Terror. foto cac. |
Original en Archivo histórico de Teruel.
El día 1 de mayo de 1939, el comandante de
puesto accidental de Perales, en la provincia de Teruel, guardia civil Raimundo
Tierno Tierno, remitía un escrito de su propia mano dirigido al Gobernador
civil de Teruel en el que al Excmo. Sr. le decía
“Noticioso el que suscribe de que
merodeaba entre estos montes de Lidón y Visiedo el Jefecillo rojo (a) Cabezas,
que durante la dominación marxista fue asombro de terror de los elementos de
derechas por sus crímenes, escarnios y mofa hacia estos, a las 18 horas del día
29 y acompañado del Guardia de igual clase Manuel Soriano Olloquiegui, me
trasladé al pueblo de Visiedo donde en unión del Jefe local de Falange y varios
números de esta se montó un servicio para su detención dando por resultado que
a las 2 horas del día 30 y al reconocer la masía denominada Blanca del término
municipal de Lidón, salió un hombre de uno de sus corrales, el cual se dio a la
fuga, no pudiendo conseguir su intento debido al joven Julián Tierno, hijo del
guardia Raimundo que a la distancia de unos 400 metros, pudo darle alcance no
sin antes haberle hecho algunos disparos para intimidarle”.
Salvador Hernández Burriel, conocido
por el sobrenombre de “El Cabezas” tenía entonces treinta y dos años y,
conducido a Teruel, un juicio sumarísimo lo condenaría a la pena muerte de 6 de
mayo de 1939.
Todavía hoy, casi ochenta años después,
se recuerda el nombre de “El Cabezas” entre los descendientes de quienes le
conocieron.
“El Cabezas” fue un figura durante los
años de la guerra civil y aún antes.
El 20 de julio de 1936, “El Cabezas”
llevaba tres años encerrado en el penal de Cartagena cumpliendo una condena por
haber asesinado su cuñado.
La verdad es que trató de endingarle el
muerto a un tal Juan Blasco Rucio, a quien conoció un día en Teruel y lo
engatusó con ofrecerle un trabajo por el que le pagaría mil pesetas. El tal
Juan no era más que el ayudante de un chófer que transportaba remolachas en un
camión desde Villel a Santa Eulalia del Campo. Le pagó el billete desde Teruel
a Perales en el coche correo de aquel tiempo. Le dijo que el trabajo que tenía
que hacer se lo explicaría cuando llegaran a su pueblo, Visiedo. Y hasta allí se
dirigieron andando. Luego le dijo que tenían que llegar a Argente. Se echaron
al cuerpo sus buenas copas de coñac y averiguaron que el cuñado de “El
Cabezas”, Santiago Gómez Collados estaba en su casa después de haber llenado su
cuerpo de un áspero morapio al que era acostumbrado. Hasta allí se fueron “El
Cabezas” y su compinche a quien le había explicado que el trabajo consistía en
disparar una pistola del 15 que “El Cabezas” le puso en la mano.
Encontraron al cuñado tendido en la
cama durmiendo la borrachera y Juan se echó para atrás. Le dijo que él no
mataba a nadie dormido. “El Cabezas” agarró la pistola y disparó primero y luego
se la dio a su testaferro mientras le decía que disparase o que allí caía él
también muerto. Dejaron a Santiago en su sitio, cerraron la puerta de la casa y
metieron la llave en la gatera.
Cuando Juan exigió su paga “El Cabezas”
le dijo que de momento le daba cincuenta pesetas, que más adelante ya cobraría
lo que faltaba.
Cuando se descubrió el asesinato, la
guardia civil de Villafranca del Campo advirtió que el tal “Cabezas” había sido
visto unos días antes por el pueblo. Y como ya sabían de algunas andanzas suyas
le detuvieron en Teruel. Y “El cabezas” entonces denunció a Juan y Juan
denunció a “El Cabezas”.
Fue condenado a treinta años. Por eso
se encontraba desde hacía tres en el penal de Cartagena cuando el 20 de julio
de 1936 abrieron las puertas una cuadrilla de cenetistas y aprovechó “El
Cabezas” para salir zumbando y, por Valencia, llegar hasta su pueblo donde se
convirtió en enloquecido rey del cotarro revolucionario del verano y otoño de
1936 instaurado en el Campo Visiedo, el alto y bajo Alfambra y la Val de
Jarque. El territorio donde “El Cabezas” conocía mejor que las liebres a las
que tan aficionado cazador era.
Cuando llegaron por estas tierras las
columnas de Peire y Torres-Benedito se enroló sin más en ellas con su insensato
arrojo temerario, sin control alguno, como correveidile alcahuete a su servicio,
mientras uno y otros sembraban el terror entre las gentes con la destrucción de
monumentos religiosos y llevándose por delante después de delaciones humillantes
a unos cuantas personas tan rastrapajas y destripaterrones, en muchos casos,
como él.
Hasta que en noviembre de 1936 el
gobierno republicano pudo encauzar la defensa del estado de derecho ante la
sublevación franquista apoyada por la iglesia y el cacicazgo además del ejército
y apoyo extranjero fascista. Se constituyeron entonces las brigadas mixtas y
los exaltados de las columnas tuvieron que pensar primero en intentar ganar la
guerra a que les condujeron los sublevados antes que instaurar una revolución.
En estos lugares se constituyeron comités formados por gentes civiles que
conocían la forma de vivir y de ganarse el pan de todos los días. Fueron ellos
quienes pusieron, no sin dificultades muy diversas, algo de orden en aquellos
meses que siguieron con el intento de colectividades campesinas mientras el
frente de guerra se estabilizaba a lo largo de 1937.
Mientras tanto “El Cabezas” se había
convertido en el enlace de unas brigadas y otras. Su conocimiento del terreno
le habilitó para aparecer siempre al frente de pelotones asentados en un mojón
u otro, en una u otra cota, en los cuarteles generales enclavados en Visiedo,
en Cedrillas o en Alfambra. Aún hoy las
reducidas personas que rondan los noventa años lo recuerdan con su desparpajo
altanero y su vestimenta maltrecha siempre adornada con dos bombas de mano en
el cinturón.
Cuando en enero y febrero de 1938 las
pavas alemanas dejaron caer su lluvia de bombas sobre este territorio y la
población civil escapó como pudo hacia un lugar y otro, en una evacuación llena
de sufrimiento entre la nieve helada de aquellos días, las brigadas
republicanas se replegaron hacia la sierra de Gúdar y el Maestrazgo y la
caballería agazapada en Rubielos de la Cérida no tuvo necesidad de cargar sobre
enemigos ya inexistentes, sino que convirtió en paseo hacia Teruel entre la
niebla helada, eso sí, de los llanos de Argente, Visiedo y el descanso en
Alfambra, ya a tan sólo a treinta quilómetros de Teruel, destrozado el terreno,
las casas y las gentes por tantos cañonazos de unos y de otros.
Vete tú a saber dónde se refugió “El
Cabezas” hasta que lo cazaron la madrugada del 1 de mayo de 1939 justo
escondido en una paridera de Lidón, en el camino que siguió aquella caballería
que encumbró como héroe franquista al coronel Monasterio.
Aquel mismo día le dieron tal somanta
de palos en el cuartel de Perales que se quedaron en nada con los que le
sacudieron al siguiente ya en Teruel. Fue entonces cuando “EL Cabezas” se
escagazó y cantó todo lo habido y por haber según dicen los documentos
conservados referidos a su juicio sumarísimo de guerra. Claro que el informe remarca bien que fue por
propia voluntad del encausado. A “El Cabezas” entre unos y otros le debieron
sacudir a base de bien. Porque cinco días más tarde de su detención firmó todo
lo que le pusieron delante. El mismo 6 de mayo de 1939, en Teruel, fue condenado a muerte.
Aunque su firma no aparece en ninguno
de los documentos que ahora guarda el Archivo del ejército se le acusó de
asisinatos en Argente, de haber actuado como petardista en Bañón, Bueña,
Singra, Monreal, Villafranca y otros lugares, de haber detenido a punta de
fusil a una persona de Villalba Alta al que condujo hasta Perales donde fue
fusilado, de acompañar a Pedro, a quien llamaban por el alias de Dios, natural
de Fuentes Calientes, para que detuviera y luego fusilara a un vecino de
Hinojosa de Jarque, de haber requisado granos y otros enseres en Camañas, de
justificar que intercedió para que no fusilaran a siete personas en Alfambra y
otra de Lidón, de conseguir que no se fusilara a tres de sus conocidos en el
pueblo de Galve, que salvó también de que fueran ejecutados tres residentes en
Visiedo, Argente y Bueña, de haber roto una denuncia efectuada por el
secretario de Hinojosa contra otro de sus conocidos y que así le salvó la vida,
que además, por su intervención fueron puestos en libertad en Valencia, la
madre y hermanas de un tal Gregorio de Lidón, de que también por su intervención,
fueron guardadas unas veinte colmenas del cura cuñado del zapatero de
Escorihuela, de que se puso de acuerdo con el Sardinero de Santa Eulalia para
que si el declarante salvaba la vida se pasaría a los nacionales con sesenta
hombres, habiendo hecho antes en las filas rojas actos de sabotaje.
Por todo esto que aparece relatado en
su desbarajustado expediente en el Consejo de guerra celebrado en Teruel el
seis de mayo de 1939 lo condenaba a muerte. Estuvo en la cárcel hasta el 9 de
octubre del mismo año. Cuando ya estaba algo repuesto de las palizas que le
habían sacudido llegó el “enterado” de quien había firmado el 1 de abril aquello
de “cautivo y desarmado el ejército rojo” y según se dice textualmente “En Teruel a 9 de octubre de 1939, Año de la
Victoria, se hace constar por medio de la presente que a las 6 horas del día de
hoy ha sido ejecutada por fusilamiento la pena de MUERTE en la persona del reo
Salvador Hernández Burriel, en el lugar denominado Tapia del cementerio de esta
ciudad”.
Tenía treinta y dos
años.
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