viernes, 30 de noviembre de 2018

Antes de que te maten, que los dioses te vuelvan loca.


Entrada en capilla y al alba llegaron las tinieblas. Documento original en AJTZ.



Claro que conocía de qué pie cojeaban todos. Alguna perra gorda le pagaban de tanto en vez cuando le compraban un puñao de cacahuetes o de castañas asadas en los inviernos de hielo, allí en la esquina donde comenzaba la subida de El Tozal.
            Instalada sobre un pelote y un catre de plega, protegida del viento enfilado hacia la plaza de El Torico buscaba el sol de mediodía.
            Conocía a todos los turolenses propietarios de almacenes y comercio, a aquellos Asensio, Ferrán, Muñoz, Elipe, Pamplona y a aquel a quien lo tenía por mequetrefe de chaqueta volandera, vendedor de tabacos y cartuchos que quiso ser alcalde y lo consiguió con unos y con otros, cambiando de bando, y hasta perdiendo la camisa azul, aquel José Maicas que escribió los informes más canallas. Y también a los chupatintas de la apalancada burocracia del Ayuntamiento y la Diputación, y a los sirvientes y empleados criados para todo de aquellas casas de pequeños comerciantes acomodados, y a muchos de los labriegos y aun pastores que se llegaban muy de vez en cuando desde los pueblos de la ribera del Jiloca o del Alfambra y aun de Javalambre y Gúdar.
            Malcomía y sobrevivía y de cuando en cuando se le iba la labia lenguaraz. Por eso había que callarla desde el primer día y nada mejor que meter en la cárcel a su marido, el Arcadio, en cuanto los falangistas y los de acción ciudadana y el batallón de voluntarios y los guardias de asalto y la guardia civil y todas las gentes de orden sembraron de terror y de silencio la ciudad.
            Aguantó como pudo el otoño e invierno de 1936 y todo 1937. Conoció y sufrió las idas y venidas, las detenciones, los fusilamientos, las desapariciones de personas conocidas, y vio con sus propios ojos cómo los desfiles y las procesiones iban y venían por las calles radiales a la plaza de El Torico, por San Juan, por la calle Nueva, por San Francisco, por la plaza de la Catedral y del Seminario.
            Y en su rabia interna se alegró cuando fue evacuada hasta Valencia después de que las tropas leales al Gobierno de la República entraran en la ciudad turbetana hecha escombros y sembrada de muertos. Y en Valencia se dijo que ahora era la suya. Entró en el servicio de información y denunció a unos cuantos vecinos y conocidos suyos, enrabietada como estaba por todas las humillaciones y sufrimientos que le habían infligido a ella y a su familia a lo largo de aquel año y medio pasado.
            Cuando en marzo de 1939 fue detenida en un refugio de Valencia en el barrio de El Carmen y después debidamente interrogada, como dice y firma el pijaito teniente juez instructor Antonio Rodríguez Pineda, y maltratada, ultrajada, torturada y enloquecida, puesta en la calle porque ni en el hospital ni en la cárcel de Santa Clara podía valerse sola ni para hacer sus necesidades más íntimas, y aún así echada en un tren borreguero conducida a Zaragoza con sus cagaleras incontinentes a cuestas, juzgada y condenada a muerte y fusilada el 29 de mayo de 1943. 

Cuando te han reventado a golpes y te han vuelto loca firmas hasta las enrevesadas palabra sin sentido que el pijaito juez Antonio Rodríguez Pineda ha redactado porque sí:               "El Peras", obedecía a fuerzas misteriosas que él indicaba, que serían las únicas que se impodrían, tarde o temprano, por ser la gran comunidad de hermanos, sin que la declarante sepa explicar, como no sea decir, que arrancaban de fondos tenebrosos o misterios de jente que laboraba tinieblas.

            Documento original en  AJTZ.
           

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