Por qué recuerdo a estos alumnos después de hace cuarenta y dos años. A ellas y a ellos. Desde Adán a Zaragozá. ¿Qué habrá sido de ellos? ¿Y de ellas? Entonces jóvenes de diecisiete años. Tengo sus fichas delante de mí, con mis anotaciones. ¿Cuántas veces me habré equivocado? ¿Les ayudé en algo? Estarán ahora rozando los sesenta años. ¿Cómo los habrá tratado la vida? En cualquier caso... los recuerdo. Creo que fue el mejor, el más brillante grupo, que nunca tuve.
Inauguraron aquel primer COU de la llamada ley Villar.
Todos andábamos llenos de ilusión. Los profesores, también muy jóvenes, comenzábamos nuestro camino docente. Se trataba de echar a andar aquel Curso de Orientación a la Universidad (COU).
Eran cuarenta, un grupo de cuarenta jóvenes en un mismo curso. Entonces aún no se hablaba de "ratio", sino de llenar el aula hasta que no cabía nadie más. Y no sólo tenías que atender a aquel grupo, sino a otro y a otros. Pero aquel fue especial.
Por primera vez entraron en la enseñanza asignaturas optativas como la Economía, la Psicología, la Literatura contemporánea, y eran obligatorias en las opciones existentes, aún llamadas de Ciencias o Letras, la Filosofía y la Lengua española.
Aquello no era un disparate. Después vinieron los tiempos del quita y pon, y déjame sitio para mí, y ahora que si la Ética, que si no sé qué, y que no me llamen Ciudadanía, y luego dos horas menos de esta Lengua y aquella Historía de mi Autonomía y un barullo permanente.
Aún no estábamos en los tiempos de las llamadas nuevas tecnologías... que bien nos hubieran venido ya entonces. Tan sólo teníamos una "vietnamita" y nos manchábamos las manos con su tinta en tardes extenuantes.
Entonces, y ahora más, debíamos utilizar el sentido común.
Me hice cargo de aquel curso de Lengua española. El programa, eso que a muchos docentes les encorseta, siempre puede y debe ser conducido por el profesor. Los contenidos esenciales siempre se puede explicar y aprender con métodos apropiados.
Si confundimos la Lengua con el grafema, morfema o semantema, podemos llegar a la enseñanza del chorrema o el estupidema o el gilipollema.
Enseñar a ver, a leer y a escribir. Tan sólo eso. Así de simple y así de complejo.
Y eso es lo que hicimos con aquel grupo, el primero y por primera vez.
Tratar de dialogar con los alumnos. Los temas iban saliendo de la realidad del día a día, de aquella España en la que casi tocábamos el final de la Dictadura. Traté de que hablasen, de que expresasen sus ideas con orden. De que escribiesen con corrección, no sólo evitando las faltas de ortografía sino con estructuras lingüísticas apropiadas.
Por supuesto la base esencial correspondía a los textos que seleccionábamos en nuestro día a día, desde un programa en la radio, al periódico, la conversación entre pasillos y la selección de pasajes literarios y obras completas apropiadas.
Recuerdo que una de las primeras lecturas fue la obra de Ramón J. Sender "Réquiem por un campesino español". Con ella los alumnos aprendieron Historia, conocieron la organizada estructura de la obra, la leyeron en muy poco tiempo debido a su corta extensión, comprendieron un léxico que les amplió el que tenían, discutieron sobre el contenido de la misma, sintieron en ocasiones un golpe interno al darse cuenta que la llamada Cruzada era una cruel guerra civil, pudieron sentir los momentos líricos habidos en la propia narrativa... y tuvieron que expresar por escrito algunas de sus opiniones.
No se enteraron que a su profesor lo denunciaron ante el Tribunal de Orden Público (TOP) por poner aquella obra como libro de texto, ya que un padre de un alumno ajeno al curso, se sintió aludido por aquellos cantos expresados por los "señoritos pijaitos" descritos por Sender.
Siguieron otras lecturas, y muchos folios escritos por los alumnos que había que corregir y anotar a los alumnos para que siguieran aprendiendo, que se llevaban muchas horas de trabajo fuera del aula.
¿Qué habrá sido de aquellos jóvenes hoy ya casi sesentones?
Me gustaría volver a encontrarme con ellos, darles un abrazo y pedirles disculpas por todos mis errores. Y a aquel tutor llamado Alejandro, de quien tanto aprendí.
¿Qué habrá sido de aquellos jóvenes hoy ya casi sesentones?
Me gustaría volver a encontrarme con ellos, darles un abrazo y pedirles disculpas por todos mis errores. Y a aquel tutor llamado Alejandro, de quien tanto aprendí.
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