miércoles, 28 de marzo de 2012

Un huerto a más de mil metros.

@cac.
      Hubo días durante este invierno en que ni siquiera la tierran podía ser removida a golpe de pico. Estaba helada. Nada nuevo en estos lugares situados a más de mil metros sobre el nivel del mar. Peor ha sido la falta de agua. No ha llovido y la nieve se ha asomado un par de veces pero el manto ha sido escaso.  
      En cuanto hemos podido hemos cavado los huertos y hemos echado en ellos el estiércol. Se fue fermentado poco a poco en las femeras. Cavamos la tierra y la envolvimos con ese fiemo fecundo en que han devenido la paja y la sierle de las ovejas. Ahora es todo un abono natural cuando volvemos a remover la tierra. Sudamos ya cuando la horquilla entra y la voltea. Sudamos porque han llegado los días calurosos. Miramos hacia el sol y lo agradecemos, y aún así queremos que vengan las nubes, que arrastren las borrascas y que nos llenen los manantiales tan venidos a menos y sin reservas. 
         Hemos venido preparando los sementeros y los planteros de cebollas, lechugas, borrajas y cebollas apuntan para ser trasplantadas bien pasada la pascua. Los ajos siguen resistiendo. La tierra está preparada para recibir las patatas troceadas con su germen de vida. Abriremos los surcos estos días y allí echaremos la simiente a la espera de que con los primeros días de otoño recibamos la cosecha. Los trigos andan apesadumbrados, encanijados, sin fuerzas, porque el cielo, este año, no les ha dado de beber. Las gentes miran hacia arriba y fruncen el ceño mientras le dan vueltas al precio del gasoil, a los abonos que no saben cómo pagar, al tractor que tiene que aguantar sin averías, a la cosecha perdida porque el agua no llega, a las ovejas que no tienen comida porque agotaron las reservas de la yerbera en el invierno y en los secanos el tomillo, la ajedrea, el espliego y las demás retamas no tienen fuerza para florrecer.
            Cavamos el huerto con fuerza y con rabia para sembrar en él, cuando podamos, las judías, las cebollas, las lechugas, las borrajas, las acelgas, echándoles un puchero de agua a la espera de que, al menos, un chorrilo de la acequia mueva los planteros del invierno.
               Igual viene una tronada y se nos lleva paredes y huerto entero. Igual en los primeros días de mayo nos cae una noche una rosada y las hortalizas se quedan tiesas, los manzanos se llenan de tristeza sin sus flores y las nogueras con su moco ennegrecido.

         Aún así miraré al cielo, sudaré, cavaré la tierra y echaré la semilla. Pensaré en fray Luis y me quedaré en esta vida retirada, rememoré a Machado y esperaré la primavera tarda, tan dulce y bella cuando llega.
Agonía del agua en el cauce del río. @cac.

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