José Luis Sampedro. |
El ganchero forjado en hierro es la silueta
de José Luis Sampedro.
Un
perro ha venido a beber en la taza pétrea de la fuente, aquí, en Peralejos de
las truchas.
Justo,
el reloj, sobre la fachada de la iglesia, marca el mediodía.
Cae
el sol con fuerza fiera.
Hemos
llegado aquí por seguir los senderos caminados del alto Tajo, por rememorar las
palabras leyendo “El río que nos lleva”, por dejarnos acompañar de este hombre
que nos dejó hace algunos años, aquel barbudo nonagenario que cantaba silbando,
que con su seriedad bondadosa de un risueño sabio ponía en solfa la economía
agresora de los politicastros metidos en el negocionegocio, que decía verdades
como puños mientras te invitaba a un café cuando paseaba por la orilla de los
estanques de Alhama, cuando escribía y reescribía aquel “Octubre, Octubre” que
tantos años le llevó terminarlo.
Y volvía al agua y al agua. A la misma agua y
siempre distinta, la del Tajo, que a nosotros nos trae de los mismos altos de
su nacimiento, ahora tan ni agua, allá arriba, cercana la muela de san Juan,
junto a Griegos, en la vega de su nombre, superado Guadalaviar, desparramados
los hatajos de ovejas y las vacas serranas que aguardan la llegada otoñal para
viajar al extremo en la trashumancia.
Vamos
caminando, a lomos de cuatro ruedas, ya ven, María de la Encarnación y yo. Hubo
un tiempo que caminé, entonces a pie, desde estas estribaciones de la Ibérica,
por tierras que son, en los papeles, de Teruel, de Guadalajara de Cuenca. Por
tierras quebradas por donde los ríos se han ido abriendo camino. Desde esta
elevación, el Tajo, el Cabriel, el Cuervo, el Guadalaviar y otros manantiales
llevan sus aguas hasta el Mediterráneo y el Atlántico, allá en Lisboa.
Hoy
iniciamos un camino breve desde este Peralejos de las Truchas por caminos de
tierra apretada por donde los camionacos de altas ruedas transportarán la
maderada que en algún tiempo condujeron los gancheros. Hoy el camino sirve para
ir parando, mirando, recordando la novela de Sampedro, con la distancia que da
el tiempo. Ya no quedan gancheros, ya sólo ahora recorren estos caminos las
gentes que se recogen con sus familias en la ribera, junto a algún remanso del
río Tajo, allí donde dormitaban en las noches aún frías de los mayos del
deshielo los gancheros llenos de fatigas. Hoy son gentes que quieren reposar un
tanto por las aguas tranquilas que emergen en la laguna de Taravilla, que
burbujea mientras nace después de filtrase entre estas piedras donde los pinos
se agarran buscando el cielo. Los pinos que son la riqueza, los múltiples pinos
que dieron trabajo con su resina y sus tronzados a los gancheros que llevarían
la maderada hasta la placidez de Aranjuez. Los pinos que tenían el primer
remanso después de salvar el salto de Poveda que acoge en su abruptez a algunas
gentes que quieren disfrutar sus chorros entre las piedras, aprovechando la
cascada formada cuando se dejó sin terminar lo que hubiera sido una minicentral
eléctrica, porque las deficiencias en la construcción llevaron a las
filtraciones. Un salto construido piedra a piedra llevadas una y otra, y otra y
otra, a lomos de mulos por estos angostos parajes, conducidos por las mismas
gentes que también fueron gancheros, que conocían las rocas, las zarzas, los
guillomos, los enebros, los rebollos y los pinos como nadie.
Salimos
de estos parajes, no hay más, en silencio, sobre las cuatro ruedas, y, por la
hoz angosta de Beteta, dejamos la serranía y damos en Puente Vadillos donde se
juntan el Guadiela y el Cuervo.
Los
edificios que fueron residencia de los empleados de la fábrica de grafitos
están vacíos, los jardines de las casas pudientes de los ingenieros de
Carborundum han sido invadidos por la maleza, las naves de la que fue pujante
industria que dio trabajo a gentes de la serranía se ha quedado en nada. La
empresa decidió dejar estos lugares. En el patio de la escuela que hoy es un
“centro rural agrupado” aún corren algunos niños, hijos de los pocos empleos
que ofrece la embotelladora del Solán de Cabras, que lleva sus aguas hasta las
mesas lejanas, junto a los chóferes de los camionacos que hacen cola para
cargar conduciendo horas y horas de soledad con sus manos al volante.
A
nosotros nos queda la soledad plácida de una mañana caminada por la ribera del
Guadiela hasta la presa cerrada junto al antiguo molino de Chincha.
Sólo nosotros con el agua remansada,
rememorando a José Luis Sampedro.
Iglesia de Peralejos de las Truchas. Fuente dedicada a José Luis Sampedro. @ cac. |
foto @ cac. |
José Luis Sampedro conduce la maderada sobre las aguas. @ cac |
El rumor de las aguas en el salto de Poveda. @ cac. |
El salto de Poveda. @ cac. |
La roca es una boca gigante en el embalse de Chincha. @ cac. |
Desde el Molino de Chincha, la plácida soledad. @ cac |
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