martes, 4 de mayo de 2021

Alfambra. 1946. De cuando volvió el bandeo de las campanas diez años después.

 

 

 

Torre de la iglesia de Alfambra. Hacia 1946.

Alfambra hacia 1956.

 

            Me senté en el poyo de piedra. En la cancela que cierra el jardín de la casa cural. Por mirar el edificio, la fábrica, de la iglesia de Alfambra. Me detuve en su torre. Por rememorar su historia. En su restaurado cimborrio. En sus campanas.

            Fue entonces cuando recordé el documento encontrado entre las cajas de cartón que guardan el archivo del Ayuntamiento. Allí, en el lugar que fue leñera de la antigua escuela.

            Habían pasado diez años desde que los descontrolados milicianos encuadrados en la columna Torres-Benedito llegaron a este lugar e hicieron de las suyas. Se establecieron aquí en agosto de mil novecientos treinta y seis, un mes escaso después de cuando en la ciudad de Teruel desaparecieron para siempre el alcalde Martín Crespo, el alguacil Miguel Nevot y quien fue alcalde cuando en mil novecientos treinta y uno se proclamó ejemplarmente la República, Niceto Alegre, además de su hijo Manuel, que tenía diecinueve años.

Iglesia de Alfambra. Fachada y torre después de la restauración de 2010. foto cac.

            Los milicianos se llevaron por delante a once paisanos de aquí y los dejaron fusilados por estos arcillosos barrancos. Y también entraron en esta iglesia que ahora contemplo desde este poyo de piedra. La convirtieron en almacén de alimentos, granos y trastos que querían proteger. Y también les dio por sacar a la calle imágenes de cristos y vírgenes y el retablo de madera tallada de su altar mayor. Y todo aquello ardió en la plaza. Y también les dio por tirar desde la torre las campanas que desde 1624 sonaban en los alto de la torre, después de una tardanza de sesenta y un años, que es el tiempo que tardó en construirse esa iglesia, comenzada en 1598 y pagada con los trabajos y los dineros de los alfambrinos a quienes tan sólo se les redimió de diezmos y primicias por parte del Comendador en una ocasión, pues si quisieron iglesia que se  pagaran. Por eso luego llamaban a las gentes a son de campana tañida para actos civiles y religiosos según se puede leer el abundantes documentos históricos.

    Recordé las tomas de posesión de los comendadores o sus procuradores que habían sido cuando los sanjuanistas eran dueños de las tierras de estos lares y de sus gentes. Recordé la construcción de esta iglesia. Recordé lo que en todos los documentos se conoce como la fábrica de esta iglesia pétrea. Recordé los años que costó levantarla. Sesenta y uno, ya digo.

            Y recordé el documento de mil novecientos cuarenta y seis que aquí reproduzco.


Original en Archivo municipal de Alfambra.


            Recordé nombres de antepasados parientes míos fusilados por la tragedia de una guerra que se los llevó por delante con un tiro en su cuerpo disparado tanto por unas manos como por otras. Y recordé la miseria de estos momentos, de cuando diez años después de que todo reventara grabaron para siempre con sus nombres el bronce de las campanas.

            Recordé aquel Saturnino pariente paterno alcalde refugiado en el seminario de Teruel, en aquellos días de comienzo de enero de mil novecientos treinta y ocho, cuando con su mujer Berenice y su hija Beatriz fueron evacuados hacia Valencia y encarcelados para después volver al pueblo y seguir como estanqueros de toda la vida mientras cobraban el subsidio franquista porque su hijo, luego guardia civil, andaba entre los soldados de la división azul con su aterido cuerpo por Stalingrado. Y recordé la caída de la célula de apoyo al maquis que andaba por aquí y cómo el que era entonces alcalde se infiltró en ella y todos acabaron detenidos menos aquel Marcial de Orrios que se les escabulló la noche de la cacería.

         

La inscripción actual en el bronce de las campanas.

    

Y recordé al Facundo que firma el documento con el espolio de su comercio de ultramarinos saqueado por las gentes de la FAI y obligado a prestar su camión a los sublevados franquistas y quien por mucho que denunció a unos y a otros después nadie le devolvió nada.

            Y entonces reparé en el coste de estas campanas y la mano de un personaje que había llegado un año antes como cura de este pueblo, aquel mosén César Navarrete Cortés que ya comenzada a urdir su obra con la que aposentó una réplica del corcovado de Río de Janeiro sobre el cerro del desmoronado castillo.

 

            Y una vez más pensé en que el coste siempre cae sobre los hombros y los vacíos y vaciados bolsillos de las gentes que caminan como rastrapajas y destripaterrones a lo largo de la historia.

            Si a lo largo de los años los costes la construcción de la fábrica de este templo hoy catalogado como de interés arquitectónico se cargaron a las espaldas de todos los antepasados alfambrinos hoy, en la última restauración llevada a cabo por el FITE (Fondo de inversiones de Teruel) se han desembolsado 450.0000 euros para dejar impermeable el tejado y adecentar las fachadas y la liberación de las humedades, y la restauración del escudo simbólico de hechos y gentes que preside la puerta de entrada, y el cimborrio que han dejado un tanto chato que remata la torre que siempre causó problemas a la construcción general.

 

            Y me acordé del siniestro personaje que ha sido y es José María Aznar que, cuando fue presidente del gobierno español convirtió, por gracia de su decisión frimada a las autoridades eclesiásticas católicas españolas en notarios de sí mismos y registraron tantos bienes como pudieron a su nombre. Y así, por mucho que sean reparadas estas inscripciones por las autoridades civiles, por mucho que sean declaradas patrimonio de interés cultural o arquitectónico, seguirán siendo propiedad de la Iglesia católica y el mantenimiento de la fábrica correrá a cargo de los de siempre.

 

Torre de la iglesia de Alfambra. 11 enero 2020. foto cac.

            Menos mal que el cura que hoy ocupa esta casa junto al poyo de piedra donde me apoyo tiene sentido común y bonhomía y pone a disposición este templo remozado para actos civiles de las gentes de hoy, descendientes de aquellos que con su esfuerzo levantaron el mismo templo que ahora luce remozado.

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