Los exploradores ante los palomares. foto CAC. |
Los
exploradores llevaban tres meses confinados. Sin salir de casa. Entre pantallas
de televisión y deberes escolares también empantallados. Hartos de tener la
casa revuelta con juguetes por aquí, por allá y en todos los rincones.
Nerviosos en su encierro obligado, mantenido a raya por sus padres por aquello
del respeto a quienes saben.
Por eso cuando llegamos a la casa de
todos, tomaron sin pausa los pequeños picos guardados del año anterior, cuando
la busca de las piritas incrustadas en las piedras del barranco Galindo.
No hubo pausa. Echaron a correr por la
cuesta del camino de la piedra picada y ya todo eran minerales y fósiles de
todo tipo cuando no eran más que piedras rodadas en el arrastre de las patas de
las ovejas de Benedicto, el único del pueblo que estuvo libre todos y cada uno
de los días de este confinamiento, que por algo es el único pastor que queda
por estos pagos del barranco del río en el camino hacia los Pelarchos.
El abuelo los acompañaba y les iba
hablando, cuando le dejaban, en su afán placentero de la descubierta infantil,
de Los chopos del río con su copa tupida de un verde altanero, de los manzanos
con fruto en las ramas salvadas de las heladas, del cerezo atacado por el
pulgón, de los erizos con su flor verdiamarilla, de la ajedrea y del tomillo
olorosos, del espliego enhiesto en año de lluvias, del saúco turbador en su
perfume intenso bien granado ya, crecido en lugares escondidos, en las grietas
del barranco donde dicen aparece porque allí caga la zorra.
Caminábamos lento. Ellos a lo suyo. En
descubierta simple, placentera, de un juego goloso, lleno sin más de gozo
infantil. Ajenos a la abundancia de hierbas de topos los linajes aparecidas sin
remedio en estos meses de obligado encierro, arreciadas por lluvias abundantes
en un primavera en donde los cardos
borriqueros son más altos que los propios burros cuando comían sus flores aún
no pinchosas. Ajenos a los ribazos invadidos,
los huertos sin cultivo, a las eneas cortantes de la ribera del río.
Caminaban hasta los viejos palomares ya desmoronados sobre el cinglo calizo,
donde aún pudimos entrar porque vieran los rincones de sus tapias con el huecos
marcados en yeso para poder engorar sus huevos, o las tejas incrustadas entre
las esquinas para que también criaran sus pichones, ahora todo en abandono y
con las techumbres en derribo.
Allí en lo alto se sentaron y comenzaron a
cincelar sus tesoros fósiles que no eran más que piedras calizas esmeriladas por
el arrastre de años y años por las patas de las ovejas que por aquí un día y
otro, y otro y otro, caminan en busca de su engorde de siempre .
Los exploradores inician el regreso. foto CAC. |
Ellos a lo suyo y el abuelo más que
setentón en su Alcamín literario con sus pasos lentos ya por el paso de los
años, con el envejecimiento causado por estos
meses entre paredes detrás de una ventana, con su dolor intimo por
tantos muertos, por tantos ancianos recluidos en su soledad de abandono, en sus
humildes habitaciones, muertos sin despedida, sin derecho a un entierro con
familia, sin nadie. En el mejor de los casos con un anónimo albañil en el enyeso
de su losa tapiadora de una urna cenizosa´, anónima y olvidada sin más.
Se me cruzan imágenes de políticos
lamentables, tratantes trileros por hacer caer un gobierno legítimo y
democrático atacado por todos los flancos de la mentira. Ni agua al enemigo
aunque no sea tal y lo conviertan en botarate volandero de los plumíferos a
sueldo. Incrustadores de palos en todas las ruedas que puedan avanzar poniendo
trabas, mentiras, deformaciones, mentiras, bulos, malas intenciones, compras
mercenarias de quienes se llaman periodistas,, caceroladas de banderita tu eres
gualda, micrófonos vociferantes, mascarillas estilizadas para resaltar la cara
de alguna muñequita pijatonta, analfabeta de conocimientos sociales, bocas bocinotas
de mentiras, de decir no y lo contrario y más no y su contrario y qué más da, de lagrimillas corridas por caritas de
porcelana llorada con rímel, de voz meliflua sin matices hasta que de pronto
ella se convierte en valquiria mitinera en un congreso de diputados en donde
las acusaciones vociferantes y las sin descanso racaraca, palabras llenas de
insultos y manifiestos de odio a todos los que no son de su clase social que no
es más desprecio, desapego, odio, escupitajo a quien tiene la obligación, según
ellas y ellos, de ponerles alfombra a los pies, que por eso les van a dar una
paguita, además de coducirles sus coches de explosiva cilindrada, de servirle
la mesa bien cubierta de manteles y de viandas apetitosas, por quienes ni
llegan a fin de mes con su salario de miseria.
Un rosal sivestre en plena floración. foto cac. |
Jaras, ababoles y cardos. foto cac. |
Vociferán
socialcomunistabolivarianomarxostaleninista, etarras asesinos, terroristas.
Mientras disparan sobre figuras enmarcadas con fusiles guerreros. Insultarán,
metirán y mentirán a ver si en este río revuelto sacamos aún más votos y
podemos seguir jofiendo la marrana, que de esto se trata ad maiorem gloria de
nuestro bolsillo y de los que sin dar la cara como estos vociferantes que llaman
xenófobo y racista a Castelao, tendrán cada vez más caldo caliente en su culo
gordo y en su racaraca continuo aquí y acullá, en parlamentos mítineros
eclesilásticos y apocalípticos, en panfletos papeles y digitales, en basuras
televiseras, en redes sociales en donde no tienes más remedio si no quieres
sucumbir que bloquear.
Y así el raca racaraca va calando en los
genes cerebrales de las gentes de a pie que les votarán sin darse cuenta que
están convirtiendo en sus verdades quienes no hacen más que repetit sin sentido
y qué más da sus mentiras, sin ningún argumento, sin ninguna razón, asintiendo
sin ton ni son porque consiguen penetrar en todos son iguales y qué más da.
Y mientras tanto el virus está ahí y los
sanitarios siguen sudando atrapados en su lucha diaria por salvar vidas entre
quienes se van agotando en su sufrimiento por el contagio de este bicho que
camina, vuela y se reproduce sin un ton y un son conocido.
Un puñao de espigas verdes en el ribazo, foto CAC. |
Todo esto y más, entre las idas y venidas,
las preguntas infantiles que no paran, los gritos de sorpresa de estos
exploradores con quienes he vuelto a la tierra alcaminiana con los campos a
punto de ser cosechados en una añada que se antoja buena, regada con buenas
lluvias, aunque siempre amenazada por el temor de las tronadas granizadas que
parece apuntan.
Me alegro de que en El Alcamín no haya
habido fallecidos. Tres meses sin entrar ningún forastero los ha hecho aguantar
tiesos a estas gentes. He regresado junto a ellos, a mis nonagenarios
familiares, sin poderles dar el abrazo físico pero con la presencia íntima de
nuestra voz y nuestra mirada tanto tiempo separada. Y ahí están, ahí estamos,
con el temor de que en estos meses varaniegos algún tontilán de los que abundan
se acerque por aquí y se crea más pincho y chulo que nadie y nos joda con su
contagio ignorado y su insensatez de ciudadano urbanita tontolaba. Con su
desprecio soberbio de altanería emigrada en los suburbios del vómito trilero.
Pienso y pienso, mientras camino con estos
pequeñajos aprendices primerizos de una vida toda por delante. Pienso y observo
las tierras que me reconfortan, los trigos reventones verdiamarillos a la
espera de rendir su cosecha. Bienvenida sea y abundante que falta hace, aunque
los precios se mantengan por debajo del que tuvieron hace muchos años.
Mientras, allá lejos, monte arriba, las
carrascas se mantienes tiesas y firmes como estas gentes de esta tierra tan
vaciada, tan vacía, tan despoblada según en estos momentos en que se habla en
un Congreso que cada quien grupo político vota lo que le interesa, en el
momento que le interesa y cuando le aflojan algunas perricas en forma de euros
para ver si su bolsillo aumenta de tamaño.
La manzanilla preñada de color y aroma. foto cac. |
Este año el cereal apunta buena cosecha. ¿Que no apedree! foto cac. |
Camino, tomo aire, se sumerjo en los olores
penetrante de la manzanilla ya florecida, doy la mano a los pequeño explorados
y sobre los esmerilados caminos de los carros de la piedra picada, regreso a
casa con el cobijo de los libros que tanto tiempo han esperado.
Las rosas ante la casa y la biblioteca. Lugar de trabajo remansado. foto cac. |