Periódico "Victoria". número 1. Impreso y editado en Alfambra. 24 octubre 1936. |
Fue entonces cuando recordé lo que decía mi madre: “primero entraron unos y que si a fusilar y a fusilar y luego, cuando los moros, nos tocó escaparnos por la ventana que daba a la acequia por donde cogíamos el agua para la casa.”
Fue cuando encontré el sobre estampillado de rojos colores que señalaban la colectividad y el control de moneda y del comité de abastos y de los vales que la columna 13 de la C.N.T. extendía para poder conseguir alguna ración de pan, alimento bien escaso entonces.
Era al final del verano de aquel fatídico 1936, cuando con la sublevación franquista contra la República empezó a joderse España y los españoles se encresparon, se mataron unos a otros, se empobrecieron todos metidos en los años posteriores del hambre y de los odios que, ahora, en estos momentos, tantos años después, seguimos sin querer conocer y reconocer los hechos y se incrementan las mentiras en los medios de comunicación y en las redes sociales internautas y se ensalzan los peligros del neofascismo.
Le corroen a uno hasta las vísceras. No hay peor imbécil que aquel que no quiere entender por muchas entendederas que tenga.
Cuando entonces, en aquellos días de septiembre de 1936 llegaron a Alfambra los milicianos incrustados en la columna llamada de Torres Benedito. La 13 de la C.N.T.
Unos días antes, tan sólo dos después de que el comandante Aguado comenzara a detener y a fusilar a los turolenses no sublevados el alcalde de Alfambra Martín Crespo Yago, el concejal y alcalde del mismo lugar que proclamó la República en 1931 Niceto Alegre y su hijo Manuel, el alguacil Miguel Nevot y el cura carlista y tradicionalista Juan Pumareta habían llegado a Teruel para recabar información de lo acaecido esos días anteriores.
Ya no regresaron. Al poco los cuatro primeros fueron fusilados. El cura Pumareta se enroló en el ejército y colaboró en la represión posterior desde su saderdocio.
Ya en agosto la columna Torres Benedito. Organizada en Valencia y Sagunto llegó por el Maestrazgo y Gúdar hasta la sierra de El Pobo y descendió hasta el río para asentarse en Alfambra dejando un rastro de asesinatos con el fusilamiento de gentes de Allepuz, Aguilar, Cedrillas y en Alfambra.
Por eso me decía mi madre aquello de “a fusilar y a fusilar”. Mi madre tenía dieciséis años por aquellos días y desde entonces conservó el miedo en el cuerpo hasta el resto de sus días. Recordaba que pasaban los milicianos chiflando y chiflando como ella decía y que si FAI-FAI, braceando. Recordaba ver el humo que se elevaba sobre los tejados cuando ardían los santos de la iglesia, recordaba los bandos y consigas lanzados desde los agujeros de la torre donde antes estaban las campanas tiradas para ser fundidas, recordaba la angustia de sus padres y de sus familiares cuando empezaron a fusilar.
Sobre y sellos de la colectividad. Alfambra. Conservados en Archivo municipal de Alfambra. |
Por aquellos días quienes tenían algunos bienes se habían marchado del pueblo con sus carros y sus mulos y su punta de ovejas y lo que pudieron salvar de sus casas, atemorizados por lo que viniera detrás.
En el pueblo se quedaron quienes no tenían más que sus manos, algún pegujal de mala tierra y en el mejor de los casos un par de mulos.
Y al poco que si la colectividad parriba y pabajo, y que si tú tienes que entregar un par de sacos de patatas y el trigo que tengas, y a segar para todos y a repartir los granos después de la trilla y a trabjar en la fábrica de harinas requisada aunque no cobres y ya veremos qué pasa con la molienda que no tenemos pan. Ya por entonces la cantina y los comercios se habían quedado sin nada porque los milicianos tenían que comer y vestir las palpargatas y hasta beber el vino depositado en las cubas y en los botos.
Y hubo sus más y sus menos entre unos y otros y hasta enfrentamientos entre los republicanos ugetistas que quedaron en el pueblo y los cenetistas y los impuestos en el llamado comité revolucionario. Eran los días en que cundía el descontrol entre las gentes que se decían antifascistas.
Y
entonces, entre mediados de septiembre y finales de octubre de aquel 1936 se
dio la matanza. La pueden conocer ustedes aquí
Archivo: Archivo Histórico Nacional
Fechas: 1940 / 1966
Signatura: FC-CAUSA_GENERAL,1416,Exp.7
Sólo apunto los nombres de las pobres gentes que se quedaron sin vida en los barrancos de la Serna, de la Reina y de la Vuelta de los Olmos: José, Crescencio, Claudio, Marcelino, Casimiro, Fidel, José, Esteban, Tomás, Mariano, Felipe, Santiago. (La documentación completa en la dirección señalada antes en la causa general abierta por los franquistas).
Vale para conseguir raciones de pan. Conservado en Archivo municipal de Alfambra. |
Mi abuela paterna me había dicho, hace ya muchos años, que ella había sido quien encontró los restos de lo que quedaba de su cuñado. José Cañete, su cuñado, era uno de los doce desaparecidos y fusilados, que se habían quedado en el pueblo y que vete tú a saber quién había decidido su detención y fusilamiento.
Algo tendría que ver la pobreza y aquella colectividad que se quiso imponer y al final quedó en nada. Mi abuela paterna me dejó caer un día ya muy lejano que Juan el loco y un tal Guillermo exaltado por la muerte de un su hermano por los franquistas repartía órdenes en la FAI de aquí y en la columna de Hierro de más allá.
Mi abuela reconoció a su cuñado por la camisa que llevaba y por las albarcas que calzaba, lo demás sólo eran huesos que había dejado los buitres que lo devoraron allá en el barranco de la Reina.
Cinco hijos menores, cinco, dejó el tio Cañete, cinco hijos de la hermana de mi abuela que se desperdigaron en evacuaciones sin sentido y que sólo se reunieron en la miseria que siguió a aquel uno de abril de 1939 en que “cautivo y desarmado el ejército rojo…” comenzó el calvario para unos y para los otros. Porque entonces comenzaron las detenciones, los juicios sumarísimos, las llamadas responsabilidades políticas, las condenas, los años de cárcel y las ejecuciones en las tapias de los cementerios, los miedos y el silencio y los rencores que habían comenzado ya en aquellos primeros días de 1938 cuando mi madre y sus hermanas tuvieron que escaparse por la ventana que daba a la acequia cuando los moros de Yagüe llegaron con derecho de pernada y lo que se pusiera por delante paisa y se hicieron dueños del pueblo.
Por eso mi madre acabó como otras mozas de aquellos fusilados por unos o por otros en Zaragoza, como criada sirvienta de una de las casas de los vencedores sometida al desprecio porque arreció sin más entonces la humillación por parte de quienes levantaron sus negocios de siempre y quien venga detrás que arree que para eso ganamos la guerra.
Hoy es tiempo de poner los hechos en su sitio y de contar la verdad de los hechos. La verdad nos hace libres. El desconocimiento intencionado nos hacen tontos perdidos. La mentira y la manipulación nos convierte en malévolos incendiarios que nos pueden llevar a más sufrimientos, incluso aprovechando la desgracia de esta pandemia semejante y tan dura o más que aquella de 1918.
Quien quiera entender que entienda.
La vuelta a casa con el sufrimiento a cuestas. |
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