jueves, 29 de septiembre de 2011

La guerra incivil.

      
El contenido de estos botes alimentó a los soldados. @cac.
        Unos botes oxidados y una bala. Los encontraron Max y León mientras esquivaban las piedras aristadas, las aliagas, los erizos y una encina enraizada entre los restos atacados por el peso y el paso de los tiempos, en una de las trincheras picadas en zig zag sobre el cabezo pedrizo que domina el descenso de la carretera entre Alcañiz y Teruel, justo en la mojonera divisoria de los términos de Orrios y Alfambra.
       Uno de los muchos lugares marcados por aquella guerra incivil, por muy civil que la llamaran. Uno de los abundantes asentamientos de los soldados marcados por el destino de sus vidas a ocupar un día sin otro estos lugares señalados en los planos como cotas a defender u ocupar.
      Desde aquí, desde este lugar en donde mis nietos aún niños han encontrado, aún hoy, estos botes y esta bala, los soldados rebozados en sus mantas, casteñeteando sus dientes en la tembladera del frío, hartos de picar trincheras, derrumbados por el sueño en las noches de hielo y los días de niebla congelada, desde aquí, digo, estos soldados maltrechos calzados con rotas alpargatas de esparto, maldecían su destino mientras veían en su vigilancia sin espera los altos de Palomera al oeste y la sierra de El Pobo al este, al aviso del discurrir sobre la carretera que por el Esquinado y San Just quedaba atrapada en los estrechos mineros de Montalbán y Aliaga.
      Mozos veinteañeros venidos de no sé dónde en la geografía española, sin conocer ni siquiera dónde estaban, ni por qué tenían un arma entre las manos. Algunos valencianos enfebrecidos de miedo por el frío, atacados en las orejas y los dedos por las escoceduras de los sabañones. No entendían nada. Sólo un día y otro el recuerdo de la novia que quedó allá o la espera de un paquete con algo de comida que hiciese olvidar por un rato esas judías, esos garbanzos, esas sardinas que albergaron estas mismas latas que hoy han enconmtrado mis nietos.
        Judías, garbanzos, sardinas en lata calentadas con un minúsculo fuego de aliagas, tomillo y alguna rama de carrasca entre las piedras que hacían de trébedes.
       Ahí están ahora con el recuerdo de la señal de un machete que sirvió para abrir lo que hoy no es más que una herrumbre de hojalata, y una bala de aquellas mismas que en los años cincuenta, ya del siglo pasado, los entonces zagales vendíamos al chatarrero por la nada de aprovechar el cobre, cuando no la expotábamos entre la lumbre de alguna hoguera donde nos dejamos algún dedo amputado.
       Frío, hambre, soledad, muerte, en el recuerdo de unas latas y una bala.
       La incivil guerra.
Sobre estos terrenos... la incivil guerra. @cac.
      



domingo, 18 de septiembre de 2011

Chopos camochos, en Orrios

Orrios. Chopos camochos.@cac.
         Aquí se llaman chopos camochos, en otros lugares cabeceros.
         El chopo es el árbol más singular de estos lugares. Siempre crece al arrimo de algún ribazo, en las orillas del río, junto a una acequia, a la vera de alguna fuente.
            Ha protegido a las gentes bajo su sombra en los veranos, ha provisto de vigas en la construcción de viviendas y cobijos a lo largo del tiempo,  ha servido para calentar los fuegos durante los largos inviernos, se han utilizado sus ramas como empalizadas y tarrancleras, cuando aún débiles han sujetado las judieras, han servido de alimento a las ovejas, han albergado los nidos de las aves,  han acogido los juegos de los más jóvenes y protegido la sofoquina de quienes ya entrados en edad reciben la caricia evocada por Machado en la lira de sus hojas.
          Aquí les llamamos camochos, porque, con la escamochada, se quedan mochos.
          Todos los que aquí traiga están en Orrios.



Orrios. Chopos camochos.@cac.


Orrios. Chopos camochos.@cac.


Orrios. Chopos camochos.@cac.


Orrios. Chopos camochos.@cac.
Orrios. Chopos camochos.@cac.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Orrios tiene Biblioteca Pública

                           Biblioteca de Orrios


    Sí, Orrios tiene, por fin, una Biblioteca pública.
 Costó tiempo y hasta sinsabores, pero ahí está. En un edificio de la plaza del Barrio Alto, ocupando un espacio limitado por las piedras de la barbacana que sujetaba los desniveles de lo que en tiempos fue llamado el Castillo, mirando a la torre de la que fue iglesia vieja, orientado al sur para recibir la luz del sol de todo el día. Ahí está para quien quiera acceder a ella.
         Costó más de tres años conseguir dotarla de una estantería, unas mesas y unas sillas, y malentendidos con algunos politiquillos que buscaban sus arrimos cuando les interesaba y hacían escribir cartas cuyas palabras no entendían, pero ahí está para quien quiera hacer uso de sus libros, de sus revistas, de las fotografías de sus gentes, de sus discos grabados con documentos de la historia de Orrios.
         En un breve acto entre las fiestas de este último verano, con la presencia de quienes quisieron y con la llamada sonora de la banda municipal de Utrillas el Alcalde, Daniel Marzo, la inauguró y agradeció la donación. No hubo ningún representante de la política comarcal o provincial. Menos mal. No nos hacían falta.
       Media docena de adolescentes abren y cierran la sala de lectura cuando alguien la precisa. Quien quiere se lleva los libros que necesita y los devuelve en su tiempo de lectura. Los álbumes de fotos a veces descienden hasta la plaza y los vecinos miran, dialogan y recuerdan otros tiempos.
         Es un lugar abierto para que en él se junten las gentes que quieran para los momentos que necesiten. Los libros y revistas ya no caben en las estanterías, los viejos pupitres de la escuela y un armario de los viejos tiempos esperan su reparación. El ábaco desaparecido que nos enseñó las cuentas marca invisible el paso del tiempo.
         Ahí está, desafiando a los tiempos de silencio lector.