Construcción de hace casi cien años. Cada piedra en su sitio. Un sitio para cada piedra. Hilada, plomada, maza y puntero. Ahí está. Foto cac. |
Las esquinas bien trabajadas. A escuadra, como decía Gregorio. foto cac. |
Decía que cada piedra tenía su sitio. Con una maza y un puntero de hierro tenía suficiente. Lo demás eran sus manos. Los dedos duros como sarmientos secos de carrasca nudosa. Sus palmas un callo eterno donde no cabía un dolor. Todo por aquellas piedras y estas y las de más allá.
Con una cuerda y una plomada tenía suficiente. Echaba la hilada, la enroscaba en un palo dándole forma de cruz madejada y no se le enredaba jamás. Hacía el cálculo de los metros a un lado y otro. En ocasiones anotaba algún número en un tablón con el lapicero que guardaba detrás de su oreja o escribía sobre las propias piedras con algún aljezón. Y entonces decía a los demás que picasen la tierra para sacar el alizaz.
Había trazado ya el perímetro de la base de la casa o del pajar que iba a construir. Los ángulos perfectos. Bien a escuadra como él decía. Vete tú a saber cómo. Hablaba poco. Les señalaba a los demás con la mano. Que si un poco más hondo, que si te has salido de la línea, que si enderézalo y ya está.
Lo que sí quería era tener las piedras bien a mano. Que el montón estuviera cerca para poder verlas y escogerlas, palpándolas, moviéndolas, buscando el mejor ángulo por el que empezar a tallarlas con su maza y su puntero. Sólo quería que no le faltaran, que picasen bien los agujeros para poder entrar con holgura los barrenos. Para que la cantera desbrozara bien el caballón calizo y los pedrsucos no tuvieran que ser inyectados a mallazos para hacerlos más llevaderos. Lo demás era asunto suyo.
Maza y puntero, manos encallecidas y la plomada de siempre a mano. Esa sí, decía, cuando piedra sobre piedra, sin amalgama alguna, la pared iba ascendiendo, las esquinas bien cuadradas. Esa es, a escuadra, muraba. Y seguía. Cada piedra tiene su sitio y el puntero la llevaba a su lugar. Los huecos entre piedra y piedra rellenados con los guijarros de las propias piedras calizas. Cada lugar requiere una piedra. Todo lo guardaba en su cabeza y sus duras manos, sarmentosas, como ramas de una carrasca retorcida ponían cada piedra en su sitio.
Y así nacían, así se levantaban las casas y los pajares.
Se llamaba Gregorio y era el regocijo en las fiestas patronales cuando con un vaso de vino en el cuerpo retorcía su esqueleto en pasos de baile con el equilibrio danzante con el que caminaba por aquellos andamios levantados con ramas de chopo anudadas con cuerdas de esparto, mientras caminaba sobre las mismas piedras ya hechas pared. Ni él se cayó nunca ni se le derrumbó jamás una tapia.
Hoy, muchos años después, esas casas sólo habitadas por el vacío abandonado de las gentes quienes no tuvieron otro remedio que marchar a tierras “donde se trabaja y pagan” siguen en pie.
Se llamaba Gregorio, ya lo he dicho.
Aquí les dejo unos ejemplos. Vengan a Orrios y verán. No encontrarán estas construcciones en ningún tratado de arquitectura. Tan humildes como perfectas.
Siguen en pie. Piedra sobre piedra. Sin más.
Dejo algunas muestras. Hay bastantes más.
La cantera cercana. Cueva excavada a pico. foto cac. Un pajar. Las puertas hace tiempo que están cerradas. foto cac. Detalle de la pared de un pajar. foto cac.
Pared para sujetar la era, pajar y casa. Al fondo un palomar sobre la cantera caliza. foto cac.
No hay comentarios:
Publicar un comentario