jueves, 27 de enero de 2011

27 de enero. Holocausto.Nauthausen. Nunca jamás



       Hace años estuve en Mauthausen. Sentí un dolor intenso. Fui allí desde Linz en un tren que cruzó el Danubio cuando ya se divisa la mole sobre la que se alza el campo de exterminio abandonado. 
       Llegué desde el pequeño pueblo que rodea el peñasco hasta la fortaleza que fue prisión y lugar de muerte donde perecieron más de ciento diez mil personas. Caminé casi seis kilómetros entre campos feraces de trigo verde que entonces se estaba encañando con potente espiga. Me econtré con la puerta antaño presidida por las águilas de la muerte, las mismas que cubrieron los condenados españoles con una sábana en donde escribieron la bienvenida a las fuerzas liberadoras. Entré en la explanada de recpeción de los prisioneros, en la que morían por el disparo caprichoso del jefe del campo mientras apoyaba su fusil de mira telescópica en el alfeizar de la propia ventana de su comedor. Desde allí, sentado a la mesa presidida por frutos llenos de gula, practicaba el tiro al blanco humano. 
     Descendí hasta los límites profundos de la escondida escalera de ciento ochenta y seis peldaños, la que los prisioneros llamaban de la muerte, picada y moldeada con las propias manos de los condenados, caídos, reventados por el esfuerzo de arrancar, de subir las piedras irregulares, cortantes de sus propias carnes. Los que no caían descalabrados eran empujados por las botas altivas de los guardianes y si aún les quedaban fuerzas a los escuálidos esqueletos en que habían devenido sus vidas los llevaban hasta las duchas de gas, en los edificios que bordean la terrorífica explanada limitada por los barracones abarrotados por los condenados. Luego, el olor a carne humana de los crematorios, después del asesinato por el gas de las duchas, hacia el resto. 
     Aún queda allí el museo de los horrores, con fotografías y utensilios, jeringuillas de exterminio, montones de zapatos arrumbados y botas de suelas retorcidas,  junto a las placas grabadas mucho más tarde con nombres de prisioneros de todas las nacionalidades, de seres humanos de todas las latitudes.
    Aún me duele el silencio del horror. Nunca jamás.

domingo, 23 de enero de 2011

Eran siete, Juan Rulfo, eran siete.

@cac.



   Diles que no me maten. Rulfo, tú y tus cuentos. Tú y tus muertos. Tú y tus vivos muertos. Por tus llanos ásperos, en llamas, en los planos altos de El Alcamín, te he encontrado una y otra vez.
   ¿Y quién mató a estos muertos que encontré aquí mismo, a mi lado, bajo ese escarpe de tierra? Fue cuando la sepultura del tio Rufo. Era una mañana que había salido fea. De esas de mala raza que atraviesen la tierra baldía algunos días de febrero. Amaneció oscura y se añilando. Por eso nos dimos prisa en cavar la fosa. Con José el Novato, que era el yerno, me vine hasta este lugar. Nos dimos una buena soba, porque sabíamos que se nos podía echar encima la ventisca. Y no nos pudimos salvar de ella. Pero había que cavar la sepultura y nos dimos fuerte con el pico y con la pala. Y bien mal que entraba el pico, que la tierra de primeras estaba helada y no se hundía ni a la de tres. Luego, después de las primeras tongadas, aquello ya se empezó a poner patas arriba. José era quien le daba al pico y yo el que paleaba. Y fueron saliendo los restos de las primeras botas y luego un montón de huesos y a la que nos dimos cuenta ya llevábamos siete calaveras.
    Chico, qué cosa tan rara, decía de cuando en cuando José, a quien llaman el Novato. Y a mí me dio por amontonarlas en la barda, junto al camino. Primero pensé si tirarlas derecho a la gusanera, donde van a parar todos los huesos que han ido saliendo cuando se cavan unas y otras fosas. Allí, al pudridero. Los huesos, sí. Que las costillas partidas que fueron apareciendo los tiré derecho a la gusanera. Pero las calaveras, no. Qué cosa más rara, volvió a decir de nuevo el Novato. Siete hemos sacado, ¿verdá tú?. Y eran siete, claro que eran siete, que bien que las venía contando. Y todas tenían un agujero. En la parte de abajo, la que se juntaba con el espinazo.    
    Al final nos agarró la ventisca. Con las prisas se nos vino abajo un morrón de la fosa. A José se le quedaron enganchados los pies embarrados por la tierra que cayó. Entonces le di la pala y acabó sudando la gota gorda mientras tiraba la tierra hacia arriba. Mojados. Más él que yo. Así acabamos. Porque la nieve nos había calado y porque, aun con el frío, nos había entrado la sudadera de tanto darle y darle con las prisas por acabar pronto.     
    Ya por la tarde, después del entierro, hablé con Forestal y me dio razón de los agujeros junto al espinazo. Fue después dejar en la tierra, con un palmo de nieve, el cuerpo del tio Rufo que ya hacía años se había ido de este mundo, desde el día en se enteró que el alcalde había vendido el pueblo por hacerlo barrio de Larroya. Locura senil le llamaban los médicos. Y preguntaba de vez en cuando que dónde estaba su casa y que por qué no lo llevaban a su pueblo. Cuando subíamos con el cajón y su cuerpo dentro por esa cuesta que llega hasta la cancela de entrada casi nos vamos los cuatro que lo llevábamos hasta el cerrado de Molinero. La nieve se había helado sobre el ralo verdín que siempre se agarra en los hoyos aljezares. Resbalones de unos y otros y para, que me caigo. Pero acabó en el agujero, como todos.    
     Fue cuando volvíamos, a la altura de los pedruscos de las Calzadas cuando le pregunté a Forestal. Entonces me enteré de los maquis y de las últimas matanzas. Él estuvo en el asunto. Por eso sabía del entierro. A estos también les dieron la tierra, a paladas. Y aun gracias, me dijo Forestal. Que bien malos que eran, añadió. Y así le saqué lo de los tiros de gracia, por lo de los agujeros en la nuca, casi en el espinazo.     Eran siete. Justo eran siete. Cayó toda la partida. Los venían siguiendo desde la raya de Aguilar. Eran la última partida. Fueron los últimos en caer. Forestal bien lo sabía. Le habían hablado de que unos meses antes los guardias civiles habían hecho la última batida. Ya estaban deshechos y vencidos. Luego me dijo que si se habían retirado hacia Francia y que los rojos, bueno, él precisó que comunistas, habían dado la partida por vencida. Pero él sabía de un grupo rezagado y aislado que no consiguió pasar cuando buscaban el mar al otro lado de los cinglos de Villarluengo, por donde la masada en que dejaron al dueño con la aguja de hacer media atravesada de oreja a oreja.    Aquello fue lo que más encorajinó a Forestal. Y por eso fue a por ellos.
    El masovero ya se había hartado de tantos corderos entregados a la gente del maquis. Ya no quería seguir haciendo el mondongo para entregar su parte a la partida de Sardinero. Y un día se puso farruco. Por eso no le valió. Ya no tenían ni un cartucho. Balas hacía tiempo que se les acabaron. Las escopetas sólo las llevaban por eso de presumir, porque ya digo que ni un cartucho. Y Pozolero lo sabía de tiempo. Por eso les hizo frente. Pero no le valió, ya te digo. Y entonces se lo llevaron por delante a lo salvaje. La misma aguja con que su mujer tejía los piales de algodón les sirvió para dejarlo tieso. Me supo mal. Y con Cayetano y el Hostias los rodeamos una noche, cuando dormían en el granero de la masada del Pozuelo. No tuvieron tiempo ni de decir mu. Ya no ponían centinelas ni nada. Yo creo que se sentían vencidos. Los hubiéramos agarrado de todas maneras. Ni se lo dijimos a la cuardia civil. Pa qué. 
     El Hostias dijo de pegarles un tiro allí mismo. Pero la noche estaba muy oscura. Así es que decidimos echar hacia abajo, hacia el pueblo. Los atamos uno detrás del otro, como una reata de mulos, con las sogas de acarrear que había en la misma masada. Y a trompazos los trajimos bajando por los linderos del Plano y la cuesta aguda de Val de Peral. Cayetano se fue a su casa a buscar la pistola. Allí mismo, donde tú dices que te fueron apareciendo las calaveras, el Hostias les sacudía el escopetazo, luego Cayetano les ponía el cañón de la pistola en el pestorejo y ya ni garreaban.
     No te creas que has sido tú el primero que ha encontrado los huesos. Por allí, por el medio del cementerio, en la parte que mira hacia el Regajo, siempre han aparecido algunos huesos. De verdad que tú has sido el último. La gente los iba tirando a la gusanera. Por eso no te cuadran las cuentas de los huesos y las calaveras. Es que las calaveras a todos nos daban no sé qué. Y las fueron echando medio juntas. Cuando se cavaba una fosa las iban tirando hacia la parte de arriba. Pero acuérdate que la del tio Rufo fue la última junto a la pared y ahí quedaron todas juntas. Los huesos salían enseguida con las primeras picadas. No los íbamos a dejar sin darles tierra. Pero eran siete y siete agujeros no íbamos a cavar, que además ya se había hecho de día. Así es que cuatro paladas. Ni siquiera medio metro picamos. Y allí se quedaron. Con el tiempo… pues ya ves. Han ido apareciendo. No hablamos nada a nadie. Pa qué. Se acabó el maquis y se acabó. Muerto el perro se acabó la rabia.
      Ya sé, Rulfo. No vas a decir nada. Nunca hablas. Sólo tu silencio. Arden los ribazos.
@cac.
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miércoles, 19 de enero de 2011

Aperos de labranza, esqueletos rotos.

Restos de una en la masada Baja. @cac.

         La  galera abandonada en la antigua era de la trilla es un esqueleto roto resequido por el sol de los días sin tiempo.
         Una y otra vez me pierdo por estos viejos caminos llevado solo por donde me quieren traer los pasos sin rumbo.
         Me han guiado hoy hasta la masada Baja, donde confluyen los caminos que conducen a Santa Eulalia, Camañas y Alfambra. 
          Esta masada tiene resabios históricos. En ella se firmaron, ante notario, escrituras de compra y venta de unas y otras tierras y aquí se signaron también pactos de alianzas entre familias concertadas. Hace trecientos años los Dolz de Espejo, Pérez Arnal, Sánchez Muñoz, Ibáñez Cuevas, y otras gentes de alcurnia terrateniente sellaron sus compromisos y dejaron bien marcadas las propiedades que unos y otros entregaron a sus vástagos con motivo de su emparejamiento. Había que dejar la propiedad de la tierra, los ganados, los animales y los aperos de labranza a buen recaudo de los herederos, y hasta quedaba bien señalado por escrito quién iba a ser el recipendiario en caso de que no hubiera descendencia. Más adelante sirvió de refugio temporal a las gentes evacuadas durante nuestra última guerra civil en el camino de la huida ante el espanto del frente de guerra ,que por aquí mismo marcaba las trincheras de la primera línea de defensa entre unos y otros españoles enfrentados.
La primera cosechadora invadida por las zarzas y los cardos.
          Dentro de ella bulló la vida en las bodas y tornabodas y no faltó el trabajo para pastores y criados dedicados al dale y venga diario por sacar la casa adelante para aquellos señores que, en ocasiones, se llegaban por ella al amparo de la recogida de las cosechas. 
           Hoy la masada tiene las puertas cerradas y algunos de sus campos mantienen el barbecho de varios años. No sé si ha sido vendida y parcelada. Hace unos treinta años que se marchó el último mediero que la habitó. Luego sus dueños se llegaban de cuando en cuando por aquello del coto de caza disfrutado. Ahora sólo un ganado de ovejas no muy abultado se cobija en los antiguos corrales.
          Me ladra un lanudo perro ovejero y un chaparro caballo de piel mostaza me mira mientras levanta las orejas por encima de una barda. Lo demás es silencio y recuerdo en estos momentos cercanos a la puesta de sol.
           La antigua puerta de entrada, desventrada hace algunos años por el primer tractor, aparece claveteada de plásticos y cosida con cuerdas esparteras debajo de la hornacina que cobija una imagen santera invocadora de una protección dirigida a no sé quién. Es la puerta que daba acceso al patio, corral y entrada a la casa solariega erigida aquí, altiva todavía, bien asentada sobre sillares con airosos ventanales mantenidos hoy como desmesurados ojos cerrados por el sol poniente. El tejado, firme, demuestra con su canalón mantenido de recogida de aguas, que no hace mucho tiempo estuvo habitada. Hasta el amplio edificio de enfrente construido después de la guerra demuestra las ganas de vivir que tuvo esta masada con sus graneros preparados para recoger el fruto dispuestos en rampas donde abocaban las primeras cosechadoras que llegaron a esta tierra. Aún queda algún montón de grano donde se alimentan las torcaces y los gorriones y hasta al que se llegan las petirrojas perdices huidizas.
           Quedan junto a la masada, en las esquinas norte y sur, dos pozos para extraer el agua que daba vida a las gentes y el abrevar de los mulos y las ovejas, y el amplio corral abierto y la paridera cubierta y el raso y los abandonados conejares y gallineros. Por el corral deambula ese caballo chaparro que me mira con asombro mientras levanta su cabeza por encima de la pared bardera que limita el espacio.
         Decido ya volver sobre mis pasos y es entonces cuando acaricio los restos de la vieja galera, convertidos en esqueleto los ejes de las ruedas y los palos, y el hierro de la caja que llevó tantos y tantos días los fiemos a las tierras y luego acarreó el centeno, el rubión y la cebada hasta la era de la trilla. La galera me habla en silencio junto a las alpacas recogidas sin hacinar en desequilibrio frente al viento. Esta galera, que en los años cincuenta del siglo pasado sustituyó al carro, demuestra el empuje que tuvo la masada como también el viejo remolque aún con ruedas de hierro y la primera trilladora ocultada ya por el óxido rumiento que la cubre, camuflada por la acacia invasora,y  el  pálido saúco que nació, dicen, allá donde vino a cagar la zorra.
       Las zarzas han invadido poco a poco las paredes del pajar que tanto sabe de días exhaustos de trilla, de aventar en las tardes de suave viento y hasta de serranos amores furtivos.
       Tal como están y vienen los tiempos es posible que algún día se vuelvan a bandear las tierras y los arados abran de nuevo surcos para la siembra.
        Siempre queda la esperanza.
La masada Baja. @cac.
      






sábado, 15 de enero de 2011

Viejos tiempos, tiempos nuevos.

Antigua casa solariega, hoy propiedad de la Iglesia. Orrios.@cac.
                       
            Hasta que llegó el tractor, mediados los años sesenta del siglo pasado, los usos y costumbres para el trabajo de la tierra seguían pegados a los tiempos pasados. Tan sólo hacía bien poco que los mulos habían sustituido a los bueyes en la labranza de las tierras.
                         El arado romano y los trillos de pedernal fueron los útiles con que, quienes nacimos en los años de posguerra, cuando las cartillas de racionamiento y los maquis vigilaban la vida diaria, nos iniciamos en el trabajo de la casa.
                         Luego vino la emigración a las ciudades de algunas gentes de la generación que tuvo que hacer la guerra, a la que siguió la de quienes cuando niños sufrieron las evacuaciones y a la vuelta los atrapó el hambre y el sin trabajo. Dejaron entonces la esteva con que marcaban los surcos, el yugo de los mulos, la azada para remover la tierra y el zurrón de pastor y amanecieron como obreros de la Seat en Barcelona o guardias urbanos en Valencia, además de trabajar a destajo en la construcción de las barriadas obreras de la periferia de las ciudades mediterráneas o en la misma Zaragoza.
                        Cuando llegó el tractor y la cosechadora, los labradores pegados a la tierra se empeñaron hasta las cejas para levantar la casa y los obreros de las ciudades creyeron que el mundo seguía hacia adelante con un nivel de vida que nos llevaba hasta no sé dónde. Ahí aguantamos unos cuantos años y nos acostumbramos al “qué bien se está”, hasta que el ladrillo se quebró y nos arrastró a todos de nuevo al sin trabajo. Ahora capeamos el temporal cada uno como podemos.

                        Así es el devenir del tiempo. Va y viene. Pongo a continuación los bienes que teníamos hace setecientos años. Quienes ahora tengan setenta que recuerden lo que tenían cuando comenzaron a saber leer. Quienes tengan menos que pregunten.

Fragmento del original conservado en el Archivo de la Corona de Aragón, donde se indican las propiedades que poseía la casa de la Encomienda de San Juan de Jerusalén en Orrios. Año 1.307. (A.C.A. Cancillería_Cartas Reales, Jaime II_caja 16, nº 2019)


Relación de bienes que posee el barrio de Orrios dentro de la Encomienda de Alfambra bajo la Orden de San Juan del Hospital. Año 1307. (Transcripción y adaptación de Clemente Alonso Crespo)

Una vestimenta dominical
Otra vestimenta ferial
Dos libros (uno dominical y otro santoral)
Un libro mixto santoral y dominical
Un cáliz de estaño
Dos campanas
Dos campanicos
Una capa de piel
Un aceldero
Dos sobrepelleros
Un asentero

Para el trabajo de la casa las armas o herramientas que disponen son

Dos yuntas de bueyes
Un burra
Dos asnos
Tres rejas
Cuatro azadas anchas
Una azada estrecha
Una segur
Una olla de cobre
Una caldera
Una sartén
Dos tazas
Dos coberteras
Unas trébedes
Un espedo
Dos tijeras
Un cabezal de campaña
Dos mangas de campaña
Una manga nueva para la misa y cabezal medio bajón
Un cuarto de carne salada
Dos sacas
Dos aparejadas de hierro
Una ballesta
Dos pebeteros
               
La casa derruída y, al fondo, las alpacas de paja actuales. Orrios@cac.
La llave espera abrir la puerta a los nuevos tiempos. Orrios. @cac.

domingo, 9 de enero de 2011

Ermita de la Virgen del Águila. Villalba Alta

Ermita de la Virgen de El Águila. Villaba Alta. @cac.


    En el camino de Orrios a Villalba Alta. Es la única ermita en esta contornada que conserva unas hechuras de traza románica.
    No tengo noticias de cuándo fue levantada. Durante los años de mi infancia ni siquiera supe de ella. Nuestras caminatas tan sólo llegaban hasta el peirón de San Pascual y el barranco de El Tormagal que marcaban el límite territorial con el pueblo vecino. Sabía de una santa Bárbara como eran nombradas siempre las iglesias y ermitas de origen medieval de estos alrededores.
   Durante unos meses de nuestra última guerra civil sirvió como depósito de municiones para aprovisionamiento de los soldados atrincherados en las líneas de defensa de estos territorios. Una vez terminada la avalancha guerrera sufrió el abandono que llevaron consigo los difíciles años de posguerra. Había visto pasar junto al camino donde se levanta a las tropas moras de Yagüe en su avance hacia el cerco de Teruel en los comienzos de 1938 y se convirtió luego en muladar donde  se cobijaban algunas ovejas, convertida en paridera.
   Tuvieron que pasar años de abandono hasta que un practicante de Medicina en los años sesenta aparcó por aquí su profesión, según dicen como represaliado por alguna causa política que lo había desterrado desde tierras valencianas.
   Y resultó que el hombre descubrió un paisaje, unas aguas que manaban arrancadas desde la Sierra de El Pobo y Aguilar que regaban huertos revividos en primavera y daban sus frutos en verano salpicados de perales y manzanos. Mientras ayudaba a sanar las enfermedades de sus gentes descubría los recodos del río Alfambra y pescaba las truchas arcoiris que abundaban en los pozos de los Alcamines. Tenía tiempo también para moldear las arcillas cercanas al lugar para luego, pasados los años, dejar un mosaico dedicado a la Virgen que se llamó de El Águila y que aún permanece en la puerta que mira al camino.
   Tan solo hace unos quince años la ermita se salvó de la ruina. La rehabilitación llevada a cabo por la administración autonómica protegió los muros, salvó la techunbre, restauró el antiguo terrazo y puso de manifiesto la sencillez hermosa de lo humilde.
  Hoy luce esa puerta medieval labrada en piedra en cuya cristalera protectora se reflejan los dos cipreses plantados como si fueran sus jóvenes defensores, y también esa fuente de abundosa agua que refresca a caminates y gentes que recorren estas tierras.

Puerta. Virgen de El Águila. Villalba Alta. @cac.
Fuente. Virgen de El Águila. @cac.


miércoles, 5 de enero de 2011

Azud de Orrios sobre el río Alfambra.

Azud de Orrios sobre el río Alfambra. @cac.

       Este azud, situado en Orrios, desvía las aguas del río Alfambra y riega las tierras del pueblo de igual nombre.
       Muchas veces, en mi caminar por estos lugares, me siento a la vera del río y observo cómo el agua se sumerge en la acequia y si queda sobrante desborda y sigue su cauce río abajo.
       Camino siguiendo la ribera del río. En el verano protegido por las sombras que cobijan los chopos y los álamos de los sotos, en los otoños secos y fríos mirando los reflejos de las ramas como esqueletos sarmentosos en sus claras aguas. Las primaveras comienzan la vida y acuden con los primeros brotes de hojas y flores en la acogida del vuelo fugaz del mantín pescador o el intrépido del burlapastor, mientras las cotovías comienzan su canto y la abubilla, que aquí dicen bubut, se peina y despeina cuando inicia su saltón vuelo.
        Ahora, en estos días de incipientes nieves, marco mis pasos entre los primeros copos blancos y dialogo con los despojados árboles escuchando el silencio que me habla de un pasado que se fue y un futuro que no acierto a aventurar.
          Cruzo el cauce sobre las viejas pasaderas apoyado en mi viejo bastón y acaricio esta piedra horadada que sabe de tantos y tantos riegos. Es el ojo de agua medido a palmos y pulgadas cincelado hace cientos de años por establecer el derecho de riego. El agua siempre ha saciado la sed de la tierra y de los hombres.
          Malo cuando la tierra no se sacia y cuando los hombres tienen sed. Es entonces cuando surgen las disputas y la violencia puede estallar por regar un palmo más de tierra.
Ojo de agua junto al azud de Orrios.@cac.
 
          No existen muchos documentos escritos que manifiesten el reparto de aguas y sin embargo sus usos se han venido manteniendo acordados por la palabra dada entre unas gentes y otras, entre unos pueblos y otros. Y hasta hoy la palabra es ley.
          Uno de los pocos documentos es este que traigo aquí, en el que se establece un ojo de riego de diez u once pulgadas tomado desde la acequia que bebe del primer azud. Grave fue el conflicto que opbligó a intervenir al propio Gran Maestre Juan Fernández de Heredia en el año 1378. 
          El fraile militar sanjuanista tenía sus propios intereses porque hacía poco tiempo que se había hecho con la primacía de la Castellanía de Amposta de la que dependieron siempre las Encomiendas de Alfambra y Orrios.
          Al astuto monje que vivió  los comienzos del Humanismo y del refinamiento renacentista no le faltaba ambición. Pasó por la vida en ocasiones como un vendaval, en momentos con férrea mano suavizada con guante aterciopelado, dejando en el recuerdo de la Historia riquezas, miserias y saberes, que quedaron en crónicas, historias, traducciones, monumentos pétreos, castillos y herederos materializados en hijos legítimos o bastardos sembrados por su geografía vital por Alfambra, el Ebro o el Ródano. 
                      Ojos de agua cincelados en la piedra.

Solución a un pleito de aguas. Año 1378. Copia parcial del original depositado en el Archivo de la Corona de Aragón.
     Una parte de la transcripción del documento original donde se refiere la solución de toma de aguas derivada del azud de Orrios sobre el río Alfambra. El original se conserva en el Archivo de la Corona de Aragón. Año 1373.
      Transcripción de Clemente Alonso Crespo.
                  
… … …                Anno nativitate domini millesimo trescentesimo septuagesimo tercio dia martes XXVI dias del mes de abril los honrados religiosos senyor don ffray Berengarius de Montpercho lugartenent de castellan damposta por el muy honrado religioso señor don ffray Johan Ferrandez de Heredia castellan damposta e preor de Catalunya  e los honrados religiosos senyors ffray Martin Gonzales de Montuegra Comendador de Villel e ffray Conçanluo Lopez de Heredia Comendador de Alfambra ficieron en el lugar de Alfambra en el portegado de Santa Maria Magdalena del dicto lugar de Alfambra e presentaron e por mi notario dicto scripto  leyr e publicar fizieron una carta de comisión del dicho senyor castellan el tenor de la qual e atal Maestro ffray Johan Ferrandez de Heredia de la santa casa del Espital de santo Johan de Jerusalén humil castellan Damposta e Preor de Catalunya… … … …………………………………………………………..


… … … que del acut somo de Alfambra del qual acut se toma el agua para regar la uega de Alfanbra e muele los molinos de la orden que estan ant el dicto lugar que de aquesta agua que den a Marcho Sanchez  por tirar contienda e question un ojo de muela de molino el qual ojo aya un palmo en torno el qual palmo aya x o xi pulgadas que pueda pasar el agua del otro cabo del Rio a las heredades que el dicho Marcho Sánchez  tiene deyuso de Sant Miguel e las pieças del Ruvial … … … … … ……………………………………………………