Segar.
A la que salga el sol en el tajo. Unos días antes las hoces, corvellas, y la dalla en su punto, las zoquetas preparadas, los vencejos remojados, los serones en las vigas cruzadas de la cuadra, los palos de atar dispuestos. La tinaja de la conserva llena y el boto de vino lleno.
Ayer llegaron los piones. Acudieron por la tarde, cuando aún calentaba el sol, y en seguida se aparejaron, en la primera casa del pueblo, allá junto al Regajo. A peseta el día y otra para el cabezollero de la partida que luego repartiría entre toda la cuadriila, para asegurarse que cumplían.
zoquetas |
Las corvellas grandes, como de medio metro, las muñecas apretadas con abrazaderas de cuero, el antebrazo protegido con un pedazo de lona y el sombrero de paja en la cabeza. El trago de aguardiente y el bocao de torta resobada. Y a darle.
A chincharrada limpia, a ver si podían dejar atrás al atador, a ver quién podía con quién. En silencio. Con el sol de mediodía el alto para comer, patatas revueltas con tocino o las judías con oreja. Lamparazo de la bota y trago de agua del botijo. Un fajo plantado en pie para coger algo de sombra para la cabezada de la siesa y otra vez a darle y venga.
Eso el que podía pagar los piones. El que no, lo mismo pero sólo. Y atar apretando bien los vencejos con el nudo sabio y recoger los fajos, y levantar las cargas atrenaladas a la espera del acarreo, cuando ya la siega estuviera en su fuga. Ya entonces por los finales de julio. Todo sin parar, de sol a sol.
Y luego dispner el carro, con las samugas ajustadas y las sogas enhebradas, el eje bien ensebado y los tiros de los machos reparados. Y otra vez con el sueño de todos los días para que al hacer de día ya nos cogiera en el bancal y ser los primeros en volver a la era. Poco a poco se iba levantando la hacina, bien sacadas las esquinas con el pico de la capota cerrado en su punto para escupir la lluvia que arreciaría de cuando en cuando. Si era posible presumir de buen trigo.
Y a trillar. Una parva todos los días. Vueltas y vueltas con los trillos de pedernal y el que pudiera con los de cuchillas afiladas. Y tornear de cuando en cuando y recoger las orillas con las espigas dentro y zagal trata bien a los machos que con el acarreo y la trillas acaban en los huesos. Y recoger la parva ya molida con la barrastra y si hay suerte y entra el viento en la era a aventar que decían ablentar, y el trigo a la talega y luego a lomos de los mulos hasta y a hombros del hombre de la casa al granero.
Y eso con los días en que todo se torcía y entonces estallaba un cagoendiós como un trallazo cuando los morrones de las nubes se amorataban por Palomera, y se jodía todo si antes no se había jodido con otro apedreo cuando ya estaba el tallo en la mano, o las barranqueras se llevaban todo por delante arrastrando los fajos perdidos para siempre.
Cosechar.
La boca polifémica de la cosechadora devora en un día lo que costaba días y días de dentelladas de las hoces nombradas corvellas. Los remolques esperan a que el grano sea descargado y luego arrastrado por los tractores hasta el almacén de la cooperativa.
El esfuerzo mucho menor, el gasto en maquinaria el mismo o mayor que el del contrato de los piones, el seguir de pobres novelado por Ignacio Aldecoa el mismo, los tiempos nuevos porque el mundo gira y el día a día pasado de la vida no vuelve.
… … …
El recuerdo para quienes ya tienen vivencias del tiempo pasado, el presente para quienes trazan el futuro.
Cualquier tiempo vivido, si mejor o si peor, tan sólo fue.