Subo las escaleras del metro en la boca que me deja en La Baixa-Chiado.
Allí mismo me espera Pessoa y me ofrece en su su escultórico bronce la silla
vacía. Me siento junto a él, en la puerta de A Brasileira. Allí, donde tanto
aguardiente trasegó mientras pensaba sus textos y anotaba versos y pensieros
mutado en Álvaro de Campos, o Alberto Caeiro o Ricardo Reis.
Tomo sus palabras y “voy en un tranvía,
y me fijo lentamente, como es mi costumbre, en todos los pormenores de las
personas que están delante. Para mí, los pormenores son cosas, voces, letras.
Me quedo tonto. Los bancos del tranvía me llevan a regiones lejanas, se
multiplican en vidas, realidades, todo. Salgo del tranvía exhausto y sonámbulo.
Viví la vida entera”.
Pessoa, caminando por Lisboa. |
He vuelto a Lisboa tantos años después
por un empeño de nuestros hijos que nos pusieron en el pesebre afectivo un par
de días en esta Lisboa toda luz. Tantos años antes era el recuerdo de la recién
acabada guerra de Angola. Andábamos entonces cargados con nuestros trastos de
un camping a otro y en el de Lisboa, en el inmenso Parque forestal de Monsanto
nos quedamos sin sillas, sin mesa y sin fuego, todo desaparecido en una noche
de sueño. Alguien que lo necesitaba más que nosotros se lo había llevado. Pero
aquello no hizo que sintiéramos menos aquella luz lisboeta, la misma que vieron,
quizás sin darse cuenta, los mismos hijos y los mismos ojos que hoy la recogen
gracias al regalo escondido entre las pajas del pesebre belenita.
La luz lisboeta nos acompaña caminando
estas calles calceteiras del Chiado, la Baixa, Rosío, el Bairro alto, Alfama,
la orilla del Tajo, la praça do Comerco, la rua da Prata, la Áurea, la praça do
Carmo, y más allá el Mosteiro dos Jeronimos y la torre de Belem donde ya el
Tajo se hace mar.
El elevador de Santa Justa. |
Tomo la silla que me ofrece Fernando
Pessoa y nos comunicamos en un diálogo imposible en esta Lisboa de ayer, de hoy
y de siempre pensando también en las dificultades diarias de la vida de estas
gentes que caminan de un lado a otro, salen o entran del metro, van a a sus
quehaceres, en una babel de lenguas y de etnias, en esta Lisboa abierta al
mundo a través del Atlántico, unida y separada del Mediterráneo por una meseta,
y en ocasiones estepa, donde hoy mismo me entero, con otro nombre, seguimos con
Mas de lo mismo y mañana seguirá en su encinar el plasmado Rajoy.
La Federación Ibérica va para largo.
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