miércoles, 9 de noviembre de 2011

Chopos, lluvia.

                       

De camino. Valdeconejos.@cac.
            El día ha amanecido nublo y por fin ha llegado la lluvia tanto tiempo esperada. Cuando llego a los esqueletos de la estación de Valdeconejos y a sus edificios anejos cae fina el agua que va filtrando “bien majo”, dicen, los campos de esperanza. El edificio que debió ser almacén de aquella vía nonata entre Teruel, las cuencas mineras y Alcañiz, se ha venido abajo y ya sólo es una parrilla aplastada contra los cimientos. La estación desafiante a los tiempos no tiene ni una teja sobre su armadura de hierro. Los dos edificios andan casi envueltos entre la niebla que viene y va y la lluvia que hace reflejar los faros sobre el asfalto de la carretera. Cuando estoy ya en lo alto del San Just tomo el desvío a Valdeconejos.
            He venido hoy, sábado 5 de noviembre. He acudido a la llamada de esas gentes agrupadas en torno a “El chopo cabecero”, o “Sollavientos”, o “Natura xilocae”, o “Aguilar natural” y aún otras, que llevan ya tres años en una cita anual para que quien quiera sepa de estos árboles tan singulares de la geografía turolense en torno a las veredas fluviales del Alfambra, del Pancrudo, del Jiloca, del Martín, del Guadalope o del Matarraña. Son los “chopos cabeceros” o “chopos camochos” como también se llaman.
            He caminado mucho tiempo y muchas veces acogido por su sombra en los veranos, casi cegado en las primaveras cuando abren la flor y lanzan con el viento sus vilanos, he recogido sus ramas para iniciar el fuego de la casa o sostener las judieras, he abierto a segurazos los troncos cortados por alimentar la estufa y aún ayudado a limpiar las vigas con la zuela para ensamblar el tejado del pajar. En los otoños, ya más tardíos, he mostrado a mis nietos las setas que crecen en sus troncos y he querido que huelan y sientan sus fragancias y colores verdiamarillos de las hojas que van alfombrando los caminos.
Chabier de Jaime da una lección.@cac.
            Esta mañana, por fin lluviosa y ya fría, he descendido hasta el regato que forman las escorrentías de las aguas de las tierras abancaladas en este Valdeconejos. La gente ha acudido puntual a la cita. A las diez de la mañana el trinquete, la plaza, la vieja lonja de un tardío y rural Renacimiento, tan frecuente en los pueblos cercanos al Maestrazgo, está llena.
            Con chubasqueros, impermeables y paraguas descendemos hasta la fuente y el lavadero, remozados hace poco. Allí comienza el camino, el paseo llano que nos lleva hacia el barranco del Hocino, donde ya la recogida de aguas se abrirá paso entre peñascos hasta que llegue por Las Parras hasta Martín, también del río, y luego seguirá después de una llanada por Montalbán buscando su cauce bajo. Los caminantes observan los ejemplares de tronco formidable, con sus caprichosas formas de su corteza centenaria, también los retorcidos sauces y los troncos invadidos por el paso de los tiempos mostrando su atractiva vejez que nos habla de vidas pasadas. Vidas pasadas cuando estos árboles cumplían un año y otro su función en construcciones, en calor de los hogares y en servicios para hombres y animales. Son hermosos y nos hablan una y otra vez de la vida y la cultura de estos pueblos.
            El camino está embarrado, los ribazos resbaladizos y de cuando en cuando un talegazo te espabila y señala que el campo, la vida aquí ha sido y es dura. Algunos de estos campos abancalados que forman esta val han sido ya labrados y aún sembrados en seco, ahora, el resto ya llenos de sazón, recibirán el grano a la espera de un invierno que ojalá sea de nieves y una primavera que los encañará para rendirse en un verano que aquí, en esta val, es tardo.
            Unos jovenzanos quieren espacar del barro del camino y de los ribazos resbaladizos y se meten por un bancal labrado y sembrado. Se clavan hasta el tobillo y cuando más caminan más se embarran. Sonrío mientras pienso que la tierra, por fin, está sazonada, que ha calado hondo y que el grano germinará. No puedo sólo pensar en esta mañana lluviosa y fría cómo un tronzador sube a un chopo altivo y enramado como si fuera un hombre araña y con habilidad corta sus ramas dejándolo en unos minutos mocho con su trabajo de escamonda. Van cayendo sus altas ramas y sacuden las verdiamarillas hojas que les quedan. Pienso entonces en los viejos tiempos, cuando a segurazos, como aquí se dice, eran cortadas con los golpes de los braceros. Pienso en las gentes que un día y otro labraban estos bancales con sus mulos y pienso ahora cómo los labras con tractores, y cómo tienen que pagar esos remolques y esos aladros y si podrán ahorrar algo para seguir invirtiéndolo un año y otro en abonos y compra de simiente, en un ciclo de dale y venga que aparece muy lejano entre, quizás, alguno que sólo ve un paseo con lluvia y frío. Y pienso también en esos molinos de viento que giran y giran en su runrún sin parar instalados sobre la cresta del cerro de la val.
            Todo ello me llena mientras regreso hasta el pueblo con las pocas gentes que aquí viven metidas en sus casas. La nave almacén donde se va celebrar una comida está llena cuando llego. Muchos no han venido a hacer el camino bajo la lluvia suave y fría. Me alegro de encontrar tanta gente. Tengo que volver a casa y no puedo terminar la jornada hablando con quienes sienten esta tierra, estos árboles y esta vida que se fue y, quién sabe si aún volverá en estos tiempos de miedos sin trabajo, en una España donde sobran corruptos, políticos que andan al pelo, y vivales de casta con gomina o corbata de burbuja inmobiliaria derrumbada.
Chopos en Valdeconejos.@cac.
            Me despido de las gentes agrupadas en estas asociaciones, les agradezco su esfuerzo y ya comienzo a descender de nuevo el San Just mientras por la Val de Jarque, tan hermosa entre las nubes y la lluvia, comienzo a descender El Esquinazo y alcanzo luego el Alfambra, donde encuentro de nuevo, en Orrios, mi río, mis chopos y mi casa.
           

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