Me va a atrapar la noche y no podré llegar al pueblo. Cada vez se pierde más el camino y la nieve se hace más espesa. Tenía que haberla dejado en el barranco Alcalá y que hubiá sido pa los buitres, haberle cortado la oreja, llevarle la señal al amo y santas pascuas. Pero el amo no se fía de ninguno y siempre quiere ver a la vieja que se muere atascada de años o de hambre o al cordero que palma por un hartazón de piensos, ansioso por el agua que no llega. Por eso me la he tenido que cargar sobre los hombros y echar hacia el pueblo después de encerrar al ganao en la paridera del Matojo cuando ya la tarde se ha ennegrecido por las borrascan que llegan.
Esta primala se ha quedado rezagada cuando hemos salido del barranco hacia la paridera, entre las piedras rodenas del barranco Galindo. Ha apoyado las patas sobre los hielos incrustados en las grietas que limitan el cinglo y ha resbalado. Entonces se ha ido al vacío y cuando ha llegado hasta el regato de los guillomos estaba reventada. Me he asomado y aún garreaba. He apurado el paso llamando al hatajo achuchado por la perra Mora, en la hora en que las ovejas aprietan el rabo curto contra el culo, azuzadas por el frío de la tarde, mientras me envolvía en la manta y estiraba la zancada.
Después de cruzar el pestillo de la corraliza me he tirado por el atajo del barranco y he sacado a la primala enzarzada con la lana entre los pinchos de los guillomos donde había parado. La Mora se ha puesto a ladrar y a morderle los ancones, azuzada por el hambre y el olor de la muerte. Aún ha dado un par de garreadas en los últimos espasmos que le quedaban de vida, con el cuello ya marchito por el tronzamiento del espinazo en los golpes de las piedras afiladas del rodeno.
Ha sido entonces cuando le he metido la hoja entera del cuchillo en el garganchón y he barrenado para que tirara la sangre apretándole la ijada con mi rodilla, por acabar pronto. Me la he cargado sobre los hombros y he comenzado a andar buscando la senda que me lleve al camino de Las Calzadas por el reguero del barranco, dando tumbos cuando la lana de la primala se enganchaba en los zarzales de los espinillos, llamando a la Mora, engolfada en los lametones de la sangre aún caliente derramada sobre el hielo de las ralas aguas del barranco.
@cac. |
Pesa mucho esta jodida aun sin ser siquiera añoja. El amo decidió echarla al vacío para que pariera el año que viene. Dijo: "no hubiá hecho buen cordero preñándola deseguida". Ahora ni preñez, ni primala, ni cordero. Que se joda. Tanta avaricia y tanta avaricia. Mientras tanto el que se jode soy yo, con la oveja sobre los hombros y la Mora enroscada entre las piernas. Algún landamiazo le voy a sacudir porque ya llevo un par de veces dando traspiés. De cuando en cuando aún gotea algo de sangre por el agujero que le he hecho en el cuello y la Mora salta y salta por lamer. Tiene hambre la jodida. Me he tenido que quitar la manta y sujetarla sobre el zurrón que llevo terciado. Encima de los hombros cargo el peso muerto de la oveja y colgado del brazo derecho sujeto el garrote que no me sirve para apoyarme pues con mis manos agarro las patas de la borrega. Frío no tengo. He entrado en calor al momento, aunque he bajado las orejeras del pasamontes. Así me protejo también el pestorejo del contacto con los sebos de la tripa de esta primala. Voy dando tumbos de un lado a otro hasta que encuentre la senda que me lleve al camino de los Planos. He subido por la cuesta Ragudo para buscar los Pelarchos y luego hasta la masada del Pozuelo por ver si aún seguía allí el tractor que esta tarde andaba removiendo las tierras. Si todavía está echaré la oveja en el remolque y me meteré con Florián en la cabina y así llegaremos al pueblo.
Estoy arriba, en la masada del Matojo con el vacío. Subí el mismo día del Pilar. El amo me dijo que barruntaba lluvias este otoño y que había que ahorrar piensos, así que con las doscientas del vacío, las que este año no parirán, por viejas o porque ya andan cojitrancas o porque aún no han alcanzado la añada me eché el zurrón al hombro y alcancé el monte Chaparral y la paridera del Matojo en una jornada. Mi padre también pasaba los otoños y los inviernos en la misma paridera, ya no se llegaba hasta el viejo Reino de Valencia como hacía mi abuelo cuando arrendaban los pastos junto a los naranjales de Náquera o Bétera. Las nieves de ahora no son las de antes y aunque llevamos varios años en que las ovejas se joden de hambre por culpa de la falta de pastos nos arreglamos como podemos con los piensos compuestos y con el hambre. Bajan de allá arriba con el esqueleto puesto y arrastarndo la piel. Luego, con la primavera, se apañan algo. El amo les echa en las comederas pienso y las prepara para la preñez. Entonces compra alfalfes y moliendas y las deja estabuladas a los pocos días para que el mardano las cubre. Este año predijo antes del Pilar que el otoño iba a ser bueno. No se equivocó que tonto no es el hombre, y los primeros días de noviembre no paró de llover. Además hicieron calores por el verano de San Martín y brotaron las hierbas como si estuviéramos en junio. Comieron las ovejas en los límites de los chaparrales y daba gozo verlas cómo se tendían por las lomas y los cerros. Este año han comido más que nunca.
Pero hoy es el día de san Silvestre. Esta noche es Nochevieja y tenía que barruntare la tormenta. Los dos últimos días he pasado más frío que un tonto. Las rosadas de las mañanas se han quedado escarchadas durante todo el día y el bosque de los rebollos que linda con Ababuj se ha puesto blanco, como si hubiera nevado toda la noche. Todo helado durante todo el día. Hoy no han podido comer las ovejas. No hemos hecho más que andar y andar de un lado para otro, encogidos, jodidos de frío todos, las ovejas, la perra y yo. Las hierbas que hace una semana aún estaban floridas se han quedado tiesas. Sólo las cabras se han subido por los troncos de los espinos buscando las ramas más tiernas para mordisquear lo que podían.
La Mora ha dejado de saltar buscando la sangre ya helada. Olisquea de un lado hacia otro y me parece que anda desorientada. Ha perdido el camino. Es casi ya de noche y no hay luna. Ahí arriba, al otro lado de la loma, está ya la masada del Pozuelo. Un esfuerzo más y a ver si Florián se ha entretenido con su ganado después de mover las piedras de los ribazos destripados como ha estado haciendo todo el día.
@cac. |
Me está agarrando la noche. Ya casi no se ve y el camino se va cubriendo de nieve. Dentro de poco, cuando llegue a la altura de los Planos, por donde baja ahora el tractor de Florían El Alcamín queda abajo, en la hoya del Larroya, pero aún no lo veo. Sólo me podrán servir de hita las luces de algún coche que descienda por el otro lado hasta el lugar. Si viene alguno tendré que seguir buscando la línea recta hacia él. Por allí no hay problemas, ahora todo son bancales yermos o sembrados de trigo aún no nacido, pero las tierras son llanas. No iré pues por el camino sino a través de los ribazos siguiendo las luces de los coches que me marcan la bajada por el otro lado del río. Tendré que dar así con el pajar de Monja, aislado en el límite del Plano y la acequia del Cubo. Desde allí ya estará El Alcamín a mis pies y veré las luces de las calles. Tendré que echar hacia abajo con cuidado hasta alcanzar la cueva de Constantina. Una vez en ella ya no hay peligro.
Pero esta nieve llega a remolinos. Se me agarra en las cejas y de cuando en cuando tengo que dar un manotazo para poder ver. La borrega primala cada vez pesa más. La sacudo de cuando en cuando para que caiga la nieve que viene agarrando. Hace frío pero yo voy sudando. Por aquí deben de estar los mojones de los frailes, así es que si giro un poco hacia la derecha tengo que salirme del camino y llegaré hasta el pajar de Monja. Ya estoy pisando terreno más blando, he dejado el camino. Se me clavan las botas entre la nieve y los labrados, el esfuerzo es más hondo, pero no tengo más remedio que seguir y seguir. Voy bien, por allá llega un coche. No sé quién será. Estos días vienen gentes forasteras, hijos y nietos de los que se fueron, y el pueblo aún se anima un poco aunque yo bien poco veo a la gente, ni ganas que tengo, todo el día perdido por esos cerros, dándole al paso con el zurrón al hombro, la manta y el garrote, aguantando el frío.
Me escuecen los hombros, despellejados por la misma piel de la borrega, pero tengo que seguir sin parar, si me detengo dejo la oveja y que le den morcilla a todo. Ganas me dan de cortarle la oreja con la muesca que yo mismo le hice cuando recién ancida. El doble corte a un lado y otro y la hendidura en medio. No tiene pérdida alguna. Todo el mundo conoce la señal de mi amo y todos saben con la rapidez con que yo las marco. Algunas veces a falta de cuchillo a mano la he hecho con los dientes y no se ha notado la diferencia. Si me sabe mal dejarla abandonada aquí para que los perros y los buitres se la coman no es por mi amo, porque aunque me chille luego se le pasa, pero me duele desperdiciar la carne de esta primala casi aún lechal. No se ha puesto mala ni se ha reventado de algún tumor. Cuando llegué al barranco de los guillomos aún garreaba. Se ha muerto de los talegazos que se ha pegado mientras descendía de los peñascos rodenos. Yo mismo le le clavado el cuchillo, rebanándole el garganchón. Es buena su carne. Así es que me duele que no se aproveche.
Se ha puesto a nevar con ganas. Ya era hora de que cayera una nevada como Dios manda. Falta hacía. Cruje la nieve bajo mis pies cuando piso las calles de El Alcamín.
"Aquí la tienes Tomás, se cayó desde la piedra del Rodeno hasta el barranco Guillomo".
"¿Y vienes desde allí con ella a cuestas?"
"¿Pues qué tenía que hacer? La carne es buena. Vamos a despellejarla en un santiamén y que se oree bien. Esta noche es San Silvestre y todos queremos cenar en casa. Échame una mano y en un periquete acabamos."