viernes, 30 de diciembre de 2011

Orrios, Hoguera de Navidad.


   Una rama, una zoca de carrasca, un cepurro encendido, un trozo de madera garciada por el tiempo no servía. Íbamos casa por casa pidiendo la mejor rama acumulada en la bardera y sabíamos de la generosidad de la gente y también de su tacaña miseria. La auguerica navidá, el que no traiga leña no se calentará. Y nos decían que cogiéramos una rama o que nos fuéramos por donde habíamos venido. A rastras por las calles hasta la puerta de la iglesia llevábamos contentos nuestro regalo.
               La hoguera. En la puerta de la iglesia, encendida en Nochebuena. Sin palabras. Buena señal si la manteníamos encendida todo el día de Navidad y mejor si seguía hasta año nuevo. Calentaba las manos, enjugaba los piales mojados que no protegían las albarcas, echaban nuestros padres la charrada, éramos solidarios con los del lugar, deseábamos lo mejor sin aspavientos palabreros, que aquí siempre han sobrado. Bastaba un quiay, vaya hielo, luego hará buen día, un año más, que sigamos así, echa un cigarro, hala que ya nos hemos calentao, mira cómo se regala la nieve, la carrasca calienta mucho, es la mejor leña, como ella no hay otra, no te acerques que luego te saldrán sabañones en las orejas…
              
               Va cayendo un relente helador y de las canaleras cuelgan unos carámbanos de hielo de más de un metro, caen unos copos de nieve de a palmo en esta noche sin viento. Se pueden cortar a cuchillo en su tranquilo aterrizar. Poco a poco se van cubriendo las calles de un manto blanco. Suena la nieve crujiente bajo los pies camineros. Comienzan los jovenzanos un ovillo de nieve que se agranda mientras se envuelve sobre sí mismo. Lo dejarán allí cuando no tengan más fuerzas para hacerlo seguir rodando. Será una bola que impedirá el paso de los carros por la callejuela que subía a la escuela. Nunca se convertirá en muñeco con bufanda y escoba. Durará unos cuantos días después de que la hoguera se haya acabado.
               Se irá deshaciendo poco a poco, mientras el tiempo pasa y los días de diciembre y aún enero nos entren en un nuevo año, con fríos y hielos en los nuevos tiempos y el apego humano del rescoldo  solidario.

               La auguerica navidá, el que no traiga leña no se calentará.

@cac.

              

viernes, 16 de diciembre de 2011

Orrios. Año 1.650. Arriendo del derecho a cocer pan.



Horno. Orrios.Las antiguas piedras aún se conservan.@cac.
                              Los hornos y los molinos han sido a lo largo de la historia elementos esenciales en la vida de las poblaciones.
               Los fueros y capitulaciones los mantienen como propiedades y derechos de los señores dueños de las tierras y demás bienes. El comendador es propietario, dueño y señor, quien en ocasiones nombra un procurador que lo representa en todas y cada una de las ocasiones y que se ocupa de recoger los pagos a que están obligados sus súbditos. Otras veces la Encomienda es arrendada a un propietario terrateniente que tiene en este y otros lugares más arrendamientos, quien alquila temporalmente, como en este caso, el horno, a un par de particulares vecinos de la villa, casi siempre ocasionalmente.
               Los lugareños tienen las obligaciones que aparecen en fueros y capitulaciones y no pueden moler grano ni cocer pan más que en los molinos (maquilando, es decir, pagando en especie de harina) o poyando en los hornos (pagando en especie de pan).
               No es trabajo menor el de los arrendatarios. Tienen que cortar la leña en el monte, tener provisto el horno siempre de la misma y aleñarlo, es decir mantenerlo activo para que las gentes puedan llevar la masa fermentada en sus casas a hornearla. Por supuesto la leña, en este caso de carrasca, y hasta las aliagas con las que se aviva el fuego, eran propiedad de la Encomienda y también estaban reguladas con los derechos feudales.
               Horneros, molineros y herreros, oficios esenciales en la vida rural, eran desempeñados habitualmente por gentes que no tenían propiedad agrícola en los lugares donde arrendaban. Fueron oficios imprescindibles hasta que con la llegada del tractor, en los años sesenta del siglo pasado, la mecanización y tecnificación aceleran los tiempos actuales.


 
Arriendo del Horno de Orrios. 8 de mayo de 1650[1]




               Die octabo mensis Maij(o) anno D(omi)ni M.DC.L. in Ciuitatis Turolis



Eodem die et loco nosotros Gaspar Juan Jorda y de Serret domiciliado en la ciudad de Teruel como arrendador que soy de la Encomienda de Orrios y Aluentaosa de una parte y Augustin Blasco y Martin de Rueda labradores vecinos de la villa de Orrios de parte otra Dezimos que yo dicho Gaspar Juan Jorda y de Serret como arrendador de la dicha Encomienda doy y cedo a los dichos Augustin Blasco y Martin de Rueda todos los derechos que tengo y me pertenezen como arrendador sobredicho del derecho de cozer pan en el orno de la dicha Villa de Orrios por tiempo de tres años continuos que empezaron a correr el primero dia de los presentes mes de Mayo y año mil seyscientos y cincuenta y finerizan el ultimo dia del mes de Abril del año mil seyscientos cincuenta y tres con pacto y obligación que los dichos Augustin Blasco y Martin de Rueda hayan de aleñar y probeher la leña necesaria para fuego al dicho orno durante el dicho tiempo de los dichos tres años. Y a mas de lo sobredicho les he de dar y doy yo dicho Gaspar Juan Jorda y de Serret luego de contado ciento y sesenta sueldos jaqueses y mantenerlos en la pacifica posesión y derecho del dicho orno. Y nosotros dichos Augustin Blasco y Martin de Rueda otorgamos hauer reciuido del dicho Gaspar Juan Jorda y de Serret los dichos ciento y sesenta sueldos jaqueses. Y prometemos y nos obligamos los dos juntamente y cada uno de nos por si aleñar y probeher de leña el dicho orno segun la costumbre de la dicha villa de Orrios por todo el sobredicho tiempo de los dichos tres años arriba mencionados y especificados y casso que alguno de nosotros faltare por muerte,o, ausencia que cumplira y satisfara la dicha obligación el otro de nos que quedare y faltando los dos por qualquiere de las dichas causas obligamos a que a costas de nuestros bienes y hacienda y por quenta nuestra se haya de aleñar el dicho orno durante todo el sobredicho tiempo et nosotros dichas partes respectivamente cada uno por lo que nos toca atener y cumplir lo sobredicho obligamos la una a la otra y la otra a la otra nuestras personas y todos nuestros bienes y de cada uno de nos muebles y sitios de los quales los muebles y los sitios Y queremos que la presente obligación sea especial con clausulas de precario constituto apprehension execucion inuentario emparamiento y que no nos pueda ser variado juycio Renunciamos nuestros juezes y nos jusmetemos fiat large.  Testes Pedro Marin, Pelayre, y Hernando Salafranca, mancebo, hauitantes en la dicha Ciudad de Teruel.
               En la presente escritura no hay que saluar conforme a fuero.


[1] El original en el Archivo Histórico de Teruel. Protocolos notariales de Miguel Escobedo.
  Transcripción de Clemente Alonso Crespo





jueves, 8 de diciembre de 2011

Puente de la Venta, puente de Las Canales.

      
 

La masada de la Venta, en Alfambra. @cac.
            En la carretera que va de Teruel a Alcañiz. Casi en la mojonera que delimita los términos de Alfambra y Orrios.
            Los de Alfambra le llaman de la Venta, los de Orrios de las Canales.
            La masada y la paridera de la Venta todavía se mantienen en pie. Justo antes de cruzar la rambla donde confluyen las canales del barranco de Altabás que viene desde las parcelas del monte en el límite con Camañas, y el barranco de la Hoz que traza unas cuantas hoces mientras se abre paso entre horadados y duros peñascos, arrancando desde los pozos de Perales y atravesando las tierras de Orrios por las partidas de los Pelarchos y las Mangas.
            Y para cruzar esa confluencia de los barrancos que aquí se convierten en rambla que atraviesa la vega de tierras rojas que da nombre al río Alfambra, en donde desagua, se construyó un puente para evitar el vadeo de esta rambla.
            Antes de que lo levantaran, en la década de los años veinte del siglo pasado, los arrieros que conducían sus recuas desde Teruel hasta la llamada tierra baja alcañizana tenían su lugar de parada aquí, en la venta, pernoctando para luego seguir por la llanada de Perales y arrear a los mulos para que no renquearan pasmados por el Esquinazo de Cañada Vellida ni se atascaran más adelante por la Val de Jarque, hasta llegar a Aliaga, o por otro camino tan duro o más a Montalbán. Por allí más refugio y luego apretar bien los riñones tirando del carro hasta que vencido el puerto de Mejalinos acabar en el refugio de la conocida Venta de la Pintada, en el inicio del descenso hacia la tierra baja.
            Pero estamos en la Venta junto a la rambla de Altabás o de la Hoz, lugar estratégico para defender por los milicianos en la pasada guerra civil en aquellas batallas de las cotas ocupadas con trincheras y parapetos donde no se disparó ni un solo tiro, porque las muertes criminales siempre quedaron en la retaguardia, sufridas un día y otro por la población civil, preñadas de odios fratricidas.
            Y justo en este lugar, parejo al puente carretero, el gobierno primoriberista levantó este otro del ferrocarril que debiera haber conectado la capital de la provincia hasta la tierrabajina Alcañiz.
El puente desde la salida de la rambla de la Hoz.@cac.
            Fue la vía nonata. Tan sólo quedaban por tender los raíles y poner la locomotora que tirara de los vagones.
            Nunca hubo tal tren.
                        Hoy las estaciones son esqueletos pétreos y estructuras férreas que aún desafían al tiempo.
                        Algunos tramos del cauce excavado del ferrocarril se han convertido en caminos que transitan hoy los tractores. En algún tiempo los túneles cobijaron a las gentes de los bombardeos de las pavas del ejército sublevado durante la última guerra. Más tarde sirvieron como cavas donde se experimentó el cultivo del champiñón y hasta hace unos treinta años no podía entrar nadie en ese cauce caminero, ni siquiera los ganados en busca del buen pasto que en ellos se criaba. Un guardia, a quien se apodaba siempre el Ruso, se encargaba de atizarles una multa mientras los denunciados sacudían los redioses y le mentaban el alma al tal Ruso.
El puente del ferrocarril. Al fondo el de la carretera.@cac.
@cac.
                        Y sin embargo ahí está hoy ese airoso, bien diseñado y mejor ejecutado puente sobre el que hace una docena de años unas gentes alfambrinas diseñaron y dieron  forma al “sueño” del viaje. Quedó entonces la silueta forjada en hierro de la locomotora, el vagón y un par de pasajeros que miran hacia la nada.     . 

                                                                                     









           

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Habla con Juan Rulfo o con quien quieras.



@cac.
            Tú te equivocaste, hijo. No era un dos de febrero. Era un veintiocho de septiembre. El día de antes había ido a Camañas a vender unas patatas tempranas. Las había sembrado en los Olmos Gordos, en un bancal que tenía a medias con la tia Pina. Me fui por la mañana temprano. Enganché el macho Noble en las varas del carro y en los tiros a la mula Roma. Y, hala, pa Camañas. A mediodía ya las había vendido todas. Saqué cincuenta duros. Cuando se hizo de noche ya estaba en casa. Volví por el camino que linda con El Covacho. Mientras llegaba a El Alcamín miraba y miraba cómo los rayos del sol inflamaban las carrascas del monte. No me podía quitar de la cabeza a tu madre y a vosotros, a tu mañico y a tú. Pero tenía que marcharme. Ya me había ido más de medio año a Larroya. Desde que comenzó la primavera hasta que llegó el invierno. Pero eso fue el año de antes. Casi no saqué nada. Cuatro duros no más. Sólo sirvió para que dejáramos la casa de la abuela y alquiláramos, por dos duros al mes, la de la tia Pina, en el centro del pueblo, en la que tú luego encontraste los peines de las balas y acabaste tirándolos al fuego, que menudo susto nos diste. Casi nos matas a todos. ¿A quién se le ocurre echar las balas al fuego y esperar a que exploten? ¡Qué poca cabeza! Así es que con los cincuenta duros me dije que ya me podía ir hacia abajo.
            El mes de agosto había estado en El Alcamín un pariente nuestro que trabajaba en una fábrica de sacos. Estaba cojo. Bueno, le falta una pierna entera. Se la había puesto de goma. Ya no llevaba una muleta con la que se apoyaba en los sobacos. Tú ya sabes cómo era tu abuela. Que en aquella casa cabían todos. Así que un día, para la fiesta de la Santa, le dijo que viniera a comer casa. Bien que me acuerdo. Como no cabíamos todos en la cocina y como allí se hacía mucho humo con los troncos de la carrasca me acuerdo que comimos todos en la entrada. Allí por donde llegaban los mulos cuando entraban en la cuadra. Venía bien aquel lugar. Porque cuando volvíamos de labrar, o arrastraos en los días de la siega, les quitábamos allí mismo a las caballerías los aparejos y así no les pegaba el cierzo que sacudía en el corral. Pues bueno, ya te digo, allí en la entrada de suelo de tierra comimos. Digo de tierra porque en la cocina lo teníamos de piedra. Aún me acuerdo cuando pusimos las losas, bien grandes, de la piedra negra que trajimos desde los linderos del monte, por allá por la paridera de la Batiosa.
            Había venido Celedonio aquel año con su mujer. Y tu madre no paraba de decirme que le preguntara si tenía trabajo. Yo que me resistía y que me resistía. A ver, por qué me tenía que ir de El Alcamín. No paraba de darle vueltas. Qué iba a ser de vosotros. Aquí no había ningún futuro. Ya la guerra había quedado atrás. Ya antes todos los hermanos en casa trabajábamos y mal que bien comíamos todos. Pero yo ya me había casado con tu madre. Y ya habíais nacido tu mañico y tú. Y yo veía que en casa nunca había un duro. Y que si queríamos comer pues aún tirábamos porque en casa de la abuela, hambre, lo que se dice hambre, no pasamos nunca, pero dinero en mano, ya digo, nunca tuvimos un duro. Tu madre remugaba todos los días. Que si necesitabais unas alpargatas, que si íbais creciendo y la ropa se os quedaba pequeña. Y tenía razón. Luego, ya ves, menudas nos las hizo pasar por allá abajo. Que si aquí teníamos necesidad allá un fue más. Y ya sabes las veces que tuvimos que oírnos aquello de que si creíamos que ataban los perros con longaniza. Pero fue valiente tu madre. Siempre fue valiente. Mira que trabajó. Si se fue consumiendo poco a poco por vosotros. Siempre de un lado para otro. Arrastrada de aquí para allá. Fregando suelos en un sitio y otro. Y valiente, vaya si fue valiente. Ya te digo.
            Fue al final de la comida cuando se lo dije. Antes Mariano había echado unos cuantos redioses. Que cuando le daba el barrunto sacudía unas hostias que temblaba el santiamén. Pero bueno, todo fue bien. Celedonio me dijo que sí, que creía que tendría trabajo, que él era el encargado del almacén y que pensaba que haría falta algún mozo para cargar los camiones. Y cumplió, que siempre fue buen zagal. A los quince días de su marcha ya llegó la carta. Y que sería bien recibido y que no me preocupara, que de buenas podría dormir en su casa.
            Fue entonces cuando tu madre empezó a remugar. Y qué haría ella, que cómo os sacaría adelante a tu mañico y a tú. Me lié la manta a la cabeza y palante. Ya te digo que en Camañas, por las patatas, saqué cincuenta duros. No había ni una perra más en casa. Y la abuela tampoco me dio un céntimo. Le dije que tenía bastante. Le dejé a tu madre quince duros. Me llevé los otros treinta y cinco. Ya te digo que era un veintiocho de septiembre, cómo no me voy a acordar bien de aquel día. Llegué, y nada más llegar, me compré un mono que me costó doce duros. Doce, doce, que bien me acuerdo. Y eso que lo compré en la Plaza Redonda, por buscar el sitio más barato. El uno de octubre ya empecé a trabajar. Luego ya tú sabes todo lo que fue viniendo, que bien te dio por ponerlo  en los papeles. Ya sé que cambias algunos dichos y recoges lo que quieres como te viene bien. Pero las fechas son las que  te digo.
@cac.
            Habla con Juan Rulfo y con quien quieras, sube y baja por las Suertes, entra aquí entre nosotros y te diremos de esto y de lo demás allá. Pero ya sabes que hay tiempos que no se olvidan. Aquello ya sé que te marcó, que bien conozco lo que tú sabes, que a mí nunca me has podido engañar, ni a tu madre tampoco. Ya sé que ahora te pasas muchas tardes mirando hacia aquí, donde yo estoy ahora muerto para siempre. Recibo el sol cuando se va poniendo. Tú estás sentado en la era de Terrer y miras hacia aquí y hacia lo alto de la Sierra y sé que echas el vuelo hacia abajo, como esos alcotanes tan gallardos a los que sigues y sigues. Y le das vueltas y vueltas a las gentes y a las tierras. Y venga y venga, tú y tus alcotanes, hasta que llega la noche y entonces te encierras entre las maderas con que revestiste tu casa, con tus silencios rulfianos.

jueves, 17 de noviembre de 2011

La casa en otoño.

@cac.
   Las últimas rosas, los membrillos recogidos en el capazo, la pitacantra con sus ramos de frutos rojos y sus uñas afiladas, las cortina rasgada por los vientos novembrinos, las sillas cobijadas, los manzanos ya mostrando su esqueleto en ramas y la puerta.
            La casa está en silencio. Los juegos, idas y venidas de los nietos han quedado atrás. En el trastero aguardan las bicicletas arrumbadas otros momentos por caminos y veredas, los balones han perdido fuelle y ocupan los rincones, las marionetas duermen desmadejadas el sueño de una nueva vida en veladas invernales.
            Los caminos junto al río son una parva de hojas que se irán moliendo con las aguas y los fríos que vendrán. Arriba, en el monte, las encinas parecen más recogidas en sí mismas y los rebollos ya se han quedado desnudos en su ocre hacia la nada.
            Recorro estos caminos en las breves tardes silenciosas, acunadas por el rumor que ofrecen las aguas de las acequias ya sin riego en su arrastre suave de las hojas de los chopos hasta alcanzar el río ahora en un sonoro silencio.
            A los panizos aún les queda casi un par de meses para ser recogidos bien granados. Los voraces tejones, aquí tajubos, han abierto sus caños entre caminos y ribazos. El jabalí no se queda atrás y arrambla con lo que puede. Le gustan las panizas, las bellotas del monte y sabe cómo restregarse contra las nogueras para que caigan sus frutos que devora a cada rato.
            Las aves se han agazapado. Ya no cantan las codornices del verano, la perdiz huye del cazador, el abejaruco no vuela veloz desde su nido terrero hasta el río, algún cuervo queda rezagado, las grajas ya no vuelan en manada buscando el sueño entre las ramas de los chopos. Sólo algún cernícalo revolotea mientras los buitres inician su aleteo en manada para, bien parados y orgullosos, engullir los bocados picotados de algún animal muerto.
            Las ovejas rebañan los últimos alfaces de la vega mientras los secanos reciben los granos de la siembra en estos días sazonados por las lluvias.
            El trabajo va creciendo más pausado y los labradores manejan el tractor mientras observan cómo los aladros voltean la tierra y rastrean la semilla con la esperanza de una nueva cosecha.
            El otoño se ha teñido de esperanza.
            Llegan con su seguro paso de siempre los andares de Benedicto y de José cuando vuelven con sus ovejas al corral, conocedores de todos los caminos en tantos días de dale y venga. Los esquilos suenan suaves, como si la humedad de la niebla hubiera adormecido sus badajos.
            Me refugio con la anochecida en los libros. Me hablan en su soledad silenciosa cuando regreso a la casa en la espera de otros días venideros.
@cac.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Chopos, lluvia.

                       

De camino. Valdeconejos.@cac.
            El día ha amanecido nublo y por fin ha llegado la lluvia tanto tiempo esperada. Cuando llego a los esqueletos de la estación de Valdeconejos y a sus edificios anejos cae fina el agua que va filtrando “bien majo”, dicen, los campos de esperanza. El edificio que debió ser almacén de aquella vía nonata entre Teruel, las cuencas mineras y Alcañiz, se ha venido abajo y ya sólo es una parrilla aplastada contra los cimientos. La estación desafiante a los tiempos no tiene ni una teja sobre su armadura de hierro. Los dos edificios andan casi envueltos entre la niebla que viene y va y la lluvia que hace reflejar los faros sobre el asfalto de la carretera. Cuando estoy ya en lo alto del San Just tomo el desvío a Valdeconejos.
            He venido hoy, sábado 5 de noviembre. He acudido a la llamada de esas gentes agrupadas en torno a “El chopo cabecero”, o “Sollavientos”, o “Natura xilocae”, o “Aguilar natural” y aún otras, que llevan ya tres años en una cita anual para que quien quiera sepa de estos árboles tan singulares de la geografía turolense en torno a las veredas fluviales del Alfambra, del Pancrudo, del Jiloca, del Martín, del Guadalope o del Matarraña. Son los “chopos cabeceros” o “chopos camochos” como también se llaman.
            He caminado mucho tiempo y muchas veces acogido por su sombra en los veranos, casi cegado en las primaveras cuando abren la flor y lanzan con el viento sus vilanos, he recogido sus ramas para iniciar el fuego de la casa o sostener las judieras, he abierto a segurazos los troncos cortados por alimentar la estufa y aún ayudado a limpiar las vigas con la zuela para ensamblar el tejado del pajar. En los otoños, ya más tardíos, he mostrado a mis nietos las setas que crecen en sus troncos y he querido que huelan y sientan sus fragancias y colores verdiamarillos de las hojas que van alfombrando los caminos.
Chabier de Jaime da una lección.@cac.
            Esta mañana, por fin lluviosa y ya fría, he descendido hasta el regato que forman las escorrentías de las aguas de las tierras abancaladas en este Valdeconejos. La gente ha acudido puntual a la cita. A las diez de la mañana el trinquete, la plaza, la vieja lonja de un tardío y rural Renacimiento, tan frecuente en los pueblos cercanos al Maestrazgo, está llena.
            Con chubasqueros, impermeables y paraguas descendemos hasta la fuente y el lavadero, remozados hace poco. Allí comienza el camino, el paseo llano que nos lleva hacia el barranco del Hocino, donde ya la recogida de aguas se abrirá paso entre peñascos hasta que llegue por Las Parras hasta Martín, también del río, y luego seguirá después de una llanada por Montalbán buscando su cauce bajo. Los caminantes observan los ejemplares de tronco formidable, con sus caprichosas formas de su corteza centenaria, también los retorcidos sauces y los troncos invadidos por el paso de los tiempos mostrando su atractiva vejez que nos habla de vidas pasadas. Vidas pasadas cuando estos árboles cumplían un año y otro su función en construcciones, en calor de los hogares y en servicios para hombres y animales. Son hermosos y nos hablan una y otra vez de la vida y la cultura de estos pueblos.
            El camino está embarrado, los ribazos resbaladizos y de cuando en cuando un talegazo te espabila y señala que el campo, la vida aquí ha sido y es dura. Algunos de estos campos abancalados que forman esta val han sido ya labrados y aún sembrados en seco, ahora, el resto ya llenos de sazón, recibirán el grano a la espera de un invierno que ojalá sea de nieves y una primavera que los encañará para rendirse en un verano que aquí, en esta val, es tardo.
            Unos jovenzanos quieren espacar del barro del camino y de los ribazos resbaladizos y se meten por un bancal labrado y sembrado. Se clavan hasta el tobillo y cuando más caminan más se embarran. Sonrío mientras pienso que la tierra, por fin, está sazonada, que ha calado hondo y que el grano germinará. No puedo sólo pensar en esta mañana lluviosa y fría cómo un tronzador sube a un chopo altivo y enramado como si fuera un hombre araña y con habilidad corta sus ramas dejándolo en unos minutos mocho con su trabajo de escamonda. Van cayendo sus altas ramas y sacuden las verdiamarillas hojas que les quedan. Pienso entonces en los viejos tiempos, cuando a segurazos, como aquí se dice, eran cortadas con los golpes de los braceros. Pienso en las gentes que un día y otro labraban estos bancales con sus mulos y pienso ahora cómo los labras con tractores, y cómo tienen que pagar esos remolques y esos aladros y si podrán ahorrar algo para seguir invirtiéndolo un año y otro en abonos y compra de simiente, en un ciclo de dale y venga que aparece muy lejano entre, quizás, alguno que sólo ve un paseo con lluvia y frío. Y pienso también en esos molinos de viento que giran y giran en su runrún sin parar instalados sobre la cresta del cerro de la val.
            Todo ello me llena mientras regreso hasta el pueblo con las pocas gentes que aquí viven metidas en sus casas. La nave almacén donde se va celebrar una comida está llena cuando llego. Muchos no han venido a hacer el camino bajo la lluvia suave y fría. Me alegro de encontrar tanta gente. Tengo que volver a casa y no puedo terminar la jornada hablando con quienes sienten esta tierra, estos árboles y esta vida que se fue y, quién sabe si aún volverá en estos tiempos de miedos sin trabajo, en una España donde sobran corruptos, políticos que andan al pelo, y vivales de casta con gomina o corbata de burbuja inmobiliaria derrumbada.
Chopos en Valdeconejos.@cac.
            Me despido de las gentes agrupadas en estas asociaciones, les agradezco su esfuerzo y ya comienzo a descender de nuevo el San Just mientras por la Val de Jarque, tan hermosa entre las nubes y la lluvia, comienzo a descender El Esquinazo y alcanzo luego el Alfambra, donde encuentro de nuevo, en Orrios, mi río, mis chopos y mi casa.
           

lunes, 7 de noviembre de 2011

La Baronía de Escriche en Alfambra.-

                             


@cac.
    Lápida que conserva grabado el escudo de los Sánchez Muñoz, Barones de Escriche. Apareció entre los escombros depositados en una capilla dentro de la iglesia parroquial de Alfambra descubiertos en agosto de 2011. El escudo coincide con el que se concerva en la que fue su casa solariega que hoy alberga la farmacia de Alfambra.


Escudo de los Sánchez Muñoz conservado en la casa solariega que tuvieron en Alfambra. @cac.


Año 1.698, José Sánchez Muñoz, Barón de Escriche, instituye una donación para casar doncellas de Alfambra.
           La Baronía de Escriche, con sus herederos los Sánchez Muñoz, tuvieron casa solariega y grandes propiedades en Alfambra y fueron Comendadores y Caballeros sanjuanistas a lo largo del siglo XVII y parte del XVIII.
            




Año 1.698. El Barón de Escriche otorga cincuenta libras jaque8sas para una alfambrina doncella pobre y honrada que vaya a casarse. (A.H.N.) @cac. 





  ... ... ...  Item es mi voluntad que de cada pasaje que se cobre de los Caballeros cuando lleguen a ser Comendadores se hayan de dar de la primera paga de cada caballero cincuenta libras jaquesas para casar una doncella hija de la villa de Alfambra en esta forma:
            El Prior, el Alcalde y los Jurados de Alfambra darán una lista de tres doncellas pobres y honradas a mi sobrino Don Dionisio Sánchez Muñoz o a los sucesores en la Baronía de Escriche y patronato de esta fundación de las cuales dichas Don Dionisio y sus sucesores en el patronato deben elegir una y darle las cincuenta libras jaquesas el día de San Juan Bautista del mes de junio, al tiempo que se velara en la iglesia parroquial de Alfambra.
            Y esta limosna quiero que gocen las hijas de Alfambra todo el tiempo que el Prior de dicha iglesia de Alfambra sea religioso de mi hábito y que el priorato se provea por el Comendador de dicha Villa o por la Religión porque en caso de que dicho priorato lo provea el Obispo de Teruel como ha ocurrido algunas veces, o cualquiere otro como no sea de mi Religión es mi voluntad que la dicha limosna no se dé a las hijas de Alfambra, sino que se incorpore con el demás dinero a los pasajes para aumento de esta fundación. ... ... ...
  (Adaptación del original de Clemente Alonso Crespo.-)
  

viernes, 28 de octubre de 2011

Rulfo, Leonor se acabó de un repente.




@cac.
                Casi siempre tomábamos el camino de abajo, el de la vega, el de junto al río, por acercarnos hacia Larroya. Mis padres se metieron por él la noche en que bajaron desde El Alcamín hasta Larroya, por lo de la muerte de Leonor. Había llegado recién mi padre con un zurrón repleto de bellotas traídas de las carrascas de La Basquilla. Las estaba poniendo alrededor del fuego porque se enjugaran un rato húmedas como venían. Luego podríamos comerlas, con su sabor áspero que duraba un buen rato en la boca. Dos peroles grandes hervían sujetos por los badiles junto a las llamas en sortijas rojas que producían los cepurros de leña. Uno con agua para escaldar las sopas, el otro con las berzas de la cena. Fue entonces cuando apareció Mingarra, que decía que le habían dicho unos de Larroya que Leonor se había puesto muy mala, que muy mala muy mala y que mejor que se fueran para abajo. Y mi madre que dime la verdad, que si mi madre aún está viva y que si llegaré a tiempo. Y mi padre que si ya era noche cerrada y que mejor acercarse de madrugada. Y ella claro, como no es tu madre… Y mi padre que ya sabía la verdad, que la abuela estaba muerta, que le había dado un de repente y que se había quedado. Y mi madre rabiosa y de aquí para allá, sin acertar a hacer nada.
                Así es que vino y se me llevó el abuelo Repoyo. A la mañana siguiente nos fuimos por el camino de abajo, por el de la vega, junto al río. Y ya llegamos al entierro. En la casa, ya en Larroya, las gentes en la cocina oscura no paraban de entrar y salir. Las primas masoveras, de las que había oído hablar pero no conocía, preparaban los pucheros y las frituras en la sartén, alumbradas por las llamas del fuego. No había luz en la casa y la cocina con sólo un ventanuco que miraba a la bodega, hundida y húmeda. Y arriba, en la alcoba, mi madre, ya enlutada, lloraba y lloraba, junto a sus hermanas.
            Me habló el Repoyo por el camino de las tierras labradas, del tiempo de la siembra, de los momentos del riego, de los secanos barbechos, de los linderos larroyos. Fue entonces cuando me dijo cuando les dieron la tierra, de los trabajos del concejo, de los inviernos pastores en el viejo Reino. Me dio la lección cuando caminamos hacia Larroya, por el entierro de Leonor. Allí, en el entierro le vi por primera vez su calva blanca, cuando se descubrió ante su consuegra. Y miré a mi madre con su pañuelo negro sobre la cabeza, el que duró un par de años ya en El Alcamín, en invierno y en los veranos, cuando le caían las gotas de sudor por su cara a la hora de recoger los alfaces o en el entrecaveo de las remolachas. Y sus hermanos también de luto, sin poder salir de casa. Luego, a los dos años justos, una buena borrachera, por celebrar el primer día en que se enterraba el luto. Padre arriba, en un rincón, encerrado en silencio, como casi siempre.
            A la vuelta, en El Alcamín, el fantasma de Leonor se me aparecía en todos los rincones. En la alcoba de mis padres, en el corral estrecho de altas tapias ocupado por el puerco y sus orines fermentados, en la cuadra sin mulos donde aparecieron las pistolas y las balas de la guerra pasada entre la paja abandonada del pesebre. Cuando volvimos a la casa seguían los pucheros junto al fuego apagado. Toda la casa habitaba el helor del abandono. Por las noches siguientes se acercaban las vecinas, por velar junto a mi madre, que lloraba y lloraba siempre tapada su cara por el pañuelo negro, y las sayas también negras, tintadas en el agua hirviendo de los calderos de cobre, tejiendo la toquilla, negra como el hollín, que le siguió con los años.
@cac.
            En las veladas seguían hablando de la noche de perros cuando el camino a Larroya. No había luna y los barros estaban helados. Llegaron bien hasta el prao San Miguel pero ya no acertaron a encontrar el paso del puente de vigas de chopo cubierto con ramas y céspedes cavados. Cruzaron, a tentón, el cauce helado, y ya sufrieron el primer talegazo. Los dos por el suelo, levantados después de una buena costalada. Echaron hacia el camino de la vega, por ir más a lo seguro. Un poco más hallá de la Vega Lambra ya las ramas desnudas de los chopos les dejaban como ciegos. Así que volvieron otra vez atrás por el borde la glera del río. Distinguieron el molino Lamaquila y echaron hacia arriba por la cuesta de los gamones, la misma que tú descendiste, Rulfo, entre los tropezones por las piedras afiladas. Alcanzaron las trincheras del alto y de nuevo volvieron a tropezar y a caer cuando el descenso hasta la masada de La Lamia, en aquellas horas sin ni siquiera un candil encendido que les marcara el camino, que los masoveros dormían su sueño.
            Por la curva de los olmos comenzaron a ladrar los perros, cuando ya estaban en la casilla de los camineros. Aúuuuuu, aúuuuuu, el aullido de la muerte. Una y otra vez. Y mi madre el es mal presagio. ¿Ves? Está muerta. Y mi padre metido en su silencio. Luego ella lo contaba una y otra vez, en las veladas al arrimo de la estufa, cuando nos juntábamos por quitar el frío, cuando las vecinas se llegaban por acompañarla, dándole al venga y venga del tejido de los piales, en los largos silencios y en los ay suspirantes de mi madre, el largo lamento silencioso, de la nostalgia de los tiempos pasados, de la vida que se acaba, del que no somos nada, de total son cuatro días, del que no hay más remedio, del que a la larga todo se acaba.
@cac.
            He vuelto, Rulfo, en esta noche lunera pisando los barros helados. Desde el porche miro el camino por encima de los tejados de las casas de Catalán, de Fraile y de Antón, veo el camino y los prados y me llego sin moverme hasta la Vega Lambra, por el rastro del río marcado por los chopos, y me dejo llevar por todos los caminos de la mano del abuelo Repoyo, una y otra vez por los ribazos y las trincheras de los gamones y las piedras afiladas, cuando los perros de Rufino y de Gregorio me ladran sin conocer las sombras que la luna recorta desde la barbacana de la era de Terrer.


martes, 18 de octubre de 2011

Alfambra y Malta. Relojes analemáticos.

     


Biblioteca nacional de Malta.@cac.
                 Estos días de celebraciones pilaristas en un otoño de verano tan sin lluvias he estado recorriendo la pétrea isla de Malta y su hermana menor Gozo. Tantas veces había estado allí con los documentos sanjuanistas y nunca había puesto los pies en esta isla estado tan traída y llevada por los tiempos de la Historia por fenicios, romanos, turcos, musulmanes y cristianos, españoles, ingleses, franceses... interesados todos en su dominio como lugar de estrategia privilegiada en los intereses políticos, que no son otros más que dominio económico en unos u otros tiempos.
                 A mí me interesba sobre todo conocer  esos lugares donde llegaron los sanjuanistas para establecerse y levantar tantas fortalezas y tantas iglesias con cúpulas a imagen y semejanza del Vaticano del que fueron beneficiados servidores. He podido acariciar las piedras sillares que confortan todas las construcciones civiles, militares y religiosas de Malta extraídas desde cualquier cantera de cualquier lugar, porque en definitiva Malta y Gozo y Comino, islas de este estado maltés, no son más que un compacto pétreo habitado por medio millón de personas arracimadas en torno a las fortalezas, ciudadelas e iglesias que levantaron esos monjes soldados que tanto sabían de propiedades agrícolas en España y de finanzas en todo el Mediterráneo.
            Hubiese querido tener más tiempo para engolfarme entre los documentos que alberga su Biblioteca Nacional, en el mismo centro de La Valeta, la capital  ciudad amurallada en el puerto grande cuya fortaleza es proa anclada que vigila el Mediterráneo.
La Valeta. Reloj analemático.@cac.
           En esa Biblioteca se guardan, entre otros muchos documentos, los originales firmados por los Grandes Maestros de la Orden referidos a las Encomiendas de Orrios y Alfambra cuando eran nombrados los Comendadores correspondientes. No sé si algún día volveré a esa Biblioteca.
           De momento traigo aquí un docuemnto que me encontré mientras caminaba las enlosadas pétreas calles de La Valeta. Justo enfrente de la Biblioteca Nacional, un edificio de los menos valiosos por su arquitectura mantiene en su fachada un reloj analemático que me recordó el construído en la ermita de Santa Ana, en Alfambra. El de La Valeta instalado sobre una fachada, sobre un rectángulo, el segundo en los terrenos cercanos al edificio de la ermita, circular.
Ermita de Santa Ana. Alfambra. reloj analemático@cac.
           El tiempo histórico tiene estos caprichos. Estoy seguro que ninguno de los que promovieron la instalación de estos relojes sabían de la futura relación encomendera.