lunes, 27 de septiembre de 2021

De esta tierra vaciada y más allá. Entre el Jiloca y el Alfambra. La masada Baja.

 

 

 

Restos de una galera en la masada Baja. @cac.

         La  galera abandonada en la antigua era de la trilla es un esqueleto roto resequido por el sol de los días sin tiempo.
         Una y otra vez me pierdo por estos viejos caminos llevado solo por donde me quieren traer los pasos sin rumbo.
         Me han guiado hoy hasta la masada Baja, donde confluyen los caminos que conducen a Santa Eulalia, Camañas y Alfambra. 
          Esta masada tiene resabios históricos. En ella se firmaron, ante notario, escrituras de compra y venta de unas y otras tierras y aquí se signaron también pactos de alianzas entre familias concertadas. Hace trecientos años los Dolz de Espejo, Pérez Arnal, Sánchez Muñoz, Ibáñez Cuevas y otras gentes de alcurnia terrateniente sellaron sus compromisos y dejaron bien marcadas las propiedades que unos y otros entregaron a sus vástagos con motivo de su emparejamiento. Había que dejar la propiedad de la tierra, los ganados, los animales y los aperos de labranza a buen recaudo de los herederos, y hasta quedaba bien señalado por escrito quién iba a ser el recipendiario en caso de que no hubiera descendencia. Más adelante sirvió de refugio temporal a las gentes evacuadas durante nuestra última guerra civil en el camino de la huida ante el espanto del frente de guerra ,que por aquí mismo marcaba las trincheras de la primera línea de defensa entre unos y otros españoles enfrentados.


          Dentro de ella bulló la vida en las bodas y tornabodas y no faltó el trabajo para pastores y criados dedicados al dale y venga diario por sacar la casa adelante para aquellos señores que, en ocasiones, se llegaban por ella al amparo de la recogida de las cosechas. 
La rueda de la vida ya se quedó sin ejes. foto cac.

           Hoy la masada tiene las puertas cerradas y algunos de sus campos mantienen el barbecho de varios años. No sé si ha sido vendida y parcelada. Hace unos treinta años que se marchó el último mediero que la habitó. Luego sus dueños se llegaban de cuando en cuando por aquello del coto de caza disfrutado. Ahora sólo un ganado de ovejas no muy abultado se cobija en los antiguos corrales.
          Me ladra un lanudo perro ovejero y un chaparro caballo de piel mostaza me mira mientras levanta las orejas por encima de una barda. Lo demás es silencio y recuerdo en estos momentos cercanos a la puesta de sol.
           La antigua puerta de entrada, desventrada hace algunos años por el primer tractor, aparece claveteada de plásticos y cosida con cuerdas esparteras debajo de la hornacina que cobija una imagen santera invocadora de una protección dirigida a no sé quién. Es la puerta que daba acceso al patio, corral y entrada a la casa solariega erigida aquí, altiva todavía, bien asentada sobre sillares con airosos ventanales mantenidos hoy como desmesurados ojos cerrados por el sol poniente. El tejado, firme, demuestra con su canalón mantenido de recogida de aguas, que no hace mucho tiempo estuvo habitada. Hasta el amplio edificio de enfrente construido después de la guerra demuestra las ganas de vivir que tuvo esta masada con sus graneros preparados para recoger el fruto dispuestos en rampas donde abocaban las primeras cosechadoras que llegaron a esta tierra. Aún queda algún montón de grano donde se alimentan las torcaces y los gorriones y hasta al que se llegan las petirrojas perdices huidizas.

           Quedan junto a la masada, en las esquinas norte y sur, dos pozos para extraer el agua que daba vida a las gentes y el abrevar de los mulos y las ovejas, y el amplio corral abierto y la paridera cubierta y el raso y los abandonados conejares y gallineros. Por el corral deambula ese caballo chaparro que me mira con asombro mientras levanta su cabeza por encima de la pared bardera que limita el espacio.
La vieja aventadora arrumbada por el desgüace de los años. foto cac.

         Decido ya volver sobre mis pasos y es entonces cuando acaricio los restos de la vieja galera, convertidos en esqueleto los ejes de las ruedas y los palos y el hierro de la caja que llevó tantos y tantos días los fiemos a las tierras y luego acarreó el centeno, el rubión y la cebada hasta la era de la trilla. La galera me habla en silencio junto a las alpacas recogidas sin hacinar en desequilibrio frente al viento. Esta galera, que en los años cincuenta del siglo pasado sustituyó al carro, demuestra el empuje que tuvo la masada como también el viejo remolque aún con ruedas de hierro y la primera trilladora ocultada ya por el óxido rumiento que la cubre, camuflada por la acacia invasora,y  el  pálido saúco que nació, dicen, allá donde vino a cagar la zorra.
       Las zarzas han invadido poco a poco las paredes del pajar que tanto sabe de días exhaustos de trilla, de aventar en las tardes de suave viento y hasta de serranos amores furtivos.
       Tal como están y vienen los tiempos es posible que algún día se vuelvan a bandear las tierras y los arados abran de nuevo surcos para la siembra.
        Siempre queda la esperanza.
La masada Baja. @cac.
      






martes, 21 de septiembre de 2021

Orrios. Construcciones a palo seco. Gregorio.

 

 

 

Construcción de hace casi cien años. Cada piedra en su sitio. Un sitio para cada piedra. Hilada, plomada, maza y puntero. Ahí está. Foto cac.

Las esquinas bien trabajadas. A escuadra, como decía Gregorio. foto cac.

   Decía que cada piedra tenía su sitio. Con una maza y un puntero de hierro tenía suficiente. Lo demás eran sus manos. Los dedos duros como sarmientos secos de carrasca nudosa. Sus palmas un callo eterno donde no cabía un dolor. Todo por aquellas piedras y estas y las de más allá.

            Con una cuerda y una plomada tenía suficiente. Echaba la hilada, la enroscaba en un palo dándole forma de cruz madejada y no se le enredaba jamás. Hacía el cálculo de los metros a un lado y otro. En ocasiones anotaba algún número en un tablón con el lapicero que guardaba detrás de su oreja o escribía sobre las propias piedras con algún aljezón. Y entonces decía a los demás que picasen la tierra para sacar el alizaz.

            Había trazado ya el perímetro de la base de la casa o del pajar que iba a construir. Los ángulos perfectos. Bien a escuadra como él decía. Vete tú a saber cómo. Hablaba poco. Les señalaba a los demás con la mano. Que si un poco más hondo, que si te has salido de la línea, que si enderézalo y ya está.

            Lo que sí quería era tener las piedras bien a mano. Que el montón estuviera cerca para poder verlas y escogerlas, palpándolas, moviéndolas, buscando el mejor ángulo por el que empezar a tallarlas con su maza y su puntero.  Sólo quería que no le faltaran, que picasen bien los agujeros para poder entrar con holgura los barrenos. Para que la cantera desbrozara bien el caballón calizo y los pedrsucos no tuvieran que ser inyectados a mallazos para hacerlos  más llevaderos. Lo demás era asunto suyo.

Maza y puntero, manos encallecidas y la plomada de siempre a mano. Esa sí, decía, cuando piedra sobre piedra, sin amalgama alguna, la pared iba ascendiendo, las esquinas bien cuadradas. Esa es, a escuadra, muraba. Y seguía. Cada piedra tiene su sitio y el puntero la llevaba a su lugar. Los huecos entre piedra y piedra rellenados con los guijarros de las propias piedras calizas. Cada lugar requiere una piedra. Todo lo guardaba en su cabeza y  sus duras manos, sarmentosas, como ramas de una carrasca  retorcida ponían cada piedra en su sitio.

            Y así nacían, así se levantaban las casas y los pajares.

            Se llamaba Gregorio y era el regocijo en las fiestas patronales cuando con un vaso de vino en el cuerpo retorcía su esqueleto en pasos de baile con el equilibrio danzante con el que caminaba por aquellos andamios levantados con ramas de chopo anudadas con cuerdas de esparto, mientras caminaba sobre las mismas piedras ya hechas pared. Ni él se cayó nunca ni se le derrumbó jamás una tapia.

            Hoy, muchos años después, esas casas sólo habitadas por el vacío abandonado de las gentes quienes no tuvieron otro remedio que marchar a tierras “donde se trabaja y pagan” siguen en pie.

            Se llamaba Gregorio, ya lo he dicho.

Aquí les dejo unos ejemplos. Vengan a Orrios y verán. No encontrarán estas construcciones en ningún tratado de arquitectura. Tan humildes como perfectas.

            Siguen en pie. Piedra sobre piedra. Sin más.

Dejo algunas muestras. Hay bastantes más.

 

La cantera cercana. Cueva excavada a pico. foto cac.

Un pajar. Las puertas hace tiempo que están cerradas. foto cac.

Detalle de la pared de un pajar. foto cac.


 
Pared para sujetar la era, pajar y casa. Al fondo un palomar sobre la cantera caliza. foto cac.

 

Orrios. A la izquierda la histórica piedra caliza llamada de Rodrigo. El lugar fue entregado por el rey Ramiro el Monge en 1174 al Conde Rodrigo de Sarria (Lugo) por sus servicios prestados. foto cac.


 

sábado, 11 de septiembre de 2021

Siempre me quedará Juan Rulfo.

 

 

 


                            Con Rulfo, sentados en el poyo.



Juan Rulfo
Juan Rulfo nunca dice nada. Sólo escucha. Sus silencios me hablan. De cuando en cuando dialogamos. Sin palabras. En ocasiones le escribo. La otra tarde, sentados en el poyo, le dije
       
 Hace poco tiempo que un hijo suyo se llegó hasta aquí. Subió por el camino de las Suertes y luego torció por debajo del brazal de la acequia del Cubo. Yo ni sabía quién era. De su padre sólo me queda un aire de la cara, un cuerpo sostenido por dos piernas zambas, como cojitranco. El día de la explosión le vi venir por la cuesta del horno. Ya era mediado julio. Ya la escuela estaba cerrada. Andábamos dándole a la pelota, en el trinquete, metiendo el relleno con las vetas del cáñamo, bien áspero, sentados debajo del buzón de las cartas.
 Venía metido en el rebozo de una manta a cuadros y con la gorra calada. Con toda la chicharrina. Nos echamos a reír cuando le vimos la facha.
Arremetió de un tirón las escaleras que nos llevaban hasta la escuela, por donde la casa de Tremedal, y ya se metió en la suya, umbría hasta en verano.
Se corrió la noticia por todo el pueblo. Con la aguareda de la mañana andaba Chichorro a la busca de vaquetas enriscadas en los tomaros. Chichorro le pegaba a todo en lo de la busca. No se enganchaba al entrecaveo ni se metía en ninguna cuadrilla de segadores cuando el abatir de los trigos. Por tener no tenía más que un arreñal junto a la fuente de Val de Peral. Recogía un hilo de agua desde la poza del abrevadero y luego, de a pocos, regaba algunas matas de judías. Andaba siempre por allí. Que si ponía lazos para cuando entraban las liebres, que si hilando cuerdas por si picaba la perdiz, que si a la espera del tajubo entre los panizos, que si a preparar la trampa para la caza de los topos. Por El Alcamín se decía que a Chichorro le gustaba poco el trabajo.
         Pensé en esto y en lo otro cuando el mozo canijo se sentó en las escaleras que dan entrada a mi casa. Aquí mismo, Rulfo, cerca de ese poyo que tú ocupas. No lo había visto nunca y me dijo que había venido a El Alcamín por traerle una lápida a su padre, metido ya en uno de esos nichos cuando el recinto de tierra se acabó.
Cómo voy a saber quién es si ni siquiera vino con nosotros a la escuela. Debió nacer un par de años después del día en que su padre apareció por la cuesta del horno. Se metió en su casa luego de subir por las piedras de la barbacana y ya se acabó. Luego vinieron las dijendas de las mujeres en el carasol y en el lavadero.
Aún se puede ver el agujero de la explosión. Cerca de los pinos ralos de la siembra empeñada de los ingenieros, encima de la balsa del Tormagal. Chichorro se llegó hacia allí por enganchar una lazada a la entrada de un caño de conejo, debajo de las piedras que limitan el barranco. Subió hasta el Plano por regresar al pueblo en los límites de la torrentera y le dio por enganchar un cabo de cuerda a un mortero a medio enterrar. De aquellos con que nos sacudieron cuando la guerra.
 Llevaba un tiempo en que vendía a Pellejero los peines de balas que encontraba y los cartuchos abandonados por los cazadores. Por los restos del obús le hubieran dado un par de duros, que eran perras tal como estaban los tiempos. Menos mal que la cuerda trenzada con cáñamo era larga. Se había escondido al otro lado de la barranquera por miedo a la explosión. Aún queda un buen agujero, Rulfo. Chichorro terminó abajo, casi metido en la balsa ahora desecada. Los juncos de la orilla le salvaron. Medio atontao dicen que se quedó un buen rato. Fue después cuando apareció envuelto en la manta de cuadros, cuando le vimos llegar con los ojos sin sentido, sin hablarnos ni hablarnos.
Medio año como tontusco de aquí para allá. Se sentaba en el café de Felipe y miraba cómo los demás echaban los cuartos al guiñote. Volvía a su casa y con la Chichorra se quedaba sentado en la banca de piedra, junto a la herrería, al lado de la salida de las aguas del molino. Los dos consumidos como un par de olivas resequidas. Al poco Chichorro dejó el lugar.
No sé muy bien por qué su hijo apareció por aquí. Me extrañó que me preguntase por mi padre, por Mariano, por los Repoyos y hasta por los Novatos. Él no sabía nada de este pueblo pero su padre le debió hablar de El Alcamín. Aún le preparé un café. Vi como una chispa en sus ojos mientras miraba las tapias del cementerio. Bajó más tarde hasta la calle Mayor por el camino escalonado de Las Calzadas y se escabulló sin más.
Me quedé parado sobre el verdín herboso nacido entre las grietas calizas de la era de Terrer y, al poco, ya por la revuelta aguda subía un coche y se perdía por los llanos de la Cruz de Santana.
No volverá nunca más. Aquí no se le ha perdido nada. Ya le puso la lápida a su padre. Ya cumplió.
 
Desde este lugar le dije.

 





lunes, 6 de septiembre de 2021

Por los pajares. Tres en una jabeda.

 

 

   Para mi amigo el historiador Serafín Aldecoa Calvo que estos días pasados nos habló y recordó las construcciones de piedra seca, arcilla y paja con que se construían, entre tapial y adoba, los pajares por los que muchos de nosotros comenzamos nuestras vidas

 
             

Jabeda es palabra aragonesa que designa un instrumento destinado a transportar paja acumulada después de la trilla y guardada en los pajares de las eras. Constaba de dos largos palos articulados con tiras de madera de castaño entrelazadas a manera de red. Se necesitaban dos personas para su transporte llevado hasta la pajera, situada en un rincón de la cuadra donde las bestias de labranza comían la paja mezclada con algo de cereal.






  Era cuando entonces. Hace ya más de sesenta años. Los tres cobijados por una jabeda. Era entonces. Cuando los últimos días de la trilla. Cuando las últimas parvas. Cuando ya comenzaban a llegar las tronadas y el abuelo apuraba los días con los últimos fajos de la hacina. Eran las parvas del centeno y alguna con los de la avena segada y amontonada sin más. Ya el rubión y el morcacho estaban en el granero. Ya eran los últimos días del correteo de los zagales por las orillas de la parva, medio molidas entre los cañotes con espigas. Los metieron debajo de la jabeda y les hicieron un retrato. Alguna vez los llevaron los mozos de la casa dentro de la misma jabeda. La que ahí está. La que servía para transportar la paja después del aventeo. Hacían falta dos fuertes brazos delante y otros detrás para llevarla hasta el pajar. Allí quedaba la paja volteada y al regreso los zagales se metían dentro y los mozos los llevaban como si fuera la paja y los tiraban revolcados entre la que quedaba en la era. Ya digo, después del aventeo. Y aquella tarde les hicieron el retrato. ¿Quién sería aquel que hace más de sesenta años tenía una cámara fotográfica por estas tierras perdidas en los veranos del venga y dale a las fatigas de la siega, del acarreo, de la trilla, del trabajo y más trabajo sin más, del cansancio de la labor de todos los días? No lo sé. Pero ahí está la fotografía. El retrato como decían. Para el recuerdo del hoy. Con el tiempo ha aparecido entre los cajones de la guarda y los recuerdos avivados de la memoria. Son niños, están felices, como vestidos bien pinchos para el retrato. El más pequeño, contento, risueño, como rascando el picor que le producen los restos de los cardos en sus pies descalzos, sin sentir el picazón de los pinchos en su afán de conocer el mundo que aún no entiende. El del centro muestra ya una picaresca algo somarda atrapada con sus ojos y sonrisa y sus manos entrelazadas. El otro escrutina con sus ojos castigados por el sol al mismo fotógrafo. Acuclillado sobre sus alpargadas recién estrenadas muestra por su bragueta sin botones, sin saberlo, el pispajillo incipiende de aún su niñez. Los tres contentos. En el final del verano. Con las últimas parvas del verano. Metidos en una jabeda. Hace más de sesenta años. Era cuando entonces.
 
       Aquí dejo algunas fotografías de pajares de antaño y hogaño.
 









 



miércoles, 1 de septiembre de 2021

Alcalá de la Selva. El fascismo sigue presente.

 

 

 

Pedestal y cruz falangista en Alcalá de la Selva. foto cac. agosto 2021.

            El yugo y las flechas, juntas y en haz bien atado, que sirviera como emblema al partido fascista español llamado Falange Española, fundado a la manera del fascio italiano por  José Antonio Primo de Rivera, sigue presente en Alcalá de la Selva.

            Monolito en piedra, esculpido a golpe de cincel, junto a la hermosa ermita de la Virgen de Loreto, a la salida de Alcalá hacia Gúdar, la estación de esquí de Valdelinares y el lugar sosegado de la pradera de la Virgen de la Vega.

           Allí está, allí sigue, a los pies del camino que asciende hasta la ermita de san Antón.


    Estas tierras, estos lugares, estos pueblos, por donde se abren paso los inicios de los ríos Alfambra, Alcalá, Mijares y los barrancos que descienden desde Peñas Royas, o Motorrita, o El Monegro, o los valles cercanos de Sollavientos y las aún abundantes, destruidas y en muchos casos abandonadas masadas sufrieron en las carnes de sus gentes padecimientos y muertes consecuencia de una guerra incivil que no acabó ni mucho menos en 1939.

     No es manera de conocer la Historia cuando sólo se hace referencia a un par de nombres y a una piedra con emblema faccioso presidido por una cruz.

Caídos por Dios y por la Patria José Antonio Primo de Rivera, Jaime Tormo Bayo. Presente.

 

Ermita de la Virgen de Loreto. Al fondo, detrás de los chopos, la cruz falangista. foto cac

Los exploradores descansan en la piedra del Sapo, junto a la ermita de san Antón. Al fondo Alcalá de la Selva. foto cac. agosto 2021

 

   Les dejo unos enlaces a quienes quieran saber más.

    

 

 

 Alcalá de la Selva (Teruel) Abrir en ventana nueva

Archivo: Archivo Histórico Nacional

Fechas: 1940 / 1940

Signatura: FC-CAUSA_GENERAL,1419,Exp.57

 

AHP Teruel - Informes de actividades del maquis
ES/AHPTE - GC/001076/000003 - Informe de la Guardia Civil sobre la aparición de unos bandoleros armados en el monte denominado "Monegros" de los términos municipales de Gúdar y Alcalá de la Selva
 
 AHP Teruel - Informes de actividades del maquis
ES/AHPTE - GC/001076/000003 - Informe de la Guardia Civil sobre la aparición de unos bandoleros armados en el monte denominado "Monegros" de los términos municipales de Gúdar y Alcalá de la Selva