lunes, 30 de septiembre de 2019

Orrios en tres tiempos.





Orrios en tres tiempos.


La piedra de Rodrigo, en Orrios. foto cac.


1.- La piedra de Rodrigo.

            Siempre ha estado ahí.

 Las gentes de Orrios viven tan acostumbradas a ella que ya ni la ven.

Todo el mundo la conoce con ese nombre. Quizás muy pocos sepan que debe su llamada a aquella donación que recibió el nombrado Rodrigo de Sarria, guerrero medieval taladrado por la cruz y la espada de las órdenes militares, en los inicios de las Cruzadas contra quienes eran llamados infieles, a los que había que someter a sangre, fuego y humillaciones con la vaina de una endiosada religión cristiana.

            El rey Alfonso II entregó este territorio en el que se incluye Orrios  a este Rodrigo, rebelde e incendiario espadón que había fundado la llamada Orden de Monte Gaudio con algunos, pocos, frailes guerreros.

            Llegaron desde Sarria, hoy en tierras de Lugo, lugar montaraz espartano y espartero. Y se encontraron con otro lugar erizado de carrascas y aliagas al que vinieron en llamar Orrios por su semejanza también erizada y espartana.

            Topónimos como este, en virtud de sus mismos desérticos terrenos abrasados por fríos y calores de aquí te espero, se siguen nombrando en lugares italianos y gallegos.

            Con los espartos trenzados ensamblaron las gentes las sarrias y serones y aun otros enseres necesarios para trajinar las sierles  de estas sierras montaraces.

            Aquí está, aquí sigue la piedra. De tanto y tanto estar con ella no la llegamos a mirar, hasta que un día veraniego, mientras una cabra montés cabriolaba por sus arterias, apareció la cara orlada incrustada sin saber cómo en la propia caliza haciéndole un guiño al sol de la tarde.

Es que aquel Rodrigo tenía la cara más dura que la propia
En la misma piedra Rodrigo y la imagen de su cara. foto cac.
 piedra.

Con ayuda del zoom Rodrigo asoma su geta. foto cac.






2.- La Lonja.

La Lonja de Orrios. Año 2010. Comienzan las obras. foto cac.


Tampoco conoce casi nadie que en el año 1607 en este mismo lugar hincaron sus rodillas las gentes de Orrios ante Gaspar Sanz, Comendador de la orden de san Juan d Jerusalén, cuando esta Encomienda fue otorgada a este fraile guerrero espadón para que tuviera en propiedad estas tierras y las de Albentosa, independizada de la de Alfambra, aunque dependiente de la Castellanía de Amposta y, en su caso, sometida al Fuero otorgado a finales del siglo XII conocido como Padrón de Alfambra.

            Este porticado nombrado siempre por los orrianos como “la plaza” ha servido desde siempre como sitio propio de las labores  de una Lonja, que es lo que es.

            Una Lonja donde exponer, comprar, vender los productos propios del lugar. También lugar de reunión para solucionar demandas, ejecutar sentencias, tomar la vez para los riegos, jugar a la pelota a la espera de subir a la escuela ubicada encima, bailar al son de alguna bandurria y guitarra en las fietas patronales y aun cantar el “caralsol” obligados por el maestro franquista de cuando entonces.

            Y, hasta en años recientes, convertida en habitáculo conquistado por jovenzanos que establecieron sus leyes escatológicas en sus refugios de juergas sin remedio, ignorantes del valor de estas piedras, estas columnas, estos muros barbacanos cargados de Historia. Hubo que decirles a los entonces próceres síndicos de hace unos años de aquellos maltratos pétreos entre meos y mojones.

            Y así apareció alguna subvención otorgada por los avispados diputados provinciales, que aquí no hay manera de arreglar una piedra si no es así. Albañiles de manos expertas afloran la Historia mientras van pasando los años y los años, estancados sin agua y varados a la espera de otro “empentón” de subvenciones.

            Si algún día esta Lonja queda a disposición de los orrianos será una novia esbelta y remozada, donde los objetos y usos de la Historia podrán ser conocidos por las pocas gentes que aquí quedan y hasta por quienes vaciaron el lugar y lo llenan algunos días en los veranos huidos de las urbes sin remedio.
 
Año 2019. La Lonja: larán, larán. La harán no sé cuándo. foto cac.



3.- El Morrudo.

El Morrudo frente a mi casa. Todas las tardes nos miramos las caras. foto cac.

            Intensifica su gesto con la puesta de sol. Arruga el ceño mientras muestra sus belfos bembos y se va apagando con los últimos reflejos sobre los rasgos de su antagonista Rodrigo. Este mirando al oeste, el Morrudo hacia el este. En medio el río. Entre uno y otro la vida va y viene y aun desaparece un día y otro.

            El escribano, desde su casa, observa a uno y a otro en las puestas de sol, en mañanas de aguaredas y rosadas , en noches de heladas fieras, en tardes ventosas de tronadas y apedreos, en madrugadas neblinosas cuando fermentan las femeras, en el ir y venir de las gentes recordadas de antaño y las audaces de hogaño.

            El escribano, desde su refugio, piensa, lee, sueña, cultiva sus manzanos, poda sus rosales, deja pasar la vida ya en su hora de la hebra sin color y se consuela en su dale y venga entre sus libros, legajos, pergaminos, manuscritos, fotografías, planos y recuerdos de sus gentes.

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