Teruel. Ochenta años después.
Silenciados.
Cementerio de Torrero. Memorial. Fusilados por el franquismo. @cac. |
Ángel Sánchez Batea. Fusilado por el franquismo. Cementerio de Torrero. @cac |
Torre de san Martín. Teruel. Desde la Biblioteca pública. @ cac |
Torre de San Martín. Teruel. Enero-febrero de 1937. |
Justo
hace ahora 80 años de aquel 23 de diciembre de 1937.
Salgo de la biblioteca de Teruel.
He consultado viejos ejemplares de aquel periódico que se llamó “Lucha”. Había
aparecido en los primeros días del comienzo de la guerra civil. Órgano oficial
de la Falange. La que presidía en la provincia Manuel Pamplona. Presidente
también de “Lucha”. Papel dirigido por su hermano Clemente. Bendecido el diario
por otro hermano, Ventura, cura.
En la cárcel Manuel el 18 de julio de
1936. Sábado. Porque ya andaba enredando
con la conspiración sublevada. El lunes veinte empezaban las detenciones y los
asesinatos. Los falangistas con sus armas dispuestas a sangre y fuego. No es
una frase hecha, no.
Hay que ver lo que escriben en su órgano
oficial los Pamplona, los Alonso Bea y otros plumíferos. Madre mía, qué
lenguaje, qué juramentos.
Hasta que justo por estas mismas fechas,
hace ahora 80 años, un bombazo se lleva por delante la nave en que se escribe y
se imprime “Lucha”.
Es entonces cuando el coronel Rey D´Arcourt
y sus tropas no pueden resistir más. Llevan varios días sin comida, sin agua,
ya sin armas. Cruza telegramas con el general Varela que tenía que haber
intervenido con su cuerpo de ejército de sublevados, contraatacando las
brigadas de Líster y de El Campesino.
No lo hizo. Luego escribió unas memorias
en las que acusa de traidor a Rey D´Arcourt y ensalza al obispo Polanco.
También condecora a los cien civiles que consiguen escapar del cerco en los días
previos a la rendición de Teruel. En realidad facilitada la escapada por el
ejército republicano. Por salvar vidas. El general sería después ministro del
ejército, nombrado por Franco.
Rey D´Arcourt, herido él mismo y sin
más armas que una ametralladora y un fusil, presenta ante los mediadores de la
Cruz Roja la rendición. Porque acabara la sangría. Que respetasen la vida de
los soldados que quedaban. Que a él lo fusilaran.
Así se firmó. Y así fueron respetadas
las vidas de muchas personas. Y muchos, muchos heridos fueron evacuados hacia
tierras valencianas.
Documentos que he podido consultar
atestiguan el paso de evacuados por esta plaza donde me encuentro, limitada por
el edificio del Seminario, de la Biblioteca, de la torre de san Martín. Entonces todo destruido. La plaza
ensangrentada por los cuerpos sin vida de unos y otros.
Y la persona que se hace responsable de
esa evacuación civil es Ángel Sánchez Batea, alcalde circunstancial desde este
23 de diciembre de 1937. Ya había sido concejal elegido en 1931. Socialista.
Fundador del sindicato de campesinos y de la casa del pueblo, aquí en Teruel.
Perseguido desde el primer día de la sublevación franquista. Escondido en
alguna masada de los alrededores de Teruel. Mientras mataban nada más empezar
la sublevación a su mujer María y a su hija María Pilar, de diecisiete años.
Aquí estaban los falangistas, y los
requetés, y los de acción ciudadana.
Soldados. Y guardias civiles.
Y en esta Navidad de 1937, hace ahora
justo ochenta años, el marido y padre, ya viudo y sin hija, protege la vida del
obispo Polanco, y la del coronel Rey D´Arcourt, y la de su mujer Leocadia y la
de su hija y de muchos civiles más. En frentándose en ocasiones al mismo
“Campesino” mandamás. Entre ellos el mismo Clemente Pamplona que será evacuado
y curado de sus heridas en el hospital republicano de Sueca y, acabada la
guerra, volverá a Teruel y a dirigir “Lucha”. Más tarde el militar y el obispo
serían asesinados en Pont de Molíns. Al primero los franquistas le considerarían
un cobarde y un traídor. Al segundo lo glorificarían como héroe y santificado.
Y
nunca encontraremos los archivos de la Falange. Vete tú a saber qué se hicieron
y dónde están, si es que están
Y, al poco, ya a finales de enero de
1938, Varela entra en la ciudad destruida, machacando con sus tropas frescas
las maltrechas y agotadas antes dirigidas por el estratega Vicente Rojo.
Y entonces más civiles hacia Valencia,
y la trampa en que cayeron miles y miles de defensores republicanos en el puerto de Alicante. Donde les dejaron
varados los barcos que no acudieron a su
evacuación.
Y ahí estaba aquel alcalde quien había
puesto por nombre a sus dos hijos varones Jaurés y Volney, en memoria de Jean
Jaurés y de Volney. El primero socialista y héroe de la paz y de la libertad en
Francia, el segundo filósofo racionalista.
Así me lo contaba el mismo Jaurés con
una vitalidad y una memoria prodigiosa. El mismo que aún no ha podido enterrar
a su madre y a su hermana tantos años después, aunque sospeche que estén sus
cuerpos amontonados junto a otros más de mil en los pozos de Caudé.
El mismo hijo de aquel Ángel Sánchez
Batea que acabaron fusilando los sublevados franquistas en las tapias del
cementerio de Torrero, en Zaragoza, la madrugada del 29 de mayo de 1943.
El mismo hijo a quien escucho que la
primera obligación de un hombre de izquierdas es ser ético.
El mismo Jaurés a quien hago sabedor de
que he encontrado documentos, en el archivo histórico, con una denuncia a su
padre en la que se le acusa de instigador de la represión en aquella Navidad de
hace justo ahora ochenta años.
El mismo a quien digo que la denuncia
está hecha por mano distinta de quien es nombrada porque la denunciante no sabe
escribir.
Tiene bemoles la carga de leña. El papel
de la denuncia escrito por el agente policía de turno lleva bien clara su
datación al principio: “siendo las doce horas, treinta
minutos, del 9 de mayo de 1944”.
Tiene bemoles, repito, porque justo el
29 de mayo de 1943, un año antes, Ángel Sánchez Batea había sido fusilado en
las tapias del cementerio de Torrero, después de haber sido condenado a muerte
por un tribunal militar de Zaragoza, y en cuya sentencia estampó el “enterado”
quien sigue a los pies del altar del pétreo monumento que se erigió para sí
mismo, levantado con los brazos de sus mismos condenados, entre las graníticas
piedras de Cuelgamuros.
Jaurés y yo nos despedimos con un abrazo
íntimo en esta mañana de un Teruel soleado. Justo en medio de la plaza limitada
por el Seminario, la Biblioteca y la torre de San Martín, erguida y hermosa moza
mudéjar.
Jaurés Sánchez Pérez. Orrios. Agosto 2017. @ cac |