martes, 8 de diciembre de 2015

Fotografías para asumir nuestra vida.


La trilla. Hacia 1960. De la serie Calendario 2000 de "La hoz de la vieja".


     Hace unos días Lorién Lahoz en  https://www.facebook.com/lorien.lahoz?fref=ts publicaba unas fotografías incluídas en el calendario de "La hoz de la vieja" correspondiente al año 2000.
  Como otras muchas que se aparecen en "Fotos antiguas de Aragón" https://www.facebook.com/groups/1495037447402331/?fref=ts  sirven para ser utilizadas en las escuelas y mostrarles a los alumnos por medio de las mismas cómo vivían sus antepasados, ofeciéndoles una lección de Historia vívida.
  En ocasiones esas fotografías son comentadas por los lectores de las mismas. Me llama la atención la nostalgia que muestran algunas personas en sus comentarios. Algo así como qué bien nos lo pasábamos, cuánto echo de menos aquellos veranos, aquéllos tiempos de la vida en los pueblos, qué nostalgia siento... ... ... 
   
    Al ver esta fotografía, y las que siguen en ese calendario, a mí no me producen nostalgia alguna. No pienso que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pienso en esa fotografía y veo lo que en ella aparece: la parva casi a tiempo de ser molida, los burros cansados de tanto dale y venga vueltas y vueltas, el nieto agarrado a la silla donde está el abuelo sentado ya cansino con su sombrero calado, su espalda curvada, sus albarcas de toda la vida, sujetando el ramal a su par de burros que ya esperan de un momento a otro que los suelten para poder revolcarse sobre esa parva molida.
   Casi nunca era una fiesta en estos lugares de la geografía aragonesa, eran, en cualquier caso, las vacaciones de aquellos llamados veraneantes que no eran más que hijos y nietos de los emigrados a la ciudad, de aquella salida que los echó a la ciudad en busca de una vida mejor, menos esforzada, mientras a sus parientes menos jóvenes los dejaba con los arados, los mulos, los carros, los aperos de siempre en el trabajo por sobrevivir de todos los días. 
   En la foto, en la era, con el trillo sobre la parva extendida ya molida es el final de la tarde, de un día de calor fiero que le viene bien a la trilla. 
 Aún queda un rato de trabajo: soltar el par de burros, barrastrar la paja y el trigo, amontonar la parva, barrer la era con las escobas construídas con sarmientos de carrascas o guillomos, aventar, porgar los granos, guardar la paja en el pajar, llevar el par de escasas talegas con el trigo recogido hasta el granero y ya, con la noche cerrada, echar el último pienso al par de burros en los pesebres de la cuadra. Luego machacar las patatas cocidas salpicadas con algún tocino frito y dejarse caer sobre el jergón de paja o el colchón lleno de grumos nudosos de lana o borra.
    El día siguiente comenzará como el de hoy. Con la salida del sol un pienso a los burros o a los mulos si se era más pudiente, perol de sopas para los hombres en la cocina. Con el sol ya en alto, limpiada la aguareda, tender los fajos de trigo o de avena o de centeno, iniciar las vueltas y más vueltas con el trillo de pedernales, dándole a los altos y a los bajos, a las orillas y al medio, tornear, aprovechar el fuerte sol de los medios días sin bajar del trillo, con vueltas y más vueltas a paso cansino de los burros y, ya en la tarde, subir al nieto o a esa nieta que aún no sabe nada de la cara arrugada, quemada por el sol de todos los días, de esas albarcas gastadas en todos los tiempos que calza su abuelo.
   Quizás esa niña o ese niño hoy ya adultos, casi viejos, sean o hayan sido enfermeras, ingenieros, médicos, empleados de cualquier ministerio a punto de jubilarse, dependientes de un comercio con horarios extensivos, madres de familia que atienden ya como abuelas ágiles o dificultadas por los remos de la vida, serenos o altivos con los demás o consigo mismos, vete tú a saber qué y por dónde les llevó la vida cuando dejaron su lugar de origen y al que regresan, es posible hoy, para pasar unos días en verano en la casa que heredaron de aquellos que calzaron las albarcas y que adecentaron y adornaron con los trillos, los arados, las horcas de aventar, los collerones de labranza y aún las cabezadas de los mulos.
   Aquella niña, aquel niño de entonces, no sabe nada y este adulto de hoy que tiene la fortuna de pasar unas vacaciones escasas en la montaña o hacer turismo en el Caribe, o en un apartamento de la playa que quisiera vender y no puede, con sus hijos en el paro, no conoce aún la lección de Historia en esta fotografía reflejada en los trabajos y los días. 
   En esta fotografía, y las que añado después, queda reflejada toda la emigración rural española hacia la urbe hoy difícil. 
   ¿Qué pensará esa niña, ese niño, ahora adultos y hasta aún viejos, agarrados a un su abuelo lleno de silencios y de afectos ante los emigrantes y refugiados de hoy? ¿Qué pensará? ¿Aún se atreverá alguno de ellos a llamarles negros, indios, moros que nos quitais el trabajo? ¿O serán solidarios como lo fueron con ellos quienes les recibieron en la ciudad? ¿O los rechazarán como también algún pijaito los rechazó a ellos? ¿Pensarán que los refugiados no existen o se comprometerán en su acogida? ¿Que el paro laboral no existe o que los tiene bien agarrados por sus gónadas?
   La fotografía, sin nostalgia, una lección de Historia, una lección de vida.
El matapuerco. Quien tenía dos era afortunado. Aegurando el rancho de cada día

Esbrinando. El azafrán: un oro medido por onzas.



La fotografía tiene una pose premeditada. La madre lavando la ropa en el arroyo con la cara levantada, los hijos rubios y bien vestidos con un libro en las manos, el padre cura joven y ensotanado como protector. Como fondo el pueblo en un  verano en blanco y negro con las calles de tierra y guijarros. Lascivia soterrada.

Tres días hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Cristi y el día de la Ascensióm. Cruzando el puente sobre el barranco el día de Corpus Cristi, camino de la iglesia para recibir la primera comunión. Cuatro curas, nada menos, con sombrero de ala teja. Los abuelos, como siempre, sostén de la casa.

El descanso merecido. El arado varado en los porches. Las albarcas, la boina en la cabeza y la faja del más viejo. Hoy, a su edad, al cuidado de los hijos, o de mujeres venidas desde los Balcanes, de África o de América latina. Otros en residencias.

Hoy tiene en su vivienda agua a todas horas y ya no se les llenan sus manos de sabañones.
     Tan real como la propia vida, como la tuya, como la mía. 

       Para comprender de dónde venimos. ¿A dónde vamos?


Todas las fotografías pertenecen al Calendario 2000 de "La hoz de la vieja". Gracias.-

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