miércoles, 13 de enero de 2016

La luz de Lisboa





                   





Con Pessoa, en Lisboa. Enero 2016. @cac.




    Subo las escaleras del metro en la boca que me deja en La Baixa-Chiado. Allí mismo me espera Pessoa y me ofrece en su su escultórico bronce la silla vacía. Me siento junto a él, en la  puerta de A Brasileira. Allí, donde tanto aguardiente trasegó mientras pensaba sus textos y anotaba versos y pensieros mutado en Álvaro de Campos, o Alberto Caeiro o Ricardo Reis.

Tomo sus palabras y “voy en un tranvía, y me fijo lentamente, como es mi costumbre, en todos los pormenores de las personas que están delante. Para mí, los pormenores son cosas, voces, letras. Me quedo tonto. Los bancos del tranvía me llevan a regiones lejanas, se multiplican en vidas, realidades, todo. Salgo del tranvía exhausto y sonámbulo. Viví la vida entera”.

Pessoa, caminando por Lisboa.
Sí, la vida entera de tanta gente que camina por estas calles empedradas por los hábiles y sufridos calceteiros, auténticos magos albañiles constructores de estas aceras, de estas calles llenas de luz, en una Lisboa que es toda luz, penetrada por el Tajo que entra por la praça do Comerço y asciende suave por la rua da Prata, la que recibe las joyas argénteas del Chiado, el Bairro Alto, de la misma Baixa y de Alfama arremolido junto a la Sé y el castillo de San Jorge. Más allá, hacia el interior, la luz, esta luz tan singular lisboeta, se abrirá más camino hacia Rosío y la avenida de la Libertade para desembocar en Pombal y de nuevo seguir hacia el parque de Eduardo VII, desde donde los atardeceres lisboetas, reflejados sobre el mismo Tajo invaden todo de saudade.

He vuelto a Lisboa tantos años después por un empeño de nuestros hijos que nos pusieron en el pesebre afectivo un par de días en esta Lisboa toda luz. Tantos años antes era el recuerdo de la recién acabada guerra de Angola. Andábamos entonces cargados con nuestros trastos de un camping a otro y en el de Lisboa, en el inmenso Parque forestal de Monsanto nos quedamos sin sillas, sin mesa y sin fuego, todo desaparecido en una noche de sueño. Alguien que lo necesitaba más que nosotros se lo había llevado. Pero aquello no hizo que sintiéramos menos aquella luz lisboeta, la misma que vieron, quizás sin darse cuenta, los mismos hijos y los mismos ojos que hoy la recogen gracias al regalo escondido entre las pajas del pesebre belenita.

La luz lisboeta nos acompaña caminando estas calles calceteiras del Chiado, la Baixa, Rosío, el Bairro alto, Alfama, la orilla del Tajo, la praça do Comerco, la rua da Prata, la Áurea, la praça do Carmo, y más allá el Mosteiro dos Jeronimos y la torre de Belem donde ya el Tajo se hace mar.

El elevador de Santa Justa.
Mientras voy y vengo, subiendo y bajando de esos tranvías tan singulares inmersos en la vida diaria de la historia lisboeta, caminando en ascenso o descenso por estas calles, pienso, de la mano de Pessoa, en esa América que entró por este mismo puerto y la llenó de riquezas, en esa África invadida y colonizada, explotada, la que ahora se subleva contra sus penurias y sigue muriendo en las arribadas a una tierra que le niegan los intereses económicos de siempre. Pienso en la capital que fue del antiguo mundo, la gran naviera, la receptora de ultramarinos, la que pudo ser capital de una Federación Ibérica que no sé si algún día será, la que es capital de un Portugal cerca y lejos de una España que ni se sabe, la que me deslumbra una y otra vez con su luz reflejada sobre su tejados rojos mientras la contemplo desde lo alto del elevador de santa Justa, con sus rúas limpias a mis pies y el castillo de san Jorge enfrente, donde hondea la bandera verde y roja, la de sus jardines, su fado, sus cafés, sus librerías, sus restaurantes instalados en viejos conventos donde se cocina el bacallau o los arroces sabrosos, sus plazas sedentarias. Mientras pienso en Camoes, en Saramago, en el Muñoz Molina invernal y, no sé por qué, en el gran escritor de Tras os Montes, ese Miguel Torga que sufrió y sufrió las torturas y humillaciones del otro dictador hispano, aquel de fausta memoria Oliveira Salazar.

Tomo la silla que me ofrece Fernando Pessoa y nos comunicamos en un diálogo imposible en esta Lisboa de ayer, de hoy y de siempre pensando también en las dificultades diarias de la vida de estas gentes que caminan de un lado a otro, salen o entran del metro, van a a sus quehaceres, en una babel de lenguas y de etnias, en esta Lisboa abierta al mundo a través del Atlántico, unida y separada del Mediterráneo por una meseta, y en ocasiones estepa, donde hoy mismo me entero, con otro nombre, seguimos con Mas de lo mismo y mañana seguirá en su encinar el plasmado Rajoy.

La Federación Ibérica va para largo.

 Mientras, la luz de Lisboa espera iluminada, como siempre.


Trabajadores de carne y hueso. La esencia de ser hombre. Lisboa.2016 @cac
Pues. eso. En Lisnoa. 2016. @cac
En todos los lugares cuecen habas. Lisboa 2016. @cac

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