Orrios. La rosada de todas las noches nos trae la amanecida. |
El azud devuelve el agua a su cauce. La
tierra abancalada está helada. Nadie riega ahora. Las noches son frías. Las
mañanas, al poco, relucen en alboradas. Mantienen tiesas las hierbas con cristales
de hielo en sus rosadas intensas. Las umbrías permanecen como espejos sin luz
durante todo el día. En las solanas se arrumacan los gorriones ya escasos.
Hace un rato que las chimeneas anuncian
los trabajos cotidianos en las casas. El humo, sin ayuda de viento, se esparce
horizontal, lento, hacia los chopos sin hojas, junto al río.
El ritmo del trabajo se mueve al paso. En
el corral los perros husmean con el rabo entre las patas. Los dos hatajos de
ovejas que aún quedan se apretujan entre cuerpos y cabezas a empujones buscando
los granos del panizo entre la paja, amorradas a la comedera. El pastor ya
lleva un rato echándoles el pienso. Luego, hacia el mediodía, sacará el ganado
por las lomas del cerro que mira al sur, por la solana. Llegará la tarde y se
acercará hasta el río, por abrevar antes de retomar el tiempo mientras llega la
anochecida que arrastra los hielos un día sí y otros también.
Los tractores se van moviendo con
ronquidos quedos, retartados en sus motores fríos. No hay mucho que hacer en
estos días. Ya, con el inicio del otoño que aún fue lluvioso, labraron,
cultivaron las tierras y aun sembraron los secanos. Este tiempo de ahora,
soleado y frío, retarda la nacencia de los granos.
Ningún niño en las calles. Ya son diez años sin escuela. La nacencia se acabó ya ni se sabe cuándo. Quienes pudieran ser padres y madres andan a otras querencias.
Es tiempo de reparar herramientas, de
apuntar la recogida del panizo que aún se salvó de las granizadas de un inicio de verano sin sentido.
Los periódicos hablan por boca de los
políticos al uso de despoblación, del abandono, absoluto sí, de las
comunicaciones férreas en estos trenes parados y aún varados para siempre. En
esta extensa provincia turolense mueren las gentes y muere la gente un día y
otro. Y aquí no nace nadie.
Uno ve cómo se le van los años sin tener sucesores
que tomen el relevo. El trabajo aquí siempre ha estado ligado a una agricultura
dura de primitiva subsistencia y a una ganadería que cumplía paliando el hambre y
criando la propia naturaleza que se renovaba a sí misma en cada añada.
En las duras barrancas pedreras de las
tierras mineras hace ya años que la despoblación ha sido aún más fiera. Un día
sí y dos también fueron cerrando las minas al ocaso del carbón. Picadores,
transportistas, comerciantes, maestros, sanitarios y demás gentes escaparon
ahuyentados de estos lares porque el presente se acabó y el futuro ya no
existe.
Las ondas de la radio y los bochornos
programas de las chabacanas televisiones repiten en su machaca diario una vida
superflua de vodeviles donde manda el pechugueo de la entrepierna mientras
enseñan la casquería de su cerebro. La información sincera, real, no aparece
por ningún lado mientras la amenaza de las barbaridades, las mentiras, son
escupidas por las boquitas de piñón, los peluquines panojos, ¡ay, Don RAMÓN TAMAMES!, los nuevos
fijadores en peinados añorados de los tiempos más fascistas, las bochornosas
ignorancias históricas, las mentiras conscientes y aún subconscientes con
palabras descuidadas en la torpeza de turno. Y runrún y runrún, y raca raca, un
día sí, otro también, y otro y otro. Ahora con el dale y venga de lo que SÍ es SÍ, porque sí, les da la gana y qué más da.
Uno se refugia en su casa, si es que
tiene casa, que esa es otra y bien gorda, aprieta los dientes, mira de acabar
el día con cobija y sin hambre, piensa, quizás lee y aun escribe, en busca de
esperanza.
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