La central térmica de Aliaga, esqueleto roto varado sin remedio. @ cac 2020 |
El esqueleto roto de la central térmica de Aliaga semeja un barco varado gritando sin voz a los cinglos horadados por bocaminas agónios en el embalse del Guadalope.
Una pareja, mujer y hombre, ya jubilados tiene dificultades para descender por las pedrizas resbalantes junto a la presa que sirvió para refrescar las turbinas movidas por el calor del carbón extraído de estas cuencas mineras. Van calzados con unas zapatillas no muy apropiadas para estos lares. Se acompañan de sendos bastones. Me preguntan cómo regresar a Aliaga. Han venido delante de nosotros por el sendero y dicen que no quieren volver pisando barros. Les indico que tomen el camino rodeando el embalse y así saldrán a la carretera. Que pueden descender hasta la abandonada central, que tengan cuidado si entran baso sus muros por el peligro de desprendimientos. Me doy cuenta de que no conocen la zona, de que no saben el uso que tuvo el edificio ni los descargaderos cercanos del carbón. Les va a caer el sol de firme en su regreso por la carretera, al menos hasta que alcancen por el ella la orilla del Guadalope. Por allí hace un par de años el río se puso farruco y se llevó por delante buenos bocados de de esta carretera que asciende hasta el puerto de Majadinos.
La vegetación de este puerto también quedó destruida hace siete u ocho años cuando ardió entera su pinada y alcanzó más allá, hasta Ejulve y sus masadas y amenazó a todo el Maestrazgo. La pareja no ha querido pisar el camino algo embarrado porque hace un par de días una tronada aumentó el caudal y el cauce muestra sus restos. Es el camino que se inicia junto a la ermita de la virgen de la Zarza, llamativa e histórica ermita. Conserva en buen estado restaurado una decoración en toda su cúpula y sus muros. Aquí viene hoy en día a casarse descendientes de gentes que en tiempos fueron escribientes, mandamases y aún mineros de estas industrias que fueron. Y herederos también algunos de aquellos emprendedores que a comienzos del siglo pasado invirtieron sus dineros en una industria relacionada con la fuerza motriz de las aguas del Guadalope río y del Pitarque. Hoy sólo quedan restos de edificios destruidos, azudes que derivaban el agua, torres metálicas herrumbrosas y alguna garita que protegió a los vigilantes de estas industrias que, con frecuencia, fueron asaltadas por la guerrilla del maquis que operaba en esta zona.
Justo por el ojo del viejo puente que une el lugar de Aliaga y la ermita comienza el sendero. Bien señalado está y bien acondicionado. Pasarelas repuestas después de las riadas hacen posible y seguro el caminar y hasta pueden producir vértigo a alguno de estos dos exploradores adolescentes que me acompañan. Tienen dieciséis y catorce años y haciendo honor a los mismos tienen sus altibajos. Hoy es un día de bajos remolones y cuando llegamos a superar el repecho desde el que se domina el embalse y la central dicen que están cansados y que hace mucho calor, que parada y fonda de la que llevamos en la mochila.
En los primeros ralos pinos junto al agua del embalse se detienen y quieren dar cuenta de su comida. El abuelo sigue adelante y es entonces cuando encontrará junto al desaguadero a la pareja embarrada. Les doy tiempo y por medio del teléfono les digo que cuando tomen fuerzas sigan adelante, que merece la pena llegar hasta esta deslizante cascada por donde el sobrante de agua sigue su cauce. Entonces el sendero se hace más abrupto, desciende y vuelve a ascendente entre cortados por los que se esconde y aparece el río. Se eleva el camino hasta que desde un mirador se observa el desfiladero de la Hoz Mala, hasta el que se puede descender y amorrarse hasta los costados que llegarán ya sin camino hasta la Boca del Infierno, una cascada en cuyo vado estos mismos intrépidos exploradores, cuando han querido en otras ocasiones se han bañado tirándose desde las rocas y buscando el camino que lleva hasta Montoro.
El río siempre escoge su cauce en la forma que le impone la naturaleza. El hombre, para superar estos trances, no ha tenido más remedio que ascender el difícil, ragudo y hoy arrasado puerto de Majadinos, descender largo y retorcido hasta las puertas de Ejulve, serpentear de nuevo por laderas escurridizas y tomar el desvío ya otra vez en el Guadalope hasta la cara norte de este macizo de piedras en el lugar que dicen Montoro de Mezquita.
El descenso hasta la Hoz Mala es abrupto. Las pasarelas sujetan los pasos. Las rodillas se resienten. Los cinglos pétreos acechan. Los buitres nos vigilan. Las cabras monteses desafían todos los peligros. La salvaje belleza hace retumbar nuestras voces en ecos sucesivos. Las aguas discurren salvajes.
Somos ya diminutos puntos humanos en la base de los peñascos. La hos se estrecha. El camino se hace difícil. El río se precipita en esta hoz con razón llamada mala.
Es la hora de volver. Bordeamos el embalse. El esqueleto roto de la abandonada central térmica es la imagen muerta de esta tierra nuestra.
En el camino. @ cac. 2020 |
El desaguadero. cac. 2020 |
Cruzando puentes. cac. 2020 |
Ruinas de un antiguo molino harinero. cac 2020 |
La Hoz Mala. cac. 2020 |
Ya estamos llegando. Luego habrá que volver subiendo. cac. |
Agárrate fuerte. cac. 2020 |
Ya de regreso. El esqueleto sigue ahí. cac. |
Estuve con mi familia este verano, me hubiera gustado q en los carteles q anuncian la ruta pusiera nivel d dificultad o algún dato informativo, íbamos con niños y no sabíamos a donde dirigirnos. Lo pasamos muy bien pero quizá hubiéramos podido elegir otra ruta, dimos la vuelta al pantano.
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