sábado, 29 de agosto de 2020

Crónicas de un extraño verano. 3. Peñas Royas. Pedanía de Montalbán.

 

 

Peñas Rpyas desde el mirador.
Peñas Royas desde el mirador. foto cac. 2020



 

 

       Peñas Royas rinde honor a su nombre. El lugar queda atrapado entre peñascos descomunales de rodeno. Las escasas huertas hoy abandonadas junto al río Martín acaban ante estas murallas pétreas.

     Peñas Royas es un barrio pedáneo de Montalbán. Las casas quedan atrapadas  en sus estrechas, empinadas, retorcidas calles. Impiden el paso a cualquier coche. Aquí sólo se mueve uno a pie.

   Cuando el lugar estuvo habitado, en los tiempos en que estas cuencas mineras turolenses gozaban de un trabajo basado y relacionado con la extracción de carbón, no había aquí más que unos cuantos mulos que llevaban sobre sus espaldas las samugas y los serones en donde las gentes transportaban fajos de trigo hasta las eras, más allá de las últimas casas, y el estiércol hasta las femeras donde su fermento.

            Hoy el núcleo central del pueblo es conserva adecentado. En invierno aquí no queda nadie pero en los veranos regresa la gente que se vio obligada a marchar hacia otros lugares. También sus descendientes. Las casas han sido remozadas. El lugar está limpio. La esbelta iglesia, con su torre construida con piedras rodenas y ladrillos de arcilla, se mantiene agrietada y digna. La que fue lonja renacentista, escuela y ayuntamiento es lugar de encuentro de los residentes temporales. Sus pilares, altos y esbeltos, tallados con el material de la piedra rodena hablan de unos tiempos pasados que fueron mejores.

            Peñas Royas es lugar al que merece la pena acudir. Los amantes de la geología, del senderismo, del gozo de las riberas de este Martín río, de la pasión por una naturaleza que se muestra altiva y montaraz encontrarán un lugar adecuado.

            Cuando el viajero llegue en coche desde Montalbán se verá obligado a dejar su vehículo a la entrada del pueblo. Un aparcamiento señalado junto al merendero, con abundantes mesas y construcción para encender fuego sin peligro y preparar sus asados, lo recibirá junto a ese río Martín que hoy, principios de agosto, por causa de esta peste coronaria de virus que nos atrapa impide utilizar. Una tira de plástico blanquinegro protege su acceso. Es preciso caminar por las callejas del pueblo para iniciar las rutas a pie que llevan hasta Obón o Alcaine o hacia la Hoz que se hace vieja en forma de pueblo.  En tres horas caminando se pueden alcanzar estos lugares serpenteando por los límites de las grietas sobre el Martín río.

            Si el caminante es más débil o los años le comienzan a pasar factura puede conformarse con un paseo breve que le llevará en unos veinte minutos hasta el mirador situado junto a los farallones rodenos, por donde los buitres presumen en su plácido y circular vuelo.

            Bien señalizado está el sendero. Se camina entre los pajares y las eras hoy abandonadas. Bien marcadas están aún estas eras empedradas con losas rodenas que sufrieron un día y otro, y otro y otro, las vueltas y revueltas de los trillos pedernales que iban moliendo poco a poco la parva tendida, separando el trigo de la paja, en el rito final de la añada del cereal aquí transportado desde los pegujales junto al río, subido a cargas bien sujetas con las sogas, sobre las samugas. Hasta que, en la tarde, era aventada y las gentes recogían los escasos granos de un trigo que se convertía en oro cuando la harina, amasada por sus mismas manos,daba un pan para combatir el hambre.

      Los círculos pétreos limitadores de las eras se mantienen aún. Los edificios de los pajares con tejados enrevesados de cañizos y tapial se han derrumbado. Un fuerte olor a sierle anuncia que  una corraliza aún alberga algunas ovejas. Quizás sea el escaso último rebaño de un último pastor en un último aliento de supervivencia.

            Más elevado aún queda el cementerio protegido por una cancela cerrada con cuerda de esparto. Es una ladera pétrea donde las lápidas de recuerdos mantienen el silencio de un pasado. Los hierbajos han invadido los restos de las tumbas y los nombres de los hombres y mujeres que aquí arrumbaron se desdibujan con el tiempo.

            El sendero sigue en ascenso, bien rotulado y señalizado con mojones de madera. Al poco se llega hasta el mirador desde donde se contempla todo el pueblo de Peñas Royas. El río Martín se introduce en el fondo de estos majestuosos monumentos pétreos. Aquí comienzan los caminos más largos sobre los cinglos altivos entre los estrechos sin fondo.

 Es la majestuosidad de la naturaleza que se hizo piedra y en ella quedó marcada para siempre nuestra historia.

 

Lonja, ayuntamiento y escuela. @ cac. 2020

La altiva torre. Ahí está, frente al tiempo.@ cac. 2020

Sobre las piedras de la era. Difícil comprender qué fue una parva, un trillo de pedernal, aventar, tornear, y hasta cantar una jota en el mediodía,  si no se ha vivido. Los pajares, detrás, guardan silencio. cac. 2020

El pueblo toma su nombre de la naturaleza: peñas royas. cac. 2020

Restos del tapial de un pajar desmoronado. cac. 2020

Los exploradores en el mirador. cac 2020

El encosterado cementerio. cac 2010

Buitres en reposo. cac. 2020

Volviendo al pueblo. cac 2020

La puerta del corral, aunque cerrada, aguanta. cac. 2020

 

domingo, 23 de agosto de 2020

Crónicas de un extraño verano.2. Batalla de Teruel. Por los altos de Celadas.

 

 

Los exploradores descubren los lugares por donde hace años sus antepasados sufrieron las tragedias de una guerra.  Caminan y preguntan. foto cac.

 

 

Aquí. En Orrios. Confinamiento voluntario marcado por las circunstancias familiares. Se hace camino al andar. Con los nietos mayores. Con su adolescencia a cuestas. Desde los altos de Celadas tenemos a la vista Teruel. Preguntan y preguntan.

 

    ¿Cuántos años duró la guerra civil? ¿Qué años fueron? ¿Cuántos soldados murieron? ¿Qué comían? ¿Estas latas son de sardinas? ¿Abrían las latas con los machetes? ¿Por qué las trincheras no están nunca en línea recta? ¿Pasaron mucho frío? ¿Y calores como los de hoy? ¿En estos campos sólo se cultiva el trigo? ¿Qué es el centeno? ¿Aquella es la peña Palomera? ¿Aquí estuvieron las Brigadas internacionales? ¿Quién fue El Campesino? ¿El general Rojo era de los rojos? ¿Tú eres republicano? ¿Cómo se apañaban los soldados para dormir por las noches? ¿Este trozo de metralla es de un obús? ¿Por aquí bombardeó la legión Cóndor? ¿Dónde estaba Franco? ¿El cuartel general republicano estaba en Teruel? ¿Quién puso las minas en el Seminario? ¿Esta es la posición Santa Bárbara? ¿Eso de ahí abajo es el valle del Jiloca? ¿Estos son los altos de Celadas? ¿Aquí todos los árboles son carrascas? ¿De dónde sacaban en agua? ¿Murieron muchos? ¿Las casas de Celadas quedaron destruidas? ¿Tu padre hizo la guerra aquí? ¿Tiraron muchas bombas los aviones? ¿Ametrallaban también a los soldados? ¿Dónde se escondían?

… y más y más preguntas…

… caminamos… se hace camino al andar.

 

mmm
Campos de cereal y tierras en barbecho. Desde los altos de Celadas, al Oeste, el valle del Jiloca, hacia el Este, el del Alfambra. Hoy. cac.

viernes, 21 de agosto de 2020

Crónicas de un extraño verano. 1

 

 

Hispital Verdaich

 

      Había mandado minutos antes una fotografía. Mientras hacía unas flexiones previas al calentamiento. Antes de empezar su carrera de todos los días. En las madrugadas por la orilla del canal del Midi. Un par de horas después recibimos una llamada de teléfono. Max nos habla excitado, angustiado. Que su madre está en el hospital. Que no sabe qué ha pasado. También aquí, a nosotros, nos atrapa la angustia. A madia tarde Andrea, desde el hospital Purpan, establece una videoconferencia. Lleva una herida en la frente que dice no tiene importancia. Nos enseña su brazo derecho escayolado. Que la han operado. Que varias fracturas en en la muñeca. Que si el cúbito y el radio. Que en el codo. No sabe bien. Que la pelvis está escacharrada. Que no sabe cuántas fracturas. Que estemos tranquilos. Nosotros en Zaragoza. Ella en Toulouse. El coronavirus infiltrado por todos los lugares. Las fronteras están cerradas. Es a mediados de mayo. Nos vamos enterando de lo ocurrido. Tropezó con una valla móvil sobre uno de los puentes del canal de Midi. En el camino que recorría todas las mañanas. No recuerda más. Sólo ya que los bomberos la estaban subiendo en un ambulancia. Que le pide a un joven que la ha recogido su teléfono. Que unos días después lo llama. Que le dice que cayó sobre el asfalto de la ribera del canal. Que otra persona con su hogar instalado bajo el puente comenzó a vocear pidiendo ayuda. Está inmovilizada en el hospital Purpan. Las fracturas de la pelvis son múltiples. No hay hemorragias internas. Menos mal. La operan. La recomponen. Tiene que estar inmovilizada. El personal de la clínica se encarga de sus cuidados. Seguimos hablando todos los días. Por videoconferencia. En ocasiones se derrumba. No puede evitarlo. ¡Mis hijos! ¿Caminaré de nuevo? La recuperación será larga y difícil. Las trasladan a una clínica de rehabilitación. A sesenta kilómetros de Toulouse. En el límite entre el Ariège y Alto Garona. Clínica de Verdaich. Se angustia en ocasiones. A veces llora. En otras se aguanta. Manifiesta su fuerza interior. Saldrá de esta. Seguirá adelante. Pregunta a sus cuidadores. El médico. Su fisioterapeuta. El personal auxiliar. Que sí. Que caminará de nuevo. Que los traumatólogos han dicho que los huesos se soldarán. Que se rehabilitará. Las sesiones son duras. Duelen. Como puñales se clavan los hábiles dedos de su fisio cuando actúan sus manos. En el gimnasio, sobre el suelo, comienza las flexiones de piernas. Pueden sentarla ya sobre una silla de ruedas. La dejan salir por los jardines de este antiguo castillo de Verdaich. Por fin, a comienzos de junio abren la frontera. Nos vamos para allá. Abrazo íntimo, profundo. Nos sonríe mientras maneja con su mano izquierda el mando de la silla sobre la que se mueve. Nos vemos todos los días. Vamos y venimos desde Toulouse. Nos habla de otros traumatizados. Por los jardines de este bosque que ella llama “parada de los monstruos” circulan personas accidentadas. Aquí quien mejor tiene dos piernas. Aumentan las sesiones de rehabilitación. Masajes dolorosos todos los días. La introducen con una grúa articulada en la piscina. Por fin la ponen de pie. Nos envía una fotografía de ese momento. Comienzan a ponerle pesas para compensar su desequilibrio de las piernas. Da sus primeros pasos. Sí, volverá a caminar. A mediados de agosto saldrá de esta clínica. Se despedirá de las gentes que aún se quedarán aquí. Se acordará de la urraca amansada que se posará sobre su cabeza cuando se cobije debajo del enorme pino libanés. Dirá adiós a los campos segados de trigo, a los de maíz regados por aspersión, a los de girasoles brillantes sobre las laderas de estos lugares, entre el Ariège y el Alto Garona. Le quedará aún tiempo por delante para rehabilitarse por las orillas del canal de Midi, sin querer volver a ver aquel puente del que cayó. Podria haberle costado la vida. O quedarse tetraplégica, o sin recuerdo alguno para siempre.

     Sí. Caminará de nuevo. Recogerá sus huesos rotos y será aún más fuerte que cuando entonces, cuando no recuerda más que una valla y alguien que la miraba.