Los dos cadáveres rescatados tras la excavación. Foto David Alonso Císter. |
Pared de la corraliza de la paridera. Término municipal de Argente. A casi sies metros de ella y 82 cms. de profundidad aparecieron los restos óseos. @cac. |
Los crímenes… ochenta años
después-.
El verano y el otoño de 1936 fueron especialmente crueles
para los hombres y mujeres de España. La sublevación militar no se quedó en un
golpe de Estado contra la República. Devino en una cruel guerra civil que marcó
a los españoles, hombres y mujeres, para siempre.
Teruel, el valle del Jiloca hasta
Calamocha y el del Alfambra hasta Perales del mismo nombre sufrieron en sus
carnes asesinatos de unos y otros.
El 18 de julio de 1936 era sábado. El
lunes 20 comenzaron los asesinatos en la capital.
De
inmediato, guardias civiles llegados desde Zaragoza y falangistas de gatillo
fácil aparecieron por Cella, Santa Eulalia, Villarquemado y Calamocha y sembraron
el terror asesino entre cientos de lugareños.
A
mediados de septiembre la columna “Torres Benedicto” formada por milicianos de
la CNT-AIT hizo su revolución particular y dejó en los barrancos al menos a
trece personas del lugar de Alfambra.
Entre
estos dos ríos se levanta la sierra Palomera que marcará la línea de combate
entre sublevados contra la República y defensores de la misma. En la falda de
esta elevación y en el extenso altiplano que mira al este Visiedo, Argente y
Camañas se quedaron en tierra de nadie, como una trampa que podía terminar en
tragedia en cualquier momento.
Así
ocurrió en más de un caso.
Lorenzo
Martínez Esteban aquel verano de 1936 vivía en Camañas con sus tres hijos.
Humildad, la mayor, tenía diez años, Pepe, el pequeño, aún no había cumplido
los dos. Atendía el horno del pueblo cuando sus gentes iban a cocer el pan y
además había conseguido con sus ahorros comprar un par de mulos con los que
poder labrar algún pedazo de tierra. Tan sin bienes como la mayoría de sus
convencinos.
Una
noche, hacia la segunda quincena de agosto, llegaron, desde el Jiloca, por
Aguatón, con una camioneta y unas pistolas, unos uniformados falangistas
apoyados por la guardia civil. Se
llevaron a empujones y ante la desesperación de su esposa y su suegro, en presencia
de sus hijos a Lorenzo. A Lorenzo y a tres hombres más. Ni siquiera sabemos los
nombres de estos.
Uno
de estos hombres al poco pudo huir antes de llegar a Argente. En este lugar
otro trató de escapar y entre sus calles quedó muerto para siempre. Los
uniformados, en noche bien entrada, emprendieron el camino hacia el Jiloca.
Justo en la última curva de la
carretera, un poco antes del camino que lleva hasta Rubielos de la Cérida,
contra las piedras de la corraliza de una paridera, a los otros dos, los
asesinaron. De uno ni siquiera quedó el nombre. El otro se llamaba Lorenzo
Martínez Esteban.
Hace
cuatro años murió Humildad, su hija. Después de la guerra sufrió un calvario
con su madre viuda y sus hermanos. A su suegro también lo mataron al poco. En
los años cincuenta se estableció, ya casada, en Alfambra, el lugar de
nacimiento de Lorenzo. Allí sacó adelante a sus seis hijos. Poco antes de morir
encargó a su hija Mari Carmen que intentara recuperar los restos de quien fue su
abuelo. Ella conocía el lugar donde le dejaron aquellos uniformados. Aquella
madrugada, por el paraje donde se encuentra la paridera, conocido como La
Cañadilla, un adolescente pastor oyó los gritos desesperados de uno de los dos
a quien habían tiroteado. Cuando encerró a las ovejas corrió la voz por Argente
y Camañas. Alguna noche después, una persona llamada Pelegrín, valiente y digno
él, enterró los dos cuerpos. Uno de ellos conservaba su cartera personal y un
cinturón. Los entregó a su viuda y le indicó el lugar donde los había
enterrado.
Con
estos datos Mari Carmen Villamón Martínez se puso en contacto con la asociación
“Pozos de Caudé”. Paco Sánchez, su presidente, contactó hace unos meses con el
arqueólogo David Alonso Císter, quien ya había exhumado trece cadáveres
víctimas de la guerra civil unos años antes, semienterrados y calcinados a unos
siete kilómetros de Teruel, junto a la carretera que lleva a Zaragoza. El
arqueólogo cumplió escrupulosamente el protocolo requerido por el Gobierno de
Aragón para la consiguiente excavación. Un antropólogo forense y una
restauradora completaban el equipo técnico, junto a varios voluntarios. Todos
habían sacrificado sus vacaciones. Ninguno iba a recibir ningún estipendio.
Unos
días antes el antropólogo había estado en el lugar referenciado del crimen junto
a algunos familiares para organizar la excavación. El lunes día uno de agosto
comenzaron los trabajos. Se empezó rebajando el terreno junto a la tapia donde,
sobre una piedra, alguien grabó un par
de cruces como indicativo. Se excavó a pico y pala durante dos días hasta
alcanzar los sesenta centímetros de profundidad sobre un terreno de dura
arcilla sin ningún resultado. Había corrido la voz y entre los visitantes que
se presentaban alguno señaló que le habían dicho que fueron enterrados dentro
de la corraliza junto a la paridera. Se excavó con detenimiento este espacio.
El miércoles día tres se decidió incorporar una pequeña excavadora para remover
las tierras abarcando más espacio y profundidad. Poco a poco se aumentaba el
círculo en torno a la tapia de la paridera. El viernes día cinco se
interrumpieron los trabajos que habían durado desde las ocho de la mañana hasta
el anochecer y se decidió incorporar una excavadora de brazo más largo. Se
comenzaron a trazar círculos mayores de cincuenta centímetros de ancho y un
metro de profundidad. Ese mismo lunes hacia las dos de la tarde se observaron
unos huesos correspondientes al tobillo de uno de los dos cadáveres. Se acotó
con precisión el terreno para iniciar detenidamente la minuciosa excavación el
día ocho martes. No se paró en todo el día. Sin descanso, con minuciosidad, con
experiencia, con mimo, con respeto, se pudieron mostrar los restos a sus
familiares. Allí estaban, a 82 centímetros de profundidad, depositados por el
valiente y arriesgado Pelegrín. Pepe, el hijo menor de Lorenzo, que aún no
tenía dos años cuando se llevaron a su padre, se armó de valor, ahora con
ochenta y dos, para poder conocer a su padre. Con intensa emoción se unió a su
familia, y así hijo, nietos y bisnietos quedaron recogidos en su intimidad en
el encuentro definitivo. Anochecía el día 9 de agosto, víspera de San Lorenzo.
Aquella noche las estrellas llovían lágrimas.
Quedan
aún por hacer los estudios de ADN. Será entonces cuando Pepe Martínez y sus
sobrinos Villamón Martínez despidan en Alfambra los restos de su padre, abuelo
y bisabuelo.
Ochenta
años después.
El
crimen fue en España.
Es
bueno conocer la Historia.
En 1941 la Guardia Civil enviaba este informe para ser incorporado a la Causa General abierta sobre responsabilidades políticas. Claro que estaba "desaparecido". Véase A.H.N. |
Y también enviaba este otro. A.H.N. |
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