Hace cincuenta años. Al sur de Aragón. |
Si en algún camino encuentras gentes con la casa a cuestas no les hables de su tierra que te miraran con rabia, con rabia en la voz y el viento, con la rabia que produce abandonar lo que se ama.
JOSÉ ANTONIO LABORDETA. CANTAR I CALLAR CARA A ...
https://www.youtube.com/watch?v=-nHDKVzHE5U
Así cantaba nuestro añorado Labordeta hace unos
cuantos años.
¿Dónde habrán
ido a parar las gentes de esa fotografía?
Los padres, de seguro, al pudridero. Quizás se quedaron en el mismo pueblo
donde está tomada la fotografía. Es posible que el lugar fuera una masada
aislada de la gente.
¿Se quedaron por allí los hijos? ¿Tuvieron
que irse dónde fuera para no quedarse atrapados por la pobreza, el hambre y
quizás la miseria?
¿Qué se hicieron? ¿Dónde están?
En la imagen, detenida frente al tiempo, la
familia está junta. Algún conocido, alguien que tuviera una cámara fotográfica,
que no es poco, que andaba por allí, quizás pasando unas vacaciones veraniegas,
les dijo que les iba a tomar una fotografía.
Y ellos posaron para el retrato esperado.
Hasta se acicalaron. Porque de dónde aquí que el padre llevase una camisa
blanca para trillar la parva y unos pantalones de pana sin remiendos, que se
quitase el sombrero y nos mostrara su cara cuarteada por el sol y el pelo lacio
y cetrino de todos los días. De dónde aquí que el hijo mozo y los casi mozos
vistiesen todos ese pantalón azulado sujeto con tirantes tan sin uso en estos
lugares en el trabajo de todos los días. De dónde aquí que la moza luciera una
falda hasta la rodilla y una rebeca del día de la fiesta del lugar.
Para un hijo no ha llegado aún el mono de
trabajo. Tiene que conformarse con sus pantalones cortos y su tirante
cuarteado.
La madre sostiene al más pequeño en brazos
con la misma mirada seria y dolida que mantienen todos frente al retratista.
Ninguno esboza una sonrisa. Han posado
para el fotógrafo y éste se ha llevado el silencio de la tarde que ya se
avecina. La única alegría parece estar en el mozuelo que sostiene al macho o la
mula de ojos azabaches y hasta parece que posee orgulloso.
Una mula o una macho, magra posesión para
una casa de ocho bocas. Mal asunto en el venga y dale sin parar de todos los
días si no poseen más que ese animal para el trabajo de la casa.
En estas tierras se necesitaba un par de
mulos para darle vuelta al surco o para
tirar del carro. Si sólo poseen uno el transporte siempre es a carga atada a
las samugas y la labranza ni se sabe cómo fue. Quizás con otro de su mismo
igual, que juntos ya son dos, le dieron la peineta a la parcela encosterada y
sembraron a la vez.
Por fin ha llegado el verano y la mies ya
está en la era. Ha llegado la tarde y la parva está molida. Ha venido también
el veraneante de turno y ha sacudido el retrato. Se ha detenido el aire
mientras las albarcas del padre están enterradas en la paja, también las de sus hijos.
Quizás la única hija, con su falda rodillera y su rebeca de punto, esconda
algunas alpargatas miaja majas entre la paja y el escaso trigo de la parva ya
molida.
Queda aún barrastarla, aventarla, porgarla,
llenar el par de talegas de centeno, cargarlas a la espalda hasta el pajar y
llegar a la casa para echarse un bocado al cuerpo y lo mismo comenzar mañana.
Era hace cincuenta años, más o menos, en
cualquier lugar del sur de Aragón.
Los padres hoy, de seguro, en el pudridero.
¿Y los hijos? Perdidos en algún lugar del mapa, como cantaba Labordeta, quizás
ya envejecidos en los apretados pisos del extrarradio de Madrid o de Barcelona
o de Zaragoza o de Valencia. Quizás tuvieron suerte y con el trabajo que
encontraron por entonces, cuando se fueron, les llega hoy la pensión jubilada a
fin de mes. Quizás alguno pudo, a base de esfuerzo, tener unos estudios que le
abrieron otros caminos tan dignos, pero no más, que el que tuvieron sus
hermanos, que nadie debe ser más que nadie. Quizás se hundieron en la vorágine
de la vida, o se subieron al tren sin frenos de un lado a otro buscando el sol
que más calienta y se convirtieron al dicho de “quien más chifle, capador” en
depredadores de cualquier bocado que tuvieran delante y se subieron al
estraperlo de la vida del pelotazo ambicioso, o se les llevó cualquier
desahucio por delante.
¿Qué se hicieron? ¿Dónde están?
Hoy. ¿De dónde son? |
¿Qué se
harán? ¿Dónde estarán estos de aquí atrapados entre alambradas, denostados de
un sitio y otro, atrapados entre guerras y hambrunas, medio muertos con el
pensamiento puesto en sus hermanos y padres muertos que han quedado en el
pudridero de un mar cercano, en unas costas del origen de la cultura europea?
Estos de aquí y de ahora ni tienen mula, ni
parva, ni ropa nueva. Sólo se agarran a la alambrada y gritan su silencio en la
imagen del horror.
¿Qué
se harán? ¿Qué no haremos una vez más?
Cualquiera de estas tres fotografías es la
nuestra. La tuya y la mía. Aunque no queramos reconocernos. La de hace
cincuenta años, la de 1939 y la de hoy.
“Canta
compañero, canta, que aquí hay mucho que cantar, este silencio de hierro ya no
se puede aguantar”. (José Antonio Labordeta)
1939. Republicanos españoles en campo de concentración francés. |
Si en algún camino encuentras gente con la casa a cuestas no les hables de su tierra que te mirarán con rabia. Con rabia en la voz y el viento, con la rabia que produce abandonar lo que se ama.
Acojonante
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