente de Endesa, Director de la Confederación de Cajas de Ahorro estuvo, como él decía,  “yo, con Don Mariano”, pero al poco de ser elegido Diputado por el PP abandonó el escaño y siguió a lo suyo.

    Así transcurrió la infancia de quienes vivimos en el medio rural turolense y ahora somos ya setentones. 

 Cuando jugando nos peleábamos a peñazos alguno decía: "Como llame a Pizarro, verás". Era el amo.

 Tal como éramos. Así nos fue.


 
El General Pizarro en su despacho de Gobernador al poco de llegar a Teruel. Archivo DARA.


viernes, 29 de enero de 2016

Juan Rulfo, nos hemos de llegar un día de estos.



             Juan Rulfo, nos hemos de llegar un día de estos.

       
@. Juan Rulfo



  También le llegó el momento a Repoyo. Año y medio después. Supo que se moría. “El domingo por la tarde estaré muerto”. Se ahogaba. Se metió en la cama. Que vinieran los hijos, que dejaran el tajo, que ya no se levantaría más. A mí también me llamó, allí, junto a la cama. Me habló de las tierras altas, de los Pelarchos, de la Batiosa, del camino de las Calzadas, de los bardales de los Huertos, de los caños de aguas de las Suertes, de los arraboles en las ventiscas de la muerte. Ya sin fuerzas. Con medias palabras. Con el fuelle cansino de su pecho hundido. Yo ni pensaba ni pensaba. Se me cerraban los ojos. Luego, muchos años después, muchas veces de nuevo me vi allí, de nuevo y otra vez. Y entonces ya no paramos de hablar, que todos los días me acuerdo de él. Por eso puse en pie otra vez la cruz de piedra.
         Se me metió el miedo en el cuerpo al poco que se fue. Y tardé mucho tiempo en sacármelo. Fue cuando acudí con madre por echar el agua en el panizar del Cerrado, dos bancales más allá del de Molinero, por donde llegaba la senda del via crucis, cuando Felipe el tabernero atronaba con “la tarde se oscurecía entre las dos y las tres”. Me lo decía madre cuando subimos por abrir una hilera de agua, junto al terrero del aljezar, algo más arriba del cementerio. “Tan cerca y no lo podemos ver”. Así decía ella, toda enlutada, el pañuelo en la cabeza, sujeto a veces con los dientes cuando se le iba hacia atrás, resbalado por el sudor, cuando cavaba los céspedes por tapar el agua, entrada ya con un murmullo de borbotones entre la empalizada del panizo. Hundía mis pies entre la tierra ablandada por las aguas. Surco a surco, así regábamos. Cuando ya estaba emparejada dijo que aprendiera sólo, que ya era hora.
@ Juan Rulfo.
         Y me entraban los sofocos. El panizar era una jaula inmensa. Cada mata un barrote. Y todos más altos que yo. Sólo con mi legón al hombro, los pies descalzos, hundidos en el barro de los surcos, cambiando el agua de uno en uno cuando alcanzaba la punta de abajo. Con las palabras de Repoyo en un diálogo de silencios, en el mismo lugar donde Mariano ahorcó a la perra Mostaza, donde con abuela pelábamos las hojas de los olmos, por cocerlas luego con patatas para los puercos, donde la recogida de nueces ya en la otoñada, debajo del ciruelo de los frutos prunos.
         El terror llegaba de madre. “Tan cerca y tan lejos”. Repoyo enterrado detrás de la tapia me tranquilizaba. Me hablaba cuando el camino hacia Larroya, cuando de nuevo los trabajos del concejo, cuando les dieron la tierra. Hasta el cementerio fue de la tierra dada, entre la acequia que llega hasta las Cañadas y el cerro de Molinero. Primero levantaron la tapia de abajo, la que mira a poniente, por sujetar la tierra blanquecina que fueron echando abajo a golpe de pico, con las mismas palas del concejo. Todo a mano. La misma tierra que les iba a enrunar para siempre. Que ni esa tenían antes. Aquí no había más que matojos pinchosos de aliagas. Tierra baldía enhuequecida por el paleo de un lado a otro. Luego facilitó cavar las sepulturas.
         Entre el panizar me hablaba Repoyo del camino sobre Val de Peral, por alcanzar los Planos y el monte, hasta llegar a Pozuelo y la Balsilla. Sólo senda de ovejas. Que los centenos sólo llegaban a las eras en cargas sobre los mulos. Seis fajos cada vez. Y de nuevo a concejo y a picar en los escarpes, desde la fuente hasta el barranco escorado. En la  ladera sólo guillomos y uvas de pastor, zarzales pinchosos para las cabras enriscadas siempre, encima de las piedras horadadas de la fuente de la Gota.
         Nos hemos de llegar un día de estos, Rulfo. Por que veas cómo mana el agua en la fuente. Sentirás cómo hierve en la misma tierra burbujeando en la badina. Iremos luego más allá, por encontrar las fuentes ya secas del Sabucar y del Peñiscoso, ahora ya en abandono, donde también Repoyo me habló del embalse, por dar de beber a las ovejas y ganar el riego entre las tierras cascajares de los barrancos, las que llegaban hasta el tejar en que se abrasó Tajero, hundidas luego entre humedales para surgir otra vez en la balsa del prao, por san Miguel, junto al río ya, pegadas al plantío en andalanes con los chopos nombrados por zagales de la escuela, cuando al señor Maestro le dio por los cotos escolares.
        

@ Juan Rulfo.
Por allí me escapaba de mis propios miedos, mientras me comía las moras arrancadas entre los pinchos de las zarzas, perdido entre el panizar. Ahora, desde la era que fue de Terrer, aquí, donde levanté mi casa por tener toda la vega a la vista y oír el murmullo de las aguas del Regajo en las noches iluminadas de luna. Observo el bancal ya abandonado, el barbecho de yerbajos sobre el que han comenzado a brotar los retoños de los álamos, nacidos con las semillas que el viento transporta en los comienzos de los otoños, cuando llegan los vilanos. Recorro los caminos bien andando apoyado sobre mi garrote o sentado en el banco de piedra que puse sobre la misma barbacana. Me llego hasta las parcelas del monte de la arrancada de las cepas, el mismo que dijo Repoyo que no se tocara, porque las carrascas llevaban allí toda la vida. Dijo que no era bueno forzar lo que es natural, que por ganar unos terrenos para el cultivo los primeros años luego se agotaría la tierra para siempre. Y así fue. No le hicieron caso. Ahora veo desde aquí, mírala tú, Rulfo, la tierra cuarteada en que se decidió lo que fue carrascal. Pasaron tres años en que las gentes tuvieron buenos cepurros para sus fuegos y tres cosechas seguidas y de trigo candial. Y ahora sólo queda un hachazo de tierra blanquecina, sin matojos siquiera, metida en punta hacia el monte, más arriba del Pozuelo, en los límites de Ababuj.
         Ya sé, Repoyo, que lo dijiste más de una vez, cuando ya tan viejo te refugiabas en el café de Felipe, por echar el vaso de vino con la sardina asada sobre la misma estufa, cuando me estirabas las orejas con tus dedos de sarmiento y aparecían tus manos llenas de higos pajareros que yo devoraba goloso.
@ Juan Rulfo.
         No te hicieron caso. Muchos años después recogieron el agua en la balsa horadada junto a la paridera de los Corrales y así salvaron los regadíos desde el Tormagal hasta la Vega Lambra.
         Sólo muchos años después, Rulfo, y muchas lunas apagadas y hasta muchas arrancadas de riñas por los cuartos de agua, cuando las muertes en las mismas paradas de las hileras.
         Muchos años después, Juan Rulfo.