Panes recién sacados del horno. |
En Orrios se coció pan en el horno comunal hasta bien entrada la segunda mitad del siglo pasado, en torno a 1970.
En mi familia, como en todas las demás del lugar, era un rito en la necesidad diaria del animento primario. La tarde anterior a la masada la abuela recogía el perol de la levadura que, o bien se guardaba en la artesa de la alcoba masadera, o se solicitaba de la vecina que había ido al horno la última vez. Siempre se pasaban las unas a las otras mujeres aquel perol sopero que guardaba las esencias de la masa y la facultad del fermento harinero.
Con aquella levadura se iba formando poco a poco la masa a la que se iba añadiendo harina con el agua precisa y sufiente y, a golpe de brazo, iba tomando forma. A mitad de la noche se oían los golpes de la abuela dándole y dándole a la masa, y, cuando ya las fuerzas le fallaron, eran mis tíos más jóvenes quienes batían y batían.
En la madrugada reposaba la masa depositada en la artesa entre mandiles que ayudaban con su protección y daban calor a aquel fermento. Luego, ya bien de día, la llevábamos al horno. En tiempo de escuela me agarraba a los varas del carretillo y acompañaba a la abuela hasta el horno. Luego bajaba la cuesta hacia la escuela. Cuando el verano, en ocasiones, me quedaba con ella en el horno y disfrutaba viendo con qué hablidad las mujeres volcaban su masada, la troceaban y daban forma con sus manos, marcaban cada hogaza con su señal personal, la depositaban sobre la pala y el hornero la introducía en la bocana por donde se veía el fuego. Al poco ya salían los panes cocidos. Dejábamos un pan al hornero como poya obligada de pago y ya teníamos pan para quince o veinte días.
Pronto se endurecía y las meriendas se convertían en una rebanada cortada, reblandecida con una chorritada de vino y una capa de azúcar que hacía nuestras delicias infantiles.
El horno había sido, junto al molino, la propiedad esencial de los comendadores de la villa. Era obligatorio para todos los vasallos del lugar ir a moler y a cocer allí. Y bien claro que lo señalaban en los documentos conservados que avalan sus tomas de posesión y sus propiedades.
Con la desamortización de Madoz muchos bienes pasaron a manos particulares, quienes se enriquecieron con su uso o su venta. Además de las propiedades agrícolas los llamados "propios" de la villa también se pusieron en venta. El horno de Orrios lo compró una familia de comerciantes de Teruel, los Garzarán, y lo vendió un año después, en 1876, al pueblo. Fueron los habitadores del pueblo, uno a uno, quienes tuvieron que comprar el propio horno.
Hoy traigo aquí sus nombres y el precio que tuvieron que abonar: tres mil reales de vellón.
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