Todas
las mañanas mi nieto Miguel y yo le damos los buenos días cuando entramos en el
parque que lleva su nombre.
Todos los días de este invierno y
primavera ya pasados y ahora con los primeros calores sofocantes de esta ciudad
que él tan bien conocía y a la que tanto quería.
Él guarda silencio y quizás en algún
rincón de la galaxia madre, convertido en polvo de estrellas, nos sonría con su
gesto de siempre y nos devuelva el saludo que nosotros no oímos. No lo oímos,
pero lo escuchamos mientras iniciamos nuestro camino matutino por los paseos
que nombran a Manuel Azaña y a José Luis Sampedro. De inmediato Miguel quiere
llegar a los asientos del tren que él llama chuchú. Me hace subirlo y bajarlo
una y otra vez y seguimos, protegidos por la sombra de los altos plátanos,
hasta los primeros juegos infantiles con el deseo que lo columpie y, en cuanto
descubre el primer estanque con sus chorros de agua, recoge una y otra piedra
diminuta con sus manos y quiere tirarla al agua y ríe y ríe con el ruido amortiguado
que produce. Coloca en la baranda sus pequeños animales y juega y juega con su
perro y su gato y su oveja y su vaca y su caballo y su pato talismán. Y nos
llegamos hasta la rosaleda e introduce sus dedos entre los agujeros que
aprisionan a los pájaros en su jaula y les pone unas migas de pan para que
picoteen. Y me empuja hasta la pequeña cascada donde se inicia el riego de este
parque zaragozano tan hermoso que ahora lleva el nombre de José Antonio
Labordeta. Y allí se queda diciendo aguaagua y riendo y riendo otra vez. Nos
quedamos por allí jugando con sus animales o cogiendo hojas o removiendo las
aguas de la acequia mayor con los palos que ya tanto le gustan y me señala el
león erguido conmemorativo de los Sitios al que sigue llamando guauguau. Y quiere
mojarse las manos en el grifo de la fuente de Fleta y si hay charcos por los
riegos del césped chapotea y chapotea con sus pies. Y ríe y ríe. Y cuando
regresamos por el paseo de los bearneses corre y corre hasta llegar a la
cascada que desciende desde los pies del pétreo rey Alfonso y otra vez dice
aguaagua. Y más agua por el paseo central mientras persigue a las palomas que
vienen a comer las migas que les tira.
En ocasiones se duerme atrapado por el
sueño inquieto de sus noches de año y medio. Entonces yo camino en silencio con
él y nos llegamos más lejos por el rincón de Goya e incluso subimos hasta el
Cabezo y regresamos por los mismos caminos o me siento en un banco y rememoro
recuerdos de los lunes de Andalán, o las tertulias en la cripta del Levante, o
los encuentros en Parzán mientras sonaba el himno de Riego, o de las patas con
bacalao en el Moncayo, o las noches estrelladas de las tierras altas de los
pueblos perdidos de Teruel en los veranos fieles a la cita con el hombre de voz
ruda y tierna, o la generosidad mostrada cuando me entregó los papeles de su
hermano Miguel. Algún día les hablaré a
Max, a León, a Jorge y al pequeño Miguel de su bonhomía.
Y yo guardo silencio un día y otro, y
él también, mientras dialogamos con los sucesos que no nos dejan en paz en
estos días pasados de tantas mentiras, de tanta intoxicación en radios, en
periódicos, en televisiones, de tanto y tanto cloaquero. ¡Qué hartazgo! dice y me digo.
“Hala, hasta mañana” le oigo con su voz
profunda, mientras ya Miguel ha cogido una hoja de las flores que siempre están
vivas delante de su nombre. Y me la ofrece mientras me dice “abu, abu”.
Ya ves, tú “abuelo” y yo “abu”. Hasta mañana.
l Moncayo, jota aragonesa, canta: Fernando Checa - YouTube
https://www.youtube.com/watch?v=gAuIidhTH1g
1 nov. 2007 - Subido por jotaire
HE DE SUBIR AL MOCAYO PARA ECHARLE UN PULSO AL CIELO Hace unos años, todos los joteros de ...
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