De nuevo lo encontré en el rincón de los
tiempos pasados.
Andaba a cuestas o a rastras con mis
siete u ochos años.
Creo que fue el único libro que tuve
durante mi infancia. Lo he encontrado camuflado entre otros que, con el paso
del tiempo, se fueron acumulando a lo largo de los años en la biblioteca de un
lector no taladrado por el afán bibliófilo sino por la necesidad lectora del
estudioso que siempre está comenzando en su diario aprendizaje
Lo he hallado en estos días en que
tanta gente habla, vocifera, despotrica, insulta, miente, achucha al acecho un
odio al pobre, a quien nada tiene, al negro-copia de todos los migrantes en
su desespero sin remedio.
En estos días necesito el silencio,
me refugio en un caminar ensimismado entre los trigales verdes de una
esperanzada primavera. Me sumerjo en el silencio luminoso de los libros
acumulados, salvados por el espacio ocupado en los estantes de una casa donde
ejercen la bondad de su saber.
Cuál sea la razón por la que esta
enciclopedia de “grado elemental”, que así se llamaba, ha vuelto de nuevo a mis
manos no lo sé. He vuelto a pasar las páginas marcadas por el polvo acumulado
de los años. He encontrado los dibujos que llamábamos “santos”, de las figuras
geométricas, de los mapas que ocupaban nuestra atención cuando niños porque se
marcaban los colores, de las antiguas máquinas agramadoras del cáñamo, de la
segadora que alguna familia había podido adquirir, de la trilladora soñada.
Y he recordado páginas y páginas con
sus apartados o preguntas aprendías de memoria que aún recuerdo ahora, y la
cantinela de los tiempos verbales aprendida de una vez y para siempre.
Así fue nuestra escuela. El maestro
preguntaba y nosotros contestábamos. De memoria y ya está. Durábamos dos cursos con este grado elemental y luego otros dos con el llamado grado
medio. Y ya sanseacabó. Y si te he visto no me acuerdo. Y sálvese quien pueda.
Y el quemás chifle, capador.
Hoy, en estos días de gritos, de
verborrea, de palabras patrioteriles, de odiosas incitaciones, de llamadas a los
cerebros enquistados de gónadas testiculares de los pechiabiertos que cazan a
la cabra que disfrazarán con gorro cuartelero legionario y azuzarán el trantrán
de la militarización de las fronteras, porque los extranjeros deben quedarse en
su casa y a los “negritos” los deben cuidar sus papás que para eso los pechiabiertos
y repizconas monjiles disfrazados de paternalismos infames siembran de lluvia
los escupitajos que lanzan a los cielos, en estos días digo, nos escupen en
nuestra propia cara.
Cuando tenía siete u ocho años
recitaba de memoria estas palabras que aquí reproduzco y muchas más, sin saber
lo que decía.
Hoy sé lo que decía, lo que me
decían y lo que me decían que debía decir.
Hoy algunos dicen y repiten una y
otra vez lo mismo que entonces corregido, aumentado y coreado por los voceras
de la radio, la televisión, los periódicos y los escritos digitales de tantos y
tantos miserables.
Se escupen en la cara, nos escupen y
hasta consiguen que esa lluvia malsana y ponzoñosa cale en la gente.
En ocasiones, demasiadas, me dan
miedo.
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Mi enciclopedia infantil. Valía para todo. | |
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Lo aprendíamos de memoria: "La raza blanca, a la que pertenecemos nosotros, es la más civilizada y sobresale entre todas por su inteligencia". (Ya ven. Los genes se heredan. Muchos años después afloran. Así andamos hoy) | | | | | | | | | | | |
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- De la segunda República a la nueva España. Glorioso movimiento nacional. Patria, pan y justicia nos dijeron. Han aflorado de nuevo en la actualidad. Palabras sin sentido. Gritos. Banderas al viento. Tatuajes en los cuerpos que afloran los mismos grabados de sus mentes gonadistas de añorados tiempos. "Quien venga detrás que arree y si te he visto no me acuerdo". "Que se jodan". "Que hubieran nacido en otro sitio". "España es de los españoles". "A por ellos, a por ellos, oéee, oée, oéee."
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A
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A algunos les da igual "güesque" que "pasallá". La mula que sea grande, ande o no ande. |
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La segadora con que algunos soñábamos.
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