miércoles, 17 de febrero de 2021

Cuando el miedo aprieta todos somos cobardes.

 

 

Juan, a la izquierda, y José pastores en el tajo. foto cac.

 

 Por Val de Peral y La Loma llegamos hasta las primeras carrascas del monte.

            Descendimos luego hasta el pozo del barranco Ortigoso. Allí donde los calderos rotos aún marcan el viejo trabajo de extracción de agua, junto a la piedra horadada para servir de abrevadero para las ovejas.

Sacandoagua con el viejo caldero. foto cac.

 

            Íbamos ya otra vez cuesta arriba engolfados en la búsqueda de las caracolas fósiles y las piritas que aquí dicen galindas que nos hanbían puesto en camino un par de horas antes.

             Max y León llenaban la mochila de piedras que eran fósiles de cuando estos lugares quedaron sumergidos en un inmenso mar de los tiempos que ni se sabe.

            Ya arriba decidimos recostarnos sobre la pared de piedra seca que limitaba el raso de la corraliza en la paridera que construyó quien fue nuestro abuelo, en el puntal que limitaba otra arranquera y el ascenso por el tortuoso camino pedrero hasta las trincheras de la cota llamada de La Carrasquilla.

            Quisieron saber de aquel lugar. De cuando su más que abuelo pasaba allí los inviernos con el hatajo de ovejas vacías, aquellas que no se habían preñado y subían al monte en la otoñada y el invierno para comer lo más ralo éntre los ribazos llenos de aliagas y las pobres bellotas derramadas de las carrascas.

            Allí, en una esquina de la corraliza estaba el cobertizo con sus restos del fuego de antaño en una esquina, el pesebre que hacía de pajera para dormir, una estaca incrustada para colgar el zurrón y la manta y un agujero donde sujetar el cántaro en el que se conservaba el agua subida desde el pozo Ortigoso.

 

El hogar del pasror. foto cac.

            Aquí fue donde su antepasado más que abuelo conoció la noticia hace setenta y cinco años de que había tenido su primer hijo en aquel día de ventisca. Llegó su hermano José hasta este mismo lugar a lomos del macho Noble con un serón lleno de pan para una temporada, un espaldar de tocino y una pierna de somarro de la vieja oveja muerta del bazo.

            Estábamos recostados sobre la pared que daba al norte, hacia las trincheras de La Carrasquilla. Me dijeron que qué era aquello que habían oído de un soldado muerto y enterrado allí mismo, en el corral ya lleno con las costra de la sierle de las ovejas. Y les dije de aquellos lugares, de la guerra que vino en llamarse de las cotas, por tomar las posiciones más elevadas en la retirada paulatina y en ocasiones espantada de los soldados republicanos asentados en estos lugares cuando los franquistas y mercenarios de los tercios regulares, arengados por sus jefes, apretaron allá por marzo de 1938 con sus bombardeos alemanes y sus ametrallamientos en picado. Por eso escontrábamos aquí y allá restos de los obuses, balas perdidas en la huida, hebillas de cinturones y botes vacíos de las judías y las conservas consumidas por estos soldados sin saber de estos lugares que, como en el caso del enterrado en el corral, aquí dejaron su vida.

La paridera de La Carrasquilla. foto cac.

 

            Y entre una pregunta y otra llegamos hasta arriba, allí donde las piedras fueron removidas para que sirvieran protectoras de quienes vigilaban el avance de aquellos sus hermanos soldados a quienes les había tocado estar en el otro lado de la guerra.

            Estábamos en lo alto, justo en el lugar en que los términos municipales de Orrios, Galve, Aguilar y Ababuj se juntan y separan sus tierras. Galve no lo veíamos y el lugar de Orrios tampoco, incrustados los dos pueblos en las tierras limitadas por sus pétreas barrancas por donde discurre el río Alfambra. Divisábamos allá lejos las torres mochas de Ababuj y la ermita alzada sobre el lugar de Aguilar.

En las trincheras de la cota más alta. foto cac.

            Fue entonces cuando Max y León quisieron saber sobre un papel escrito que habían visto encima de la mesa de trabajo en nuestra biblioteca de Orrios. Y entonces no tuve más remedio y les hablé del miedo, del pánico que cualquier persona puede sufrir cuando tiene que hacer frente a una situación angustiosa y teme por su vida y las de sus hijos. El miedo que nos paraliza y nos hace actuar de manera incontrolada. Y les hablé del documento que pongo aquí mismo.


Original en A.H.P. Teruel.

 
Aguilar del Alfambra, desde el alto de La Carrasquilla.foto cac.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario