viernes, 15 de diciembre de 2017

Canfranc. Busca el tren entre camiones.

Canfranc. La nieve espera a los viajeros. @cac.




        

 Carretera y coche. No hay otra para llegarme hasta Toulouse. El tren sigue esperando. Rotos aún los puentes. Larán, larán. Sí, ya veremos si la hacen. Quiero decir si la ponen en funcionamiento, porque la vía está hecha.
      Al menos el tren ya llega hasta Bedou. Desde allí, vía Oloron y Pau, el ferrocarril conecta con todos los caminos de Francia.
   Mientras tanto … el Monrepós sigue en obras, a un lado y a otro, incluidos los accesos a los túneles. La carretera se hace peligrosa. Se estrecha a trazos. Los operarios a pie de obra agitan banderas rojas indicando el peligro. El hielo te engaña una y otra vez. La nieve en las cunetas encubre las marcas. Los camiones, y más camiones, te impiden ver lo que tienen delante, te empañan el cristal parabrisas. Peligro, peligro.
    El acceso que bordea a Sabiñánigo también se estrecha en el puente sobre el Gállego, las salidas desde el pueblo causan más de un accidente. Luego, hasta Jaca, la autovía se agradece. Rapitán desde lo alto vigila la llanada y el león dormido de Oroel.
    Por Castiello el canfranero sigue su curso. (El tren, el tren, los camiones, los camiones). El río Aragón aún no ha recibido las aguas de las primeras nieves. De cuando en vez se agitarán y se llevarán por delante algunas construcciones. Como castigo por no respetar sus riberas. El cauce siempre sigue su cauce.
   Villanúa siempre es, una y otra vez, el recuerdo de Juana y José Antonio Labordeta. Hace muchos años. En su casa de techumbre inclinada. Cerca de la carretera. Cuando hablamos de aquella versión de “El retablo del flautista” en la plaza de Berdún, cuando los actores latinoamericanos, aún no los llamaban sudacas, decían “porotos”, por “judías” y el picoleto de turno suspendía la sesión porque “qué era eso de porotos”. Y nos reíamos, mientras José Antonio atizaba el fuego, que tanto le gustaba,  con cepurros de roble.
 
    Canfranc pueblo, es la bandera republicana, enhiesta en lo alto de un pino que uno no adivina cómo y quién fue capaz de hacerla tremolar con la raca del valle.
 Canfranc, la estación hoy nevada, es Luis Granell. Un día y otro. Y otro año y otro. Dándole y dándole por si  sus ojos y los de tantos, claro, consiguen ver circular los trenes por debajo de ese túnel y enlazar hasta el otro lado, donde ya en Bedous, los vagones no están varados. Como ocurre en la magistral estación española.  Aquí lleva mucho tiempo varado un vagón como muestra de no sé qué. Aquí, hace unos días, políticos españoles y franceses han firmado, tampoco sé muy bien qué, para que se pongan en marcha las obras y el tren vuelva a circular. Larán, larán. Ya veremos si la hacen.

El tren sigue varado en Canfranc. @cac.


¿Cuándo esta ventana dejará de ser una ilusión? @cac


  Al otro lado del túnel, más nieve y más hielo, Y más, muchos más camiones. Y ármate de paciencia. Más te vale. Y no te vale, ni a ti ni a nadie, que unos cuantos digan que se ensanchen las carreteras. Que no es eso. Que el valle, limitado por el curso del río y los picos nevados ahora, deben ser conservados y mantenidos. Y la vida de las gentes de este valle de Aspe, tan hermoso, también. Así es que aguanta camiones y camiones. Y piensa en el tren, el tren.
   Y ten cuidado por Urdos y Borce y Etsaut, y los estrechos por donde se encarama el fuerte de El Portalet, aunque te acuerdes del Petain, encarcelado aquí, y te lleves la sorpresa peligrosa del jabalí que no sé qué se la perdido a estas horas y por estos lugares. Y los camiones, los camiones.
    Por Bedous el valle se abre y aún vacas y caballos ramonean las hierbas entre la nieve que se va deshaciendo. Osse en Aspe queda oculto tras los árboles ya desnudos del río.
  Y aquí ya el tren sigue en su trazado remozado junto al río hasta que llega a Oloron. En estos últimos años sufrí también los efectos inevitables del trabajo, con sus parones y sus semáforos parpadeantes. Y los camiones, los camiones.
    Oloron es la parada obligatoria en la gare. La estación en donde subieron al tren, justo al tren, tanto y tantos miles de españoles que atravesaron la frontera dejando atrás la tierra y las ideas que la guerra civil y la dictadura siguiente les arrebató.   
El recuerdo  a los españoles en la estación de Oloron. @ cac.
 
Fachada de la estación de tren de Oloron. @ cac.
    Luego ya, despacio, despacio que tengo prisa, porque la velocidad está limitada, protegiendo una vez más la vida y trabajos de los que viven por estos lugares, llego hasta las rotondas de Pau. Y allí me acude el recuerdo de Tuñón de Lara y sus “Encuentros de Pau” donde se podía respirar un aire fresco, dejada atrás la podredumbre cultural española de los años sesenta y setenta del siglo pasado.
   Se pierden ya los camiones. Queda la autopista y el tren.
   El tren, el tren. Y la cadena pirenaica nevada que queda al sur, con el Pic de Midi, enhiesto.
Más allá Toulouse. Mi hija. Mis nietos.

    El tren, el tren, el Canfranc. Larán, lará,. ¿Lo harán?


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