viernes, 23 de septiembre de 2016

Con José Luis Sampedro por el alto Tajo.

José Luis Sampedro.



  El ganchero forjado en hierro es la silueta de José Luis Sampedro.

Un perro ha venido a beber en la taza pétrea de la fuente, aquí, en Peralejos de las truchas.

Justo, el reloj, sobre la fachada de la iglesia, marca el mediodía.

Cae el sol con fuerza fiera.

Hemos llegado aquí por seguir los senderos caminados del alto Tajo, por rememorar las palabras leyendo “El río que nos lleva”, por dejarnos acompañar de este hombre que nos dejó hace algunos años, aquel barbudo nonagenario que cantaba silbando, que con su seriedad bondadosa de un risueño sabio ponía en solfa la economía agresora de los politicastros metidos en el negocionegocio, que decía verdades como puños mientras te invitaba a un café cuando paseaba por la orilla de los estanques de Alhama, cuando escribía y reescribía aquel “Octubre, Octubre” que tantos años le llevó terminarlo.

 Y volvía al agua y al agua. A la misma agua y siempre distinta, la del Tajo, que a nosotros nos trae de los mismos altos de su nacimiento, ahora tan ni agua, allá arriba, cercana la muela de san Juan, junto a Griegos, en la vega de su nombre, superado Guadalaviar, desparramados los hatajos de ovejas y las vacas serranas que aguardan la llegada otoñal para viajar al extremo en la trashumancia.

Vamos caminando, a lomos de cuatro ruedas, ya ven, María de la Encarnación y yo. Hubo un tiempo que caminé, entonces a pie, desde estas estribaciones de la Ibérica, por tierras que son, en los papeles, de Teruel, de Guadalajara de Cuenca. Por tierras quebradas por donde los ríos se han ido abriendo camino. Desde esta elevación, el Tajo, el Cabriel, el Cuervo, el Guadalaviar y otros manantiales llevan sus aguas hasta el Mediterráneo y el Atlántico, allá en Lisboa.

Hoy iniciamos un camino breve desde este Peralejos de las Truchas por caminos de tierra apretada por donde los camionacos de altas ruedas transportarán la maderada que en algún tiempo condujeron los gancheros. Hoy el camino sirve para ir parando, mirando, recordando la novela de Sampedro, con la distancia que da el tiempo. Ya no quedan gancheros, ya sólo ahora recorren estos caminos las gentes que se recogen con sus familias en la ribera, junto a algún remanso del río Tajo, allí donde dormitaban en las noches aún frías de los mayos del deshielo los gancheros llenos de fatigas. Hoy son gentes que quieren reposar un tanto por las aguas tranquilas que emergen en la laguna de Taravilla, que burbujea mientras nace después de filtrase entre estas piedras donde los pinos se agarran buscando el cielo. Los pinos que son la riqueza, los múltiples pinos que dieron trabajo con su resina y sus tronzados a los gancheros que llevarían la maderada hasta la placidez de Aranjuez. Los pinos que tenían el primer remanso después de salvar el salto de Poveda que acoge en su abruptez a algunas gentes que quieren disfrutar sus chorros entre las piedras, aprovechando la cascada formada cuando se dejó sin terminar lo que hubiera sido una minicentral eléctrica, porque las deficiencias en la construcción llevaron a las filtraciones. Un salto construido piedra a piedra llevadas una y otra, y otra y otra, a lomos de mulos por estos angostos parajes, conducidos por las mismas gentes que también fueron gancheros, que conocían las rocas, las zarzas, los guillomos, los enebros, los rebollos y los pinos como nadie.

Salimos de estos parajes, no hay más, en silencio, sobre las cuatro ruedas, y, por la hoz angosta de Beteta, dejamos la serranía y damos en Puente Vadillos donde se juntan el   Guadiela y el Cuervo. 

Los edificios que fueron residencia de los empleados de la fábrica de grafitos están vacíos, los jardines de las casas pudientes de los ingenieros de Carborundum han sido invadidos por la maleza, las naves de la que fue pujante industria que dio trabajo a gentes de la serranía se ha quedado en nada. La empresa decidió dejar estos lugares. En el patio de la escuela que hoy es un “centro rural agrupado” aún corren algunos niños, hijos de los pocos empleos que ofrece la embotelladora del Solán de Cabras, que lleva sus aguas hasta las mesas lejanas, junto a los chóferes de los camionacos que hacen cola para cargar conduciendo horas y horas de soledad con sus manos al volante.

A nosotros nos queda la soledad plácida de una mañana caminada por la ribera del Guadiela hasta la presa cerrada junto al antiguo molino de Chincha.

   Sólo nosotros con el agua remansada, rememorando a José Luis Sampedro.   

Iglesia de Peralejos de las Truchas. Fuente dedicada a José Luis Sampedro. @ cac.

foto @ cac.

José Luis Sampedro conduce la maderada sobre las aguas. @ cac

El rumor de las aguas en el salto de Poveda. @ cac.

El salto de Poveda. @ cac.

La roca es una boca gigante en el embalse de Chincha. @ cac.


Desde el Molino de Chincha, la plácida soledad. @ cac
       


No hay comentarios:

Publicar un comentario