Orrios en tres tiempos.
La piedra de Rodrigo, en Orrios. foto cac. |
1.- La piedra de Rodrigo.
Siempre ha estado ahí.
Las gentes de Orrios viven tan acostumbradas a
ella que ya ni la ven.
Todo el mundo la conoce con ese
nombre. Quizás muy pocos sepan que debe su llamada a aquella donación que recibió
el nombrado Rodrigo de Sarria, guerrero medieval taladrado por la cruz y la
espada de las órdenes militares, en los inicios de las Cruzadas contra quienes
eran llamados infieles, a los que había que someter a sangre, fuego y
humillaciones con la vaina de una endiosada religión cristiana.
El
rey Alfonso II entregó este territorio en el que se incluye Orrios a este Rodrigo, rebelde e incendiario espadón
que había fundado la llamada Orden de Monte Gaudio con algunos, pocos, frailes
guerreros.
Llegaron
desde Sarria, hoy en tierras de Lugo, lugar montaraz espartano y espartero. Y
se encontraron con otro lugar erizado de carrascas y aliagas al que vinieron en
llamar Orrios por su semejanza también erizada y espartana.
Topónimos
como este, en virtud de sus mismos desérticos terrenos abrasados por fríos y
calores de aquí te espero, se siguen nombrando en lugares italianos y gallegos.
Con
los espartos trenzados ensamblaron las gentes las sarrias y serones y aun otros
enseres necesarios para trajinar las sierles de estas sierras montaraces.
Aquí
está, aquí sigue la piedra. De tanto y tanto estar con ella no la llegamos a
mirar, hasta que un día veraniego, mientras una cabra montés cabriolaba por sus
arterias, apareció la cara orlada incrustada sin saber cómo en la propia caliza
haciéndole un guiño al sol de la tarde.
Es que aquel Rodrigo tenía la cara
más dura que la propia
piedra.
En la misma piedra Rodrigo y la imagen de su cara. foto cac. |
Con ayuda del zoom Rodrigo asoma su geta. foto cac. |
2.- La Lonja.
Tampoco conoce casi nadie que en el
año 1607 en este mismo lugar hincaron sus rodillas las gentes de Orrios ante Gaspar
Sanz, Comendador de la orden de san Juan d Jerusalén, cuando esta Encomienda
fue otorgada a este fraile guerrero espadón para que tuviera en propiedad estas
tierras y las de Albentosa, independizada de la de Alfambra, aunque dependiente
de la Castellanía de Amposta y, en su caso, sometida al Fuero otorgado a
finales del siglo XII conocido como Padrón de Alfambra.
Este
porticado nombrado siempre por los orrianos como “la plaza” ha servido desde
siempre como sitio propio de las labores
de una Lonja, que es lo que es.
Una
Lonja donde exponer, comprar, vender los productos propios del lugar. También lugar
de reunión para solucionar demandas, ejecutar sentencias, tomar la vez para los
riegos, jugar a la pelota a la espera de subir a la escuela ubicada encima,
bailar al son de alguna bandurria y guitarra en las fietas patronales y aun
cantar el “caralsol” obligados por el maestro franquista de cuando entonces.
Y,
hasta en años recientes, convertida en habitáculo conquistado por jovenzanos
que establecieron sus leyes escatológicas en sus refugios de juergas sin
remedio, ignorantes del valor de estas piedras, estas columnas, estos muros
barbacanos cargados de Historia. Hubo que decirles a los entonces próceres
síndicos de hace unos años de aquellos maltratos pétreos entre meos y mojones.
Y
así apareció alguna subvención otorgada por los avispados diputados
provinciales, que aquí no hay manera de arreglar una piedra si no es así. Albañiles de manos
expertas afloran la Historia mientras van pasando los años y los años, estancados
sin agua y varados a la espera de otro “empentón” de subvenciones.
Si
algún día esta Lonja queda a disposición de los orrianos será una novia esbelta y remozada,
donde los objetos y usos de la Historia podrán ser conocidos por las pocas
gentes que aquí quedan y hasta por quienes vaciaron el lugar y lo llenan
algunos días en los veranos huidos de las urbes sin remedio.
Año 2019. La Lonja: larán, larán. La harán no sé cuándo. foto cac. |
Intensifica
su gesto con la puesta de sol. Arruga el ceño mientras muestra sus belfos
bembos y se va apagando con los últimos reflejos sobre los rasgos de su
antagonista Rodrigo. Este mirando al oeste, el Morrudo hacia el este. En medio
el río. Entre uno y otro la vida va y viene y aun desaparece un día y otro.
El
escribano, desde su casa, observa a uno y a otro en las puestas de sol, en
mañanas de aguaredas y rosadas , en noches de heladas fieras, en tardes
ventosas de tronadas y apedreos, en madrugadas neblinosas cuando fermentan las
femeras, en el ir y venir de las gentes recordadas de antaño y las audaces de hogaño.
El
escribano, desde su refugio, piensa, lee, sueña, cultiva sus manzanos, poda sus
rosales, deja pasar la vida ya en su hora de la hebra sin color y se consuela
en su dale y venga entre sus libros, legajos, pergaminos, manuscritos,
fotografías, planos y recuerdos de sus gentes.
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